Andrés
Artigas
Comandante General de
Misiones
La
derrota de Perugorría por las tropas de Blás Basualdo, el 24
de diciembre de 1814, en la Provincia de Corrientes, más la
posterior victoria de Rivera sobre las fuerzas directoriales en
Guayabos, el 10 de enero de 1815 en la Banda Oriental,
determinarán y consolidarán la llamada Liga de los Pueblos
Libres.
Esta institución de hecho –ya que no hubo pacto que le diera
caracter jurídico–, de la que participarán la Banda
Oriental, las provincias del Litoral: Entre Ríos, Santa Fe,
Corrientes y Misiones, y momentáneamente Córdoba, reconocerá
al caudillo oriental José Artigas como su Protector. Basada en
un sistema confederal de gobierno, no implicó de ninguna manera
un intento de secesión de las otras provincias del Río de la
Plata, pero sí desconocimiento y enfrentamiento por más de un
lustro con las autoridades del Directorio.
Desengañado Artigas por la actitud neutralista del Paraguay y
por la situación en que habían quedado los pueblos misioneros
luego de los turbulentos sucesos del año 14, creyó oportuno
nombrar Comandante General de Misiones a una persona capaz, de
su entera confianza, que compenetrado de su ideario pacificase
los pueblos, restableciese los derechos de los naturales y
tratase de recuperar la integridad perdida, para que Misiones
–como una Provincia más de la Liga–, contribuyese junto con
sus hermanas a afianzar el sistema. Para ello, como diría Martín
de Moussy, tenía “un instrumento maravillosamente idóneo
para ese papel”: el tape misionero, Andrés Guacurarí, su
hijo adoptivo, a quien como tal había criado y educado, permitiéndole
incluso usar su apellido.
Originario de San Borja, Andresito nació un 30 de noviembre, de
1778 según algunos autores, cerca de 1783, conforme a otros.
Joven se agregó al entorno de José Artigas quien,
posteriormente, lo adoptará como su hijo, alrededor de 1796,
cuando el caudillo oriental recorría el “lejano norte” de
la banda oriental. Sabía leer y escribir correctamente y su
instrucción nada común para la época se completará cuando,
siguiendo a su padre adoptivo, se incorpore al Cuerpo de
Blandengues, donde adquirirá la experiencia necesaria para un día,
impensadamente, volver a su provincia natal a gobernarla.
En marzo de 1815, Andresito –como cariñosamente se lo
recuerda–, con un corto número de tropa, acompañado de su
secretario y capellán, el franciscano Fray José Acevedo, sin
contratiempos y con el beneplácito de sus connaturales, se
instalará en Santo Tomé. Al poco tiempo, en abril, tendrá ya
recuperados los pueblos del departamento de Concepción, que habían
quedado ocupados por los paraguayos desde su invasión a fines
de 1814. Dispuso, en los mismos, la realización de asambleas
electorales, en las cuales, por mayoría de votos fueran
elegidos los diputados a ser enviados al Congreso de Oriente o
Arroyo de la China, convocado por Artigas.
Se inicia de esta manera el llamado periodo artiguista en la
historia misionera, en la cual la figura de Teniente Gobernador
es reemplazada por la de Comandante General, más apropiada para
un pueblo en armas y en la que sus gobernantes serán sus
naturales guaraníes. Desaparecerán las figuras de los
subdelegados departamentales y serán revalorizados los
caudillos que, con los Corregidores-Comandantes, jugarán un
importante papel en esta etapa.
La
“custodia” paraguaya de Candelaria
El nombramiento de Andrés Artigas como Comandante
General de Misiones no estuvo limitado únicamente a los 10
pueblos de los departamentos de Yapeyú y Concepción, que hasta
ese momento habían estado sujetos a las autoridades de Buenos
Aires, sino también a los pueblos del departamento de
Candelaria que, desde 1811, estaban bajo “custodia” del
gobierno de Asunción. Ya a fines de mayo de 1815, el Comandante
de las Misiones Orientales, en poder de los portugueses desde
1801, informaba tal circunstancia a sus superiores, oficiando
que Andresito había sido enviado como “Tenente Governador ou
Comandante Geral do territorios e Povos Guaraníes entre o
Uruguay e Paraná”. Es por ello que la orden enviada por el
Protector de los Pueblos Libres al comandante guaraní el 16 de
julio “apure usted al Paraguay a ver si dejan libre al pueblo
de Candelaria y ellos repasan el Paraná que es la línea de su
demarcación”, no era una situación circunstancial motivada
por el reciente rompimiento con esa provincia, sino que se
apoyaba en una realidad geopolítica heredada del tratado del 12
de octubre de 1811.
Luego de su fracasada expedición, desde el punto de vista
militar, y tras el estallido revolucionario en el Paraguay,
Belgrano firmó un tratado por el cual, en su artículo 4º, se
otorgaba a Asunción la “custodia” del departamento de
Candelaria, hasta que el Congreso resolviera la demarcación
definitiva. Si bien es cierto que el Triunvirato aprobó esa
convención, observó el referido artículo “si su verdadero
sentido es conceder al Paraguay todo el departamento de
Candelaria”.
Ya en septiembre de 1812, Manuel de Sarratea, desde Salto Chico,
en un informe reservado al gobierno de Buenos Aires, consciente
que la “posesión” de los paraguayos de Candelaria era
“solamente precaria y no les confieren las convenciones de los
tratados títulos de legitimidad”, consideraba que lo más
conveniente era ordenar al Teniente Gobernador de Misiones, que
con fuerzas de su mando se posesionase de dicho punto, dando
“las gracias al gobierno del Paraguay por el servicio que ha
hecho”, es decir, por la custodia.
En 1813, el gobierno porteño enviará a Asunción la llamada
misión Herrera, la que tendrá entre sus instrucciones
“reclamar enérgicamente sobre la restitución de Candelaria,
trayendo a la vista los motivos y términos de la retención
pactada provisoriamente en la convención celebrada”; como
sabemos, esta misión fracasó y el reclamo ni siquiera pudo ser
presentado.
Posteriormente, al dictarse el 10 de septiembre de 1814 el
llamado decreto Posadas, en relación a la nueva Provincia a
crearse con “la ciudad de Corrientes y los pueblos de Misiones
con sus jurisdicciones respectivas”, es interesante notar que
se fijará como límites “al Norte y el Oeste el Río Paraná,
desde la línea divisoria con los dominios portugueses”, y
determinaba que en “tiempos de guerra” el gobernador
intendente residiría en Candelaria.
Artigas, sin lugar a dudas, estaba en conocimiento de los
derechos misioneros sobre Candelaria y de los antecedentes del
convenio celebrado; de ahí que la orden dada de obligar a los
paraguayos de repasar el Paraná no debe verse como un intento
de invasión, sino como el de una legítima recuperación de áreas
usurpadas.
Recuperación
de Candelaria
Si bien entre los naturales misioneros existía
conciencia de que el Tebicuarí era la antigua frontera con el
Paraguay, ya sea porque así se había convenido en 1811, o bien
porque no se quería repetir la triste experiencia militar de
Belgrano, al disponerse el avance y ocupación de Candelaria, no
se buscará traspasar el Paraná, el cual de esta manera quedará
fijado como límite.
Previo al inicio de la campaña, con éxito se había
desarrollado una “guerra de papeles”, por la que se había
logrado atraer a muchos a la causa pregonada por Artigas,
prometiendo que en los pueblos a ser recuperados, se iba a
guardar el mismo orden institucional que en los demás, es
decir, permitiendo que los naturales se gobernasen por sí
mismos, desterrando a los administradores y comerciantes que por
años se habían aprovechando de su miseria.
El 25 de agosto, las vanguardias de las tropas misioneras ya habían
alcanzado Santo Tomás; en ese punto y en el cercano pueblo de
San Carlos, poco a poco se irán concentrando alrededor del
medio millar de hombres, comandados por prestigiosos oficiales,
que bajo las órdenes de Andrés Artigas, tendrán
posteriormente destacada actuación, como Julián Baruyé,
Ignacio Mbaybé, Manuel Cayré y Manuel Miño, entre otros.
Ya a principios de agosto, el dictador de Paraguay, Francia, que
seguía atentamente los sucesos de la frontera sur, disponía el
envío de tropas para reforzarla. A mediados del mes nombraron
al capitán José María Isasi como subdelegado de Candelaria,
en reemplazo de Francisco Antonio González que había pedido su
retiro. Este último, mientras esperaba su relevo, informaba al
dictador que a Santo Tomé habían llegado más de cuatrocientos
hombres, que habían sido del “difunto Blasito” (Blás
Basualdo) y que Andresito pensaba atacar a la mayor brevedad;
posteriormente también informará sobre la “ninguna
confianza” que se podía tener a los naturales, ya que “éstos
eran adictos a Artigas”.
Concentradas las tropas, el 11 de septiembre, desde San Carlos
donde se encontraba postrado enfermo, Andrés Artigas, en un último
intento de resolver pacíficamente la situación y sin
derramamiento de sangre, oficiará al recientemente nombrado
comandante de Candelaria José Isasi, invitándole que se le una
o deje el departamento, repasando el Paraná con toda su
guarnición, pero sin armamento, que ello lo hacía “como
verdadero americano y hermanos que somos”, reiterándole que
“al otro lado del Paraná es la frontera de la provincia
republicana”.
El día 12, el caudillo guaraní enviará a Candelaria
doscientos cincuenta hombres entre infantería y caballería, al
mando del capitán Manuel Miño, con su compañero el padre Fray
José Acevedo, “para que éste le dirigiese en todo, y lo que
él dispusiese se hiciera”.
En respuesta al oficio que le habían enviado, el comandante de
Candelaria solicitó parlamentar; el padre Acevedo accedió a
ello, pero como Isasi pretendía repasar el Paraná “con todo
su armamento”, ante esa exigencia y otras de carácter
dilatorio, luego de formarse junta de guerra se determinó
atacar. Tres horas de encarnizado fuego duró la batalla y luego
de un nuevo parlamento, fue aceptada la rendición de la
guarnición que había estado defendida por 300 hombres, con
todo su armamento y pertrechos de guerra.
Recuperada la antigua capital de Misiones, no solamente serán
ocupados –ya sin contratiempos–, los restantes pueblos de la
margen oriental del Paraná: Santa Ana, Loreto, San Ignacio y
Corpus, sino también el vasto espacio que se extendía hasta
los límites con Corrientes, en el Santa Lucía, ocupado por los
paraguayos desde 1811.
La reacción de Francia no se hará esperar: concentrará tropas
en la frontera e intentará pasar a la ofensiva mediante
acciones fluviales en el Paraná. A mediados de noviembre la
flotilla paraguaya se hallaba frente a Candelaria, pero no
obstante el constante hostigamiento que por dos meses mantuvo
alerta a las tropas misioneras, así como a las correntinas con
las que Andresito había establecido contacto, los paraguayos no
pudieron efectuar ningún desembarco, siendo rechazados en los
pocos intentos realizados, obligados incluso a abandonar el paso
de Trinidad, frente a Corpus.
Es de lamentar que la recuperación de Candelaria, no obstante
la prudencia conque se desarrollaron las acciones, precedidas
por diplomáticas gestiones, destinadas a evitar el
derramamiento de sangre y por ende, a dejar siempre abierto el
camino para que la entonces provincia del Paraguay pudiera
integrarse al sistema federal preconizado por Artigas, endureció
más la postura aislacionista del Dictador Francia quien, ante
la ocupación, hablara de sorpresa, traición, iniquidad del
jefe fronterizo, seguiría desconfiando de sus vecinos, creyendo
que su neutralismo, respecto a los sucesos del Plata, era lo que
más convenía a su pueblo. Posiblemente esto haya sido acertado
para el Paraguay, aunque no para la causa americana.
En enero de 1816, convencido José Artigas de que el Paraguay lo
único que intentaba era incomodarlo y que no iría a repasar el
Paraná, ante el movimiento de las tropas portuguesas ordenaba a
Andresito que se retirara de Candelaria, dejando en dicho punto
al Capitán Miño con alguna tropa de observación, y se situase
en Santo Tomé para cubrir desde allí La Cruz y Yapeyú. Como
vemos, para el Comandante General de Misiones una campaña había
terminado: la recuperación y defensa de la frontera del Paraná,
de la que se retira victorioso; ahora iba a empezar otra, mucho
más prolongada, más sangrienta: la lucha con los portugueses,
la lucha contra Chagas.
La
bandera de Misiones
Tras su victoria en Guayabos, José Artigas, en su
cuartel general el 13 de enero de 1815, enarboló e hizo jurar
por sus soldados una bandera tricolor, disponiendo que la misma
se levante en los demás Pueblos Libres. Ello le será
trasmitido al gobernador de Corrientes, José Silva, por su
lugarteniente Blás Basualdo. Silva, el día 30, le informaba a
Basualdo haber quedado enterado de la voluntad del jefe oriental
de que “se fije la bandera tricolor, blanca, azul y
colorada”.
Artigas, viendo que sus disposiciones eran interpretadas de
distintas maneras, el 4 de febrero al dirigirse a Silva, le señalaba
que la misma debía “ser uniforme a la nuestra”, es decir
“blanca en medio, azul en los dos extremos y en medio unos
listones colorados”. No existe constancia que se haya
enarbolado una bandera de estas características en las
provincias de la Liga; lo que sí se sabe es que el 26 de marzo,
en Montevideo, Fernando Otorgues izaba una con la misma
disposición de los colores que la enarbolada en Corrientes. Es
dable suponer que Andresito, a su llegada a Misiones a
principios de marzo, levantara otra igual.
Recién en 1816, en Montevideo, se usará la azul y blanca
cruzada diagonalmente por una franja roja, como las que se
izaron en Entre Ríos y Santa Fe. Respecto a Misiones, la
tradición señala que se siguió usando la de franjas
horizontales, no existiendo dudas que sus colores siguieron
siendo los originales artiguistas: blanco, azul y rojo. Entre
los numerosos testimonios sobre el particular, tenemos el de la
entrada de Andresito a Corrientes en agosto de 1818, “con dos
banderas de su ejército” y la observación que días antes
Pedro Campbell hiciera al Cabildo de esa ciudad al enterarse que
no tenía “bandera tricolor”, señalando que ese descuido no
sería bien visto por el Comandante General ciudadano Andrés
Artigas”.
Respecto al significado de los colores de estas banderas
federales llamadas “de la libertad”, mientras que a la
creada por Belgrano se la seguía llamando “de la Patria”,
el mismo Artigas nos lo trasmitirá: el blanco signo “de
nuestra distinción y grandeza”, el azul “de nuestra decisión
por la República”, el colorado “por la sangre derramada
para sostener nuestra libertad e independencia”.
La bandera de Misiones
constituye, lo mismo que la vocación
federalista, un legado que perduró en el tiempo;
de ahí que haya sido
reconocida por la oficial de la Provincia, merced
al Decreto 326/92, del
13 de febrero de 1992 y la posterior sanción de
la ley provincial 3102. |
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