La Herencia Misionera
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"Todos
los caminos
están compuestos, y los ríos que lo permiten, con puentes, y
los
que no, con canoas y canoeros para transportar a
los pasajeros.”
Padre
José Cardiel,
Carta Relación de 1747
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Todos
los caminos están compuestos,
y los ríos que lo permiten, con puentes, y los que no, con
canoas y canoeros para transportar a los pasajeros. En lo de los
españoles, de ciudad en ciudad, ninguno hay compuesto, ni hay río
que tenga puentes ni canoas. A cada cinco leguas en las Misiones
hay una capilla, con uno o dos aposentos, y una o más casas de
indios que la guardan; y sirven los aposentos (que están con
cama) de posada para todo pasajero. Ninguna posada hay entre los
españoles. Cada uno, si es de conveniencias, se lleva consigo
la posada, que es una tienda, que aquí llaman “toldo”, o un
carro; si no lo es, va durmiendo en el campo y a la lluvia y
graniza. A ninguno (en las posadas de Misiones) se le pide cosa
alguna por estas posadas, ni por pasarlos por los ríos. Todo se
hace por caridad.”
Padre
José Cardiel, Carta Relación de 1747 |
Glosario
Camino real:
denominación que recibían los caminos troncales de la red
vial.
Tajea: consiste en una alcantarilla que sirve para dar paso al
agua por debajo de los caminos.
Terraplén:
elevación artificial del terreno con la finalidad de dar paso a
un camino.
Tajamar:
terraplén levantado con la finalidad de contener al agua de
lluvia entre dos pendientes opuestas, formando con ello una
laguna artificial.
Paso:
denominación dada al sitio por el cual se cruza un arroyo o río.
San Alonso:
paraje ubicado en cercanías de la localidad de Gobernador
Virasoro, en la provincia argentina de Corrientes. La denominación
proviene del período jesuítico y corresponde a la Capilla y
puesto de San Alonso, un establecimiento agrícola y ganadero
perteneciente a la jurisdicción de la reducción de Apóstoles.
Tapererepurá:
probablemente del vocablo guaraní “tapererecurá”, cuidador
de caminos
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"Póngase sin
falta un Indio Tapererepurá al Arecutay (actual arroyo Tunas),
y despáchense con puntualidad las cartas, por pedirlo así la
caridad, y el buen gobierno de estos pueblos...”
Memorial
para el pueblo de Apóstoles. Año 1714 |
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Los
caminos recorridos por el guaraní
Las
correderas del Apipé sobre el curso del río Paraná, los rápidos
de Salto Grande sobre el río Uruguay, los saltos del Moconá
también sobre el curso del Uruguay, los saltos del Guayrá en
el curso superior del Paraná y los esteros del Iberá, constituían
un conjunto de barreras naturales que contribuían al
aislamiento de los pueblos misioneros respecto del resto del
mundo colonial hispánico. La presencia inevitable de esos obstáculos
naturales favorecía una comunicación con el exterior de las
misiones controlada en función de objetivos predeterminados.
Contrasta notablemente lo fluido de las comunicaciones internas
del universo reduccional misionero, con los escasos puntos de
contacto establecidos con el mundo exterior. Interiormente, la
infraestructura de comunicaciones y las posibilidades de
movilidad y traslados eran óptimas, cualquiera fuera el sitio
al que se quisiera arribar. Sin embargo cuando se trataba de
abandonar o ingresar en el territorio de las misiones las vías
de comunicación eran muy específicas y sujetas a un control de
bienes, personas y trayectos.
Los vestigios que hoy persisten de aquella infraestructura
volcada al logro de una eficiente comunicación en el ámbito de
los pueblos misioneros, demuestran la existencia de un plan vial
basado en un aprovechamiento racional de los recursos y específicamente
de la topografía de la región.
Los
caminos transitados en el pueblo
Cada reducción contaba con circuitos de comunicación
y tránsito usados cotidianamente por los habitantes. Las calles
del pueblo y la plaza constituían las vías de tránsito por
excelencia para la circulación de personas, animales, bienes.
Pero existían algunas calles y senderos que poseían un
especial significado. Los senderos o vías procesionales en
algunos pueblos convocaban a los pobladores de la propia reducción
y de las reducciones vecinas para la conmemoración de algunos
eventos. Un caso era la peregrinación en honor a San Miguel
realizada en la reducción de San Javier, a lo largo de una
camino bordeado de jardines que partía desde la plaza del
pueblo y culminaba unos 1.500 metros al norte en una capilla
erigida a San Miguel en la cima de un pequeño promontorio del
terreno. En la reducción de Nuestra Señora de Loreto se
presentaba también una importante vía procesional. Se trataba
de una calle de 1.300 metros de longitud. Comenzaba en la
Capilla de la Virgen de Loreto, ubicada en uno de los extremos
del pueblo, cruzaba por el sector de viviendas, frente al
cementerio, el templo, la residencia y la huerta, culminando en
una elevación del terreno donde se ubicaba el Monte del
Calvario. Las celebraciones que se realizaban en Semana Santa en
este ámbito convocaban a los guaraníes de las vecinas
reducciones de Santa Ana, Candelaria, San Ignacio y Corpus
Christi.
En la reducción de Apóstoles existía un camino que constituía
un magnífico paseo. Partía de la plaza de la reducción y en línea
recta, a unos 1.000 metros al norte, culminaba en los estanques
del pueblo. Estaba bordeado de naranjos y de ejemplares de ybaró
o “arboles del jabón”, llamado así porque sus semillas
estrujadas en el agua producían una sustancia jabonosa
apropiada para el lavado de la ropa. Un camino semejante se
presentaba en la reducción de San Miguel, el cual partiendo
desde el pueblo también concluía en unos estanques ubicados en
la periferia del mismo.
Existían también otros itinerarios, ubicados en el interior de
algunos templos y muy relacionados con la fe. En el templo de la
reducción de Concepción el sitio en el que se exhibía la urna
con los restos del Padre Roque González de Santa Cruz era el
punto terminal de un camino recorrido periódicamente por guaraníes
que veneraban aquellos restos. Un caso similar se presentaba en
el templo de la reducción de Loreto, donde reposaban en un ataúd
parte de los restos del Padre Antonio Ruíz de Montoya,
venerados especialmente por los guaraníes de Loreto y de San
Ignacio y a cuya intersección se adjudicaban milagrosas
curaciones, no sólo por parte de los guaraníes sino también
por algunos Padres jesuitas.
Del
pueblo a la periferia y hacia otros pueblos
El
“paso de Itapúa” permitía la comunicación de los
pueblos
occidentales del Paraná con los ubicados
al oriente de dicho río y con
los pueblos uruguayenses. |
Cada una de las calles
que se originaban en la plaza de la reducción al salir del pueblo
se bifurcaba en múltiples direcciones, conformando una red vial
que cubría todo el entorno agrícola. Eran los caminos que conducían
a los lotes del abambaé y del tupambaé, a las canteras, los
yerbales hortenses, los corrales, los percheles, los cementerios
del campo y las capillas. Generalmente estos caminos eran
ramificaciones del llamado camino real, aquél que intercomunicaba
a las diversas reducciones y que cumplía la función de camino
troncal.
Cada uno de los caminos que ingresaban en la reducción poseía en
sus inmediaciones, a las afueras del pueblo, en un sitio elevado
del terreno, una capillita u oratorio. Era el sitio en el que se
detenían para orar los viajeros que llegaban o partían en viaje.
El tránsito estaba muy bien administrado por una adecuada red
vial que cubría todo el entorno del pueblo.
La comunicación de los pueblos entre sí quedaba establecida por
los caminos reales y en algunos casos por la vía fluvial de los ríos
Paraná y Uruguay. Todos los pueblos se hallaban intercomunicados
por caminos adecuadamente acondicionadas para el tránsito.
El “paso de
Candelaria”, sobre el río Paraná, permitía la comunicación
entre los pueblos orientales y occidentales a dicho río |
Estos aseguraban un rápido
y eficiente traslado de personas y productos entre los diversos
pueblos guaraníes. Un sistema de postas permitía que en los
trayectos que fueran muy largos, el viajero y los animales de tiro
pudieran descansar y reponerse antes de continuar el viaje emprendido.
Planta de la
capilla de San Alonso mandada a construir en 1714 como
posta en el camino que iba de la reducción de Santo Tomé
a la de
Mártires. Se convirtió además en un importante puesto
de la estancia de
la reducción de Apóstoles |
Entre algunos pueblos,
como los ribereños del Paraná, prevalecía la comunicación fluvial.
Lo accidentado del terreno hacía, por ejemplo, que los viajeros que
iban de San Ignacio Miní a Santa Ana o a Candelaria, prefirieran
hacerlo navegando por el río Paraná, antes que utilizar la vía
terrestre. Por este motivo, los pueblos de Candelaria, Santa Ana,
Loreto, San Ignacio, Corpus, Itapúa, Trinidad y Jesús, tuvieron cada
uno de ellos sus respectivos puertos y el camino que llevaba al mismo
desde la reducción adquiría una singular importancia, al punto de
convertirse en un eje ordenador de la trama urbana. Esto explica el
hecho de que los pueblos paranaenses no hayan desarrollado un sistema
vial con el nivel de complejidad con que sí lo hicieron los pueblos
uruguayenses.
Las
salidas al exterior
Las vías de comunicación hacia fuera del ámbito
reduccional fueron escasas. El río Paraná relacionaba a los pueblos
misioneros con las ciudades de Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires. La
comunicación con la ciudad de Corrientes se producía también por
una ruta terrestre que unía directamente a dicha ciudad con la
reducción de Candelaria. El río Uruguay, combinado con una camino
costero, fue un nexo de comunicación con el Río de la Plata y Buenos
Aires. La comunicación con la ciudad de Asunción se concretaba a
través de dos caminos que cruzaban el límite del Tebicuary y confluían
sobre dicha ciudad, desde las reducciones de Santa María de Fe y Jesús.
Hacia el noroeste de las misiones guaraníes, en varias oportunidades
se habían emprendido exploraciones con la finalidad abrir una ruta
hacia las misiones de Chiquitos. A comienzos del siglo XVIII, la ruta
fue lograda y la comunicación quedó establecida. Pero en el año
1717 la Corona prohibió esa ruta, quedando definitivamente
abandonada. Sucedía que el nuevo camino acortaba notablemente el
trayecto al Altoperú, arruinando con ello a la única ruta y al tráfico
comercial vinculado a ella. Dicha ruta tradicional partía desde Santa
Fe o Buenos Aires hasta Córdoba, para desde allí ascender hacia el
Altoperú.
La ciudad de Córdoba se constituía en un centro hasta donde llegaban
los productos misioneros –yerba, tabaco, cueros, maderas– para
desde allí tomar el destino de Chile a través de los pasos
cordilleranos, o el Altoperú siguiendo por Tucumán, Salta, Jujuy,
Potosí, La Paz y Lima.
Otra ruta importante para las misiones de guaraníes era la que desde
el puerto de Buenos Aires llevaba al continente europeo. Por esta ruta
marítima habían llegado los jesuitas europeos a las misiones y era
utilizada periódicamente para las comunicaciones con la jerarquía de
la Compañía establecida en la ciudad de Roma.
Para la navegación de los ríos Paraná y Uruguay, los pueblos ribereños
contaban con buenos puertos. En el Paraná eran de renombre los
puertos de Itapúa, Candelaria, Loreto, Santa Ana, Corpus Christi,
mientras en el río Uruguay sobresalía por su importancia comercial
el puerto del pueblo de Yapeyú. Desde ellos salían embarcados los
excedentes de lo producido en el tupambaé hacia los puertos de Santa
Fe o Buenos Aires, principalmente yerba, tabaco, algodón, maderas,
cueros, además de gigantescas jangadas de troncos extraídos de la
selva misionera que iban río abajo rumbo a los mercaderes que
esperaban en Santa Fe o Buenos Aires.
Características
de la red vial
Los caminos trazados en las reducciones jesuíticas no eran
simples huellas marcadas en el terreno virgen por el continuo tránsito.
Existía una ingeniería vial altamente desarrollada, producto de un
continuo trabajo de ejecución de obras y de mantenimiento.
Las obras realizadas para acondicionar los caminos eran muy variadas.
Por ejemplo, en los accesos a los pueblos cuando existían pendientes
pronunciadas, a tal punto que hacían dificultoso el tránsito, se
procedía a realizar excavaciones para eliminar o diminuir las
pendientes. Si el camino debía atravesar algún fino hilo de agua, se
construían tajeas, es decir canalizaciones por debajo del camino.
Otro problema común eran las extensas zonas anegadizas por las que
necesariamente debían cruzar algunas rutas. Como solución se elevaba
el camino sobre un terraplén, excavando a ambos lados dos canales
paralelos que cumplían la función de drenar el agua, de modo que
durante todo el tiempo el camino fuese transitable. Los tajamares que
se creaban aprovechando los terraplenes de los caminos constituían
otra interesante obra. Cuando algún camino cruzaba una zona agrícola
o ganadera se acondicionaban terraplenes en los bajíos, entre dos
pendientes. El terraplén además de facilitar el tránsito, actuaba
como una represa que generaba lagunas al retener las aguas de las
lluvias.
La construcción de puentes tampoco faltó, cuando eran necesarios
para cruzar algunos de los numerosos arroyos que riegan el territorio
misionero. Fue notable el construido sobre el arroyo Chimiray, el cual
permitía la comunicación de los pueblos de Apóstoles, Concepción,
Santa María la Mayor, Mártires y San Javier, con las estancias que
poseían en la cuenca del río Aguapey. Sus restos aún persistían a
principios del siglo XX, momento en que fueron relevados
minuciosamente por Leopoldo Lugones, quedando plasmada la descripción
en El Imperio Jesuítico. Otro puente se construyó sobre el arroyo
Yachimá mirí (actualmente denominado Cuñamanó), cuyos restos
persisten hasta la actualidad. Éste estaba construido en el camino
real que conducía desde la reducción de Apóstoles hasta la de
Concepción. La madera era el elemento utilizado para la construcción
de puentes, mientras que las piedras se usaban para los muros de
contención de los terraplenes de acceso. Los puentes en realidad
fueron excepcionales, en la mayoría de los casos los arroyos eran
cruzados directamente por los lugares menos profundos, previo rebaje
de las barrancas para dar curso al camino.
Andar por aquellos caminos traía aparejado ciertos riesgos, más aún
para personas que no eran oriundas de la región, como podría ser algún
Padre jesuita de un lejano pueblo o el Provincial de la Orden. Las
largas distancias, el cruce de los arroyos, los animales salvajes, en
algunos sitios la presencia de indios no reducidos de actitud hostil,
eran factores de riesgo para los viajeros. Por este motivo en las
reducciones existía el indio tapererepurá. Se trataba de un indio
cuya tarea era la de controlar el estado de los caminos, llevar la
correspondencia epistolar entre los pueblos, y desempeñarse como guía
baqueano en el cruce de arroyos caudalosos y zonas de riesgo.
Cuando los puntos terminales de un trayecto eran de escasos kilómetros
no se presentaban mayores problemas. Pero en determinados casos el
recorrido era de varias decenas de kilómetros hasta llegar a alguna
reducción. Esto ocurría por ejemplo cuando era necesario trasladarse
desde la reducción de Santo Tomé hasta la de San Carlos o Apóstoles,
cruzando en el trayecto por una extensa región de estancias. Para
comodidad y seguridad de los viajeros estos caminos poseían capillas
y postas atendidas por indios. Allí el exhausto viajante hallaba en
la soledad de los campos una habitación amueblada para pernoctar, un
cocinero indio listo a preparar un plato reparador, agua en
abundancia, un sitio para la oración y el recogimiento, corrales y
pasturas para los caballos o los bueyes. En la actualidad las ruinas
de la posta y capilla de San Alonso, ubicadas a escasos kilómetros de
la localidad correntina de Gobernador Virasoro, son un magnífico
testimonio que ejemplifica el caso señalado. Los restos permiten
advertir una construcción que poseía las dimensiones de 5 metros por
12 metros, rodeada por una galería perimetral, construida en piedra y
techada con tejas.
En la actualidad, gran parte de los restos de la infraestructura vial
de las misiones jesuíticas persiste dispersa en todo el territorio de
las misiones jesuíticas. Fue tal la racionalidad con que se planificó
la red vial que muchas de aquellas rutas se convirtieron en base para
la construcción de rutas modernas.
Los
“pasos” fluviales
Se podría concluir que los ríos Paraná y Uruguay
separaban y aislaban a los pueblos misioneros que se hallaban a una y
otra banda de dichos ríos. Sin embargo ello no sucedía, ambos ríos
ligaban a los pueblos y no constituían ningún obstáculo para las
comunicaciones.
Existían varios puntos por los que se realizaba el cruce de los ríos
Paraná y Uruguay que recibían el nombre de pasos. Sobre el río
Paraná se destacaban por su importancia en el cruce de personas,
bienes y ganados los pasos de Itapúa y de Candelaria. El paso de Itapúa,
que comunicaban a la reducción de Encarnación de Itapúa con el
puesto y Capilla de San Antonio, establecida en la zona ocupada por la
actual ciudad de Posadas, era utilizado fundamentalmente para el cruce
del ganado destinado a las reducciones occidentales del Paraná.
Precisamente con el fin de contener al ganado que esperaba el cruce en
balsas, se había acondicionado una rinconada mediante una combinación
de zanjas y cursos de arroyos. Una infraestructura que en el siglo XIX
los paraguayos aprovecharían para construir su famosa trinchera.
Sobre el río Uruguay se destacaba el paso San Isidro, que permitía
la comunicación con las misiones orientales desde la reducción de
Concepción. Otro paso importante era el que comunicaba a Santo Tomé
con la reducción de San Borja. Río abajo existían otros pasos
frente a las reducciones de La Cruz y Yapeyú, los que llevaban
directamente a las estancias misioneras ubicadas en las misiones
orientales |
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