La
Revolución se internacionaliza
Hacia
1810, el área meridional de Misiones se constituía como la más
pujante de todo el conjunto. Además, había sido la menos
afectada por el caos generalizado en el que habían caído los
pueblos a partir de la expulsión de los jesuitas. Sus fértiles
praderas posibilitaban una base económica agro-ganadera que
permitía la subsistencia de esa región. Desde la última década
del siglo XVIII se fueron asentando en el sudeste de la actual
provincia de Corrientes y el nordeste de la de Entre Ríos,
importantes hacendados criollos que se sumaron a los ya
existentes de raza guaraní. Esa región, desde las épocas de
Juan de San Martín, había adquirido importancia por
constituirse en el tráfico comercial de los productos
misioneros a Buenos Aires. El contacto en límites poco claros
con hacendados curuzucuateños que paulatinamente iban ocupando
efectivamente el espacio del sur de Corrientes, provocó
enojosos conflictos jurisdiccionales que intentó dirimir
Belgrano a su paso en la Expedición al Paraguay. Pero la economía
de esa región, en paulatino crecimiento, quedó profundamente
quebrada hacia finales del decenio de 1810. Las razzias
portuguesas de 1811 La presencia de Belgrano en el Paraguay,
motivó el acercamiento del gobernador de ese país, Bernardo de
Velasco, –rebelado a la Revolución de Mayo– con el
comandante de las Misiones Orientales en poder brasileño,
Francisco das Chagas Santos. El gobierno paraguayo había
alertado a Chagas acerca de la invasión de las fuerzas
revolucionarias. Este contacto, de algún modo implicaba un
pedido de auxilio frente a eventuales políticas agresivas de
Buenos Aires contra el Paraguay. Desde 1807 la Corona portuguesa
se había instalado en Rio de Janeiro. Su presencia en tierras
sudamericanas dio nuevo impulso al plan de ampliación de las
fronteras con las posesiones españolas, que tantos vaivenes habían
sufrido desde el Tratado de Madrid de 1750. Y una razón política
excusaba estos propósitos. Apresado Fernando VII y toda la
familia borbónica española, la única integrante de la Casa de
Borbón que permanecía libre del poderío napoleónico era
Carlota Joaquina, esposa del Príncipe de Portugal, don Juan de
Braganza y hermana de Fernando VII. La Corona portuguesa
argumentaba que mientras Fernando estuviese preso, le correspondía
a ella el gobierno de las posesiones españolas en América.
Esta propaganda lusitana tuvo eco en muchos patriotas
argentinos, aunque la verdadera intención haya sido la de la
expansión del territorio brasileño sobre territorios platinos.
La expedición de Belgrano al Paraguay motivó el despliegue de
fuerzas militares portuguesas sobre la Banda Oriental y la
mesopotamia argentina. Rocamora, preocupado, alertaba a Belgrano
en enero de 1811 sobre el nucleamiento de esas fuerzas en Sao
Borja, sede del Comando de Misiones. Ese mismo mes, llegaba a
Montevideo con el título de Virrey del Rio de la Plata, don
Francisco Javier de Elío, con el propósito de recuperar para
España el territorio independizado en mayo de 1810. Pero la
población rural de la Banda Oriental, muy diferente de la clase
comercial de Montevideo, ligada a los intereses británicos en
aquel puerto, rechazó la autoridad del nuevo virrey en febrero
de 1811 en el suceso conocido en la historia como “el grito de
Asencio”. Este hecho significó un virtual apoyo al movimiento
independentista de Buenos Aires. Pocos meses después, el 11 de
mayo de 1811, el caudillo oriental José Artigas derrotaba en el
pasaje Las Piedras, al jefe realista, José Posadas, completando
la reacción del campesinado oriental en contra del gobierno de
Elío. A partir de allí, un ejército compuesto por misioneros
y orientales puso sitio a Montevideo, mientras la flota
bloqueaba los ríos, cercana al delta del Paraná. Esta situación
determinó la intervención lusitana en los asuntos del Plata.
Los asaltos luso-brasileños a las Misiones En una actitud
contradictoria, mientras el comandante de la frontera de
Portugal, Diego de Souza se ofrecía como mediador del conflicto
entre Montevideo y Buenos Aires, bandas luso-brasileñas,
lideradas por jefes milicianos riograndenses saqueaban y tomaban
los pueblos meridionales de Misiones. La metodología utilizada
por los salteadores y los precedentes de sus líderes se
asemejaban mucho a los sucesos de 1801 que derivaron en el
apoderamiento portugués de los Siete Pueblos. Incluso uno de
ellos, Manuel dos Santos Pedroso, alias “Maneco”, había
participado en aquel golpe de mano. El 9 de junio de 1811, el
alcalde de Mandisoví, Pablo Areguatí, oriundo de San Miguel y
futuro comandante militar de las Islas Malvinas en tiempos de
Rivadavia, comunicaba preocupado a Belgrano que desde San Borja
había partido “(...) un gran ejército de entre 4.000 y 5.000
hombres, por la cuchilla Grande hacia Montevideo”. Seguramente
era el mismo cuerpo del que había sido advertido Belgrano por
Rocamora. Un mes después, el 13 de julio, Pablo Areguatí
informaba que los portugueses habían hecho un “saqueo general
(...) hasta no perdonar la ropa de uso”. Esa banda ya había
pasado por Yapeyú y apresado al comandante de aquel lugar. El
comandante de Entre Ríos, don Miguel Díaz Vélez, minimizando
el hecho sólo ordenó la instalación de un centenar de hombres
en la frontera para pacificar la región. Consideraba Díaz Vélez
que esas razzias no eran más que “andanzas de salteadores”.
Para entonces, 1811, Portugal ya había extendido sus fronteras
hasta el Cuareim. El asalto a las localidades de Belén y su
vecina Mandisoví podía ser parte de una estrategia de expansión
de las fronteras, aprovechando el caos político reinante. El
ataque a la población de Belén estuvo comandado por Manuel dos
Santos Pedroso. Desde allí, en julio de 1811, esas pequeñas
fuerzas luso-brasileñas avanzaron sobre Salto Chico, apoderándose
también de ese puerto. Afianzados en Mandisoví, las bandas se
internaron hacia el centro de Corrientes, ocupando en septiembre
la localidad de Curuzú Cuatiá, único pueblo fundado por el
gobierno de esa provincia al sur de su jurisdicción y
legalizado por Belgrano. Al mando de Antonio dos Santos, hermano
de “Maneco”, estos grupos se conformaban en su mayoría por
guaraní parlantes. Prácticamente todos eran gaúchos, habilísimos
jinetes, excelentes ganaderos y con costumbres semejantes a la
de los habitantes de la región que iban conquistando. Mientras
ésto ocurría en la mesopotamia centro-oriental, el ejército
pacificador de Diego de Souza llegaba a Maldonado amenazando a
las fuerzas que sitiaban Montevideo. Frente a la presencia del
ejército portugués, muy superior en número a los grupos que
sitiaban Montevideo, entre los que estaban los 400 guaraníes
que había llevado Belgrano desde Yapeyú (incluído Andresito
Artigas), se firmó el Armisticio del 20 de octubre de 1811. Elío
quedaba como autoridad absoluta de la Banda Oriental y de las
villas entrerrianas fundadas por Rocamora y Buenos Aires se
comprometía a retirar sus fuerzas de Montevideo. Esto dio lugar
al famoso Éxodo Oriental, comandado por José Artigas¸hacia un
punto neutral, Salto Chico, perteneciente a las Misiones.
Mientras los pueblos del sur misionero sufrían los embates de
los lusitanos, las incursiones portuguesas también se hacían
sentir en las localidades septentrionales. La Cruz fue atacada
el 13 de octubre, San José el 19 del mismo mes y Santo Tomé,
el 2 de noviembre, varios días después de firmado el
Armisticio. El subdelegado de Concepción, don Celedonio del
Castillo se apresuró en defender los pueblos misioneros frente
a la invasión lusitana, concentrando sus fuerzas en San Carlos
y Mártires. La “cuestión Candelaria” aún no estaba
resuelta, por lo que, frente a un pedido de ayuda de Del
Castillo al subdelegado de Itapúa, don Vicente Matiauda, éste
contestó que: “Ud. queda independiente de esta provincia, y
por eso mismo debe suspender toda espectación que hasta el
presente huviera tenido aquí”. Evidentemente el Paraguay no
tenía intenciones de mezclarse en los asuntos entre lusitanos y
rioplatenses. Estaba madurando su propia independencia. Los
pueblos fronterizos de Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé, ante los
reiterados anuncios de una gran invasión luso-brasileña a su
territorio, emigraron hacia San José. Después del armisticio
de octubre de 1811, los luso-brasileños fueron expulsados por
la fuerza del territorio correntino-misionero. Curuzú Cuatiá
fue recuperada por las fuerzas correntinas de José Ignacio Añasco.
Mandisoví, en tanto, recuperó su libertad el 29 de noviembre
de 1811 por las mismas fuerzas. Con esto se terminaba el plan
lusitano que consistía en proteger el flanco derecho de la
columna principal que comandaba Diego de Souza. Además
franqueaba el camino y la segura comunicación en el tramo
navegable del río Uruguay, desde Mandisoví al sur. En
definitiva, la operación invasora portuguesa de 1811 consistió
en un programado acto de beligerancia contra el litoral
argentino y la Banda Oriental. Una lucha en común contra los
portugueses Las incursiones lusitanas al territorio mesopotámico
en 1811 y 1812, si bien tienen una secuencia cronológica,
difieren en sus causas. Las primeras significaron una franca
hostilidad contra el régimen creado en Buenos Aires, las otras
tuvieron como objetivo la oposición a Artigas y su Confederación
Oriental del Paraná. Al momento de ser designado José Artigas
como Comandante general de Misiones, esta provincia se regía
por la autoridad de dos subdelegados, Celedonio del Castillo,
quien, con sede en San José ejercía el gobierno sobre el
departamento Concepción que abarcaba los pueblos de Concepción,
Santa María, Apóstoles, Mártires, San Carlos y San José, y
Bernardo Pérez Planes, quien, como subdelegado del departamento
Yapeyú gobernaba La Cruz, Santo Tomé y otras capillas menores.
Además, el punto de reunión de los orientales del Éxodo,
Salto Chico, junto con Mandisoví, dependían también del
departamento de Yapeyú, según lo estipulado por Belgrano. Esa
era la realidad encontrada por Artigas al hacerse cargo de
Misiones. Su plan de gobierno se centró, por ello, en dos
cuestiones básicas: el ordenamiento político-institucional del
territorio y la defensa del mismo frente a las nuevas invasiones
portuguesas. Este último propósito tenía un alcance aún
mayor: la recuperación de las misiones orientales. Para el
logro del primer objetivo, Artigas se reservó las facultades
políticas del gobierno, creando el cargo de comandante militar
que recayó en Blas Basualdo primero y en Andrés Artigas,
luego. Tanto uno como otro eran líderes guaraníes muy
respetados por sus congéneres, lo que evitaba toda posible
insurrección de los gobernados a su autoridad. El Protectorado
de Artigas fue la causa que motivó la segunda invasión
portuguesa. La actitud del Paraguay en esa oportunidad varió
radicalmente. Su realidad, a principios de 1812, era
diametralmente opuesta a la del año anterior. Por un lado
necesitaba aunar esfuerzos para la defensa de Candelaria, punto
que, situado en la frontera con los dominios portugueses era fácilmente
vulnerable. Por otro lado, su actitud revolucionaria ubicaba al
Paraguay en la misma posición que su par de Buenos Aires. Por
ello, en este caso, el problema portugués también incumbía a
aquel gobierno. Uno y otro motivo impulsaron al Paraguay a
combatir junto con Corrientes y Misiones en contra de la invasión
lusitana. A mediados de diciembre de 1811, desde el Daymán, en
territorio oriental, Artigas pedía al gobierno paraguayo
colaboración en su empresa, pues “estas operaciones (de los
portugueses) se toman como una alteración del tratado por parte
del Portugués. Es fácil de comprehender la utilidad recíproca
que resultaría de un Plan combinado de operaciones entre este
ejercito (6.000 hombres y 3.000 fusiles) y las tropas del
Paraguay que podrían obrar unidas asegurando una acción
completa (...) los vecinos orientales se consideran unos con los
Paraguayos en todas sus relaciones”. El 9 de enero de 1812, la
Junta paraguaya aprobaba el plan de Artigas detallando en la
misma comunicación la situación de sus fronteras. La nota
indicaba que, “esta Provincia se halla circunvalada de
Portugueses: hacia el Norte tiene esta potencia los Fuertes de
Coimbra y Miranda junto a nuestra poblacion de Concepción.
Ahora poco después de la revolucion se han introducido a fixar
un pequeño fortín en las inmediaciones del nuestro de San
Carlos en el río Apa (...) por ello ha entrado no menos en
nuestro plan deliberativo sostenernos por el Punto del Paraná y
Uruguay (...) El Paraguay con los ilustres invencibles Guerreros
de la Banda Oriental, levantarán Padrón sobre el firmamento
que haga inmortal la memoria de ambos pueblos (...) En prueba de
nuestra alianza, despachamos al Capitan Graduado Don Francisco
Bartolomé Laguardia con el pronto socorro de cincuenta simones
de Yerva mate y otros tantos de tavaco. Este oficial debera oir
de voca de V.S. el plan que se haya de concertar y poner en
execucion contra los Portugueses”. En abril del mismo año
también el Paraguay formalizó una alianza defensiva con
Corrientes, “en obsequio de la causa común que nos hemos
propuesto”. En síntesis, las invasiones portuguesas de 1812
encontraron un territorio unido en pro de una causa común.
Correntinos, paraguayos, misioneros y orientales, bajo el
liderazgo de Artigas, a partir de mayo de aquel año, frenaron
el propósito portugués apenas iniciado el mismo. Cuatro
frentes geográficamente distantes debieron proteger los
aliados. Desde el Daymán, Artigas ordenaba la defensa del
nordeste oriental frenando la arremetida portuguesa en Itabebuy,
a principios de mayo. En Yapeyú, un ejército de 400 hombres al
mando de Bernardo Pérez Planes defendía esa frontera. Por su
parte, en Santo Tomé, una pequeña fuerza era comandada por el
antiguo gobernador de Misiones, don Elías Galván. Ambos puntos
fueron salvados exitosamente el 4 de mayo. El gobierno
paraguayo, en tanto, fortaleció los dos puntos meridionales de
su frontera. En el sudeste, en Candelaria, concentró cerca de
600 hombres, construyendo allí un precario fortín para
concentrar esos efectivos. En el otro extremo, en las orillas
del río Paraguay, instaló dos baterías en las inmediaciones
de Humaitá con el objeto de frenar el avance de buques de
Montevideo que pretendían sitiar Asunción. Este plan, dado a
conocer a Artigas, indicaba también que “(...) no sólo
debemos concretar nuestra atencion a dichos puntos sino tambien
a Corrientes, con las tropas armadas que les hemos ofrecido y
preparado para defender por tierra y por el río su Ciudad y su
territorio”. Firmado el armisticio entre el Triunvirato y el
general Rademaker el 24 de mayo de 1812, las fuerzas portuguesas
evacuaron el territorio oriental, dejando de presionar al mismo
tiempo el área fronteriza de Misiones. El Paraguay aprovechó
estas circunstancias para efectivizar el poblamiento militar en
Candelaria, lo que incidió en su posterior actitud frente a la
misión Herrera. Artigas, en tanto, vadeó el Uruguay y consolidó
su campamento en el Salto Chico, desde donde comenzó a
proyectar un ordenamiento del estado misionero que desde
entonces debía comenzar a gobernar. Consecuencias de las
invasiones portuguesas Las invasiones de los luso-brasileños,
que protegieron el sitio de Montevideo en las fronteras
argentinas, se desarrollaron en un área que abarcaba desde
Curuzú Cuatiá, en el centro correntino, hasta Arroyo de la
China (actual Concepción del Uruguay), de norte a sur, y desde
Caballú Cuatiá (La Paz) hasta Mandisoví, desde el Paraná
hasta el Uruguay. Esa región había empezado a prosperar económicamente
a partir de la liberación del régimen comunitario en los
pueblos misioneros. Especialmente aquellos que habían sido
fundados por Juan de San Martín, donde hacendados particulares,
blancos y guaraníes explotaban las ricas praderas que
habitaban. Contratos de arrendamiento otorgados por el cabildo
de Yapeyú legalizaban la presencia de terratenientes y
comerciantes españoles en la región. Pero la gran extensión
de tierras fértiles y la presencia de ganado en las rinconadas
de los arroyos, atraían grupos de guaraníes hambrientos de la
región septentrional. Junto con ellos convivían, sin autoridad
ni leyes que normatizaran sus actividades, gaúchos emigrados de
la Banda Oriental, perseguidos por los efectivos de blandengues
de aquel territorio. Estos grupos fueron fácilmente atraídos
por los invasores luso-brasileños, colaborando con aquellas
fuerzas irregulares en la causa. Las fuerzas riograndenses
pretendían repetir la acción llevada a cabo diez años atrás
en oportunidad de la reconquista de los Siete Pueblos,
utilizando similar metodología. Pero el temor que despertaron
esas razzias en la población, impidió un sometimiento
definitivo ante los invasores, a pesar de haberse radicado
aquellos gran parte del año 1811 en los pueblos mesopotámicos.
No obstante, en lo estrictamente militar, esas operaciones
significaron un éxito para los luso-brasileños, porque
impidieron todo intento de defensa de los invadidos y
perturbaron las comunicaciones entre las provincias litoraleñas.
Por otra parte evitaron el apoyo logístico al ejército
sitiador de Montevideo. Pero el sentimiento antiportugués se
había arraigado fuertemente en los pobladores de la mesopotamia
centro-oriental. Ello explica la historia que acontecerá en la
región a partir de entonces.
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