Los
sucesores de Andresito en Misiones
La
prisión de Andresito fue un duro golpe que trajo desazón y
desconcierto entre los misioneros, al mismo tiempo que plantearía
el problema de su sucesión. Su reemplazo, más los contínuos
roces entre misioneros y correntinos suscitados a raíz de la
permanencia de las tropas guaraníes en Corrientes un poco
anarquizadas desde la ausencia del jefe guaraní, mueven al
Protector de los Pueblos Libres a convocar a una reunión en
Asunción del Cambay. De esta reunión participarán el
Gobernador de Corrientes, Juan Bautista Méndez y los
principales jefes guaraníes: Pantaleón Sotelo, Francisco
Javier Sití, Blás Uré, Juan Asencio Abiaró, Ignacio Mbaibé
y Manuel Cayré, entre otros.
Bajo la jefatura de Artigas, que se encontraba en Cambay desde
el 28 de agosto de 1819, la reunión buscará conciliar los
intereses de ambas partes. La prolongada presencia del caudillo
oriental (hasta fines de septiembre), en la entonces capital
misionera, da la pauta de la importancia que revestía resolver
no sólo los problemas internos de los misioneros, sino también
los de éstos con las provincias limítrofes.
En
Cambay se determinaron, como puntos importantes:
1º) El retiro de las fuerzas a los destinos
respectivos de su dependencia. (Los guaraníes a Misiones, los
correntinos a Corrientes).
2º) El reconocimiento como Comandante General Interino de la
Provincia de Misiones a don Pantaleón Sotelo. (A partir del 22
de septiembre).
3º) Hacer conocer a los respectivos jefes los límites de sus
jurisdicciones.
4º) Un nuevo régimen institucional para la zona entre el
Mocoretá y el Yeruá. Un alcalde indio dependiente de Misiones
y un Comandante Militar dependiente de Entre Ríos.
5º) Disolución de la Compañía de Niños y su devolución a
los padres.
Consecuencia inmediata de lo acordado en Cambay fue la
normalización de las instituciones políticas y militares,
incluso las religiosas, cuando el 4 de noviembre se instituía
“Comisionado Extraordinario” al cura de Yapeyú, R.P.
Domingo Morales, autorizándolo al nombramiento de teniente cura
en la jurisdicción de Misiones.
El sucesor de Andresito como comandante general de Misiones,
Pantaleón Sotelo, era natural de Santo Tomé, ignorándose
hasta el presente su originario nombre guaraní. Formaba parte
del Cuerpo de Blandengues de Montevideo donde, en febrero de
1811, se desempeñaba como cabo a cargo de la 6ª Compañía. En
diciembre de 1813, durante el 2° sitio de Montevideo, como
sargento y comandando la 3ª Compañía, José Artigas le
concede licencia castrense para contraer enlace con María
Victoria Mbaré, natural de Yapeyú. Siguió a su jefe cuando éste,
a principios de 1814, abandonó el sitio. En 1816, como alférez,
es enviado para reunir y adiestrar a la gente del departamento
de Yapeyú y participar de la invasión a las misiones
orientales.
A la fecha de su nombramiento, Pantaleón Sotelo, que se había
desempeñado como segundo de Andresito, ostentaba el cargo de
teniente coronel del Regimiento de Blandengues número dos y
segundo jefe del Ejército Guaraní Occidental. Ahora, como
Comandante General de Misiones, su principal tarea será reunir
y concentrar en Cambay las fuerzas guaraníes, para secundar a
Artigas en su nueva campaña a la banda oriental, destinada a
desalojar a los portugueses de la misma.
El 24 de noviembre el Protector de los Pueblos Libres, con sus
distintas divisiones se pondrá en marcha; entre ellas irán las
misioneras, que con más de 1.600 hombres habían concurrido a
la convocatoria al mando de su Comandante General don Pantaleón
Sotelo.
Tras unos significativos triunfos en tierra oriental, sobrevendrá
en enero de 1820, la derrota de la Quebrada de Belarmino, donde
perderán su vida prestigiosos oficiales misioneros y,
posteriormente, la fecha más trágica para todos, la del 22, en
que las fuerzas artiguistas comandadas por Andrés Latorre,
quien tenía por segundos a Pantaleón Sotelo y a Manuel Cayré
al mando de las divisiones misioneras que constituían el grueso
de la fuerza, son sorprendidas y derrotadas en Tacuarembó.
Sotelo, que trató inútilmente de reorganizar sus tropas guaraníes,
fue mortalmente herido mientras las arengaba. Latorre,
responsable de la triste jornada, tuvo oportunidad de escapar y
reunirse posteriormente con Artigas.
El desastre de Tacuarembó, más la posterior defección de las
filas artiguistas de Fructuoso Rivera, marca en cierta medida el
principio del fin de la vida pública del Protector de los
Pueblos Libres ya que, mientras éste se ve obligado a abandonar
la banda oriental derrotado, su lugarteniente Francisco Ramírez
triunfaba en Cepeda el 1º de febrero y suscribía el Tratado
del Pilar en el cual, al eludir la prosecución de la lucha
contra los portugueses e ignorar prácticamente a Misiones,
Corrientes y la Banda Oriental, será causa del posterior
rompimiento entre Artigas y Ramírez.
Para los misioneros, Tacuarembó significó un verdadero
genocidio, no sólo de sus principales elementos combativos,
oficiales y milicianos, sino también de la “chusma” que
siempre acompañaba a las tropas guaraníes, a más de la muerte
de Pantaleón Sotelo, que los dejaba nuevamente sin Comandante
General.
Siti,
el último Comandante General guaraní
Con la muerte de Pantaleón Sotelo, Misiones había
quedado nuevamente sin Comandante General. Dadas las
circunstancias, urgía el nombramiento de un sucesor. Entre los
experimentados y destacados oficiales que todavía quedaban, se
encontraba el también santotomeño Francisco Javier Sití
quien, entre otros méritos, a fines de 1816 y como sargento
mayor, había comandado las tropas que Andrés Artigas destinara
para la campaña de Santa Fe.
El 5 de marzo, en el campamento general del Miriñay, próximo a
la entonces capital misionera de Nuestra Señora de la Asunción
del Cambay, “por el voto común de las tropas de la
Provincia”, éstas aclamarán a Sití como su nuevo Comandante
General, nombramiento que a su vez será confirmado por el
Cabildo y tendrá la anuencia de Artigas, que había sido
llamado para la elección.
Nuestra
Señora de la Asunción del Cambay, la nueva capital
misionera, 1817-1820. |
Se adoptó el mismo
procedimiento que se había seguido con el nombramiento de
Sotelo; es decir, no sólo respetando las antiguas costumbres y
formas institucionales misioneras, sino también cumpliendo con
la concepción artiguista de ejército-pueblo, en la que el
mando emergía de abajo hacia arriba y no de la clásica posición
autoritaria verticalista.
Deteriorándose día a día las relaciones entre los caudillos
Ramírez y Artigas, este último convocó a un congreso en su
campamento de la Costa de Ávalos a los jefes militares y
representantes políticos de la Banda Oriental, Corrientes y
Misiones, “para resolver lo más conveniente para sostener la
libertad e independencia de estas provincias, contra los
enemigos exteriores, en orden a los intereses de la federación”,
según reza el encabezamiento del acta suscripta el 24 de abril.
Por Corrientes concurre su gobernador Juan Bautista Méndez y el
Alcalde de 2° Voto Domingo Rodríguez Méndez; por Misiones su
Comandante General Francisco Javier Sití y en representación
del Cabildo Miguel Ariyú, y por la Banda Oriental el Comandante
Gorgorio Aguiar y el propio Jefe de los Orientales, José
Artigas.
De acuerdo al acta celebrada se resolvió: el compromiso de
sostener una guerra ofensiva y defensiva por la libertad e
independencia de dichas provincias (art. 1°). El jefe de los
orientales era reconocido como Protector de su libertad, y
quedaba autorizado para decidir de la guerra y de la paz (art. 2°);
las tres provincias se comprometían al cumplimiento de sus
providencias como Director de la guerra y de la paz (art.3°);
que el Director y Protector se comprometía por su parte a no
celebrar convenios ni tratados algunos, sin que se asegurase y
dejase a salvo la libertad e independencia de las provincias (art.4°);
que las provincias no podían ser perjudicadas ni en la libre
elección de sus gobiernos, ni en la administración económica,
según los principios de la federación (art.5°); que se
admitiría bajo estos principios a cualquier otra provincia,
hasta la realización de un Congreso General de Provincias (art.
6°).
Este acuerdo constituye un testimonio más de que,
institucionalmente, Misiones seguía siendo considerada
Provincia, lo que posteriormente será negado u olvidado por
nuestra historiografía clásica.
El
acuerdo de Mocoretá
De un intercambio epistolar recriminatorio se pasa, a
principios de junio, a dirimir la controversia por medio de las
armas. La lucha que se entabla entre ambos caudillos será breve
pero cruenta. Si bien las acciones al principio favorecerán a
Artigas, posteriormente Ramírez, que contaba con la ayuda de
Buenos Aires, resultará el vencedor.
En medio de estas confrontaciones, Sití y los misioneros se
adherirán a Ramírez el 25 de julio, firmando posteriormente un
acuerdo en Mocoretá, mediante el cual: 1º) Sití y los
misioneros, con el territorio de su pertenencia, quedaban
subordinados a Ramírez, separados de Artigas y obligados a
ayudar a combatir a este último. 2º) Ramírez quedaba
encargado de la dirección de ambas provincias, suministrando
ayuda y protección a los naturales misioneros quienes, en
virtud de la asegurada paz y neutralidad con los portugueses,
podrían volver a reconstruir sus abandonados pueblos. 3º),
durante 10 años los misioneros no estarían obligados a tomar
las armas, salvo en caso de necesidad ante algún enemigo
exterior.
Este acuerdo lamentablemente destinado al fracaso por el
posterior rompimiento entre Ramírez y Sití justificaría en
cierto modo, aunque no del todo, la defección del bando
artiguista del jefe guaraní. En todo caso es más justificable
que la de otros lugartenientes de Artigas.
Mas no todos los misioneros se subordinarán a Ramírez: muchos
seguirán permaneciendo leales al Protector de los Pueblos
Libres: Perú Cutí, Pablo Aramimbí, Matías Abucú, entre
otros, y especialmente la masa ignorada del pueblo. Para Sití,
problema constante será el de las deserciones y la
desobediencia.
La
última campaña de Artigas
A fines de julio Artigas –con apenas doce
hombres–, logra escapar en su campamento de la Costa de Ávalos,
donde es sorprendido y derrotado por fuerzas de Ramírez. Casi
simultáneamente, la escuadrilla porteña al mando de
Monteverde, derrota a la artiguista comandada por Pedro Campbell,
en el río Corrientes. El caudillo oriental se dirigirá a
Yaguareté-Corá y, no obstante los reveses sufridos, sobre la
base de su extraordinario prestigio, poco a poco irá
recomponiendo parte de sus diezmadas tropas. Reunidas sus
fuerzas con las del gobernador correntino Méndez, en San Roque,
el 6 de agosto, marcharán sobre Curuzú Cuatiá, población de
la que se posesionan el día 11. Desde allí, Artigas tratará
de tomar la capital misionera Asunción del Cambay, que para él
revestía doble valor estratégico: no sólo el parque, artillería
y armamento, sino también su población, en la cual seguía
teniendo gran predicamento.
Iniciado, con 400 hombres, el sitio a Cambay, la plaza es
vigorosamente defendida por el lugarteniente de Sití, el
comandante Dionicio Alarcón quien, bien atrincherado, la pudo
sostener por unos días, permitiendo que las fuerzas combinadas
de Sití y del lugarteniente de Ramírez Gregorio Piris llegaran
el 15 de agosto, sorprendiendo por la retaguardia a Artigas,
obligándolo a retirarse. Derrotado y dispersas sus tropas una
vez más, al caudillo oriental le quedaba poco por elegir.
Imposibilitado de volver a Corrientes, a Entre Ríos y a la
Banda Oriental, optará por el único camino que le quedaba, el
de los abandonados y destruidos pueblos misioneros. Hacia allí
se dirigió, con un reducido número de leales seguidores,
estableciendo su último campamento en las faldas del Cerro
Santa Ana.
Entre los que lo acompañaban se encontraba el apostoleño Matías
Abucú, quien junto a sus dragones formó parte de los únicos
que ofrecieron heroica resistencia cuando fueron sorprendidos en
Asunción del Cambay. Los otros comandantes guaraníes Pablo
Aramimbí y Pedro Cutí, luego de la derrota y dispersión,
optaron por dirigirse a la costa del Uruguay para,
posteriormente, cruzarlo.
Desde Santa Ana. José Artigas se dirigirá al Dictador Francia,
quien autorizará su internación en territorio paraguayo, la
que se verificará por el paso de Candelaria el 5 de septiembre
de 1820. Si bien, recelosos, no todos cruzan el Paraná, se
calcula en unos 200 los que sí lo hacen –entre ellos, Matías
Abucú–. Una vez desarmados, mientras los soldados eran
distribuidos en los pueblos, los oficiales fueron remitidos
prisioneros a Asunción donde, salvo el caso de Artigas, se
desconoce su destino final.
Misiones
y Ramírez
Ya sin ninguna oposición interna, a fines de
septiembre de 1820 Francisco Ramírez tenía todo el territorio
mesopotámico unido bajo su única dirección y mando. A los
misioneros los tenía subordinados desde el 28 de julio mediante
el Acuerdo de Mocoretá, y a los correntinos los había obligado
a aceptar pacíficamente, a partir del 25 de septiembre, la
disolución de su Cabildo Gobernador; y a todos, entrerrianos,
correntinos y misioneros les había decretado el Bando y los
Reglamentos con que quedaba institucionalizada la llamada República
Entrerriana, de la que él era el Supremo.
Mientras Ramírez afianzaba su autoridad, Sití tendrá cada vez
más dificultades para ejercer la suya. Su gente constantemente
emigraba. La anarquía cundía por todas partes. Aflorarán
recelos entre yapeyuanos y cruceños y los naturales
concentrados en Yatebú (Loreto) y San Miguel, mayoritariamente
paranaenses, sucumbirán a la influencia política y económica
de Ramírez. A Sití solamente le quedaban su ejército y la
población –si bien la más importante–, heterogénea de
Asunción del Cambay, y la ilusión de repoblar los antiguos y
abandonados pueblos.
Dispuesto el Supremo Entrerriano a la formación de un nuevo ejército,
no solamente solicitará hombres al Comandante General de
Misiones, sino que echará sus miras sobre los yerbales
misioneros. Tanto Ramírez como Sití, eran conscientes de las
posibilidades económicas que se les abría con el control y
beneficio de esa fuente de recursos, que en el caso de los
guaraníes era el único que les quedaba. A fines de octubre, al
mismo tiempo que el entrerriano anunciaba “poner en Candelaria
mi Cuartel General para fomentar los nuevos pueblos, y proteger
los beneficios de la yerba”, el misionero tenía resuelto
marchar con su tropa “al punto de San José, con el objeto de
poblar aquel pueblo y hacer fabricar yerba.”
Sití entendía que, derrotado Artigas y no habiendo enemigo a
la vista, no correspondía –según lo acordado–,
desprenderse de su tropa. Además, informado de la situación en
que se encontraban los pueblos del Alto Paraná, la intromisión
constante de comerciantes yerbateros, así como las
disposiciones que tomaba Ramírez con respecto a los naturales y
al territorio de su mando, se vio obligado a poner en ejecución
inmediata su proyecto de repoblamiento de los abandonados
pueblos misioneros, uno de los puntos acordados en Mocoretá.
Lo que Sití buscaba era lograr que Ramírez no colocase fuerzas
de su mando en territorio misionero, ya que le era evidente que
si ello ocurría iba a perder la autonomía que había gozado su
provincia en tiempos de Artigas.
El día 13 de noviembre, Sití se ponía en marcha con su ejército
y gran parte del vecindario, quedando en Cambay su comandante
corregidor Miguel Javier Ariyú y parte de la población,
principalmente yapeyuana. El 14 estaba en San Jorge; desde allí
se dirigirá al cura de San Miguel, fray Isidro Sosa, exponiendo
sus planes y solicitando su colaboración, teniendo en cuenta
que el -padre Domingo Morales no quiso abandonar a sus
feligreses yapeyuanos. El 17 estará en Yapeyú, desde donde se
dirigirá nuevamente a Ramírez, tratando de hacerle ver la suma
necesidad en que se encontraban los nativos, que eran “dueños
legítimos de su terreno y frutos”, y que estas necesidades
las podían remediar “por la yerba”. Al mismo tiempo,
previendo una reacción del Supremo Entrerriano –aunque lo único
que hacía era reclamar lo que se le había prometido–, mantenía
lo mismo que éste, correspondencia con el brigadier Chagas, que
en San Borja seguía atentamente los acontecimientos.
Ramírez, alarmado por los informes que le llegaban y no
obstante las explicaciones de Sití, decide darle un punto final
a esta situación que él consideraba de rebeldía y que
obstaculizaba sus planes futuros, por lo que resuelve el envío
de fuerzas que ocupando el territorio misionero, que respondía
a Sití, le permitiera subordinar totalmente a éste,
disponiendo de sus hombres y de los codiciados yerbales.
En forma combinada, y en un movimiento de pinzas, despachará
por el norte una división al mando del Comandante Gregorio
Piris, a fin de detener la marcha del jefe guaraní y, por el
sur, enviará otra al mando del Comandante Juan González
Alderete, a efectos de ocupar Asunción del Cambay.
Ante el avance de González Alderete, el comandante Ariyú juzgó
prudente abandonar con su gente Cambay, población que
–desierta–, es ocupada el día 9 de diciembre por el
lugarteniente de Ramírez que sale en persecución de los
misioneros y los alcanza en el Paso de Higos. Éstos
heroicamente lo rechazan el día 10, haciéndole sufrir una
humillante derrota que lo obliga a regresar a Curuzú Cuatiá a
solicitar refuerzos. Ello dará tiempo a que la mayoría de los
naturales, acompañados de su cura vicario fray Domingo Morales,
puedan cruzar el Uruguay y buscar refugio en territorio portugués.
Gregorio Piris tendrá más suerte que González Alderete.
Llegará a Santo Tomé el 13 de diciembre, alcanzando a la
fuerza de Sití en el Paso de San Borja, hoy del Hormiguero,
derrotándolo y obligándolo, –con la ayuda de los
portugueses– a trasponer el Uruguay. En la acción muere el
valiente artillero Blás Uré, que protegía el paso.
Se calcula en unos 7.000 los naturales que se vieron obligados a
emigrar, mayoritariamente entre los portugueses, desde que se
entablaron las luchas entre Artigas y Ramírez primeramente, y
luego entre este último y Sití, reduciendo la población
misionera a un décimo de lo que era en la época de los
jesuitas. En cierto sentido el éxodo y dispersión de 1820, por
su magnitud y consecuencias, es comparable al de 1817.
San Miguel fue fijada como lugar de residencia de Sití. Allí
lo encontrará, en marzo de 1821, el francés Augusto de Saint
Hilaire. Años más tarde, en 1828, en oportunidad de la
recuperación de los siete pueblos orientales por Fructuoso
Rivera, lo veremos ponerse a su disposición con un contingente
fuertemente armado. En 1829, y como teniente coronel, lo
tendremos formando parte del Estado Mayor del Ejército del
Norte, en Bella Unión.
Si bien es cierto que puede ser merecedor de objeciones y críticas
por algunas de sus resoluciones o posturas, también es verdad
que demostró valor y capacidad y debe serle reconocida, entre
otras cosas, su defensa de la autonomía provincial y del último
recurso que les quedaba a los naturales misioneros: la yerba.
Evidentemente fue un personaje de singulares características.
Alejado Sití del escenario mesopotámico, desde el punto de
vista institucional ya no habrá más Comandante General, ni
tampoco Provincia de Misiones. Lo que quedaba formaba parte de
la llamada República Entrerriana. Ramírez nombrará como
Comandante de Asunción del Cambay al capitán Nicolás Cabral y
de San Miguel a Félix Aguirre, ambos criollos. Sólo seguirán
siendo guaraníes los comandantes de San Roquito, Yatebú
(Loreto) y el encargado de los cinco destruidos pueblos del Alto
Paraná, Nicolás Aripí. A éste le corresponderá recibir y
proteger al sabio francés Amado Bonpland cuando, a mediados de
julio, llegue a Misiones.
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