Se
quiebra la unidad
Las
Ordenanzas del gobernador de Buenos Aires, don Francisco de
Bucarelli dispuestas a partir del extrañamiento de los
jesuitas, en 1768, reestructuraron en todos los órdenes la
antigua organización de los sacerdotes de la Compañía. Desde
lo económico, como se ha visto, donde se quebró el aislamiento
misionero, abriendo el comercio al exterior de los pueblos,
hasta lo político-administrativo, con la creación de
divisiones departamentales para el conjunto reduccional.
En la nueva organización de gobierno, siempre se tuvo en cuenta
la precaución ante la presencia portuguesa cercana a los
pueblos orientales. Así, la primera subdivisión de Bucarelli
consistió en la designación de dos gobernadores interinos:
Francisco Bruno de Zabala y Juan Francisco de la Riva Herrera.
Al primero le asignó los diez pueblos del Uruguay, con expresa
orden de la custodia de la frontera portuguesa. Al segundo le
correspondieron los veinte pueblos restantes. Una serie de
dificultades con Herrera, obligaron a Bucarelli a reconsiderar
aquella ordenanza, nombrando un gobernador general interino de
todos los pueblos, Bruno de Zabala, y tres departamentos a cargo
de tenientes de dragones del Regimiento de Buenos Aires. Estos
lo representarían en San Miguel, con jurisdicción sobre los
seis pueblos orientales –excepto San Borja– cinco del
Paraguay, con asiento en Santiago y cuatro con dependencia de
Yapeyú.
Al primero le recomendaba expresamente el cuidado de la frontera
con los lusitanos. No poseía autonomía la provincia de
Misiones, sino que quedaba como un distrito sujeto a la
gobernación de Buenos Aires. El sucesor de Bucarelli, Juan José
de Vértiz –futuro virrey del Río de la Plata– mantuvo
aquella estructura administrativa, pero brindó independencia a
los departamentos, creando el cargo de Teniente de Gobernador en
las jurisdicciones ya establecidas. A los departamentos ya
fundados, se sumaron el de Candelaria, con jurisdicción sobre
ocho pueblos y Concepción, con siete. Esta situación se
mantuvo hasta 1784, cuando se ordenó la creación de las
Intendencias del Paraguay y Buenos Aires. Los departamentos de
Yapeyú, San Miguel y Concepción respondían a partir de
entonces a la autoridad del Intendente de Buenos Aires. Santiago
y Candelaria quedaban subordinados al de Paraguay. Esta
Ordenanza se constituyó en la primera fragmentación de la
unidad de los pueblos y agravó aun más el caos reinante entre
ellos. El entrecruzamiento de órdenes y la ausencia de control
de las autoridades políticas de los pueblos trajo como
consecuencia la inacción de las autoridades, el deterioro de
las localidades a su cargo y la desatención de las fronteras
con los portugueses.
La
expansión portuguesa hacia el río Uruguay
El abandono de las estancias jesuíticas, que se
internaban hasta el centro de la Banda Oriental por el sur y las
cercanías del Atlántico por el este, hizo que estos campos se
constituyeran en “tierras de nadie” y el ganado cimarrón
fuera explotado ilegalmente por audaces hacendados blancos. La
caza de hacienda en esas praderas posibilitó la formación de
un personaje característico: el gauderio, gaúcho o gaucho, según
la variada denominación de la época. Producto de una cultura típicamente
rural, jinete excepcional, mezcla de español, portugués,
negro, mulato, mestizo, charrúa y guaraní, el gaucho fue amo y
señor de la región de las antiguas vaquerías jesuíticas. El
lento avance de hacendados provenientes de Buenos Aires,
Montevideo, Santa Fe, Corrientes y Rio Pardo, les fue disputando
la soberanía de las praderas. Se extinguían las vaquerías
dando lugar a la formación de unidades de producción
organizadas y muy fructíferas, en épocas en que el cuero y el
charque empezaban a ser muy requeridos, sobre todo en las zonas
mineras del Planalto brasileño, cercano a las Misiones.
Changadores,
gauderios, labradores
En el elemento poblador de las campañas platinas se
distinguen varios tipos. El pionero es el changador, jinete
contratado por temporadas para realizar arreos, vaquear, faenar
cueros, conducir cargas en carretas. Aparece a principios del
siglo XVII, pero en la época virreinal no se restituye a las
ciudades, sino que anda errante por los campos, en busca de
conchabos. A veces se los enrolaba en las milicias, en épocas
de guerra. Don Juan de San Martín alistó a varios de los que
trabajaban al servicio de Yapeyú, en febrero de 1776, quienes
fueron enviados a San Borja para custodiar la frontera ante
eventuales avances portugueses. Eran excelentes baqueanos,
conocedores de todas las rutas de llanuras y serranías.
El gauderio, en tanto, se distinguía por su propensión a la
delincuencia. Desertores de la justicia, en su mayoría, convivían
con los indios infieles, los portugueses o los guaraníes
emigrados de las misiones. No se conchababan como los
changadores pero según su conveniencia se encuadrillaban en
algunas acciones bélicas, acompañando por ejemplo a Borges do
Canto, en 1801, en la conquista de los Siete Pueblos.
Changadores, gauderios, minuanes y charrúas señoreaban en el
interior de las praderas orientales, en las antiguas vaquerías
jesuíticas. Los labradores, eran modestos productores libres,
que se instalaban en tierras baldías, preocupándose por
explotarlas. Sentarían las bases para un poblamiento estable de
esas praderas.
Todos ellos, junto con los hacendados que obtenían derechos
sobre las tierras que ocuparían, fueron los pioneros habitantes
de la región abandonada después de la expulsión de los
jesuitas. Los guaraní-misioneros que emigraron de sus pueblos a
partir de su decadencia, se mezclaron con este elemento
poblador, formando un tipo de hombre rural, propio de la región
y que dio características culturales comunes a pueblos que
luego se independizaron pero que siguieron conservando muchas de
las costumbres adquiridas en esa etapa inicial del poblamiento.
En las Vaquerías del Pinar y de la Sierra, más cercano a la
zona de las Minas Gerais también se había gestado un tipo de
hombre rural con costumbres muy semejantes a las de los gauchos
de la Banda Oriental. Entre ambos comenzó un contacto bastante
activo motivado por el contrabando fomentado desde la Colonia
del Sacramento.
La Guerra Guaranítica de 1750 permitió a los lusitanos conocer
los mejores caminos que unían el Rio Grande con las Misiones
Orientales. Las poco claras fronteras con las Misiones eran
permanentemente franqueadas por aquellos baqueanos, ante la
indiferencia de las autoridades españolas en aquellos pueblos.
Una alianza no formal de los lusitanos con minuanes y charrúas
en la época de la Guerra de los Siete Años entre España y
Portugal, permitió el hostigamiento constante de éstos sobre
los pueblos misioneros orientales asentados en la frontera
hispano-portuguesa. La acción del gobernador don Pedro de
Cevallos puso freno a estas incursiones.
Firmado el Tratado de San Ildefonso en 1777, se fijó una nueva
frontera entre España y Portugal en la región. Pero la misma
siguió siendo indefinida, sobre todo en el departamento de San
Miguel, en los pueblos misioneros. Muchos aventureros recorrían
el área de las misiones orientales arreando ganado en las
estancias comunitarias para las charqueadas riograndenses.
Convencidos los lusitanos de su política expansionista hacia la
cuenca del Plata, aprovecharon el desenlace de la efímera
Guerra de las Naranjas en la península ibérica para alentar la
invasión con fuerzas irregulares a las Misiones Orientales. Fue
el último paso de la estrategia de conquista que venían
desarrollando desde medio siglo atrás. Aprovecharon para este
plan el estado de desgobierno y pobreza imperante en los pueblos
orientales.
La toma
de San Miguel. Aprovechando las circunstancias bélicas
entre
España y Portugal en el Viejo Mundo, los
lusitanos se apoderaron de
la región de los Siete Pueblos mediante un audaz
golpe de mano de
aventureros mercenarios a la orden de la corona
portuguesa. |
La
conquista de los Siete Pueblos
La conquista de las misiones orientales no fue
consecuencia de un plan militar formalmente organizado desde el
gobierno de Rio Pardo. Fue obra de un grupo de aventureros,
antiguos desertores del Regimiento de Dragones que, aprovechando
una amnistía decretada, se dispusieron a trabajar para la
Corona como punta de lanza de la expansión portuguesa hacia el
Uruguay. Tenían la promesa de ser poseedores de buena parte de
las tierras conseguidas para el Imperio.
La empresa fue dirigida por José Borges do Canto, gran
conocedor de los Siete Pueblos por sus varias correrías
realizadas previamente. Fue acompañado por otro aventurero,
Manuel dos Santos Pedroso, baqueano amigo de varios caciques
guaraníes de las misiones que inclusive hablaba su idioma.
Lideraron éstos un grupo de 40 combatientes a los que se
adhirieron 300 guaraníes escapados de los pueblos, descontentos
con las autoridades impuestas. El 8 de agosto de 1801 sitiaron
San Miguel y en unos pocos días conquistaron el resto del
territorio, casi sin oposición de los mandos militares de los
pueblos misioneros. Aparentemente la conquista fue precedida de
entendimientos con los caciques de los poblados, muy venidos a
menos en el nuevo orden establecido en las Misiones por las
autoridades virreinales. En San Borja, por ejemplo, fueron los
mismos caciques quienes aprisionaron a los administradores españoles,
antes de la llegada de los conquistadores al pueblo.
Ocupado el territorio, ni las autoridades peninsulares, ni las
virreinales forzaron su recuperación. La conquista fue
legalizada en 1802 con la firma del Tratado de Badajoz. El
Imperio portugués creó el distrito de Misiones, que pasó a
formar parte de la Capitanía de São Pedro Sur, con sede en Rio
Grande. Con esta iniciativa, Brasil extendió sus fronteras
hasta el Uruguay y por el sur hasta el Ibicuy. Desde allí
incursionaban permanentemente sobre el norte de la Banda
Oriental e incluso la otra banda del Uruguay. En 1808, para
consolidar la ocupación, nació la Comandancia de Misiones,
cuyo primer titular fue el teniente coronel Tomás da Costa
Correia e Silva. Un año después se iniciaría la larga y
controvertida administración del mariscal Francisco das Chagas
Santos.
El estado de los pueblos al momento de la conquista era caótico.
Campeaba el latrocinio, las labores comunitarias estaban
abandonadas hacía ya mucho tiempo, los indios entregados a sí
mismos caían en el relajamiento y los vicios. Las deserciones
eran permanentes.
Ante esa situación, los primeros delegados distritales
autorizaron las vaquerías en las fronteras aún no demarcadas.
En una de estas incursiones, a orillas del Arapey, en la Banda
Oriental, fue aprehendido y muerto Borges do Canto.
Estas razzias posibilitaron, por otra parte la incursión
luso-brasileña en las fronteras aún no demarcadas. La Corona
portuguesa, alentaba el poblamiento de esta región concediendo
tierras y promesas de amparo y protección.
El
poblamiento portugués de la Banda Oriental
La ocupación portuguesa de los Siete Pueblos,
concretó una vieja aspiración de la Corona: el afianzamiento
de la frontera meridional sobre el río Uruguay. Apenas
conquistados los reductos guaraníes, la Capitanía de Rio
Grande comenzó a otorgar tierras en sesmarías, con el fin de
afianzar la ocupación. Por ello, los primeros beneficiados con
extensos y fértiles campos fueron José Borges do Canto, y
quienes lo acompañaron en el golpe de mano de 1801.
Cuadro
Demográfico Demostrativo
de la Decadencia de los Pueblos
|
Año
|
1768
|
1772
|
1783
|
1793
|
1801
|
1807
|
1809
|
Santiago
|
13282
|
11508
|
5011
|
7115
|
5306
|
s/d
|
s/d
|
Candelaria
|
27768
|
28205
|
14011
|
10944
|
11085
|
10904
|
s/d
|
Concepción
|
4173
|
14137
|
9157
|
7987
|
6545
|
s/d
|
5358
|
Yapeyú
|
15972
|
11172
|
13236
|
12678
|
12434
|
s/d
|
s/d
|
San
Miguel
|
17633
|
15859
|
14677
|
13267
|
10267
|
s/d
|
s/d
|
Totales
|
88828
|
80881
|
56092
|
51991
|
45639
|
|
|
Nota:
Se agregan los datos exactos de Candelaria (1807) y
Concepción (1809), prescindiendo de cifras
estimativas.
|
Este proceso de
ocupación suroccidental de Rio Grande fue la etapa final del
proyecto poblacional del Imperio portugués en sus confines
meridionales. La estrategia se había iniciado en 1737 con la
fundación de Rio Grande y Laguna o Porto dos Casais (Porto
Alegre). Un puñado de familias, ligadas al Regimiento de
Dragones se distribuían las principales propiedades en la
frontera con la Banda Oriental. En la segunda mitad del siglo
XVIII se ocuparon las cuchillas divisorias de aguas (Cochilha
Grande) y la Depresión Central, hasta el río Jacuhy, de
acuerdo a lo resuelto en el tratado de San Ildefonso. La
conquista de Misiones permitió completar el poblamiento hacia
el oeste y, desde allí los frentes pobladores continuaron hacia
el sur, hasta las márgenes del Quareim.
Apenas conquistadas las Misiones Orientales, se inició la
distribución de las tierras. Las primeras estancias se
constituyeron prácticamente sobre las ya existentes que
pertenecían a la comunidad guaranítica. La fértil pradera
limitada por los ríos Uruguay, Camaquá, Piratiny y Botuí, con
sus tributarios fue repartida en el primer decenio del siglo
XIX.
Al crearse la comandancia de Misiones, se fijó arbitrariamente
como límite sur el río Ibicuy. Ocupado su espacio, entre 1810
y 1820, el mismo Comandante, al atribuírsele derechos de
otorgamiento de tierras, concedió varias parcelas que llegaban
hasta el río Quareim.
Consolidaba así Portugal las fronteras actuales del Brasil,
ante la inacción de las autoridades rioplatenses más
preocupadas por los problemás derivados de la revolución de
Mayo que por el avance portugués.
Los “sesmerios” (ocupantes de las sesmarías) con el tiempo
se constituyeron en los grandes señores de las regiones
fronterizas. En el primer cuarto del siglo, cuando recién
empiezan a formarse los núcleos urbanos sobre el Uruguay, la
estancia era una especie de “célula social” de la región.
Los grandes propietarios se convirtieron en verdaderos señores
feudales, en cuyo derredor giraban hombres, producción y la
pequeña economía. Dante de Laytano, estudioso de la influencia
social de las estancias riograndenses, consideraba a éstas como
“feudos libres y populares, con los estancieros en el papel de
orientadores de la política y la economía local...”. Este
autor brasileño encuentra en estos estancieros el origen de la
famosa rebelión republicana conocida como la “Revolución
Farroupilha”, iniciada apenas una década después del
afianzamiento riograndense sobre la frontera del Uruguay.
Los pueblos guaraníticos continuaron en franca disolución. El
antiguo departamento de San Miguel se transformó en la
Comandancia Militar de Misiones. Su función fronteriza, alejada
unos 600 kilómetros de la capital de la Capitanía, no permitía
otro tipo de gobierno que una administración de tipo militar.
Las comunidades de guaraníes fueron atendidas por un
administrador, un ayudante y un cura y se siguió respetando el
sistema de comunidad. Pero tanto el orden como el cuidado del
patrimonio de los pueblos dependió mucho de la honradez e
idoneidad de estos funcionarios. Evidentemente los
administradores delegados distaban de poseer estas virtudes.
El botánico francés Auguste de Saint-Hillaire, que recorrió
los pueblos en esta época indicaba que: “...de las ricas
estancias jesuíticas pobladas de animales ya no quedan
vestigios. Santo Ângelo ha perdido de manos de su administrador
la posesión de sus estancias, lo mismo San Luis, San Lorenzo y
San Nicolás. San Borja y San Juan conservan sus estancias, pero
sin animales..” Justificaba este estado de cosas diciendo: “¿Dónde
hallar entre los portugueses hombres capaces de aceptar
desinteresadamente el encargo de dirigir un pueblo semi-bárbaro
en una región distante de las ciudades, donde nada se hacía
sino a peso de oro? Los administradores se enriquecen a costa de
los salvajes y los indios trabajan con mala voluntad. Por ello
huyen de sus aldeas, porque el mundo ya no se limita a
ellos...”.
No había diferencias con la situación que vivían sus hermanos
guaraníes en la otra banda del Uruguay.
|