La
expresión de la cultura en las reducciones
Los
vestigios jesuíticos que hoy persisten dispersos en el
Paraguay, la Argentina y el Brasil, nos permiten vislumbrar
aspectos muy vívidos de la cultura que afloró en los pueblos
misioneros por más de un siglo y medio de historia. Una cultura
generada por efecto del mismo proyecto de evangelización jesuítico,
que impregnó todos los ámbitos vitales del guaraní. Asombra
la multitud de canales de expresión a través de los cuales
dicha cultura se manifestó, con una fuerza inusitada en lo que
fuera el universo cultural colonial. El mensaje expresado era único:
Cristo, el Evangelio, pero no como conceptos estáticos, sí
como elementos plenos de fuerza vital, como motivos de la
existencia. Los canales de expresión cultural fueron múltiples:
la música, la pintura, el tallado, la arquitectura, la cerámica,
la lengua guaraní, la escultura en piedra.
Cuando los testimonios documentales de aquellos contemporáneos
de las misiones jesuíticas se refieren a ellas y abren un
juicio estético sobre las mismas, todos coinciden en la misma
apreciación. Los pueblos guaraníes eran bellos, eran
agradables a los sentidos. Los templos, con sus alhajas y demás
ornamentos, impactaban al visitante habituado a la pobreza estética
de la mayoría de los templos de los pueblos de españoles.
El guaraní que araba el campo bajo el sol ardiente, era el
mismo que luego cantaba en el coro, ejecutaba el órgano en el
templo, labraba en plata alguna alhaja, esculpía en madera de
cedro alguna imagen o hasta escribía una historia de su pueblo
que luego era llevada a la imprenta. Después de que ejecutara
alguna de esas actividades probablemente sería destinado a
buscar ganado en una vaquería lejana, o a luchar como soldado
al servicio del Rey en una campaña contra los portugueses de la
Colonia del Sacramento ¿Se hallaría en el resto del mundo
colonial hispánico un ser más polifacético?
Los
instrumentos de la educación
La acción de los Padres jesuitas sobre los guaraníes
fue esencialmente educativa. Educar en el cristianismo de la
Iglesia Católica, no partiendo de una negación de la cultura
guaraní, sino aceptándola y usándola como basamento para la
construcción del nuevo orden cultural. Reconocer y aceptar la
lengua guaraní como una realidad irrefutable fue quizás el
mayor atrevimiento de los Padres jesuitas, en el marco de un
modelo cultural que propugnaba hispanizar a cualquier costo al
indio. El guaraní fue la lengua de las misiones, hasta para los
Curas de los pueblos, pese a que la Corona reiteradamente insistía
en la necesidad de imponer la lengua castellana en las
reducciones. En el delicado y profundo proceso de educar al
guaraní en el evangelio se usaron todos los instrumentos
disponibles. Se educaba al indígena no solamente a través de
la prédica cotidiana, que podría darse en la escuela a los niños
y jóvenes o en el sermón de la misa a los adultos. La educación
y la cultura reduccional se impartían también por medio de símbolos
y elementos significativos. Las cruces en las cuatro esquinas de
la plaza o la cruz erigida como mojón en el lote del abambaé,
el rosario pendiente del cuello, la imponente fachada del
templo, la capilla instalada a la vera de un camino, las
pinturas, estatuas y esculturas, los pequeños nichos con imágenes
religiosas presentes en las viviendas de los indios, los músicos
y el coro conmoviendo a la multitud, los pétalos de flores aromáticas
maceradas en alcohol y esparcidas por el piso del templo.
Factores todos que “educaban” en una atmósfera muy
particular y cautivante. El guaraní se incorporó en toda su
plenitud a dicho proyecto y lo hizo suyo, al punto de avivarlo
otorgándole un dinamismo propio.
Copistas
y creadores
En sus expresiones culturales, ¿el guaraní de las
reducciones creaba o era un mero copista o imitador de modelos
que se ponían ante sus ojos u oídos? Los testimonios de los
propios Padres jesuitas son muy claros: el indio poseía una
habilidad extrema para realizar reproducciones de objetos que
les eran puestos ante su aguda vista. Pero al mismo tiempo era
incapaz de crear algo nuevo o de modificar por propia iniciativa
el objeto que se le pedía que reprodujera. Era capaz de
reproducir con una gran fidelidad obras pictóricas, una
estatua, una pieza musical, una talla en madera, la trama del
hilado de un lienzo y hasta una obra arquitectónica.
Pero también es cierto que gran parte de esta crítica dirigida
a menoscabar la capacidad del indígena esta teñida de
prejuicios, propios de una mentalidad eurocéntrica y etnocéntrica.
Basta con observar detenidamente y penetrar el mensaje de las
obras de arte elaboradas por indígenas para descubrir, en esas
“copias” de modelos previos, un sello y un estilo particular
que trasunta la punzante capacidad de expresión del guaraní,
en donde los sentimientos son llevados en la imagen a un límite
casi hiriente. La imagen pasa a un segundo plano y sirve únicamente
como portadora del dolor, la alegría, la consternación, el
miedo o el desconsuelo.
Ni copista ni creador. El guaraní gustaba de la expresión y
los instrumentos le eran indiferentes. El sistema reduccional le
ofrecía al indio los medios o instrumentos que requería para
manifestarse y éste los aprovechaba. La escultura en madera del
Cristo coronado de espinas y lleno de llagas, podría ser
calificada como muy europea, pero el dolor y misterio que
expresaba la imagen eran muy íntimas del guaraní. Del mismo
modo el monumental templo de un pueblo jesuítico, que sin duda
alguna era la expresión del barroco ¿Pero acaso no era
genuinamente guaraní la espiritualidad que emanaba de lo
arquitectónico, el encuentro en comunidad en las ceremonias
religiosas o el concepto de Dios que se manifestaba en el lugar?
La fuerza expresiva de la cultura del guaraní reduccional se
refleja también en otras facetas de la realidad. Se trata de
expresiones que podríamos llamar espontáneas y populares,
marginales al proyecto cultural institucional. Es una arte muy rústico
pero de gran contenido expresivo. La impresión de manos en
baldosas cerámicas, los dibujos trazados con incisiones en la
piedra, pequeños animales del monte y pipas moldeados en cerámica
y coloreados, evidencian la existencia de formas de expresión aún
no suficientemente valoradas ni estudiadas dentro de la cultura
reduccional guaraní. Y aquí sí que había creatividad pura.
Era el arte que surgía en el ámbito del hogar, en el momento
de ocio. El otro era el que se expresaba en los talleres del
pueblo, donde las obras se hacían a pedido y bajo dirección.
La
pintura
Por el carácter endeble de las obras pictóricas,
muy pocas han perdurado hasta nuestros días. Las obras que
perduraron y que hoy se exponen en museos o forman parte de
colecciones particulares son una pobre muestra de lo que existía
en las reducciones. Basta con leer el inventario levantado en el
año 1768 para comprender la magnitud de las obras pictóricas
que ostentaban los pueblos en sus templos. Las más mencionadas
son las denominadas “pinturas de humo”, realizadas
directamente sobre las paredes del templo por los mismos indígenas.
No faltaban los cuadros realizados sobre tablas o tela,
especialmente el de los santos patronos del pueblo.
Los colores eran obtenidos excepcionalmente fuera de las
reducciones. La mayoría de los pueblos poseían en los talleres
una oficina en donde se hallaban los “elementos y piedras de
moler colores”. Estos colores eran obtenidos de sustancias
vegetales y diversos tipos de óxidos.
La
escultura y las tallas
Las estatuas de piedra y tallas en madera
policromadas predominaban en los pueblos. Algunos, como Nuestra
Señora de Loreto, San Juan Bautista y San Borja, en algún
momento de su historia las produjeron para otros pueblos e
inclusive para la venta a las ciudades de españoles. Cristos,
santos, vírgenes, altares, retablos, sillas, bancos, columnas y
los más diversos objetos de ornamentación o de uso cotidiano,
eran producidos con una admirable precisión por las manos de
los indígenas, dirigidos por algunos maestros en el arte que
recorrían las reducciones.
Las piedras, específicamente la arenisca rosada, y la madera
fueron utilizadas por la creatividad de los misioneros en todas
sus posibilidades plásticas. Se trata de dos materiales que la
naturaleza de la región ofrece en abundancia. Los árboles que
ofrecían excelentes maderas para todos los usos se hallaban
disponibles en los alrededores de los mismos pueblos, mientras
que las areniscas eran obtenidas de canteras dispuestas también
en las cercanías de las reducciones.
Carpinteros, pedreros, y expertos en el manejo del cincel, del
escoplo y del pincel, generaban en los talleres de las
reducciones magníficas obras de arte que hoy podemos apreciar
en los museos o entre las ruinas de los mismos pueblos jesuíticos.
Prácticamente la totalidad de las obras son de un contenido
estrictamente religioso. Pareciera ser que el mensaje pedagógico
se sobreponía al mensaje estético. Importaban más el mensaje
y la enseñanza a transmitir por la escultura o la talla que la
armonía plástica de la misma. No es extraño entonces que se
justificara por ejemplo lo grotesco o lo desproporcional si ello
contribuía a acentuar el mensaje a transmitir.
La
industria cerámica
La cerámica era el material utilitario más común
en las reducciones. Pisos, platos, ollas, tazas, pipas, también
algunas imágenes, eran de cerámica. Su elaboración era parte
de la cultura guaraní, pero en las reducciones se le agregaron
nuevas técnicas de confección y de cocción, lo que permitió
la obtención de un material cerámico de óptima calidad.
Algunas de las principales innovaciones fueron la utilización
del torno, la incorporación del horno para la cocción y la
utilización del esmaltado y del vidriado.
La primitiva cerámica guaraní no desapareció. Su producción
continuó en el ámbito familiar, de manera que las viejas técnicas,
como el escobillado y el engobe, entre otras, continuaron en
forma paralela a las innovaciones.
Como producción comunitaria, la industria cerámica se orientó
específicamente a la elaboración de tejas y de baldosas.
Oído
innato para la música
El gusto por la música que tenía el guaraní
causaba asombro en los misioneros jesuitas, así como la innata
capacidad para ejecutar piezas musicales.
Los Padres jesuitas incorporaron a las reducciones instrumentos
musicales típicamente europeos y un estilo particular, el
barroco.
En las reducciones no faltaban flautas, fagotes, chirimías,
violines, liras, arpas, vihuelas o guitarras, clarines,
trompetas y hasta algún órgano.
La música que se ejecutaba en los pueblos era básicamente
sacra y buscaba cimentar el proyecto evangelizador.
Algunos instrumentos eran comprados, pero la mayoría eran
fabricados en las propias reducciones. De ese modo a fines del
siglo XVII del Padre Antonio Sepp, logró fabricar en el pueblo
de Itapúa un órgano, fundiendo para los tubos los platos y
fuentes de peltre que existían en la reducción. Este órgano
fue luego de pueblo en pueblo, hallándoselo al momento de la
expulsión de los jesuitas en el templo de la reducción de San
Javier.
La
imprenta guaraní
Contar con obras impresas en las reducciones en
idioma guaraní, constituía una prioridad para los jesuitas. En
varias oportunidades los Padres habían solicitado una imprenta
y un tipógrafo, sin que se llegara a lograr el objetivo.
Finalmente se obtuvo una. Los tipos fueron realizados por los
propios indígenas y la tinta obtenida de la yerba mate. Esta
imprenta imprimió obras en los pueblos de Nuestra Señora de
Loreto y en Santa María la Mayor. Algunas impresiones fueron en
latín y otras en idioma guaraní. Los textos generalmente de
tipo religioso estaban destinado a la catequización del indígena.
Algunas de las obras impresas fueron las que había escrito el
Padre Antonio Ruíz de Montoya en lengua guaraní, también se
imprimió una traducción al guaraní de la obra Diferencia
entre lo temporal y lo eterno, del Padre Eusebio Nieremberg,
también Flos Sanctorum del Padre Rivadeneira. El Padre
Buenaventura Suárez pudo también imprimir sus interesantes y
novedosos estudios astronómicos realizados desde el
observatorio de la reducción de San Cosme y Damián.
Pero no sólo jesuitas imprimieron sus obras. Lo hicieron también
algunos guaraníes. Entre ellos estaban Nicolás Yapuguay y el
indio Melchor, quien escribió una historia del pueblo de Corpus
Christi, mientras que otro indio de Loreto había escrito un
libro con sermones para cada domingo del año.
La circulación de libros, comprados o impresos en las
reducciones, era muy intensa en las misiones y de ellos se valían
tanto los jesuitas como los indígenas para su instrucción.
Cada reducción contaba con un salón biblioteca en el sector de
la residencia o colegio. Los inventarios de las bibliotecas
realizados en el año 1768 muestran la profusa diversidad
bibliográfica que existía. Junto a los libros religiosos,
estaban los de matemáticas, geometría, historia, literatura,
tratados prácticos sobre agricultura y diversos oficios,
geografía, filosofía, artesanías.
Algunos
de los maestros del arte
La historia rescata algunos de los nombres de
aquellos misioneros jesuitas que instruyeron a los indígenas y
formaron escuelas de arte en los pueblos. En el año 1615 se
menciona al Hermano Bernardo Rodríguez como un eximio pintor.
En 1616 aparece el Padre Luis Berger, quien enseñó música y
pintura a los indios de Loreto en el Guayrá, mientras que también
pintaba obras en San Carlos y Concepción. Otro fue el Hermano
Luis de la Cruz, autor de un famoso cuadro que estaba sobre el
altar del templo de Loreto en el año 1647.
A finales del XVII y comienzos del XVIII sobresalió sin duda
alguna como escultor el Hermano José Brasanelli, quien también
era arquitecto, trabajando en todos los pueblos del Paraná y
Uruguay. Allí donde se lo requería iba, para dirigir o diseñar
una construcción, o para instruir a los indígenas en el arte
de la escultura o del tallado. Brasanelli falleció en Santa
Ana, donde residía habitualmente, el 17 de agosto de 1728.
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