Sociedad,
producción y
consumo en las reducciones
La
organización social, la economía, la producción de bienes y
su consumo constituyen temas que siempre intrigaron a los
estudiosos de las misiones jesuíticas. Los primeros en intentar
comprenderlos fueron los funcionarios de la corona que
ingresaron en los pueblos misioneros luego de la expulsión de
los jesuitas, acaecida en el año 1768. Ellos, que ingresaban en
ese universo prohibido para los no guaraníes por tantas décadas,
con mecanismos propios de funcionamiento, con una idiosincrasia
tan diferenciada y extraña al resto del mundo colonial, no
escatimaron esfuerzos por comprender aquella realidad. Luego
siguieron los intelectuales del siglo XIX y XX, y seguramente
seguirán los del siglo XXI, buscando una respuesta a aquella
República que había surgido en medio de la selva sudamericana.
Una sociedad igualitaria, sin dinero, sin riqueza ni lujo, donde
todos trabajaban y todos tenían acceso a los bienes de consumo,
donde no existía el desamparo, donde los conceptos de propiedad
y lucro no tenían cabida porque ni siguiera estaban presentes
en las mentes de los individuos ni del colectivo. Nunca se llegó
a una respuesta satisfactoria que explicara cabalmente aquel fenómeno;
quizás no la haya. Sí podemos afirmar que aquella sociedad no
fue una utopía: existió, se desarrolló en plenitud, hombres y
mujeres vivieron días felices en ella, fue causa de admiración
de los contemporáneos y lo es aún hoy del hombre presente.
La tira
de viviendas de la reducción jesuítica constituye una
adaptación
de la vivienda comunal guaraní prehispánica a
las exigencias de la familia
monogámica reduccional. (San Ignacio Miní). |
Propiedad
y comunidad en la mentalidad guaraní
En la cultura guaraní prehispánica, el
concepto de comunidad prevalece frente al concepto de propiedad
privada. Eran propiedades del indio únicamente aquellos
elementos de uso personal, que hoy calificaríamos como bienes
muebles, por ejemplo el arco y las flechas, las hamacas, vasijas
cerámicas, morteros. En tanto que la tierra, los árboles, los
animales del monte o de la selva eran considerados como
pertenecientes a la comunidad. El animal cazado con mucho
esfuerzo en el monte no era propiedad del cazador, sino de la
comunidad, y con ella era compartido. Del mismo modo, el maíz
cosechado no pertenecía aquel que lo había plantado, sino a la
comunidad. Para el guaraní ese era el orden natural, justo,
aceptado y jamás cuestionado. La idea de necesidad también era
muy peculiar en el guaraní. La concepción espiritualista del
mundo que poseía la sociedad guaraní prehispánica, otorgaba a
este concepto un marco muy preciso y limitado. Las necesidades
eran primordialmente espirituales, y sólo luego materiales. El
diario alimento –entiéndase bien: el diario, no el de mañana–,
la sencilla y práctica vestimenta, el arco y las flechas, la
hamaca, algún río, arroyo o laguna cercanos. He aquí las
necesidades materiales del guaraní, sin previsión de ninguna
especie en vista de necesidades futuras. Todos los bienes se
agotan y se consumen en el presente. No existe el acopio de
excedentes, tampoco la especulación. Durante el siglo XVI
ingresan en la región guaranítica los primeros conquistadores
y colonizadores españoles y portugueses. Llegaban de una
sociedad europea en la que ya se afianzaba un incipiente
capitalismo, en la que prevalecían los conceptos de lucro,
dinero, valores, interés, acumulación de bienes. Conceptos
incomprensibles para los guaraníes y los demás pueblos aborígenes
americanos. Del mismo modo que para los europeos resultaban ilógicas
las actitudes de los indígenas respecto al trabajo, los bienes,
la propiedad y el uso del tiempo. Los Padres franciscanos y
luego los jesuitas tuvieron la asombrosa habilidad de respetar y
aceptar ciertas concepciones culturales de los guaraníes, como
la institución social del cacicazgo, la comunidad de bienes, el
trabajo comunitario, la herboristería medicinal, y otras tantas
que fueron siendo incorporadas lentamente a partir de un proceso
de aculturación, tal el caso de la utilización racional del
tiempo, la lengua. Ciertamente que otras fueron combatidas y
nunca aceptadas, como ser el poder que detentaban los chamanes,
la poligamia, la antropofagia, las prácticas funerarias no
cristianas.
El
proyecto evangelizador queda simbolizado con toda su
fuerza en la
imponente fachada del templo jesuítico,
contraponiéndose a la
espiritualidad prehispánica proveniente del chamán.
(San Ignacio Miní). |
El
cacicazgo, núcleo de la organización social
En la sociedad guaraní pre-jesuítica el poder se centraba en
dos instituciones: el cacique y el chamán o payé. Ambos
poderes habitualmente se enfrentaban, y eventualmente podían
coincidir en una misma persona. El cacique era quien otorgaba
cohesión social al grupo, mientras que el chamán creaba la
unidad espiritual. El éxito de la conquista espiritual
emprendida por los jesuitas se cimentó en la alianza lograda
con los caciques en desmedro del poder de los chamanes. Del
mismo modo que el poder detentado por el chamán constituía una
amenaza para el cacique, representaba el principal obstáculo
para la evangelización emprendida por la Compañía de Jesús.
Los Padres pioneros de la etapa fundacional de los pueblos
advirtieron con sagacidad que con la conversión del cacique venía
inmediatamente la conversión de todos los componentes del
cacicazgo, sin oposición alguna, salvo la de los chamanes. Pero
éstos sucumbieron prontamente ante la estrategia de los
jesuitas. Con la creación de los pueblos, los Padres afianzaron
el poder de los caciques, otorgándoles prestigio y carácter
institucional, permitiéndoseles inclusive la utilización del
distintivo “Don” antecediendo al nombre y apellido. Simultáneamente
usaron todos los medios disponibles para desprestigiar y relegar
a los chamanes. Finalmente desaparecieron, quedando reducidos a
la figura de un inofensivo curandero, muy útil en los pueblos
por su dominio de la herboristería medicinal. Los sectores de
viviendas en las plantas de los pueblos se organizaron en función
de los cacicazgos. Cada cacique con sus súbditos integraba un
barrio dentro de la planta urbana. El cacique con su familia tenía
reservada una vivienda que se ubicaba preferentemente en las
primeras tiras que bordeaban la plaza del pueblo, aunque en su
estructura no se diferenciaban en absoluto del resto de las
casas. El número de cacicazgo por pueblo era muy variable, así
por ejemplo en el año 1657 la reducción de San José llegó a
tener un máximo de 50 caciques, mientras que el pueblo de
Corpus Christi poseía únicamente 2, y los demás pueblos se
ubicaban en números que variaban entre los dos extremos señalados.
Así como en la antigua aldea guaraní prehispánica existía un
amplio espacio abierto en medio del conjunto de casas comunales
que albergaban diversos cacicazgos, marcando el sentido de unión
comunitaria, la reducción jesuítica ordena también los
diversos barrios en torno a una plaza, rescatando con ello el
concepto de comunidad y solidaridad propio de la cultura guaraní.
La nueva sociedad guaraní reduccional de ningún modo implicó
un corte abrupto con la realidad social anterior. Se fundamentó
en ella y evolucionó paulatinamente a formas más complejas. |