Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera

Yapeyú era una verdadera ciudad (...) Un monte casi impenetrable cubre el lugar donde existía, y para visitarlo es preciso abrirse un camino con el machete (...) Una docena de familias viven en estos escombros, y queman de vez en cuando una parte del monte para sembrar maíz.” 
Martín de Moussy. Memorias, 1856.

Niños pertenecientes a la parcialidad guaraní mbyá, habitantes de una aldea ubicada en la provincia argentina de Misiones.


El Último Proyecto para Fundar una Reducción
El 23 de Junio de 1864 el Gobierno de la Provincia de Corrientes emitió un Decreto por el cual se creaba una Comisión que se abocaría a la creación de reducciones de indígenas en Misiones, en la zona de San Javier. Entre los años 1869 y 1878 grupos de indígenas “montaraces” fueron auxiliados con recursos y dinero con el fin de que formasen asentamientos. Al parecer este último proyecto de fundar reducciones no prosperó. 
Gobierno de Corrientes, Colección ... , p. 335, nº166. Cambas, 1984: 311.

Un pequeño 
aposento, contiguo a la Iglesia hace las veces de Capilla, donde al lado de un tosco altar de pino, se encuentran varias imágenes de santos; pero como no existe Cura en esta villa, se abre tan solo cuando llega algún sacerdote de San Borja.”
Ruinas del pueblo de San Luis. Francisco Rave, 1859.


Hay una docena de familias que se han alojado en estas ruinas y han entablado un poco de cultivo. Han abierto una picada a través del monte para llegar al Uruguay el cual corre a 300 metros de la plaza. Los alrededores de Santo Tomé están sembrados de islas de monte que amenizan la campaña. El suelo es de una extrema feracidad.” 
Martín de Moussy, Memorias..., 1856.


Mujer guaraní con su niño frente al fogón, preparando la comida comunitaria.


Las villas que se 
hallan situadas a la otra margen del Uruguay, y que fueron conquistadas por los portugueses poco después de la expulsión de los jesuitas, no tuvieron mejor suerte, presentando tan solo San Luis y San Nicolás algunos edificios regularmente conservados. Es imposible imaginarse una situación más poética que la de esta última aldea, cuya población es constituida en la actualidad por 3 o 4 familias brasileras, que cultivan los fértiles campos de sus alrededores. Rodéala un bosquecillo de naranjos y limoneros que embalsamando el aire con el aroma suave de sus hojas, cubren de bóvedas espesas las innumerables sendas que conducen a la plaza. Allí se presenta a la vista del viajero un cuadro verdaderamente desolador. Por doquier encuentra esparcidos Capiteles de columnas rotas, pedazos de arcos y fragmentos de cornisas casi escondidos entre la yerba que tapiza las calles solitarias, donde jamás se percibe otro ruido que el suspiro de la brisa o los tiernos arrullos de alguna tórtola errante que se oculta entre el ramaje.”
Francisco Rave, 1859.

Hombres de a Caballo
El caballo, uno de los bienes más preciados por los guaraníes de las misiones. La habilidad del guaraní como jinete era renombrada. Desde su papel de soldado de caballería hasta en las pruebas de destrezas realizadas como divertimento en las ocasionales fiestas que se realizaban en los pueblos. Experto en la doma y en la crianza, el guaraní continuó con la tradición ecuestre luego de la destrucción de los pueblos, cuando pasó a formar parte de la masa de peones que desempeñaban tareas en las estancias de la región. Surge así la típica figura del “hombre de a caballo”, conocido en la región misionera como gaucho, “gaúcho” o mencho.


Hemos visitado la 
Cruz un domingo: hacía un año que había muerto el cura y no había podido todavía ser reemplazado. Entramos a la iglesia, un joven sacristán guaraní celebraba el oficio de la tarde. Una india vieja dirigía el coro que acompañaban dos guitarras, una flauta y dos violines. La actitud del pequeño grupo de indios y mestizos que llenaban la iglesia era humilde y recogida. Meditando en la prosperidad pasada de la Cruz y en su miseria actual, en la fe y resignación de esta buena gente, los ojos se nos llenaban de lágrimas. El cementerio muy cercano a la iglesia está cuidado con mucha limpieza. Muchas tumbas antiguas tienen todavía su lápida con su correspondiente inscripción en guaraní.” 
Martín de Moussy. Memoria histórica sobre la decadencia y ruina de las Misiones jesuíticas en el seno del Plata. Su estado en 1856.


El hombre, la azada y la roja tierra misionera: ¿habrá algo que exprese más la escencia de nuestra tierra?. La imagen, tomada del presente, expresa en síntesis tres siglos de historia misionera.

Los guaraníes misioneros,
un destino de integración social

Uno de los grandes planteos de la historia regional, tan simple como profundo en su sentido, es el siguiente: ¿qué ocurrió con los guaraníes de los pueblos misioneros luego de que las reducciones quedaran en ruinas? Desde finales del siglo XIX se tejió la leyenda de la “vuelta a la selva” y muchos historiadores no dudaron en adherirse a ella, divulgándola en sus obras. Se supuso que aquellos guaraníes misioneros, huérfanos de sus curas y caudillos protectores, tomaron el arco y la flecha para volver a revivir en lo profundo de la selva misionera el ancestral sistema de vida de sus antepasados prehispánicos. Tampoco faltaron ni faltan hoy aquellos que identifican a los actuales grupos guaraníes, entre ellos el de la parcialidad mbyá, como los legítimos descendientes de los guaraníes de las misiones. ¿Cuánto de certeza hay en estas aseveraciones? Quizás, y no nos sorprendamos, los herederos de los guaraníes de las misiones estén más cerca de nosotros de lo que pudiéramos creer. No en aldeas en la selva, sino conviviendo en nuestras ciudades, pueblos, en nuestro campo, dispersos en este gran espacio geográfico misionero que aún mantiene una identidad enraizada en aquel “paraíso” que constituyeron las misiones. Por mucho tiempo se giró en torno al concepto de disolución cultural. Probablemente la explicación de aquel destino guaraní esté en realidad en el concepto de integración cultural.

El surgimiento de una nueva realidad
Es absolutamente erróneo suponer que los guaraníes abandonaron sus reducciones como consecuencia directa de las invasiones paraguayo-portuguesas acaecidas entre los años 1815 y 1818. En primer lugar es necesario dejar sentado que el abandono de los pueblos fue un fenómeno que se venía dando desde fines del siglo XVIII. En todo caso las invasiones paraguayo-portuguesas habrían precipitado el despoblamiento de las reducciones. Pero tampoco esto último debe entenderse en un sentido categórico, pues aún en ruinas, muchas de las reducciones conservaron algo de su población.
El abandono de las reducciones por parte de los guaraníes guarda una estrecha relación con el descalabro del régimen de comunidad ocurrido durante el período posjesuítico.
Con un sistema de comunidad incapaz de satisfacer las demandas en alimentos y vestimenta requeridos por los indígenas y con un régimen de trabajo aplicado con una despiadada brutalidad sobre la población, la única opción para miles de guaraníes habitantes de las reducciones era huir de sus pueblos. 
La paulatina liberación de los indígenas del régimen de la comunidad desde el año 1801, no hizo más que favorecer el abandono de las reducciones. Viéndose en pleno uso de la libertad concedida en 1803, gran parte de los guaraníes no dudaban en juntar sus enseres y alejarse de los pueblos en busca de un mejor sustento. Pero, ¿a dónde iban estos guaraníes? Digamos en principio que iban a muchas partes, pero no a la selva. Estos misioneros eran excelentes artesanos: carpinteros, constructores, herreros, plateros, pintores, músicos, sastres. Otros estaban altamente especializados en las tareas propias de las estancias ganaderas. Constituían una mano de obra especializada y muy cotizada. En realidad, la selva no les significaba nada en absoluto. Inclusive étnicamente distaban ya demasiado de sus primitivos ancestros prehispánicos. Eran americanos modernos, en muchos casos con algún grado de mestizaje. Los grandes atractivos para estos misioneros que emigraban de los pueblos eran las estancias y algunas ciudades como Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes o Asunción. Se incorporaban de ese modo como peones o artesanos a una sociedad colonial que no tardaría en asimilarlos plenamente.


 Grupo familiar guaraní reunido frente al ancestral fogón.

Las autoridades de los pueblos no hallaban forma de frenar el lento pero persistente despoblamiento de las reducciones, mientras éstas decaían irremediablemente en todos los órdenes. Las viviendas y los otrora monumentales templos y residencias comenzaban a mostrar el deterioro, producto del abandono y del paso del tiempo, sin que nadie estuviera en condiciones de poder remediarlo.
Cuando los portugueses y paraguayos invadieron las misiones ubicadas entre los ríos Paraná y Uruguay, los pueblos ya se hallaban en un estado ruinoso. El saqueo y los incendios perpetrados no hicieron más que liquidarlos definitivamente. Los guaraníes que aún permanecían en los pueblos septentrionales, ante aquellos terribles ataques, optaron por emigrar principalmente hacia la región de los esteros del Iberá, a los poblados de Loreto y San Miguel, Caacaraí y Concepción, estos dos últimos en las costas del río Aguapey. En tanto que los de las misiones meridionales emigraron hacia los poblados de San Roquito y Asunción de Cambay. Estos grupos de guaraníes, integrados probablemente por los caciques y sus familiares, más los miembros de los cabildos, seguidos por parte de la población, intentaron recrear la organización política y social en los nuevos asentamientos, como una forma de mantener el status y el poder que habían ostentado en las reducciones. Los más estables de estos poblados, como Loreto y San Miguel, terminaron firmando pactos de incorporación a la provincia de Corrientes.
Pero no todos los guaraníes emigraron. Ante las continuas invasiones y enfrentamientos armados, un gran número de guaraníes se ocultó momentáneamente en lo recóndito de los montes, para volver a los pueblos destruidos cuando el peligro pasó y la tranquilidad volvió a reinar. Éstos, que no estaban vinculados a los estamentos políticos ni administrativos de las antiguas reducciones, temiendo que en los nuevos asentamientos caerían en una situación de sometimiento, prefirieron no emigrar y asentarse entorno a los pueblos destruidos. Allí estaban los yerbales hortenses que habían sido implantados por los jesuitas en los comienzos del siglo XVIII. Dedicados a la explotación de aquellos yerbales, dichos guaraníes generaron algunos nuevos asentamientos o “caseríos” en las inmediaciones de las ruinas de las reducciones, mientras se dedicaban a la comercialización de la yerba obtenida. La mayoría de estos caseríos tuvieron una existencia efímera, siendo destruidos en la invasión paraguaya de 1823 y luego en la invasión de 1832. Aún así, aquellos guaraníes permanecieron en la zona de los antiguos pueblos, desempeñándose como peones en las expediciones correntinas que llegaban a explotar los yerbales.

El mestizaje
Desaparecidas las reducciones del escenario histórico, fracturado el territorio misionero, esfumadas las antiguas e infranqueables fronteras, el nuevo espacio se abrió a los hombres de todas las regiones vecinas. Comenzó entonces a generarse un fenómeno muy particular, algo tardío en el tiempo histórico respecto a otras regiones de América latina, nos referimos al mestizaje y a la formación de nuevos contenidos culturales enraizados en la tradición reduccional misionera.
Paraguayos que circulaban entre Trinchera de San José (actual ciudad de Posadas) y Santo Tomé, mientras establecían guardias en Tranquera de Loreto (actual Ituzaingó), San Carlos y otros puntos; correntinos que ingresaban en las misiones septentrionales con el fin de explotar los yerbales que persistían en las cercanías de las ruinas; mientras que otros grupos, junto con los brasileños se asentaban como ocupantes en las tierras de las misiones meridionales, comenzaron a entrar en contacto con aquellos guaraníes que habían sobrevivido a las guerras sucedidas en la región y que optaron por permanecer en precarios asentamientos informales en las cercanías de sus antiguos pueblos. El mestizaje fue el resultado natural de aquel proceso histórico, dando como origen un nuevo tipo humano, común a todo el territorio de lo que fueran las antiguas misiones jesuíticas. Algunos viajeros que desde fines de la primera mitad del siglo XIX y hasta finales del mismo siglo ingresaban en el territorio misionero ubicado entre los ríos Paraná y Uruguay daban cuenta en sus escritos de la existencia de aquellos grupos humanos. En este sentido son muy ilustrativos los testimonios del Padre Gay, de Martín de Moussy, de Francisco Rave, de Adolfo de Bourgoing, de Rafael Hernández. 
La suerte seguida por los guaraníes misioneros de los pueblos occidentales del Paraná (actual República del Paraguay) y de los pueblos orientales del río Uruguay (actual Brasil), fue menos dramática y el proceso de mestizaje fue un fenómeno que se hizo presente más tempranamente. En el caso de los siete pueblos orientales los restos de población guaraní en su mayor parte fueron absorbidos como peones asalariados en las estancias ganaderas de la región.


 El criollo, expresión típica del hombre misionero. Una cultura marcada
 por el sabor del campo y la vida agreste se vuelve expresión en este
 particular tipo humano.



 La doma y el asado compartido en comunidad, dos tradiciones
 íntimamente vinculadas a la cultura del guaraní de las misiones.

Salvo las experiencias de los poblados de Loreto y San Miguel, ubicados en la actual provincia de Corrientes (Argentina), los demás intentos por reunir a los guaraníes en pueblos institucionalizados fracasaron. Persistieron aquellos asentamientos informales e inorgánicos en torno a las ruinas de los pueblos, hasta que fueron anulados por los modernos trazados urbanos de fines del siglo XIX, mientras sus pobladores asumían una actitud cultural mimética respecto de la nueva realidad que se generaba.
Un caso muy particular estuvo dado por aquellos guaraníes procedentes de diversas reducciones destruidas que emigraron hacia el territorio de la actual República del Uruguay, donde fundaron un gran número de asentamientos que persistieron en el tiempo durante el siglo XIX, llegando a quedar registrados por los padrones realizados un total de 67 asientos poblacionales, entre los que se encontraban por el ejemplo San Borja del Yi y Durazno. Una población guaraní que también terminó integrándose a la sociedad uruguaya mediante la fusión étnica y cultural.
Finalmente el proceso de mestizaje e integración generó un tipo humano particular: el “gaucho” en la mesopotamia, el “gaúcho” riograndense, el “tape”, el “mencho” o el “criollo” en la acepción moderna del término.

La crisis de una identidad centenaria
Hasta el trágico suceso de la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870), la región misionera constituía un ámbito huidizo a las políticas de los tres estados que la ocupaban en parte. Ni la Argentina, ni el Paraguay, ni el Brasil habían logrado definiciones precisas respecto de la región. La población del área, por su parte, lejos estaba de interpretar el concepto de pertenencia a un estado nacional determinado. Ríos como el Paraná y el Uruguay no constituían ninguna valla para una población mestiza que desarrollaba una gran movilidad en el área y que se reconocía por una identidad cultural que se entroncaba en la extinguida vida reduccional.
Finalizada la Guerra del Paraguay, los límites y fronteras nacionales quedaron establecidos. El momento coincidió con la consolidación interna de los estados de Argentina, Brasil y Uruguay. Para los sectores políticos dirigentes, “nacionalizar” a la población a partir de un proyecto cultural centralizado y uniforme constituía una prioridad. Más aún en aquellas zonas potencialmente conflictivas desde una perspectiva fronteriza. En este contexto aquel tipo humano y aquella cultura que emergían desde el remoto pasado de las misiones jesuíticas resultaban amenazantes. Los proyectos oficiales de inmigración europea y de desarrollo de un proyecto educativo de carácter nacional, terminaron por desplazar hacia la marginalidad social y cultural a aquel hombre y su modo de ser. El “gaucho” mesopotámico, el “gaúcho” riograndense, el “mencho”, el “tape”, étnicamente nutridos desde del pasado reduccional misionero, portadores de una cultura de raigambre popular con reminiscencias guaraní-misioneras, fue catalogado como símbolo de la “irracionalidad”, del “primitivismo”, de la “superstición”, en fin, de una situación socio-cultural que había que superar y olvidar. A pesar de ello, aquel tipo de hombre y su cultura sobrevivieron al embate cultural e ideológico de los emergentes estados nacionales y aún hoy se muestran con fuerza en la música regional, en la religiosidad popular, y en una variedad de usos y costumbres que impregnan todos los estratos socioculturales de la región misionera.

Los actuales guaraníes: una historia paralela
¿Y los guaraníes que hoy habitan en aldeas dispersas en la región misionera? Los kaynguá, los paí-tavyterá, los ava-katu-eté, los mbyá, los chiriguano: allí están en sus aldeas en medio del monte, orgullosos de su raza y de su cultura. Aplastados día tras día por un mundo implacable que les quita sus animales, sus árboles, su salud y años a sus vidas. Obligados a ser “argentinos”, “paraguayos” o “brasileños”, por política de estado. Islas en medio de una sociedad que los observa con extrañeza, disfrutando el exótico paisaje de hombres que aún viven abrazados a la naturaleza, mientras tuerce la vista para no advertir la tuberculosis, la desnutrición, el alcoholismo y la miseria que los envuelven.
¿Son ellos descendientes de aquellos guaraníes que desde finales del siglo XVIII abandonaban las reducciones? No. Son grupos aborígenes que históricamente se habían mantenido al margen de la vida reduccional misionera, pese a que en varias ocasiones los padres jesuitas no habían escatimado esfuerzos por incorporarlos a las misiones.
Uno de los casos más llamativos es el de los mbyá. A diferencia de otros grupos, los mbyá habían entablado muy buenas relaciones con las misiones. Habitaban la selva, al norte de las reducciones de Corpus Christi y al norte de Trinidad y Jesús. Innumerables veces fueron tentados por los jesuitas para que se incorporaran a los pueblos, sin resultado alguno. Cuando los pueblos enviaban sus expediciones a los yerbales naturales ubicados en las selvas del norte, los mbyá se incorporaban a esas expediciones yerbateras como guías y como trabajadores. En pago por su trabajo recibían diversos regalos, como lienzos, herramientas, alimentos, imágenes religiosas, medallas y diversas chucherías vistosas. Sin embargo jamás se avinieron al sistema reduccional, ni consideraron la posibilidad de convertirse en un pueblo sedentario y de tradición agrícola.
Un caso similar fue el de los guayanás, a los que se intentó reducir en el año 1768, luego de la expulsión de la Compañía, en la reducción de San Francisco de Paula. Una reducción que finalmente no prosperó, pues la población se resistió a la vida sedentaria y a la cultura agrícola.
Durante todo el período reduccional, fuera de los límites de la Provincia Jesuítica del Paraguay y aún dentro de ella, en las zonas selváticas, existieron parcialidades guaraníes que se mantuvieron al margen del proceso reduccional, viviendo en su modo ancestral. Mientras se mantenían en una actitud pasiva, su presencia era tolerada por los guaraníes reducidos. En caso contrario se emprendían expediciones punitivas contra los mismos, tal como ocurrió durante toda la historia de las reducciones con los guenoas, un pueblo que habitaba en la jurisdicción de las reducciones de La Cruz, Yapeyú, Santo Tomé y San Borja. No sólo no aceptaban reducirse en pueblos, sino que constantemente asolaban las estancias de las reducciones.

El hombre primitivo misionero
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Gobierno y administración de los pueblos jesuíticos
Vivir en una reducción
La Guerra guaranítica
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El urbanismo jesuítico-guaraní
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La decadencia de los pueblos guaraníes posjesuíticos
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De los pueblos misioneros a centros productivos
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Corrientes ocupa los territorios de las misiones meridionales
Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
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