Los
guaraníes misioneros,
un destino de integración social
Uno
de los grandes planteos de la historia regional, tan simple como
profundo en su sentido, es el siguiente: ¿qué ocurrió con los
guaraníes de los pueblos misioneros luego de que las
reducciones quedaran en ruinas? Desde finales del siglo XIX se
tejió la leyenda de la “vuelta a la selva” y muchos
historiadores no dudaron en adherirse a ella, divulgándola en
sus obras. Se supuso que aquellos guaraníes misioneros, huérfanos
de sus curas y caudillos protectores, tomaron el arco y la
flecha para volver a revivir en lo profundo de la selva
misionera el ancestral sistema de vida de sus antepasados
prehispánicos. Tampoco faltaron ni faltan hoy aquellos que
identifican a los actuales grupos guaraníes, entre ellos el de
la parcialidad mbyá, como los legítimos descendientes de los
guaraníes de las misiones. ¿Cuánto de certeza hay en estas
aseveraciones? Quizás, y no nos sorprendamos, los herederos de
los guaraníes de las misiones estén más cerca de nosotros de
lo que pudiéramos creer. No en aldeas en la selva, sino
conviviendo en nuestras ciudades, pueblos, en nuestro campo,
dispersos en este gran espacio geográfico misionero que aún
mantiene una identidad enraizada en aquel “paraíso” que
constituyeron las misiones. Por mucho tiempo se giró en torno
al concepto de disolución cultural. Probablemente la explicación
de aquel destino guaraní esté en realidad en el concepto de
integración cultural.
El
surgimiento de una nueva realidad
Es absolutamente erróneo suponer que los guaraníes
abandonaron sus reducciones como consecuencia directa de las
invasiones paraguayo-portuguesas acaecidas entre los años 1815
y 1818. En primer lugar es necesario dejar sentado que el
abandono de los pueblos fue un fenómeno que se venía dando
desde fines del siglo XVIII. En todo caso las invasiones
paraguayo-portuguesas habrían precipitado el despoblamiento de
las reducciones. Pero tampoco esto último debe entenderse en un
sentido categórico, pues aún en ruinas, muchas de las
reducciones conservaron algo de su población.
El abandono de las reducciones por parte de los guaraníes
guarda una estrecha relación con el descalabro del régimen de
comunidad ocurrido durante el período posjesuítico.
Con un sistema de comunidad incapaz de satisfacer las demandas
en alimentos y vestimenta requeridos por los indígenas y con un
régimen de trabajo aplicado con una despiadada brutalidad sobre
la población, la única opción para miles de guaraníes
habitantes de las reducciones era huir de sus pueblos.
La paulatina liberación de los indígenas del régimen de la
comunidad desde el año 1801, no hizo más que favorecer el
abandono de las reducciones. Viéndose en pleno uso de la
libertad concedida en 1803, gran parte de los guaraníes no
dudaban en juntar sus enseres y alejarse de los pueblos en busca
de un mejor sustento. Pero, ¿a dónde iban estos guaraníes?
Digamos en principio que iban a muchas partes, pero no a la
selva. Estos misioneros eran excelentes artesanos: carpinteros,
constructores, herreros, plateros, pintores, músicos, sastres.
Otros estaban altamente especializados en las tareas propias de
las estancias ganaderas. Constituían una mano de obra
especializada y muy cotizada. En realidad, la selva no les
significaba nada en absoluto. Inclusive étnicamente distaban ya
demasiado de sus primitivos ancestros prehispánicos. Eran
americanos modernos, en muchos casos con algún grado de
mestizaje. Los grandes atractivos para estos misioneros que
emigraban de los pueblos eran las estancias y algunas ciudades
como Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes o Asunción. Se
incorporaban de ese modo como peones o artesanos a una sociedad
colonial que no tardaría en asimilarlos plenamente.
Grupo
familiar guaraní reunido frente al ancestral fogón. |
Las autoridades de
los pueblos no hallaban forma de frenar el lento pero
persistente despoblamiento de las reducciones, mientras éstas
decaían irremediablemente en todos los órdenes. Las viviendas
y los otrora monumentales templos y residencias comenzaban a
mostrar el deterioro, producto del abandono y del paso del
tiempo, sin que nadie estuviera en condiciones de poder
remediarlo.
Cuando los portugueses y paraguayos invadieron las misiones
ubicadas entre los ríos Paraná y Uruguay, los pueblos ya se
hallaban en un estado ruinoso. El saqueo y los incendios
perpetrados no hicieron más que liquidarlos definitivamente.
Los guaraníes que aún permanecían en los pueblos
septentrionales, ante aquellos terribles ataques, optaron por
emigrar principalmente hacia la región de los esteros del Iberá,
a los poblados de Loreto y San Miguel, Caacaraí y Concepción,
estos dos últimos en las costas del río Aguapey. En tanto que
los de las misiones meridionales emigraron hacia los poblados de
San Roquito y Asunción de Cambay. Estos grupos de guaraníes,
integrados probablemente por los caciques y sus familiares, más
los miembros de los cabildos, seguidos por parte de la población,
intentaron recrear la organización política y social en los
nuevos asentamientos, como una forma de mantener el status y el
poder que habían ostentado en las reducciones. Los más
estables de estos poblados, como Loreto y San Miguel, terminaron
firmando pactos de incorporación a la provincia de Corrientes.
Pero no todos los guaraníes emigraron. Ante las continuas
invasiones y enfrentamientos armados, un gran número de guaraníes
se ocultó momentáneamente en lo recóndito de los montes, para
volver a los pueblos destruidos cuando el peligro pasó y la
tranquilidad volvió a reinar. Éstos, que no estaban vinculados
a los estamentos políticos ni administrativos de las antiguas
reducciones, temiendo que en los nuevos asentamientos caerían
en una situación de sometimiento, prefirieron no emigrar y
asentarse entorno a los pueblos destruidos. Allí estaban los
yerbales hortenses que habían sido implantados por los jesuitas
en los comienzos del siglo XVIII. Dedicados a la explotación de
aquellos yerbales, dichos guaraníes generaron algunos nuevos
asentamientos o “caseríos” en las inmediaciones de las
ruinas de las reducciones, mientras se dedicaban a la
comercialización de la yerba obtenida. La mayoría de estos
caseríos tuvieron una existencia efímera, siendo destruidos en
la invasión paraguaya de 1823 y luego en la invasión de 1832.
Aún así, aquellos guaraníes permanecieron en la zona de los
antiguos pueblos, desempeñándose como peones en las
expediciones correntinas que llegaban a explotar los yerbales.
El
mestizaje
Desaparecidas las reducciones del escenario histórico,
fracturado el territorio misionero, esfumadas las antiguas e
infranqueables fronteras, el nuevo espacio se abrió a los
hombres de todas las regiones vecinas. Comenzó entonces a
generarse un fenómeno muy particular, algo tardío en el tiempo
histórico respecto a otras regiones de América latina, nos
referimos al mestizaje y a la formación de nuevos contenidos
culturales enraizados en la tradición reduccional misionera.
Paraguayos que circulaban entre Trinchera de San José (actual
ciudad de Posadas) y Santo Tomé, mientras establecían guardias
en Tranquera de Loreto (actual Ituzaingó), San Carlos y otros
puntos; correntinos que ingresaban en las misiones
septentrionales con el fin de explotar los yerbales que persistían
en las cercanías de las ruinas; mientras que otros grupos,
junto con los brasileños se asentaban como ocupantes en las
tierras de las misiones meridionales, comenzaron a entrar en
contacto con aquellos guaraníes que habían sobrevivido a las
guerras sucedidas en la región y que optaron por permanecer en
precarios asentamientos informales en las cercanías de sus
antiguos pueblos. El mestizaje fue el resultado natural de aquel
proceso histórico, dando como origen un nuevo tipo humano, común
a todo el territorio de lo que fueran las antiguas misiones jesuíticas.
Algunos viajeros que desde fines de la primera mitad del siglo
XIX y hasta finales del mismo siglo ingresaban en el territorio
misionero ubicado entre los ríos Paraná y Uruguay daban cuenta
en sus escritos de la existencia de aquellos grupos humanos. En
este sentido son muy ilustrativos los testimonios del Padre Gay,
de Martín de Moussy, de Francisco Rave, de Adolfo de Bourgoing,
de Rafael Hernández.
La suerte seguida por los guaraníes misioneros de los pueblos
occidentales del Paraná (actual República del Paraguay) y de
los pueblos orientales del río Uruguay (actual Brasil), fue
menos dramática y el proceso de mestizaje fue un fenómeno que
se hizo presente más tempranamente. En el caso de los siete
pueblos orientales los restos de población guaraní en su mayor
parte fueron absorbidos como peones asalariados en las estancias
ganaderas de la región.
El
criollo, expresión típica del hombre misionero. Una
cultura marcada
por el sabor del campo y la vida agreste se vuelve
expresión en este
particular tipo humano. |
La doma
y el asado compartido en comunidad, dos tradiciones
íntimamente vinculadas a la cultura del guaraní
de las misiones. |
Salvo las
experiencias de los poblados de Loreto y San Miguel, ubicados en
la actual provincia de Corrientes (Argentina), los demás
intentos por reunir a los guaraníes en pueblos
institucionalizados fracasaron. Persistieron aquellos
asentamientos informales e inorgánicos en torno a las ruinas de
los pueblos, hasta que fueron anulados por los modernos trazados
urbanos de fines del siglo XIX, mientras sus pobladores asumían
una actitud cultural mimética respecto de la nueva realidad que
se generaba.
Un caso muy particular estuvo dado por aquellos guaraníes
procedentes de diversas reducciones destruidas que emigraron
hacia el territorio de la actual República del Uruguay, donde
fundaron un gran número de asentamientos que persistieron en el
tiempo durante el siglo XIX, llegando a quedar registrados por
los padrones realizados un total de 67 asientos poblacionales,
entre los que se encontraban por el ejemplo San Borja del Yi y
Durazno. Una población guaraní que también terminó integrándose
a la sociedad uruguaya mediante la fusión étnica y cultural.
Finalmente el proceso de mestizaje e integración generó un
tipo humano particular: el “gaucho” en la mesopotamia, el
“gaúcho” riograndense, el “tape”, el “mencho” o el
“criollo” en la acepción moderna del término.
La
crisis de una identidad centenaria
Hasta el trágico suceso de la Guerra de la Triple
Alianza (1865-1870), la región misionera constituía un ámbito
huidizo a las políticas de los tres estados que la ocupaban en
parte. Ni la Argentina, ni el Paraguay, ni el Brasil habían
logrado definiciones precisas respecto de la región. La población
del área, por su parte, lejos estaba de interpretar el concepto
de pertenencia a un estado nacional determinado. Ríos como el
Paraná y el Uruguay no constituían ninguna valla para una
población mestiza que desarrollaba una gran movilidad en el área
y que se reconocía por una identidad cultural que se entroncaba
en la extinguida vida reduccional.
Finalizada la Guerra del Paraguay, los límites y fronteras
nacionales quedaron establecidos. El momento coincidió con la
consolidación interna de los estados de Argentina, Brasil y
Uruguay. Para los sectores políticos dirigentes,
“nacionalizar” a la población a partir de un proyecto
cultural centralizado y uniforme constituía una prioridad. Más
aún en aquellas zonas potencialmente conflictivas desde una
perspectiva fronteriza. En este contexto aquel tipo humano y
aquella cultura que emergían desde el remoto pasado de las
misiones jesuíticas resultaban amenazantes. Los proyectos
oficiales de inmigración europea y de desarrollo de un proyecto
educativo de carácter nacional, terminaron por desplazar hacia
la marginalidad social y cultural a aquel hombre y su modo de
ser. El “gaucho” mesopotámico, el “gaúcho”
riograndense, el “mencho”, el “tape”, étnicamente
nutridos desde del pasado reduccional misionero, portadores de
una cultura de raigambre popular con reminiscencias guaraní-misioneras,
fue catalogado como símbolo de la “irracionalidad”, del
“primitivismo”, de la “superstición”, en fin, de una
situación socio-cultural que había que superar y olvidar. A
pesar de ello, aquel tipo de hombre y su cultura sobrevivieron
al embate cultural e ideológico de los emergentes estados
nacionales y aún hoy se muestran con fuerza en la música
regional, en la religiosidad popular, y en una variedad de usos
y costumbres que impregnan todos los estratos socioculturales de
la región misionera.
Los
actuales guaraníes: una historia paralela
¿Y los guaraníes que hoy habitan en aldeas
dispersas en la región misionera? Los kaynguá, los paí-tavyterá,
los ava-katu-eté, los mbyá, los chiriguano: allí están en
sus aldeas en medio del monte, orgullosos de su raza y de su
cultura. Aplastados día tras día por un mundo implacable que
les quita sus animales, sus árboles, su salud y años a sus
vidas. Obligados a ser “argentinos”, “paraguayos” o
“brasileños”, por política de estado. Islas en medio de
una sociedad que los observa con extrañeza, disfrutando el exótico
paisaje de hombres que aún viven abrazados a la naturaleza,
mientras tuerce la vista para no advertir la tuberculosis, la
desnutrición, el alcoholismo y la miseria que los envuelven.
¿Son ellos descendientes de aquellos guaraníes que desde
finales del siglo XVIII abandonaban las reducciones? No. Son
grupos aborígenes que históricamente se habían mantenido al
margen de la vida reduccional misionera, pese a que en varias
ocasiones los padres jesuitas no habían escatimado esfuerzos
por incorporarlos a las misiones.
Uno de los casos más llamativos es el de los mbyá. A
diferencia de otros grupos, los mbyá habían entablado muy
buenas relaciones con las misiones. Habitaban la selva, al norte
de las reducciones de Corpus Christi y al norte de Trinidad y
Jesús. Innumerables veces fueron tentados por los jesuitas para
que se incorporaran a los pueblos, sin resultado alguno. Cuando
los pueblos enviaban sus expediciones a los yerbales naturales
ubicados en las selvas del norte, los mbyá se incorporaban a
esas expediciones yerbateras como guías y como trabajadores. En
pago por su trabajo recibían diversos regalos, como lienzos,
herramientas, alimentos, imágenes religiosas, medallas y
diversas chucherías vistosas. Sin embargo jamás se avinieron
al sistema reduccional, ni consideraron la posibilidad de
convertirse en un pueblo sedentario y de tradición agrícola.
Un caso similar fue el de los guayanás, a los que se intentó
reducir en el año 1768, luego de la expulsión de la Compañía,
en la reducción de San Francisco de Paula. Una reducción que
finalmente no prosperó, pues la población se resistió a la
vida sedentaria y a la cultura agrícola.
Durante todo el período reduccional, fuera de los límites de
la Provincia Jesuítica del Paraguay y aún dentro de ella, en
las zonas selváticas, existieron parcialidades guaraníes que
se mantuvieron al margen del proceso reduccional, viviendo en su
modo ancestral. Mientras se mantenían en una actitud pasiva, su
presencia era tolerada por los guaraníes reducidos. En caso
contrario se emprendían expediciones punitivas contra los
mismos, tal como ocurrió durante toda la historia de las
reducciones con los guenoas, un pueblo que habitaba en la
jurisdicción de las reducciones de La Cruz, Yapeyú, Santo Tomé
y San Borja. No sólo no aceptaban reducirse en pueblos, sino
que constantemente asolaban las estancias de las reducciones.
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