Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera


Tapa de plata, (procedencia: reducción de Apóstoles). “Item, los plateros tienen de su uso dos yunques mayores, uno dicho, menor, un torno, un tornillo de mano, catorce limas, unas tijeras grandes, un par de alicates, un hierro para hacer tornillos, un compás, cinco martillos, unas tenazas, seis cinceles, fuelles y otros instrumentos de hierro para sus maniobras.”

(Inventario del año 1768, reducción de Apóstoles).

"De esta manera, con este sistema de tierras públicas y privadas, los guaraníes podían compararse a las abejas, todas las cuales tienen su propia miel, su vivienda y su alimento, pero sólo después que elaboraron el panal común y concurrieron al trabajo colectivo en el campo y en la colmena”.

P. José Manuel Peramás, La República de Platón y los guaraníes, 1732-1793


La Imprevisión Guaraní

El desinterés del guaraní prehispánico por la previsión era una actitud lógica en el marco su propio sistema de organización socioeconómica. La subsistencia diaria estaba asegurada por un medio natural con una flora y fauna comestible abundantes. La previsión y la generación de excedentes carecían de sentido. El sistema reduccional jesuítico mantuvo la solidaridad comunitaria, pero simultáneamente, por las exigencias del orden colonial y de nuevas realidades sociales y económicas creadas con las reducciones, la producción de excedentes y la previsión se volvieron inevitables y los guaraníes tuvieron que adaptarse a ellas.

Cucharón de vaciado utilizado para la fundición de metales. Procedencia: reducción de Apóstoles.

Antes de poner mano a la obra de la división del pueblo y organizar la emigración de los indios, particularmente de las mujeres y niños, había que tomar ciertas medidas. Debía empezar con todos los padres de familia a arar y cultivar los campos que veníamos de distribuir; había que sembrar para que no les faltara ni comida ni ropaje”.

P. Antonio Sepp, fundación de San Juan Bautista, 1697

Yerbales

“Las plantas, que se han de transplantar un año antes, antes de aporcar y cubrir con tierra se tuercen, como los sarmientos de uva, sino no hacen raíces. Dos meses antes de transplantarlas, se cortan de la madre o tronco del árbol, y otra vez se cubren con tierra luego de una lluvia. Siempre se transplantan después de haber llovido por junio, julio, agosto...”

P. Antonio Sepp, Algunas advertencias tocantes al gobierno temporal de los pueblos en sus fábricas, sementeras, estancias y otras faenas, 1732

Yerba mate (Ilex paraguayensis). Constituía el principal producto del tupambaé. Servía al consumo interno y como excedente al mercado externo del Río de la Plata, Chile, Perú y otros países de Sudamérica. Se la obtenía directamente de los yerbales silvestres o de aquellos cultivados en los mismos pueblos.

Elaboración de la Yerba Mate

“Cortan los gajos del árbol, lo chamuscan a la llama, y después los cuelgan en barbacoas, o casas tejidas de palos, y ponen fuego de ascua debajo para que se tueste la hoja. Después la muelen en morteros hechos en tierra, la ciernen y guardan para enzurronarla. Este es el modo desaseado que tienen los españoles. Los indios Guaraníes tienen morteros de palos, y todo lo necesario para la limpieza. Los españoles no quitan los palillos de las ramas, sino que con la hoja los quebrantan y mezclan, por eso su Yerba se llama de Palos, y no es muy estimada. Los Guaraníes muelen solamente las hojas, y separan las graznas. Esta es la Yerba Caámiri, tan afamada.”

P. José Sánchez Labrador,Yerba Mate, l774




Talleres de San Ignacio Miní. En ellos se desarrollaban tareas artesanales propias del ámbito del tupambaé, por ejemplo, herrería, platería, carpintería, hilandería, panadería y lozería.

La Obtención de Hierro

“Los indios llaman a esta clase de piedra itacurú, a causa de sus rayas y las manchas que indican claramente que es ferrosa y que el mineral debe ser solamente fundido y afinado para convertirse en hierro y acero. El mejor método de hacerlo es el siguiente: se construye un horno de adoquines, de ocho a diez pies de alto y de seis pies de ancho, con una chimenea de un pie cuadrado, ubicado en el centro del horno. Por esta chimenea se echa entonces una parte del mineral, partido en pequeños cascos de piedra y mezclado con seis partes de carbón de leña. ... Entonces se abre el horno y se saca la masa metálica enrojecida por la puerta con ganchos de hierro. Tal cual está es puesta sobre el yunque, batida y amartillada intensamente y al final estirada por cuatro fuertes oficiales herreros en lingotes largos que sirven para fabricar toda clase de útiles.”

P. Antonio Sepp, referencia a la obtención de hierro en San Juan Bautista en el año 1700


Glosario

Tupambaé: del guaraní: tupá, Dios; mbaé, propiedad o pertenencia.

Abambaé: del guaraní: Abá, hombre o persona; mbaé, propiedad o pertenencia.

Perchel: galpón que servía de depósito para guardar los productos cosechados en los lotes del tupambaé.

Oficios: oficinas comerciales a cargo de procuradores que los pueblos misioneros tenían establecidos en las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires. Su finalidad era comercializar los productos que eran enviados desde los pueblos por la comunidad.

Monday: región famosa por sus yerbales silvestres, ubicada entre los ríos Acaray y Monday, frente a la desembocadura del Iguazú en el Paraná. La reducción de Loreto era la principal beneficiadora de yerba en aquella lejana región.

Estancia: área territorial destinada a la explotación ganadera.

Sementera: lote de tierra destinado a la explotación agrícola.

Yerbal silvestre: se denominaban así a aquellos yerbales naturales, ubicados en medio de la selva, de acceso dificultoso y de explotación costosa.

Yerbal hortense: eran los yerbales obtenidos por cultivo. Estaba en cercanías de las reducciones. Su disposición era ordenada y sumamente cuidada.

El abambaé y el tupambaé,
dos modos de trabajar y producir

Abambaé y tupambaé, vocablos guaraníes que definen dos sistemas de trabajo y de propiedad de los bienes. Abambaé, lo perteneciente al hombre, lo privativo de él; el tupambaé, aquello que pertenece a Dios. Toda la organización de la vida productiva de las reducciones se realizaba en función de esos dos conceptos.El abambaé comprendía el lote agrícola, es decir la parcela de tierra que era cedida a cada familia, la cual era recibida del respectivo cacicazgo. Dicha parcela de tierra era trabajada durante tres días a la semana, y los frutos obtenidos eran de propiedad exclusiva de la familia poseedora del lote. Podía disponer de lo producido con total libertad, dentro de las limitaciones impuestas por el régimen reduccional. El tupambaé comprendía las tierras que pertenecían a la comunidad, mucho más extensas que las del abambaé. Eran las sementeras, dedicadas a los cultivos en gran escala, y las estancias, destinadas a la crianza del ganado. También dentro del sistema del tupambaé estaban las canteras, las fábricas y hornos de tejas y la producción artesanal que se desarrollaba en los talleres de las reducciones. Los productos y beneficios del régimen del tupambaé eran aprovechados en dos sentidos. Permitían la manutención de los sacerdotes y la cobertura de los gastos que demandaba el servicio del culto, por ejemplo comprar fuera de las misiones alhajas para los templos, adquirir los vidrios para las ventanas y algunas herramientas específicas para el trabajo. En otro sentido el tupambaé adquiría la categoría de sistema solidario, cuando los bienes eran destinados a satisfacer las necesidades de la comunidad, especialmente cuando fracasaba la producción del abambaé, en épocas de carestía, de epidemias. Los bienes del tupambaé que no se consumían, aquellos que se constituían en excedentes, eran almacenados en depósitos o percheles comunitarios. Parte era destinado por los pueblos al comercio en ciudades como Santa Fe, Buenos Aires, Asunción o Corrientes. Este comercio con el exterior era ineludible, ya que era necesario obtener plata en metálico para el pago del tributo anual al Rey y para poder adquirir aquellos bienes necesarios que no se producían en las reducciones. La otra parte era destinada a cubrir las necesidades de consumo de los sectores de población no productivos, especialmente los ancianos, las viudas, huérfanos, lisiados, inválidos.El tiempo destinado al trabajo en el tupambaé era de tres días a la semana, aunque en la práctica los tiempos de dedicación al tupambaé y al abambaé variaban acorde con las estaciones del año y el tipo de trabajo requerido. En el momento de realizar cosechas, por ejemplo de algodón, tabaco o yerba, el tiempo de trabajo en el tupambaé se incrementaba necesariamente. Todos estaban obligados a prestar trabajo en beneficio de la comunidad en el ámbito del tupambaé. Todos eran labradores y debían cultivar la tierra, aún los caciques, miembros del cabildo e inclusive aquellos que poseían algún oficio especializado, como albañiles, escultores, carpinteros, plateros, herreros, etc. El trabajo en el tupambaé constituía el modo más eficiente de asegurar el alimento necesario para la población.

Trabajar y producir en el abambaé
Cuando decidían fundar una reducción el Padre y los indios elegían el lugar más favorable, señalaban el sitio en donde se ubicarían el templo, las casas, los talleres y la plaza. Plantaban en el lugar una gran cruz como símbolo del evangelio. Acto seguido señalaban los campos que integrarían los lotes agrícolas del abambaé, ubicados generalmente en los alrededores del futuro pueblo. Las tierras destinadas al abambaé se distribuían por cacicazgos y se delimitaban con precisión para evitar conflictos. Para determinar la extensión de tierras que debían corresponder a cada uno de los diversos cacicazgos, se tomaba en cuenta el número de familias que integraban el cacicazgo y las características naturales del terreno, por ejemplo si poseía cursos de agua y disponibilidad de leña, valorando fundamentalmente el sector del suelo realmente apto para el trabajo agrícola. Luego de que el Padre entregaba en posesión las tierras del abambaé a los caciques, estos los distribuían en parcelas individuales a cada una de las familias que integraban el cacicazgo, dejando delimitado cada lote familiar con mojones o pequeñas zanjas. Los lotes familiares, habitualmente de forma rectangular, se ubicaban tomando como eje algún curso de agua, o se distribuían en forma circular en torno a una laguna. El trabajo agrícola en los lotes del abambaé significó una adaptación del indígena a un régimen estricto, en donde se conjugaban los conceptos de productividad, uso racional del tiempo, sujeción a directivas y a normas disciplinarias. El premio y castigo estaban presentes constantemente. El trabajo agrícola, como todos los demás que se desarrollaban en la reducción, era controlado cuidadosamente por alcaldes que daban cuenta de los rendimientos laborales al Padre y al cacique respectivo. El azote aplicado como castigo a los indígenas, fueran hombres, mujeres o niños, era un método común para sujetar a indio a un régimen de trabajo que muy poco se relacionaba con su cultura. El trabajo en los lotes del abambaé se iniciaba muy temprano, luego de escuchar misa. Cada día los jefes de familia se dirigían con los suyos hacia el lote agrícola que le fuera asignado. Allí tenían establecido un pequeño rancho, de paredes de tapia y eventualmente de techos de teja, donde guardaba las herramientas. En el trayecto retiraban una yunta de bueyes de los corrales ubicados en las afueras del pueblo y se dirigían a cumplir con sus labores. Según la temporada, en el lote podía pasar el indio la mayor parte de las horas de luz solar. ¿Qué producían los lotes del abambaé? Todos aquellos frutos imprescindibles para la alimentación cotidiana del grupo familiar. En las parcelas predominaban el maíz, las diversas variedades de porotos, distintas especies de calabaza, mandioca, caña de azúcar, especias. Todos los integrantes del grupo familiar trabajaban en el lote agrícola. Los hombres y mujeres roturaban la tierra, plantaban, cosechaban. Los niños cuidaban los sembradíos matado insectos dañinos y espantando las bandadas de pájaros que se acercaban para devorar las semillas o frutos. Si alguna familia producía un excedente, lo cual era muy raro pero posible, podía disponer del mismo enviándolo hacia los oficios de Santa Fe o Buenos Aires para comercializarlo y adquirir algún bien apetecible, como ser un caballo o una yunta de bueyes. Pero esto era la excepción. Normalmente el rendimiento del trabajo indígena y la producción de los lotes del abambaé era muy pobre. Ni siquiera alcanzaba a cubrir las necesidades mínimas de alimentación del grupo familiar, volviéndose imprescindible el socorro desde la comunidad. Los lotes agrícolas del abambaé se constituían en una escuela de agricultura. Tenían un sentido didáctico pedagógico para el indígena. El régimen de trabajo del abambaé era un proyecto de resultados a largo plazo, cuyo éxito se vería asegurado seguramente con sucesivos recambios generacionales y una intensiva labor educativa por parte de los padres jesuitas.

Trabajar y producir en el tupambaé
El régimen de trabajo en el tupambaé adquiría otras características y connotaciones. Era el lote agrícola donde se trabajaba y se producía para la comunidad. Todos, en forma rotativa y obligatoria, debían prestar su servicio de trabajo en beneficio de la comunidad. Las parcelas de tierra pertenecientes al tupambaé superaban en centenares y miles de hectáreas a los pequeños lotes agrícolas del abambaé. Se dividían en sementeras y estancias, según fueran utilizadas para cultivos o cría de ganado. Mientras los lotes del abambaé eran una continuidad territorial de la reducción, los lotes del tupambaé podían ubicarse del mismo modo o, lo que era más común, a decenas de kilómetros del pueblo, esto último específicamente en el caso de las estancias. Estas áreas productivas se hallaban debidamente delimitadas y amojonadas, teniendo cada reducción en el archivo de su Cabildo las escrituras y mapas de los terrenos de su jurisdicción. Todos estos terrenos y los bienes que ellos contenían pertenecían a la comunidad del pueblo y nadie, ni aún los Padres, podían utilizarlos en beneficio particular. En las sementeras se cultivaban predominantemente productos almacenables como el maíz y diversos tipos de legumbres, como arvejas, porotos, garbanzos, lentejas y también trigo y árboles frutales. Pero existían otros productos cultivados que eran específicos del tupambaé que además de satisfacer las demandas del consumo interno de las reducciones, se orientaban hacia el comercio exterior. Nos referimos a la yerba (desde los primeros años del siglo XVIII, ya que con anterioridad se la explotaba en los yerbales silvestres), el tabaco, el arroz (desde fines de la primera mitad de siglo XVIII), el algodón. En las estancias predominaba el ganado vacuno, el equino y el ovino. El principal objetivo de la cría extensiva del ganado vacuno era abastecer con carne a los pueblos misioneros, un ingrediente imprescindible y codiciado en la dieta del indio reducido. Simultáneamente la producción ganadera se orientaba al comercio con el exterior. La partida del grupo de trabajo hacia las tierras del tupambaé era un acto muy elaborado. Los trabajadores eran convocados frente al templo, en la plaza, donde eran aleccionados por el Padre acerca de la tarea que emprenderían. Luego, con sus herramientas, entonando canciones alegres en guaraní, acompañadas con los sones de cajas, flautas y chirimías, partían rumbo a las labores. El aire festivo continuaba durante el día de trabajo, ya que la música y las canciones eran constantes en los ámbitos de trabajo. Se trabajaba con la convicción de que se lo hacía para Dios y para la comunidad.

Otros ámbitos del tupambaé
El ámbito del tupambaé no se agotaba en las sementeras y en las estancias. El tupambaé comprendía también otros sectores productivos, en los que era necesario la especialización por oficios. Pertenecían a la comunidad las canteras, las fábricas y hornos de tejas, el hilado del algodón, la elaboración de la yerba mate y lo diversos oficios de los talleres de la reducción, como los de carpintería, herrería, platería, curtiembre, tahona, panadería y carnicería. La capacitación en algunos de los oficios no le significaba al indígena ningún tipo de privilegio o status social. En su condición de labrador, y en la obligación que tenía de concurrir en el tiempo indicado a prestar su trabajo en las sementeras o las estancias, quedaba nivelado socialmente con todos los demás del pueblo. Tampoco el trabajador especializado en algún oficio recibía paga alguna por su trabajo. Trabajaba y producía para su comunidad y luego recibiría de ella su alimento, vestimenta y seguridad de bienestar.

En busca de la autosuficiencia
Las misiones jesuíticas surgen como un sistema de organización cerrado. Eran pueblos de indios, ubicados en un área bien delimitada política y jurídicamente, en la que el acceso de los blancos estaba prohibido, salvo excepciones autorizadas. Tampoco el guaraní podía salir e ingresar libremente de aquellas misiones. Esta situación planteaba concretamente la necesidad de lograr la autosuficiencia económica. El desafío era producir todo lo necesario y aquello que no fuera posible producirlo obtenerlo desde el exterior, pero de un modo tal que no se vulnerase la esencia del sistema reduccional, consistente en cristianizar al guaraní y preservarlo del contacto con el resto del mundo colonial, al que se consideraba nocivo y perjudicial para su educación en el Evangelio. Los fundamentos de la autosuficiencia estaban en la prodigiosa geografía de la región misionera y en el sistema de solidaridad vigente entre los guaraníes. Los pueblos se especializaron en determinados sectores productivos, acorde con el medio ecológico que ocupaban. Se puso en práctica un sistema de división del trabajo y la producción entre los pueblos. Aquellos pueblos que se ubicaban en regiones de campos con abundantes pastos se especializaron en la producción ganadera, tal el caso de Santo Tomé, La Cruz, Yapeyú, San Miguel, San Borja, San Lorenzo, San Juan Bautista, Santo Angel, San Luis y San Nicolás. Estos pueblos aseguraban el abastecimiento de carne a las reducciones, además del de equinos y ovinos y el cuero necesario para las artesanías. Otros pueblos fueron preponderantemente agrícolas. Las sementeras adquirieron renombre en pueblos como Santa María de Fe, Santiago, San Cosme y Damián, Trinidad, Jesús, Santa Rosa, Itapúa, San Ignacio Guazú, San Ignacio Miní, Santa Ana, Candelaria. Otros pueblos, como San Carlos, Apóstoles, San José, Santa María la Mayor y Concepción, ubicados en una zona de transición entre el campo y la selva, pudieron desarrollar exitosamente sus sementeras y al mismo tiempo establecer estancias de muy buen rendimiento en el sector septentrional de la cuenca del río Aguapey. Luego estaban los pueblos especializados en la producción yerbatera, como Nuestra Señora de Loreto, Corpus Christi y San Javier, poseedores de importantes yerbales naturales e implantados. Estas producciones no eran excluyentes de otras, si la autosuficiencia era una meta del conjunto de las misiones, lo era también de cada pueblo. En este sentido todos se interesaron en lograr un desarrollo productivo armónico y equilibrado, hasta donde fuera posible. De todos modos la satisfacción de la demanda de consumo quedaba asegurada por el intenso trueque que se generaba entre los pueblos. Si algún bien no se producía y era necesario para la comunidad, se lo adquiría directamente a través de los Oficios que poseían los pueblos guaraníes en Santa Fe o Buenos Aires. Además existían producciones muy particulares, propias de algunos pueblos. La fundición de campanas y la platería en Apóstoles, los tejidos en Mártires, la obtención de hierro en San José, el azarcón y la imaginería en Loreto, la imprenta en Santa María la Mayor y Loreto. La autosuficiencia económica de las misiones jesuíticas de guaraníes fue una realidad, producto de la racionalidad administrativa y de un régimen de comunidad que no perseguía otro fin que no fuera el bienestar y felicidad de la población.

Las estancias de los pueblos
En las estancias se cimentaba la riqueza de las misiones. Hasta fines de la segunda mitad del siglo XVII las misiones obtenían el ganado de las vaquerías que se ubicaban al oriente del río Uruguay, por ejemplo las renombradas “vaquería de los pinares” y la “vaquería del mar”. En ellas el ganado se procreaba libremente sin control alguno y vagaba por los campos en cantidades asombrosas. Bastaba únicamente con organizar expediciones periódicas, internarse en aquellos campos y cazar el ganado que se consideraba necesario. Así lo hacían los misioneros, los españoles y los portugueses. Esta irracional explotación del ganado trajo la consecuencia lógica de su lenta e irreversible desaparición. Los pueblos misioneros cuya alimentación dependía en gran medida de la carne vacuna, comprendieron la urgente necesidad de buscar una alternativa. Esta estuvo dada por la creación de estancias racionalmente administradas como emprendimientos productivos. La fundación de pueblos al oriente del río Uruguay desde la segunda mitad del siglo XVII, servirá a la consolidación de las estancias creadas con los territorios que habían sido abandonados luego del éxodo del año 1638. La estancia del pueblo de San Miguel poseía unos 100 kilómetros de largo por 200 kilómetros de ancho. Pero la del pueblo de Yapeyú la triplicaba en extensión, siendo la mayor de todas. Luego seguían las de San Borja, San Luis, San Lorenzo, Santo Angel, San Nicolás, Santo Tomé, San Juan, Concepción y Apóstoles, de mucho menor extensión territorial, aunque con la misma excelencia en productividad. Los pueblos del Paraná, al no poseer jurisdicción sobre las grandes estancias formadas al oriente del río Uruguay, formaron sus estancias entre el río Paraná y los esteros de Iberá. Eran territorialmente pequeñas y servían mínimamente para cubrir el consumo en ganado de los pueblos paranaenses, como Nuestra Señora de Loreto, Santa Ana, San Ignacio Miní, San Ignacio Guazú, Santa María de Fe, San Cosme y Damián, entre otros. Los pueblos occidentales del río Uruguay habían formado estancias en la cuenca superior del río Aguapey y en el oriente de los esteros del Iberá. Allí tenían sus estancias Apóstoles, Concepción, San Carlos, San José, Santa María la Mayor, San Javier, Mártires. Aunque de pequeña extensión, muchas de ellas combinaban la ganadería con la agricultura. Las más renombradas fueron las estancias de Concepción y la de Jesús, en donde se realizaron asombrosas obras de ingeniería con la finalidad de drenar zonas anegadizas para transformarlas en campos de pastoreo. Cada estancia poseía un casco, compuesto de una capilla, ranchería para los indios estancieros, corrales y árboles frutales en el entorno. Además, dispersos por el campo estaban los puestos de vigilancia del ganado, consistentes en un rancho y algunos corrales.

Los yerbales
El hecho de que los guaraníes de las reducciones jesuíticas estuvieran exceptuados de prestar el servicio personal a los encomenderos, implicaba el pago obligatorio de un tributo anual por indio a la Corona. Este pago debía realizarse en metálico y no en especie. Como en los pueblos no existía la moneda como circulante, ni la producción generaba divisas o moneda alguna, era necesario obtener la plata fuera del ámbito de las reducciones. La yerba mate era considerada como una de las “monedas de la tierra” por su valor de intercambio. En el año 1636, dirigidos por el padre Antonio Ruíz de Montoya, los guaraníes produjeron yerba mate y la enviaron al Colegio de Asunción para su comercialización, con la finalidad de obtener divisas para la adquisición de semillas y ganados para sus pueblos. Esta actividad se convirtió en una tradición en los pueblos, que periódicamente realizaban expediciones hacia los yerbales naturales o silvestres con la finalidad de obtener yerba. Esta actividad de los pueblos misioneros fue combatida por los españoles, ya que les significaba una competencia en la actividad yerbatera. Finalmente el Rey de España por la Real Cédula del 11 de junio de 1645 autorizó a los pueblos de las misiones guaraníes a explotar los yerbales, con la finalidad de satisfacer el consumo interno de la población y de obtener con su comercialización la plata necesaria para el pago del tributo anual. Años después, en 1666, la Audiencia de Buenos Aires estableció un cupo anual de 12.000 arrobas para la producción yerbatera de los pueblos guaraníes. Las expediciones que se realizaban a los yerbales silvestres, ubicados en zonas selváticas, implicaban un gran sacrificio para los indios y demoraban varios meses. Para salvar esa penosa situación los Padres jesuitas comenzaron desde principios del siglo XVIII a implantar yerbales en cercanías de las reducciones, a los que llamaron hortenses. Las plantas eran reproducidas en algunos casos por el método de acodo y en otros por la germinación de la semilla. De ese modo cada pueblo contó con su propio yerbal en sus inmediaciones. No obstante no se abandonó la explotación de los ricos yerbales silvestres que se hallaban en jurisdicción de las misiones guaraníes, especialmente el del Monday, ubicado en el Alto Paraná, frente a la desembocadura del río Iguazú.

El hombre primitivo misionero
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América en la visión de los europeos
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Hacia las fronteras
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Sociedad, producción y consumo en las reducciones
El amabmaé y el tupambaé, dos modos de trabajar y producir
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La dispersión final
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Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
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