La
dispersión final
En
1801, un grupo de milicias irregulares luso-brasileñas habían
ocupado en una audaz acción los Siete Pueblos Orientales, que
medio siglo atrás provocaran la dramática Guerra Guaranítica.
Infructuosamente, Andresito Artigas luchó varios años entre
1816 y 1819 por la recuperación de ese territorio, lo que
resultó en graves pérdidas humanas y la ruina total de la
mayoría de los pueblos. Hacia fines de la década de 1820, esa
disputada región fue fácilmente conquistada por Fructuoso
Rivera, caudillo oriental, del partido colorado, guerrero de
muchas batallas y protagonista fundamental de la historia
uruguaya.
Entender esta etapa de la historia misionera es tan difícil
como comprender el rápido éxito de la acción de las milicias
de Borges do Canto en 1801 que culminaron con la definitiva
presencia brasileña en la zona.
Lo que sí queda claro es que, a pesar de ser arrastrados
durante tantos años en luchas fratricidas, los guaraní-misioneros
orientales no perdieron la identidad con sus hermanos “del
otro lado del Uruguay” y, al ser alentados por Rivera, no
dudaron en volver a reunirse con sus consanguíneos donde ellos
estuviesen.
La breve irrupción de Rivera en los Siete Pueblos, provocó la
última etapa de dispersión de la población guaraní de sus
pueblos, los que, a partir de allí comenzaron a ser habitados
por gentes de otras razas. Esta corriente migratoria, en tanto,
posibilitó la fundación de nuevos pueblos en la Banda Oriental
y aumentó el número de los ya existentes en el nordeste
entrerriano.
Los guaraníes, ancestrales migrantes, en un nuevo éxodo
abandonaron así, definitivamente, los pueblos fundados a
instancias de los Padres de la Compañía de Jesús.
La
Expedición de Rivera a los “Sete Povos”
El triunfo de las armas rioplatenses sobre las
brasileñas en Ituzaingó, en febrero de 1827 significó el fin
de la Guerra con el Brasil, por la Banda Oriental. Pero el
gobierno bonaerense pretendió mejor botín y arriesgó la Campaña
de recuperación de las Misiones Orientales, aprovechando el
entusiasmo del triunfo aludido. Esta tendría además el
objetivo de forzar un pedido de paz por parte del Brasil.
El gobierno de Dorrego encomendó para tal fin al caudillo
santafesino Estanislao López, quien a su vez delegó la
jefatura del Ejército en Fructuoso Rivera, quien tenía ya en
mente un viejo proyecto de reconquista de aquel territorio. Así,
“don Frutos”, como se lo conocía personalmente, se internó
en territorio riograndense, con fuerzas combinadas correntinas,
orientales y misioneras, vadeando el Quareim a principios de
1828.
Bastaron sólo diez días para la reconquista del territorio.
Marchando a San Borja, primer pueblo ocupado, Rivera envió una
Proclama donde instaba a que: “si vosotros os presentarais a
engrosar las filas de los Independientes, tendréis buena
acogida entre mis Tropas (...) Seamos todos libres y vamos a
ponernos en estado de que no venga alguna Nacion Europea a
hacernos Esclavos para siempre (...) juntáos conmigo y estad
seguros que seré un eterno defensor de vuestra libertad”. La
prédica riverista tuvo inmediato eco entre la población
–mayormente guaraní–, que se fue incorporando a su ejército.
Fue tan sorpresiva la acción de Rivera, que el comandante de
las Misiones Orientales, Joaquín de Alencastre no tuvo
capacidad de respuesta militar. El Comandante General de la
Frontera, en tanto, el Vizconde de Castro, imposibilitado de una
eficaz defensa del territorio, exhortaba a los habitantes de
Misiones a “salir del letargo en que ignominiosamente yacéis.
El pérfido Rivera, abusando de vuestra credulidad, os ha
burlado”. No obstante, centenares de pobladores se iban
uniendo a su nuevo jefe, don Frutos Rivera, desconociendo las
autoridades brasileñas.
La indefensión de esa región y el carisma que despertó Rivera
entre sus habitantes, pudieron haber sido decisivos para la
recuperación de ese territorio. Pero las mezquindades y
personalismos fueron más que aquella trascendente cuestión.
Cuestiones de política interna entre Rivera y sus adversarios,
Lavalleja, Oribe, Ferré y otros, y el recelo de los porteños
hacia el caudillo oriental, impidieron un plan de
fortalecimiento del territorio que durante nueve meses estuvo
ocupado por las fuerzas de Rivera. Así se llegó al 27 de
octubre de 1828, cuando se firmó la Convención Preliminar de
Paz, en Rio de Janeiro, bajo la influencia del embajador inglés
Lord Ponsomby. Allí se acordó la independencia de la Banda
Oriental y la devolución del territorio de las Misiones
Orientales al Brasil.
La reacción de Rivera ante la firma de la paz, fue violenta e
impulsiva. Ordenó el vaciamiento de los pueblos guaraníes, el
arreo de la gente y su traslado a la nueva frontera del Quareim.
Se inició así la migración de los guaraníes de los pueblos
orientales hacia el sur del territorio. Muchas descripciones de
testigos presenciales de este nuevo éxodo detallan la resignación
y la pasividad demostrada por las familias “arreadas” por
Rivera. Las largas caravanas eran comandadas por imágenes
religiosas, mientras casi constantemente los viajeros entonaban
canciones religiosas, bajo las melodías de grupos de músicos.
Manuel Antonio Pueyrredón, un testigo de este hecho, confesaba
su emoción ante tal espectáculo.
Cerca de 4.000 guaraníes acompañaron la retirada de Rivera con
su Ejército del Norte. Fue el más grande movimiento migratorio
conocido en territorio oriental, superando incluso al conocido
Éxodo de Artigas.
Fundación
de Santa Rosa de la Bella Unión
En enero de 1829, la caravana llegó a la rinconada que
forma el Quareim en su desembocadura con el Uruguay. Rivera fundó
allí con las familias migrantes, la colonia de Santa Rosa de la
Bella Unión del Quareim. Los principales caudillos de aquella
multitud eran jefes de larga trayectoria entre los guaraníes:
Francisco Javier Sití, Evaristo Carriego, Vicente y Francisco
Tiraparé, Gaspar y Manuel Tacuabé, Agustín Cumandiyú. Por lo
menos medio millar de los emigrados eran soldados de las
milicias guaraníes.
El pueblo de Bella Unión fue fundado de acuerdo a las normas
urbanas típicas de los pueblos guaraníes, con una plaza
central, alrededor de la cual se fueron construyendo hileras de
precarias viviendas. En muy poco tiempo comenzaron a afincarse
allí, comerciantes extranjeros, venidos de Buenos Aires, como
el francés Isidore Auboin, quien dejó interesantes relatos
sobre esta colonia, lo que permite una descripción de su corta
vida.
Con la fundación de Bella Unión, los misioneros recuperaban su
autodeterminación, después de largos años de dependencia.
Pero la colonia no prosperó. El abandono de su nuevo tutor,
Rivera, más preocupado por el ascenso político que por sus
protegidos y las graves consecuencias que provocó la anarquía
de la Banda Oriental en el pueblo recién fundado, hicieron que
pronto su población nuevamente se dispersara.
El
abandono de Rivera
La falta de recursos de los pobladores de Bella Unión
y las denuncias de estancieros cercanos al pueblo, sobre robos
de animales, provocaron la impaciencia de don Frutos quien
decidió el incendio del pueblo en abril de 1830, apenas un año
después de su fundación. En aquella decisión, Rivera dejaba
librado a la decisión de sus habitantes, “el destino que
mejor les parezca”.
La ubicación estratégica del pueblo, en una zona tripartita,
sumado a las sensibilidades políticas del Litoral
argentino-oriental, constituían a Bella Unión en un problema
para muchos. Corrientes, por ejemplo, en pleno proceso de
incorporación de Misiones a su territorio, temía una alianza
de los caudillos de ese poblado con los guaraní-misioneros de
Mandisoví, tenazmente opuestos a aquella política correntina.
Entre Ríos, por su parte, con una gran porción guaraní en el
nordeste de su territorio miraba con recelos la actitud de
Corrientes, a pesar de los pactos de unión que ambas provincias
habían formalizado. La futura migración de una gran porción
de los misioneros de Bella Unión a Mandisoví, pondría a ambos
estados en pie de guerra en la frontera de ambos.
Éxodo
de los guaraní-misioneros de los Siete Pueblos tras la
figura
de Don Frutos Rivera. A orillas del río Uruguay,
en la frontera del
Quareim, esta multitud de 6.000 migrantes fundó
la colonia de Santa
Rosa de la Bella Unión. |
La
migración misionera al nordeste entrerriano
Abandonados por Rivera, los desamparados misioneros
orientales buscaron nueva protección. Esta vez fue el gobierno
entrerriano quien debió atender el pedido de incorporación de
los naturales de Bella Unión a su territorio. En nombre de 500
“hombres de armas”, y de unas 5000 almas, un selecto grupo
de 87 firmantes, con aclaración de sus cargos (corregidores,
teniente corregidores, alcaldes, caciques, capitanes, tenientes
y alféreces), firmó la solicitud, desde Belén, el 6 de mayo
de 1830. Los términos del documento revelan con claridad el
estado de miseria y desesperación en que se hallaban los hijos
de las Misiones Orientales. Dicen allí: “cansados de sufrir
una peregrinación sin termino y toda clase de privaciones (...)
[y viendo] qe. se apresuran los momentos del completo exterminio
y desolacion de este desgraciado Pueblo (...) han resuelto
unanimemente separarse de este Estado y ocupar sus territorios
en la Banda Occidental del Uruguay (...) piden (...) la protección
de la Heroica Prova. de E.R. como una de las qe. mas
singularmente le han favorecido en la conservacion de sus
derechos...para recuperar sus terrenos usurpados de la manera
mas violenta”.
El Comandante entrerriano Taborda, a la postre radicado en
Mandisoví, debido a las circunstancias expuestas, fue el
encargado de la recepción de las familias guaraníes, quienes
debían “deponer las armas al ingresar a Mandisoví”.
Corrientes, en tanto, tejía todo tipo de estrategias frente a
la situación. Al igual que los entrerrianos de Mandisoví,
desde Curuzú Cuatiá se autorizó –con la provisión
inmediata de todos los auxilios que necesitasen– el cruce por
Paso de Higos a un grupo de familias que prefirieron unirse a
sus hermanos de La Cruz en su etapa de reconstrucción, bajo
administración correntina.
Las
milicias guaraníes enfrentan a Rivera
Mientras familias enteras vadeaban el Uruguay por el
paso del Salto Chico, o por el Paso de Higos (frente a la actual
ciudad de Monte Caseros), el incendio de Bella Unión, ordenado
por Rivera no había sido formalizado aún. Allí quedaron los
hombres de armas durante un año y medio más, participando
activamente en la guerra civil oriental en favor de Manuel A.
Lavalleja, enemigo de Rivera.
Para evitar la oposición de las milicias guaraníes, Rivera
intentó convencer a aquellos de trasladarlos al “interior del
estado” oriental. Si bien esto inicialmente no se concretó
por el gran resentimiento de los jefes guaraníes ante el
abandono de Rivera, algunos meses después, muchas familias se
internarían a la Banda Oriental, proveyendo a la fundación de
algunos pueblos, como Durazno o San Borja del Yí.
En febrero de 1831, aún permanecían en Bella Unión los
principales jefes guaraníes con medio millar de soldados. Se
abastecían del ganado de las estancias cercanas, lo que llevaba
a los hacendados a quejarse de los desmanes. Esto llevó a
Rivera a tomar personalmente cartas en el asunto.
En febrero don Frutos tomó Bella Unión, la que encontró
desolada pues sus habitantes, comandados por Agustín Cumandiyú,
Francisco Javier Sití y Gaspar Tacuabé, se replegaron a Belén
para organizar la defensa de su territorio. Allí en un par de
meses consiguieron prepararse para enfrentar a las fuerzas
riveristas al mando del hermano de don Frutos, Bernabé Rivera,
el 11 de abril de 1831 a orillas del arroyo Salsipuedes. Aurelio
Porto indica que, a pesar de la tenacidad y heroísmo de las
fuerzas guaraníes, éstas fueron vencidas, muriendo 40 de sus
hombres y siendo prisioneros 300 de ellos. Porto agrega que éstos
fueron “distribuidos por todo el territorio oriental”.
Derrota
y dispersión hacia el interior uruguayo
Desde la derrota misionera en Salsipuedes hasta
mediados de 1832, los jefes guaraníes, con 400 soldados se
entrenaron a las órdenes de Lavalleja en Paysandú, en momentos
de mayor tensión en las relaciones de este caudillo del partido
blanco, contra el colorado Rivera. La misión del ejército
guaraní sería la de contener el avance de las tropas brasileñas
de Bentos Manuel, aliadas al líder colorado.
Mientras ello ocurría, un grupo de familias guaraníes,
provenientes de Mandisoví se reconcentraron en Bella Unión
desde fines de 1831, motivados por la coyuntura de aparente paz
que reinaba, probablemente con la ilusión de residir allí de
manera definitiva. Pero nuevos infortunios esperaban a este
sacrificado pueblo.
A partir de 1832, una vez más las milicias guaraníes fueron
utilizadas en pro de intereses políticos extraños. Envueltos
en las luchas entre blancos y colorados, de pronto se
encontraron luchando contra las fuerzas brasileñas de Bentos
Manuel. Aquellas, muy superiores en preparación y en cantidad
de efectivos, hicieron presa fácil de los tenaces soldados
guaraníes.
El 6 de junio, después de una muy frágil defensa del pueblo,
Bella Unión fue sitiada y saqueada por las fuerzas brasileñas.
Las familias residentes huyeron despavoridas en diferentes
direcciones. Tres días después, con las fuerzas aún
desorganizadas, Gaspar Tacuabé y Agustín Cumandiyú fueron
derrotados en Belén por fuerzas combinadas brasileñas y
orientales al mando de Bernabé Rivera. Cumandiyú fue hecho
prisionero y Tacuabé, con una casi irracional tenacidad se
dispuso a reclutar gente en el Paso de Itacumbú, con el objeto
de seguir dando batalla. En octubre nuevamente las fuerzas
riveristas vencieron a Tacuabé en Belén, pocos días después
de la derrota definitiva de Lavalleja frente a Rivera.
Con las fuerzas totalmente dispersas, su caudillo de turno
vencido y en fuga hacia el Brasil, y con el territorio ocupado
por las fuerzas riveristas, uno de los últimos caudillos
combativos guaraníes, don Gaspar Tacuabé decidió abandonar la
lucha y reunirse con sus hermanos de sangre en Mandisoví. Allí
formó, con la esperanza de restaurar la provincia guaranítica
de Misiones, un cuerpo de soldados denominado “Escuadrón de
Naturales Restauradores”.
El
incendio de Bella Unión
Mientras se libraron las batallas
entre riveristas y lavallejistas (con sus aliados guaraníes),
las tropas coloradas utilizaron Bella Unión como centro de
operaciones. Al retirarse, decidieron incendiar y destruir
totalmente el pueblo fundado por guaraníes orientales. Con el
objeto de evitar nuevas reocupaciones los riveristas cargaron en
lanchones “las puertas de la Iglesia, campanas, y hasta los
Santos que se llevaron por el Rio”. Otro despojo mas de la
herencia artística religiosa de los tiempos jesuíticos.
Con la vandálica acción final en Bella Unión, Rivera se
encargó de destruir lo que él mismo había creado. Su
desmedida ambición política llevó a un trágico final a la
población de las Misiones Orientales que, por seguirlo vieron
desintegrarse en sólo un lustro su sociedad, sus bienes, sus
tierras. De aquellas 5.000 almas que participaron de la migración
riverista, algunos pasaron a residir en La Cruz, otros en
Mandisoví y un tercer grupo se internó por las campañas de la
Banda Oriental incorporándose a algunos pueblos ya existentes,
o fundando otros.
La suerte corrida por los guaraní-misioneros de los Siete
Pueblos, en definitiva, fue la misma de la de sus hermanos de
las misiones argentinas: la dispersión general y el abandono de
sus ambiciosos protectores.
La
base de la sociedad rural uruguaya
La contribución de los guaraní-misioneros a la formación de
la sociedad uruguaya fue fundamental. Al contrario de la tradición
“charrúa” que la historia ha inculcado para la Banda
Oriental, ha sido mucho más importante el aporte de pobladores
guaraníes de las Misiones. Desde mediados del siglo XVIII,
fundamentalmente a partir de la Guerra Guaranítica y hasta
fines del siglo XIX, la población rural uruguaya estuvo
constituída por familias emigradas de las Misiones de guaraníes.
Dice Rodolfo González Rissotto, estudioso uruguayo de este
tema, que a su arribo a la Banda Oriental, los guaraníes
adoptaron dos actitudes de vida. Algunos se quedaron al margen
de las sociedades ya establecidas, mezclándose con los
“gauchos”, desertores de ejércitos, fugitivos de la ley,
que erraban por la campiña oriental. Pero la mayoría se integró
a los pueblos, constituyéndose en principal elemento de
desarrollo de los mismos. Otros fueron fundadores de nuevos
poblados. Se ubicaron preferentemente en las zonas norte y
litoral del país.
Pueblos como Maldonado, fundado en 1757, Minas en 1783, San José
en el mismo año, Santa Lucía, un año después, Paysandú,
Salto, Mercedes, Florida, en la última década del siglo XVIII,
fueron construídos y habitados por familias misioneras. La
mayoría de ellas ya residía en Montevideo, y desde allí eran
destinadas a la construcción de las nuevas aldeas. Hoy perviven
la mayoría de aquellos centros urbanos.
Respecto a los emigrados de Bella Unión, después de las
desavenencias con Rivera, se dispersaron a orillas del río Yí,
donde fundaron un nuevo pueblo: San Borja del Yí. El mismo se
constituyó con 860 pobladores. 139 de ellos eran nativos de San
Borja, 47 de San Miguel, 46 de San Juan, 29 de Santo Angelo, 41
de San Lorenzo, 101 de San Luis Gonzaga, 86 de San Nicolás, 111
de Yapeyú, 159 de La Cruz, 66 de Santo Tomé y 35 de Corpus.
Fundado el pueblo, en 1832, se fueron incorporando nuevas
familias alcanzando la suma de 3500 habitantes. Vivían en la
mayor indigencia, manteniendo sus costumbres ancestrales, como
lo narran viajeros que allí estuvieron, Martín de Moussy o
Arsenio Isabelle.
Lejos de su patria, abandonados por quienes hicieron uso de su
valentía como soldados y en la peor miseria, los guaraníes de
las misiones orientales terminaron en las fértiles praderas
uruguayas contribuyendo a formar un nuevo tipo de hombre, el
“paisano”, característico del ámbito rural oriental. El
mestizaje producido en su contacto con el gaucho y la sociedad
criolla de la región, impuso pautas culturales muy fuertes, que
se arraigaron en el típico hombre rural y que aún hoy se
mantienen. Fue el mismo proceso acontecido en el Paraguay, Rio
Grande do Sul, Corrientes y Entre Ríos, la “región guaranítica”.
La
independencia del Estado Oriental.
En la Convención Preliminar de Paz, de 1828, que
puso fin a la guerra entre Argentina y Brasil por la Provincia
Cisplatina, se estipuló la independencia de la Banda Oriental.
En este mismo territorio, la noticia produjo más desorientación
que regocijo. El concepto de independencia absoluta no había
existido nunca en ese país hasta este convenio. Los caudillos
orientales siempre bregaron por la autonomía provincial. Desde
1810, los orientales consideraron su territorio como integrante
de las Provincias Unidas del Plata. “La palabra patria,
–dice el historiador uruguayo Alberto Felde–, no figura en
ningún escrito ni discurso de los orientales desde 1810 (...)
¿Cómo habría de existir el concepto de nacionalidad cuando,
desde los orígenes coloniales formaron parte de las Provincias
Unidas, y son comunes la raza, la lengua, las costumbres, los
caracteres...?”
La República Oriental del Uruguay inició su vida institucional
independiente con la Constitución de 1830. |