La
Guerra Guaranítica
Entre
los años 1754 y 1756 se había desatado una guerra en la región
misionera. Irónicamente, los guaraníes de las misiones se
enfrentaron a los ejércitos regulares de España y Portugal. La
causa: un tratado firmado en el año 1750 entre la Corte española
y la portuguesa les solicitaba que entregasen a Portugal cerca
de 500.000 kilómetros cuadrados de territorios, más 7 prósperos
pueblos. Las exigencias no terminaban allí. En el término de
un año, 29.191 guaraníes debían salir de la región con todos
sus bienes y trasladarse al occidente del río Uruguay, donde
debían refundar sus pueblos. En 163l los guaraníes habían
abandonado la región del Guayrá sin ofrecer resistencia a los
bandeirantes y sufriendo un sinnúmero de penurias. En el año
1638 del mismo modo habían abandonado la región del Tape,
guareciéndose en asentamientos transitorios entre los ríos
Paraná y Uruguay. Luego habían derrotado en forma aplastante a
los bandeirantes en la batalla de Mbororé, pudiendo de ese modo
regresar con mucho esfuerzo a refundar sus poblaciones al
oriente del río Uruguay, región considerada como su patria de
origen. Ahora se les pedía que la abandonaran, sin ningún tipo
de explicación o razón. Aquellos guaraníes que todos suponían
fieles seguidores de los jesuitas y sometidos incondicionalmente
a los dictámenes de éstos, en un instante sorprendieron a los
mismos jesuitas, a los españoles y a los portugueses cuando se
alzaron en armas defendiendo sus legítimos derechos sobre sus
tierras y bienes.
Una
historia de desencuentros
La conquista y colonización del Plata
emprendida por españoles y portugueses originó una relación
fronteriza muy particular, nunca claramente definida por una
delimitación precisa, superadora de la ambigua línea de
Tordesillas. Se generó particularmente una zona de gran tensión
fronteriza, cuyo límite occidental lo conformaban el Río de la
Plata, el río Uruguay y la región guayreña. Parte de esa línea
de tensión atravesaba toda la región de las misiones de norte
a sur. Inevitablemente los guaraníes que habitaban aquella zona
se verían involucrados en todos los conflictos que se
suscitasen entre España y Portugal. La condición de
“guarnición de frontera” que les fuera impuesta por la
Corona española, los llevaba a involucrarse en todas las
situaciones de crisis limítrofe como soldados combatientes al
servicio del Rey. La prestación del servicio militar por parte
de los guaraníes fue constantemente requerida por las
autoridades españolas en su lucha contra los portugueses. Los
conflictos y enfrentamientos armados comenzaron en el año 1680,
cuando el gobernador de Río de Janeiro, don Manuel Lobo, funda
frente a Buenos Aires, en la orilla izquierda del Río de la
Plata, la Colonia de Sacramento, en un territorio que los españoles
consideraban de su jurisdicción. El gobernador de Buenos Aires,
don José de Garro, requirió el servicio militar de los guaraníes
de las misiones. Miles de guaraníes misioneros asaltaron las
fortificaciones portuguesas, tomando como prisionero al mismo
gobernador Lobo. Sin embargo en el año 168l por un tratado
firmado entre España y Portugal se dispuso que la Colonia debía
ser devuelta a los portugueses. En el año 1705 el nuevo
gobernador de Buenos Aires, Valdez de Inclán, recibió órdenes
del Virrey de Perú de recuperar la Colonia del Sacramento.
Nuevamente 4.000 guaraníes concurrieron desde las misiones en
auxilio de las fuerzas españolas que sitiaron durante seis
meses la guarnición portuguesa. Finalmente los portugueses
incendiaron la Colonia y se retiraron.
En el año 1715, finalizada la guerra de sucesión de España,
en la que había intervenido Portugal, se firmó el tratado de
Utrecht, que establecía en uno de sus puntos que los españoles
debían devolver otra vez la Colonia del Sacramento a los
portugueses. La Colonia se habían convertido en un centro del
tráfico de contrabando de mercaderías que se efectuaba con
Buenos Aires. Por otra parte, desde ella los portugueses
continuamente incursionaban robando ganado en las estancias de
los pueblos misioneros y en aquellas ubicadas al occidente del río
Uruguay. Como trasfondo existía un auténtico interés de
posesionarse de la banda oriental del Río de la Plata. Con
dicho fin, en el año 1723, los lusitanos intentaron asentarse
en la península de la actual Montevideo. El gobernador de
Buenos Aires,
Sector
histórico de la ciudad de Colonia (Uruguay) que aún
conserva las
características arquitectónicas y urbanas
propias de la época hispánica. |
Bruno Mauricio de
Zabala, los expulsó en 1724, y el 24 de diciembre de 1726 fundó
con familias traídas desde Galicia y las Canarias, la ciudad de
San Felipe y Santiago de Montevideo. Un total de l.000 indios
guaraníes misioneros participaron en la expulsión de los
portugueses y en la construcción de las fortificaciones de la
nueva ciudad española. La utilización del “soldado guaraní”
en los enfrentamientos con los portugueses fue constante durante
toda la primera mitad del siglo XVIII. Los episodios señalados
son sólo algunos ejemplos de los servicios militares prestados
por los guaraníes a la Corona española. En todos los casos los
perjuicios que ocasionaban aquellas expediciones militares a los
misioneros no tenían ningún reconocimiento por parte de las
autoridades coloniales. Las expediciones se organizaban a costa
de los propios guaraníes. Los campos de cultivo y la producción
en general en las reducciones quedaban en estado de abandono
cuando los mejores hombres partían a la guerra. Luego había
que asumir los innumerables muertos, lisiados, viudas y huérfanos
que quedaban como saldo de aquellas campañas. En la visión de
los guaraníes misioneros del año 1750, los portugueses eran la
calamidad que les arruinaba sus vidas desde hacía más de un
siglo.
Los
intereses fronterizos
La región comprendida entre la ribera oriental
del Río de la Plata y la zona oriental del río Uruguay se
caracterizaba por sus excelentes campos aptos para el desarrollo
de actividades ganaderas. Si esto fuera poco, miles de cabezas
de ganado vacuno vagaban por aquellas regiones en todas
direcciones en estado salvaje. En la sociedad colonial
rioplatense, en donde no existían minas de plata ni de oro, la
actividad ganadera era uno de los principales ramos de la
actividad económica, tanto para españoles como para
portugueses. El otro ramo era el contrabando, desarrollado en
gran medida con la complicidad de las autoridades desde Buenos
Aires, con los comerciantes portugueses y de otras
nacionalidades que se establecían en la costa oriental del Río
de la Plata, especialmente en la renombrada Colonia del
Sacramento. La Corona española veía resguardados sus derechos
con las misiones jesuíticas del Paraguay, que ejercían una
posesión efectiva de gran parte de aquella zona fronteriza con
siete de sus pueblos y con un gran número de estancias
establecidas y consolidadas como unidades productivas. Pero la
Colonia del Sacramento con su comercio de contrabando era un
caso muy particular, constantemente arruinando al sistema de
monopolio establecido por España.
El
tratado de límites de 1750
El matrimonio que celebró Doña María Bárbara
de Braganza, hija del Rey Don Juan V de Portugal, con el Rey de
España, Fernando VI, selló la paz entre ambas naciones
europeas e inauguró un período de entendimiento entre las dos
coronas, especialmente en lo concerniente a las cuestiones limítrofes
de América del Sur. Luego de quedar en un estado calamitoso al
finalizar la guerra con Inglaterra (1739-1748), España temía
por un posible ataque inglés a sus posesiones en el Río de la
Plata. Por otra parte, el comercio inglés, que controlaba el
contrabando desde Colonia del Sacramento, ocasionaba un gran
perjuicio a las finanzas con el drenaje ilegal de plata extraída
de Potosí. Además, crecía el temor de que la Colonia fuera
convertida por Inglaterra en una base militar. Portugal, por su
parte, tenía sus propios intereses en la región platina. En el
año 173l el Rey Don Juan V había contratado en Roma a dos
padres jesuitas astrónomos y matemáticos para que realizaran
un relevamiento cartográfico de la costa y territorio oriental
del Río de la Plata. Comenzaron entonces conversaciones y
tratativas secretas entre los ministros de las dos coronas.
Portugal pretendía que España le reconociera jurisdicción
sobre los territorios que de hecho ocupaba al occidente de la línea
de Tordesillas, mientras que España buscaba que le fuera
devuelta la Colonia del Sacramento. Los portugueses
fundamentaban su postura en el hecho de que España también había
violado la disposición de Tordesillas al ocupar el archipiélago
de las Filipinas y al haber vendido a Portugal las Molucas,
ambos territorios ubicados al oriente de aquella línea y por lo
tanto portugueses. En el año 1748 el secretario del Rey Juan V
de Portugal, Alejandro de Guzmán, había presentado una
propuesta en dinero al ministro español don José Carvajal para
comprar los territorios ubicados entre los ríos Negro y
Uruguay, esto es los siete pueblos de las misiones orientales más
todas sus estancias. El ministro Carvajal tomó la propuesta
como escandalosa y la rechazó. Sin embargo la diplomacia
portuguesa tenía a otro representante, Doña Bárbara de
Braganza, la propia esposa del Rey Fernando VI. La influencia
que tuvo la Reina fue decisiva para que Fernando VI aceptara la
propuesta de Portugal, pero en condiciones aún peores que las
propuestas por el ministro Guzmán a Carvajal. Fernando VI
reconocía a Portugal todos los territorios ocupados al
occidente de la línea de Tordesillas y aceptaba entregar a los
portugueses los siete pueblos misioneros ubicados al oriente del
río Uruguay con todas sus estancias ganaderas y yerbales, unos
500.000 kilómetros cuadrados de territorio, a cambio de la
Colonia de Sacramento. El 10 de octubre de 1749 el ministro Don
José Carvajal y el ministro Alejandro Guzmán acordaron los
puntos básicos del tratado que firmarían los reyes de España
y Portugal. Se confirmó la entrega de los siete pueblos
misioneros a cambio de la Colonia y se estableció que los límites
entre los territorios hispánicos y portugueses quedarían
demarcados por ríos y por los puntos más elevados que
oportunamente se establecerían en el terreno. La línea limítrofe
partiría desde un río que nace en la Sierra de los Castillos
Grandes, para seguir luego por las nacientes del río Ibicuí y
desde allí seguiría por el Uruguay hasta el río Pepirí Guazú,
siguiendo luego por las alturas de las sierras. El acuerdo,
llamado “Tratado de Madrid”, fue firmado el 13 de enero de
l750 por el Rey de España, Don Fernando VI, y al mes siguiente
por el Rey de Portugal, Don Juan V.
La
sorpresiva noticia del Tratado
Nadie en tierras americanas había sido
consultado acerca de la conveniencia o no del tratado. Ni el
gobernador de Buenos Aires, ni el virrey de Lima, ni el Padre
Provincial ni el Superior de las misiones, menos aún los 29.19l
indios guaraníes que vivían en los siete pueblos, tampoco las
reducciones de Concepción, Apóstoles, Santo Tomé, Yapeyú, La
Cruz, que poseían en aquellos territorios entregados sus
mejores estancias ganaderas.En el mes de septiembre de 1750
llegaron las primeras noticias del tratado y de sus principales
cláusulas. Los padres de las misiones, así como las
autoridades coloniales, se resistían a creer que pudiera ser
cierto que el Rey de España hubiera firmado un tratado con
semejantes desatinos. El padre Bernardo Nusdorffer, superior de
las reducciones, ordenó a los curas de los pueblos que no se
comunicase la noticia a los indios, hasta que no fuese
confirmada, por temor a las reacciones que pudiera provocar en
ellos. Pero en el mes de abril de 175l llegó al puerto de
Buenos Aires la comunicación oficial del Tratado de Madrid con
las instrucciones para su ejecución. Al mismo tiempo llegaba
desde Roma una carta del General de la Compañía de Jesús,
Padre Francisco Retz, dirigida a los padres jesuitas ordenándoles
el cumplimiento fiel de las disposiciones del tratado en lo
tocante a los siete pueblos misioneros orientales. Dice el padre
Nusdorffer: “... no acabábamos de creer que era verdad este
tratado, porque se juzgaba imposible que España lo consintiese,
por las fatalísimas consecuencias que de él se seguirían a
los dominios de España en estas Américas.”
El
frustrado traslado de los pueblos
El padre provincial Isidoro Barreda encomendó al padre Bernardo
Nusdorffer la difícil tarea de comunicar la infausta noticia
del tratado a cada uno de los siete pueblos, además de aquellos
que estaban al occidente del río Uruguay, que no serían
transferidos, pero que poseían estancias en la región que se
entregaría a los portugueses. Con sus 70 años de edad durante
los meses de marzo y abril de 1752 el padre Nusdorffer recorrió
los pueblos, se entrevistó con los curas y comunicó
oficialmente a los cabildos y caciques que tenían un año de
plazo para abandonar su tierra, por lo que recibirían una
indemnización de 28.000 pesos, en caso contrario quedarían
bajo el dominio lusitano. Los cabildos y los principales
caciques dieron una respuesta jamás dada en un siglo y medio a
sus padres, un rotundo “no”. No aceptaban abandonar los
pueblos y menos aún quedar bajo el dominio portugués. En una
carta que dirigieron los caciques al gobernador Andonaegui,
leemos en parte: “Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros
hermanos han peleado bajo el estandarte real, muchas veces
contra los portugueses, muchas veces contra los salvajes; quién
puede decir cuántos de ellos cayeron en los campos de batalla,
o delante los muros de la tantas veces sitiada Nueva Colonia.
Nosotros mismos nuestras cicatrices podemos mostrar en prueba de
nuestra fidelidad y de nuestro valor. (...) Querrá pues el Rey
Católico galardonar estos servicios, expulsándonos de nuestras
tierras, de nuestras iglesias, casas, campos y legítimas
heredades. No podemos creerlo. Por las cartas reales de Felipe
V, que por sus propias órdenes nos leyeron desde el púlpito,
fuimos exortados a no dejar nunca aproximarse a nuestras
fronteras a los portugueses, suyos y nuestros enemigos...”. El
padre Nusdorffer se trasladó a Candelaria y desde allí comunicó
a sus superiores que los guaraníes estaban en situación de
rebeldía. Los curas de los pueblos continuaron con los intentos
de persuadir a los indios para que realizaran la mudanza de sus
pueblos, para los cuales ya se habían señalado nuevos sitios
al occidente del río Uruguay. Algunos que eran convencidos
comenzaban a emigrar, pero la marcha y el traslado estaban
plenos de complicaciones. Muchos preferían huir a los montes,
mientras que otros regresaban a sus pueblos arrepentidos. Los
padres pidieron más tiempo, al considerar que un año no
alcanzaría para lograr el traslado total. Esto fue interpretado
por el comisario real, marqués de Valdelirios, y por el
comisario enviado con plenos poderes por el General de la Compañía
desde Roma, padre Luis Altamirano, como un acto de insubordinación
de los padres y de complicidad con los guaraníes. Hubo
acusaciones y amenazas de expulsión de la Compañía y de
excomunión hacia los curas de los pueblos. El P. Cardiel tuvo
la osadía de alegar que “bastaba el catecismo para saber que
las órdenes del General de la Orden no imponían obligación
alguna”, lo cual le valió el retiro de la reducción en que
se hallaba. Resulta claro que dentro de la Compañía de Jesús
existían posiciones encontradas. El Padre Provincial y el Padre
Superior recibían presiones del General de la Compañía y del
Padre Comisario enviado desde Roma y actuaban en consecuencia.
Los curas de los pueblos por su parte se hallaban en una posición
realmente compleja. Conocían por experiencia el esfuerzo y
sacrificio que había significado para los guaraníes repoblar
la región oriental del río Uruguay, comprendían con toda
plenitud el amor a los pueblos y a sus tierras que profesaban
los misioneros. Sabían del aborrecimiento que despertaba en el
indio misionero la sola referencia al portugués. Convivían con
aquellos indígenas, sabían de sus necesidades, de sus
miserias, de lo mucho que restaba por construir. Muchos de
ellos, seguramente, en secreto y en la impotencia del silencio,
optaron por los guaraníes. |