La
rebelón guaraní
La
tensión que se vivía en los pueblos misioneros era extrema. Se
respiraba un clima de desconfianza e incertidumbre. Los curas de
los pueblos, que conocían bien la idiosincrasia de los indios,
presagiaban temerosos el levantamiento armado. Los indios por su
parte, desconfiaban hasta de sus propios Padres. A los
comisarios reales no les interesaba otra cosa que concretar lo más
rápido posible el traslado de los pueblos y presionaban con
todos los medios en dicho sentido. La mecha se encendió a
mediados del año 1752 en el pueblo de San Juan Bautista.
Mientras el padre Carlos Tux hacía los preparativos para el éxodo,
los miembros del Cabildo y los caciques se declararon en rebeldía
y tomaron las armas de fuego que se hallaban bajo llave en el
Colegio. De allí la rebelión se extendió a San Miguel, donde
los indios con las armas en las manos hicieron retroceder a las
carretas que ya salían con parte de los bienes del pueblo.
Luego siguieron Santo Angel y los demás pueblos. La situación
quedó fuera de todo control. Mientras algunos pobladores se
trasladaban a la margen occidental del río Uruguay, otros
buscaban refugio en los montes de la comarca y otros permanecían
en sus pueblos dispuestos a resistir con las armas la entrega de
los mismos a los portugueses. Los Padres jesuitas de los siete
pueblos, impotentes al haber perdido todo poder, presentaron en
mayo de 1753 la renuncia a los curatos de sus pueblos al
Gobernador y al Obispo de Buenos Aires, pero éstos no la
aceptaron. La rebelión guaraní no fue un hecho circunscripto
únicamente a los siete pueblos orientales del Uruguay. Se
produjo un movimiento de compromiso espontáneo de los guaraníes
occidentales del Uruguay. De ese modo los rebeldes vieron
engrosar sus filas con indígenas que provenían de las
reducciones de Concepción, San Javier, Santa María la Mayor, Mártires,
Apóstoles, San Carlos. El movimiento de resistencia evolucionó
y surgió un líder, el Capitán José Sepé Tiarayú,
Corregidor y Alférez Real del pueblo de San Miguel. Los
jesuitas evidentemente no estaban de acuerdo con el Tratado de
permuta, pero tampoco promovieron la rebelión de los guaraníes.
De hecho nada pudieron hacer ante el levantamiento, salvo el ser
meros espectadores. Sin embargo tanto españoles como
portugueses no dudaron en adjudicar a los jesuitas la autoría
intelectual de la rebelión, aunque ello nunca quedó
demostrado, ni durante ni después del conflicto.
Avance
de la comisión demarcadora
El 1 de septiembre de 1752 el representante
portugués, Gómez Freire, y el representante español, Marqués
de Valdelirios, al frente de las respectivas comisiones
demarcadoras se encontraron en Castillos Grandes con el fin de
iniciar las tareas en el terreno. El 27 de febrero de 1753 los
demarcadores llegaron a la Capilla del puesto de Santa Tecla,
perteneciente a la estancia de la reducción de San Miguel. Era
la puerta de acceso a los territorios misioneros. En el lugar no
estaba ningún jesuita, aunque se había estipulado previamente
que el P. Tadheo Ennis debía estar allí como recepcionista de
la comisión demarcadora. Sí en cambio estaba presente una
guarnición armada guaraní que prohibió el paso de los
demarcadores y bajo amenazas los hizo retroceder.
Imposibilitados de seguir, los portugueses se retiraron a
Colonia y los españoles a Montevideo, desde donde denunciaron
el hecho, adjudicando la responsabilidad de lo sucedido a los
Padres jesuitas.
En España y Portugal se produjeron cambios políticos que
enturbiaron aún más la situación crítica de las misiones. La
coronación de Don José I, como nuevo Rey de Portugal, llevó
al Ministerio del Interior a Sebastián José de Carvalho e
Mello, futuro Marqués de Pombal, un acérrimo enemigo de la
Compañía de Jesús. En el año 1754 en España fallecía el
Ministro José de Carvajal, quien nunca había aceptado en lo
personal el Tratado de 1750. En su reemplazo era designado
Ricardo Wall, quien tuvo una influencia decisiva en la destitución
del Padre jesuita Rábago como confesor del Rey, designando en
su lugar a un Padre Dominico.
Caibaté,
la resistencia de los misioneros
En los inicios del año 1754 el Comisario real
Valdelirios regresaba a Buenos Aires desde España. Traía una
Real Cédula para el Gobernador Andonaegui.
Curso
del río Uruguay.
Según el tratado de 1750 se constituiría en uno
de los nuevos límites entre los
territorios españoles y portugueses, lo cual
destruía la unidad territorial de las
misiones jesuíticas, pues éstas poseían 7
pueblos y estancias que se
ubicaban al oriente de dicho río. |
En ella se ordenaba
que inmediatamente los siete pueblos misioneros fueran tomados
por la fuerza de las armas y entregados con la misma celeridad a
los portugueses. Españoles y portugueses decidieron emprender
la marcha sobre los pueblos en forma independiente. El
Gobernador Andonaegui reunió una fuerza de 1.500 hombres en
Rincón de las Gallinas en el mes de mayo de l754, poniéndose
en marcha hacia la estancia de Yapeyú, donde llegaron en el mes
de junio. El mal tiempo y las malas condiciones del terreno
hicieron que la tropa perdiera gran parte de la caballada y el
avance se hiciera prácticamente imposible. Una partida que fue
enviada a solicitar auxilio al Cura del pueblo de Yapeyú, fue
atacada en una emboscada por los guaraníes rebeldes. Sólo
algunos salvaron sus vidas y pudieron regresar al grueso de las
tropas de Andonaegui, el cual junto a sus generales, decidió el
10 de agosto abandonar la campaña iniciada. En la retirada
sufrieron continuos ataques de las fuerzas guaraníes, que los
siguieron asediando, dirigidos por un cacique del pueblo de
Yapeyú llamado Paracatú, hasta que abandonaron el territorio
misionero. Sin embargo en uno de los encuentros, Paracatú cayó
prisionero y fue llevado a Buenos Aires. Las fuerzas portuguesas
no tuvieron mejor suerte. Las continuas lluvias, los terrenos
totalmente anegados, el frío intenso y los continuos ataques
fugaces de los guaraníes determinaron la retirada y la suspensión
de la campaña. Los guaraníes habían hallado en el Capitán
José Sepé Tiarayú a un guía y caudillo natural. Él mismo
organizaba y dirigía la mayoría de los ataques que se emprendían
contra españoles y portugueses. La campaña había resultado un
rotundo fracaso. Españoles y portugueses resolvieron en
diciembre de 1755 unificar ambas fuerzas para realizar un ataque
conjunto, que suponían iba a ser mucho más efectivo. El
objetivo era atacar directamente al pueblo de San Miguel, donde
aparentemente estaba el núcleo de la resistencia, luego compañías
separadas caerían sobre los demás pueblos. Para la campaña
militar se había formado un formidable ejército. El Gobernador
Andonaegui había recibido desde España un refuerzo de 150
soldados, el Gobernador de Montevideo, Joaquín Viana, tenía
acantonados 1.670 hombres, y Gómez Freire contaba con un ejército
de 1.200 soldados. Las fuerzas se encontraron en la región de
Santa Tecla y en febrero de 1756 ingresaron en el territorio de
las misiones. Los guaraníes evadían en todo momento un
enfrentamiento directo con las tropas españolas y portuguesas.
Se limitaban a realizar ataques fugaces desarrollando una guerra
de guerrillas, que terminaba desmoralizando y atemorizando a los
lusitanos y españoles. En uno de esos encuentros se enfrentaron
una partida armada guaraní contra un destacamento de observación
comandado por el General Viana y por el Coronel Luis Osorio.
Entre los combatientes guaraníes estaba el Capitán Sepé
Tiarayú, que imprevistamente cae de su caballo y es alcanzado
por la lanza de uno de los soldados. Mientras estaba herido y caído
en el suelo, el General Viana se acerca y con su pistola lo
ejecuta de un tiro. La muerte imprevista del Capitán Sepé
Tiarayú hizo que los guaraníes perdieran la cohesión que habían
tenido hasta aquel momento. La guerra continuó con encuentros
aislados, en donde se enfrentaban con las tropas reales grupos
de indios que no respondían a un mando unificado. Sin embargo
el día 10 de febrero de 1756 los grupos que hasta ese momento
habían actuado sin una conducción unificada, se presentaron en
formación militar frente a los españoles y portugueses, en la
llamada colina de Caibaté. Al frente estaban los principales
caciques, entre los que se destacaba Don Nicolás Ñeenguirú,
cacique Corregidor del pueblo de Concepción. Inmediatamente el
ejército real se organizó en posición de combate, aproximándose
hasta los guaraníes hasta que éstos quedaron al alcance de la
artillería. Frente a las tropas bien pertrechadas con armas de
fuego, quedaban los misioneros armados con arcos y flechas,
sables, lanzas, algunas pocas armas de fuego y cañones
improvisados de tacuaruzú. El Gobernador Andonaegui trató de
arribar a un entendimiento con los guaraníes. Les propuso que
abandonaran la resistencia armada y que dieran lugar al
cumplimiento de lo estipulado en el Tratado de Permuta. Los
caciques que dirigían la tropa respondieron que no tomarían
decisión alguna sin previamente consultar con los Cabildos de
los pueblos y con los Padres. Andonaegui sospechó que los
misioneros pretendían ganar tiempo y como única respuesta les
dio una hora de plazo para que se dispersaran del lugar.
Cumplido el tiempo, a las dos de la tarde las cajas tocaron en
redoble y un disparo de cañón dio el aviso para que las tropas
hispano-portuguesas avanzaran sobre los guaraníes, luego de que
varias descargas de artillería hicieran estragos entre los
misioneros. A las tres y diez minutos de la tarde el combate
finalizaba. O con mayor propiedad, finalizaba la “matanza de
Caibaté”. Tirados en la colina de Caibaté quedaban 1.511
indios misioneros muertos, mientras 154 caían prisioneros y
otros centenares lograban huir. Entre los españoles hubo 3
soldados muertos y 10 heridos, entre los que se encontraba el
mismo Andonaegui. Entre los portugueses hubo 1 muerto y 20
heridos, entre ellos el Capitán Luis Osorio. Entre los despojos
de los guaraníes se hallaron dos banderas con la cruz de borgoña
y otras con imágenes de santos, ocho cañones de tacuaruzú y
un gran número de lanzas, arcos y flechas. Las fuerzas
hispano-portuguesas entraron de ese modo en las misiones
orientales, en dirección al pueblo de San Miguel. El 22 de
marzo en Chumiebí se produce otro ataque de las fuerzas guaraníes,
los que son dispersados por la artillería y luego perseguidos
por la caballería.
Pueblos
en llamas
Mientras españoles y portugueses seguían
avanzando, grupos aislados de guaraníes los asediaban
continuamente desde improvisadas fortificaciones que habían
establecido a la vera de los caminos, pero nada lograban, la
guerra estaba perdida. Decidieron entonces los misioneros una
estrategia de tierra arrasada. A medida que las fuerzas reales
avanzaban no hallaban más que sembradíos destruidos, ganado
muerto y campos en llamas. Cuando llegan a los pueblos de San
Miguel y San Luis, los hallan despoblados y con los principales
edificios vacíos de mobiliario y ardiendo en llamas. El pueblo
de San Lorenzo logró ser salvado de las llamas, al ser rodeado
por las tropas reales, capturada la población, el Cura y el
Compañero. La reducción de Santo Angel se convirtió en
cuartel de las tropas españolas, mientras de San Juan Bautista
lo fue de las tropas portuguesas. Finalizada la resistencia el
Gobernador Andonaegui recibió la rendición de los Cabildos de
los pueblos, y él mismo comenzó con la tarea de evacuar la
población que aún permanecía en los pueblos hacia la margen
occidental del río Uruguay. En España y Portugal crecían las
acusaciones contra la Compañía de Jesús, señalándola como
responsable e instigadora de la resistencia guaraní. El 8 de
junio de 1756, sofocadas las últimas resistencias, el
Gobernador Andonaegui consideró terminada la guerra y que lo único
que restaba era concretar la permuta de los siete pueblos por la
Colonia del Sacramento.
La
anulación del Tratado de Madrid de 1750
Luego de su campaña a las misiones, Andonaegui
abandonaba las costas del Río de la Plata. En su reemplazo venía
Don Pedro de Ceballos, con un ejército de 1.000 hombres. Tal
era el desconocimiento de los sucesos del Plata en España, que
Ceballos, antes de desembarcar en el puerto de Buenos Aires, se
preocupó por saber si todavía la ciudad estaba en manos de los
portugueses. En realidad tanto españoles como portugueses
actuaban de mala fe en la cuestión de la permuta de los siete
pueblos por la Colonia del Sacramento. La oposición de los
guaraníes ya había sido aniquilada y sin embargo la permuta no
se concretaba oficialmente y las excusas interpuestas por ambas
parte la dilataban en el tiempo. Mientras los portugueses de
hecho iban ocupando las misiones, los españoles reclamaban la
entrega de la Colonia, que con diversas excusas no se producía.
En agosto de 1759 en España fallecía el Rey Fernando VI y
ocupaba el trono Carlos III. Convencido de que el Tratado de
Permuta constituía un gran perjuicio para los intereses hispánicos
en América del Sur, consiguió firmar en el año 176l un
convenio con Portugal dejando sin efecto el “tratado de
permuta”. Pese a la anulación de la permuta, los portugueses
continuaban ocupando las misiones, Río Grande y la Colonia del
Sacramento. En Europa se desató una guerra entre España y
Portugal. Don Pedro de Ceballos recibió entonces la orden de
recuperar por la fuerza la Colonia del Sacramento. Luego de
cumplir con su objetivo siguió avanzando hacia Río Grande y
las misiones, derrotando y poniendo en retirada a los
portugueses. En 1763 cuando estaba en plena campaña recibió la
noticia de que la paz de Fontainebleau había sido firmada y que
debía devolver la Colonia a los portugueses. Sin embargo las
misiones orientales con sus siete pueblos volvieron al poder de
España. Para los guaraníes misioneros que habían emigrado
forzados hacia el occidente del río Uruguay comenzaba el
momento de regresar a su querido terruño y de empezar a
reconstruir sus vidas y sus pueblos arrasados por la guerra. Habían
sido las únicas víctimas de la sinrazón de la política de
dos estados europeos. Nunca se pudo probar fehacientemente que
los Curas de los pueblos hubieran participado en los
levantamientos indígenas. Los cargos que se habían levantado
contra algunos de los Padres, luego de 1763 fueron dejados sin
efecto en su totalidad. Pero en las cortes europeas la cuestión
de la Guerra Guaranítica sirvió a los fines de aquellos que
comenzaban a tramar la aniquilación de la Compañía, hecho que
no tardaría en suceder.
El
impacto en las misiones
Las consecuencias del Tratado de Madrid de 1750
fueron nefastas para todos los pueblos misioneros. Si bien el
Tratado afectaba directamente a los siete pueblos orientales,
sus implicancias golpearon fatalmente a todos los demás. Las
estancias ganaderas que se ubicaban en el territorio transferido
a Portugal eran las más ricas y productivas de la Provincia
jesuítica y de ellas dependía en gran medida el abastecimiento
de carne de los pueblos misioneros. También en la zona existían
importantes yerbales silvestres y hortenses, los que jugaban un
papel clave en la economía misionera. No escapaba al
entendimiento de jesuitas y guaraníes que la pérdida de
aquella región originaría un efecto perturbador en el delicado
equilibrio productivo que con esfuerzo se había logrado entre
las reducciones. Los primeros en padecer las trágicas
consecuencias fueron sin duda alguna los guaraníes de las
misiones orientales. Sus pueblos quedaron totalmente arruinados,
las estancias vaciadas del ganado, las sementeras abandonadas e
invadidas por la maleza. Había que emprender una profunda tarea
de reconstrucción en todos los órdenes. Los pueblos
occidentales del Uruguay y los del Paraná tampoco escaparon a
los efectos negativos. Desde el inicio del traslado forzoso de
los guaraníes orientales, debieron ayudarlos con alimentos,
darles hospedaje, colaborar con bienes y mano de obra en la
construcción de rancherías para los emigrados. La población
se vio disminuida cuantitativamente. La guerra, las enfermedades
contagiosas, la hambruna, la huida de un gran número de indios
a los montes, provocaron una declinación en la curva demográfica.
La noticia de la anulación del Tratado de Permuta generó una
satisfactoria sensación de desahogo en los pueblos misioneros.
A partir de entonces vislumbraron nuevamente la posibilidad de
recuperar los territorios que les habían sido absurdamente
arrebatados por el anterior tratado. Las reducciones fueron
reconstruidas y las estancias volvieron a ser ejemplo de
emprendimientos productivos. Inclusive la población comenzó
una etapa de crecimiento sostenido, luego de la abrupta caída
sufrida por el conflicto desatado por la ejecución del Tratado
de Madrid de 1750.
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