Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera

Porque este pueblo está mal  formado, o plantado no tienen ya por donde extenderse bien, si no es a lo largo de suerte que se retiran mucho de la iglesia, y casa del Padre las casas que de nuevo es necesario fabricar, de donde ha de haber mucha incomodidad para asistir con los ministerios prontamente, como se debe, a los enfermos y demás gente que hubiese vivir en lo retirado, ...”

Memorial para el pueblo de Nuestra Señora de Fe, año 1714

Glosario

Poblero: español o mestizo que tenía a su cargo la custodia y administración de un pueblo de indios sujetos a encomienda.
Trazado urbano: forma en que se disponen en el terreno los diversos componentes de un pueblo o ciudad.
Tapia: pared o muro construido con una mezcla de barro y ramas.
Adobe: pared o muro construido con ladrillos crudos.
Cotiguazú: del guaraní, “coti”, habitación o aposento, y “guazú”, grande. Recinto con varias habitaciones, con un patio rodeado de muros. Era utilizado para reclusión de mujeres viudas, mujeres cuyos maridos estaban ausentes y mujeres de vida ligera.
Lugares comunes: expresión de la época jesuítica con la que se denominaba a las letrinas o retretes.


"Tiene este pueblo al presente setenta y cuatro hileras de casas, y todas están techadas con tejas. Las veinte y dos hileras de ellas, de pared de piedra, y cinco de ellas son con horcones de piedra también, con dos capillas. Otras cuatro hileras tienen pared de tierra y pisón y otras cuarenta y ocho son de tapia francesa ...”

Reducción de Apóstoles, Inventario del año 1768


La residencia de la reducción de San Ignacio, con un patio central cerrado que comunicaba con el templo, la plaza y los talleres, contenía las habitaciones de los Padres, la biblioteca, oficinas, el comedor y depósitos.

El urbanismo jesuítico guaraní

Cuando recorremos las ruinas de los antiguos pueblos jesuíticos dispersos en la región misionera, uno de los aspectos más llamativos es el ordenamiento urbano que se evidencia a través de los restos. Hay cierta prolijidad y orden en la disposición de los componentes del pueblo. Nada es caótico, todo pareciera estar perfectamente dispuesto según un plan. Evidentemente las ruinas que observamos son los restos de proyectos que en algún momento de la historia fueron aceptados como viables y consecuentemente puestos en práctica. Los trazados urbanos de las reducciones son el punto culminante de una evolución, producto de un sistema de prueba y error que se experimentó desde el mismo momento en que los Padres jesuitas formaron los primeros poblados indígenas en los comienzos del siglo XVII. Un inicio que se halla en la misma aldea guaraní prehispánica, punto inicial para el desarrollo de formas más complejas de asentamientos, en la medida que éstos eran incorporados a los diversos proyectos de evangelización, como el encomendero, el franciscano o el jesuítico.

El origen del modelo urbano
El modelo urbano implementado en las reducciones jesuíticas no constituyó una creación exclusiva de los Padres de la Compañía de Jesús. Al momento de crearse la Provincia Jesuítica del Paraguay en el año 1604, ya existía toda una tradición con raíces históricas respecto a lo que se denominaba genéricamente como “pueblos de indios”.
Es posible determinar la existencia de un proceso evolutivo en el que se diferencias varias fases de desarrollo urbano. Estas son:

I.- La aldea guaraní, de condición temporaria e inestable territorialmente.

II.- La aldea guaraní a cargo del poblero, que ya posee un carácter territorial fijo.

III.- La reducción franciscana.

IV.- La reducción jesuítica.

La aldea guaraní prehispánica poseía la característica peculiar de que era transitoria y móvil territorialmente. Ello creaba serios inconvenientes al momento de ejecutar en la práctica el régimen de la encomienda. La dispersión de los indígenas en una vasta área geográfica volvía muy difícil la posibilidad de someterlos al servicio de trabajo obligatorio que se les exigía como prestación al señor encomendero. También la tarea de evangelización se tornaba complicada, pues los sacerdotes debían internarse en montes y selvas en búsqueda de los indígenas y las más de las veces no los hallaban en los lugares acostumbrados. Esta situación era inconveniente para el modelo económico y social pretendido por los españoles. Surgió entonces la iniciativa de fijar territorialmente a la aldea guaraní.
Los encomenderos y el clero realizan la primera transformación a la primitiva aldea. Le incorporan una Capilla y un funcionario español o mestizo, llamado “poblero”, quien vivirá en la aldea en una vivienda construida junto a la capilla. Su función será la de asegurar la permanencia de la aldea en el sitio elegido y vigilar a los indígenas en sus tareas. El antiguo espacio abierto que existía entre las casas comunales prehispánicas se conserva, ahora bajo la forma de plaza. La Capilla, la vivienda del poblero y sus dependencias pasan a ocupar una ubicación relevante en el nuevo ordenamiento. Los Padres franciscanos al fundar sus primeros pueblos mantienen la misma estructura urbana anterior. Incorporan al espacio de la plaza el templo, en torno al cual se distribuyen las viviendas de los indígenas, la casa del cura y del poblero, los talleres y el cementerio. No es posible apreciar ningún orden o planificación más allá de las tiras de viviendas que permiten una delimitación del espacio de la plaza del pueblo. La innovación era muy tímida y aún ni siquiera alcazaba a los aspectos tecnológicos de las construcciones. Eran pueblos de barro y enramadas, con un predominio del material vegetal en todas las edificaciones. Los Padres jesuitas llegan al Paraguay cuando el modelo urbano franciscano se hallaba en plena vigencia y se evidenciaba en un gran número de fundaciones. Obviamente conocieron aquellos pueblos, los vieron y los evaluaron urbanísticamente, nutriéndose de la experiencia franciscana. Pero los padres jesuitas poseían también una experiencia urbanística propia, nos referimos a la desarrollada en la Provincia Jesuítica del Perú, en la misión de Juli. El Padre Provincial Diego de Torres, que conoció la experiencia peruana, dice en el año 1609 instruyendo respecto a cómo debían trazarse los pueblos: “(...) se informarán con personas desapasionadas y de buen ejemplo, sobre adónde les parece que podrán hacer su asiento y la principal reducción (...) llegarán allá y darán vuelta la tierra y escogerán el puesto que tuviese mayor y mejor comarca, y de mejores caciques (...) advirtiendo primero que tenga agua, pesquería, buenas tierras, y que no sean todas anegadizas, ni de mucho calor, sino de buen temple, y sin mosquitos ni otras incomodidades, en donde puedan mantenerse y sembrar hasta ochocientos o mil indios (...) el pueblo se trace a modo de los del Perú, o como más gustaren a los indios (...) con sus calles y cuadras, dando una cuadra a cada cuatro indios, un solar a cada uno, y que cada casa tenga su huertezuela; y la iglesia y casa de Vuestras Reverencias en la plaza, y dando a la iglesia y casa, el sitio necesario para cementerio, y la casa pegada a la iglesia, de manera que por ella se pase a la iglesia (...)”. A partir de normativas de este tipo se generan los primeros trazados urbanos en la Provincia Jesuítica del Paraguay. Las instrucciones del Padre Diego de Torres, como puede apreciarse, no eran estrictas, ya que dejaban abierta la posibilidad de que el trazado del pueblo pudiese ser “como más gustaren a los indios”. Evidentemente la realidad en la que se encontraba inmerso un Padre jesuita a principios del siglo XVII en el Guayrá o en el Paraná, podría distar mucho de los planteos expuestos en las normativas. Los primeros trazados de pueblos en fundaciones que se realizaron en la región guayreña, paranaense y uruguayense entre los años 1609 y 1638, fueron de características muy prácticas y adecuados a las exigencias del medio humano y geográfico, más que a diseños preestablecidos. Luego de las grandes migraciones ocurridas en 163l y 1638, en el momento en que los pueblos de Guayrá y del Tape se asientan entre los ríos Paraná y Uruguay, comenzará a definirse el trazado urbano que hoy se evidencia en las ruinas de los pueblos. Se trata de un fenómeno aún muy poco investigado. Pero si consideramos, por ejemplo, el asentamiento del pueblo de San Miguel en el período 1638-1687, momento en que estuvo establecido al norte de la reducción de Concepción, en la actual provincia argentina de Misiones, advertiremos que sus ruinas muestran un trazado urbano aún no claramente definido, pero que se aproxima en muchos aspectos a lo que será el modelo definitivo de trazado urbano jesuítico-guaraní. Un fenómeno evolutivo similar se puede apreciar en los restos del asentamiento provisorio del pueblo de San Cosme y Damián, ubicado entre las actuales ruinas de Candelaria y Santa Ana. Con los traslados de los pueblos transitorios a sus solares definitivos, luego de la derrota bandeirante del año 1641 en Mbororé, los pueblos arriban al modelo clásico de trazado urbano, el cual persistió hasta la expulsión de los jesuitas en el año 1768, continuando vigente luego, en el período posjesuítico.

La historicidad del urbanismo en las misiones
Más allá de la existencia de un proceso evolutivo racional en los trazados urbanos y en las técnicas constructivas, el fenómeno urbano y arquitectónico en las reducciones fue una respuesta a una realidad cultural y ambiental determinante. Ya en las primeras fundaciones realizadas por los Padres jesuitas, la incorporación de la tira de viviendas colectiva, que un primer momento fue tolerada sin divisiones internas, respondió a una peculiaridad cultural de los guaraníes. El siglo XVII es un período que ofrece interesantes perspectivas de análisis en el campo del urbanismo reduccional. Fue una época de gran tensión, por la agresiva presencia de los lusitanos en la región y por haber sido esencialmente una etapa fundacional en el ámbito de las misiones guaraníes. Estas circunstancias llevaron a que se produjera una gran movilidad de los grupos poblacionales en toda la región misionera. Recién con la derrota de los bandeirantes en Mbororé en 1641 y con la ocupación de los espacios abandonados en 1638 al oriente del río Uruguay, durante las últimas décadas del siglo XVII, se dieron las condiciones de seguridad y estabilidad territorial necesarias. En el intervalo los pueblos en su mayoría fueron provisorios o transitorios. La conciencia de esta realidad provisional llevó a los Padres jesuitas a elaborar una estrategia que diera respuesta a dicha situación. Surgen en ese contexto histórico los trazados de los pueblos que habían emigrado del Guayrá y del Tape. Una alta densidad de asentamientos en la ocupación del espacio geográfico, precariedad en las construcciones, constante evaluación del medio en la búsqueda de sitios apropiados, es una característica de esta etapa de la historia de las misiones. Existieron entonces pueblos sin una definición precisa en lo urbano, construidos en tapia, adobe y elementos vegetales, de muy escaso valor material y de un reducido costo en términos de trabajo. Recién con los asentamientos definitivos surgirán los grandes proyectos urbanos, con edificaciones en piedra y con toda la infraestructura de apoyo para el bienestar de los indígenas y curas.

Ordenamiento urbano de una reducción
En el centro del poblado se destaca con toda fuerza un amplio espacio, o “plaza de armas”. La plaza define sus límites por las tiras de viviendas que la cercan por tres de sus lados, mientras que el cuarto lado se define por el frente del templo, el cementerio, la residencia, los talleres y el cotiguazú. Es un espacio vaciado de contenido arquiectónico, pero contenedor de un denso simbolismo que hace referencia a lo comunitario, lo público y lo sacro. Cruces dispuestas en cada una de las cuatro esquinas, eventualmente alguna estatua del Santo patrono del pueblo en el centro y algunas palmeras en el contorno eran los únicos elementos que interferían su aspecto llano y chato. Las hileras de viviendas se agrupaban en cuadras, que formaban barrios que contenían a los diversos cacicazgos. La expansión del área de viviendas era variable, dependiendo del número de población de la reducción. Una de las tiras que se ubicaba en uno de los costados de la plaza era destinada a Casa del Cabildo. El cementerio, el templo, la residencia o colegio, los talleres y el cotiguazú, se disponían en una sola línea de edificación en forma consecutiva. Detrás de este conjunto, se hallaba la huerta de los Padres, cercada con un muro de piedra. En algunos pueblos este sector sufría variaciones, tal el caso por ejemplo de las reducciones de Nuestra Señora de Loreto, Santa María la Mayor y San Carlos. En estas tres reducciones, los talleres se ubican detrás de la residencia, y la huerta al costado de la residencia y los talleres. Otra variación estaba dada también por la disposición del conjunto residencia-talleres, que en algunos pueblos, entre los que podríamos citar a San Ignacio Miní, se encuentra a la derecha del templo. Mientras que en otros pueblos, como San José o Apóstoles, se halla a la izquierda de la iglesia. Junto al muro de la huerta, en la esquina que formaba con el muro de la residencia, se hallaban los que los memoriales denominan lugares comunes. Mención que hacía referencia a las letrinas del pueblo. Estas eran barridas periódicamente por las aguas de las lluvias que desde los tejados del templo, talleres y residencia se canalizaban hacia aquel lugar. Desde allí por un canal subterráneo las aguas servidas se vertían a las afueras del pueblo. Restos muy bien conservados de aquellas letrinas pueden observarse hoy en los conjuntos jesuíticos de Nuestra Señora de Loreto y Santa María la Mayor. Otro elemento infaltable era el reloj de sol. Se ubicaba en el patio de la residencia o en la huerta. El único conjunto jesuítico de los once existentes en la provincia argentina de Misiones, que aún mantiene el reloj de sol en su sitio original, en la huerta cerca de la galería de la residencia, es el de Nuestra Señora de Loreto. La gruesa columna se halla caída y el cuadrante, tallado en arenisca rosada, roto en varias partes y semienterrado. Las calles eran otro componente del trazado urbano de la reducción. Estaban ornamentadas con naranjos y limoneros. Dos de ellas adquirían una relevancia fundamental. Una era la que accedía a la reducción y enfrentaba directamente a la fachada del templo, aunque no en todas las reducciones se producía este fenómeno estético. En algunos pueblos, como en el de los Santos Mártires, dicha calle enfrentaba directamente al muro de la residencia, ya que el templo estaba corrido hacia uno de los lados del eje. En cambio en otras reducciones la mencionada calle poseía una funcionalidad bastante restringida, por ejemplo en Apóstoles, donde la calle enfrentaba al templo, pero moría en unos estanques que se ubicaban al norte del pueblo. La otra calle sí era de una trascendental importancia para el trazado urbano de la reducción. Era la que cruzando por frente al cementerio, el templo, la residencia, los talleres y el cotiguazú, literalmente partía al pueblo en dos sectores bien diferenciados y que por expresas disposiciones que comenzaron a expedirse a partir del año 1714, no podían avanzar el uno sobre el otro. Definía de un lado, donde se ubicaban el cementerio, el templo, la residencia, los talleres, la huerta y el cotiguazú, al sector sacro y comunitario del pueblo, mientras que del otro lado de la calle se ubicaban las viviendas de los indios, expresión de la vida privada del indígena. Se pueden advertir aquí los conceptos de tupambaé y abambaé transmitidos a través del lenguaje urbano. En algunos pueblos, como el de Nuestra Señora de Loreto, esta calle en algún punto de su trayecto a las afueras de la reducción poseía alguna capilla u oratorio. En otros constituía el acceso principal al pueblo. En San Ignacio Miní por ella se ingresaba a la reducción desde el puerto sobre el Paraná, o desde Loreto o viniendo de Corpus. En la reducción de Loreto ésta era la calle que por un extremo llevaba a San Ignacio y por el otro a Santa Ana, mientras que la calle frontal que daba al templo no llevaba más que a un sector de los lotes del abambaé. En la periferia de los pueblos se disponían algunos estanques, destinados al abastecimiento de agua a la población y para el lavado de la ropa. Algunos se hallaban bellamente ornamentados con tallas en piedra y parquizados con árboles frutales y palmeras. Vestigios de estos estanques o piletas persisten en todos los conjuntos jesuíticos, destacándose especialmente por su ornato los que habían pertenecido a los pueblos de San Miguel y Apóstoles. Todo el entorno de la reducción en un radio de casi mil metros era talado y desmalezado. Esta directiva está insistentemente presente en la mayoría de los memoriales para los pueblos expedidos desde el año 1714. El paisaje debía estar totalmente libre de arbustos, grupos de árboles o malezas. El fin era que no hubiera sitios en dónde ocultarse o escondrijos que escaparan a la vigilancia de los Padres o de los alcaldes.

El hombre primitivo misionero
Los Avá y su modo de vida
América en la visión de los europeos
La ocupación de la región misionera
Hacia las fronteras
Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes
Sociedad, producción y consumo en las reducciones
El amabmaé y el tupambaé, dos modos de trabajar y producir
Gobierno y administración de los pueblos jesuíticos
Vivir en una reducción
La Guerra guaranítica
La rebelión guaraní
La expresión de la cultura en las reducciones
El urbanismo jesuítico-guaraní
La edificación de una reducción
Los caminos recorridos por el guaraní
El fin de la obra misional: la expulsión
La decadencia de los pueblos guaraníes posjesuíticos
El Yapeyú de Don Juan de San Martín
De los pueblos misioneros a centros productivos
Se quiebra la unidad
La revolución en las misiones
El reglamento de Belgrano
La revolución se internacionaliza –El avance e luso-brasileño sobre las misiones occidenales-
José Artigas –Teniente Gobernador-
Andrés Artigas, Comandante General de Misiones
Andrés Guaucurí, Artigas, y el intento de recuperación de los siete pueblos
Andrés Artigas, sus últimas campañas
Los sucesores de Andresito en Misiones
Misiones bajo el dominio paraguayo
Misiones, la ruta comercial del Paraguay
La dispersión final
Corrientes ocupa los territorios de las misiones meridionales
Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
Agradecimientos
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