Misiones
bajo dominio paraguayo
La
elección de Artigas como gobernador de Misiones había sido una
estrategia del gobierno porteño para mantener alejado al
oriental de la política centralista de Buenos Aires. No
obstante, su designación fue fundamental en dos aspectos. Por
un lado se otorgó un territorio legal a los orientales del Éxodo
y por otro se creó la provincia guaranítica de Misiones, que
pasó a formar parte de las Provincias del Plata como jurisdicción
autónoma.
Pero, si bien la situación institucional de Misiones se legalizó,
las consecuentes invasiones brasileñas de Francisco das Chagas
Santos a los pueblos del Uruguay y las paraguayas al territorio
de Candelaria, provocaron una dispersión general de los guaraníes
a partir de 1817. Esta situación se agravó con las luchas
fratricidas entre Ramírez y Artigas. Algunos naturales
siguieron a su jefe en su derrotero al Paraguay, otros cruzaron
a la otra banda del Uruguay.
Los que quedaron se fueron concentrando no en los antiguos
pueblos, casi totalmente destruídos, sino en otros más
protegidos de las adversidades de la época, como San Miguel y
Loreto, a orillas del Iberá. También se formaron precarios
poblados (“capillas”) que tuvieron la finalidad de ser
refugios temporarios, pero el caos posterior en el área no les
permitió crecer. De estos pueblos-refugios sobresalieron San
Roquito y Asunción del Cambay. El primero, fundado alrededor de
1819, a orillas del río Miriñay, fue capital del departamento
de Misiones durante la República Entrerriana y centro de las
operaciones militares misioneras durante la guerra con el
Brasil. Asunción del Cambay, erigido cerca de San Roquito,
sobre el arroyo del mismo nombre, se constituyó en un
importante punto donde se decidieron trascendentes cuestiones
como el ya relatado Congreso General de donde surgió el
santotomeño Francisco Javier Sití como Comandante General de
Misiones, en reemplazo de Andrés Guacurari.
A partir del alejamiento de Artigas y hasta la incorporación de
los antiguos departamentos jesuíticos de La Cruz y Yapeyú a
Corrientes en 1827, la provincia de Misiones se dividió en dos
grandes áreas, divididas por el río Aguapey. En la parte
septentrional los pueblos del alto Paraná intentaron ser
reorganizados por uno de los principales aliados de José
Artigas, el caudillo guaraní Sití. Vencido Artigas, Sití
reagrupó los naturales dispersos en Santo Tomé y San Roquito y
delegó la responsabilidad de los pueblos del Paraná a Nicolás
Aripí, quien concentró estas familias en San José y San
Ignacio Miní, donde estableció su sede. No obstante las buenas
intenciones de Sití, su renuencia a aceptar la autoridad del
Supremo Entrerriano, Francisco Ramírez, por las razones
apuntadas con anterioridad, lo condujo al ya relatado
enfrentamiento armado con el comandante del Ejército
entrerriano, el general Gregorio Piris, siendo derrotado en el
Paso de San Borja el 13 de diciembre de 1820.
Santa
Ana. Pueblo misionero donde residió el caudillo guaraní
Nicolás
Aripí. También vivió allí el sabio francés
Amado Bompland. Este
pueblo fue destruido por los paraguayos por orden
de Francia en
diciembre de 1821. |
La actitud de Aripí
frente a Ramírez fue absolutamente contraria a la de Sití.
Enterado de los acontecimientos en el Paso de San Borja, el
nuevo caudillo de los guaraníes decidió buscar un
entendimiento pacífico con los entrerrianos. Conforme a ello,
Gregorio Piris delegó en Aripí la custodia de los pueblos que
aún existían del antiguo departamento Candelaria. Compartía
su liderazgo con otro cacique guaraní, Juan Nicolás Christaldo,
quien residía en San Ignacio y gozaba de gran predicamento
entre los naturales que lo acompañaban. Christaldo había sido
designado diputado por Ramírez, como representante de Misiones.
Con Aripí en Santa Ana y Christaldo en San Ignacio, Ramírez
entabló una especie de acuerdo sobre la explotación yerbatera
de la región. Los entrerrianos de Ramírez explotarían los
yerbales naturales de la zona del Uruguay y Aripí y Christaldo
comercializarían la yerba del Paraná. Con este acuerdo, los
guaraní-misioneros se aseguraban la protección de este casi único
recurso económico que poseían, frente a las ambiciones de los
correntinos y paraguayos por la explotación de la yerba.
Los pueblos del sur del Aguapey, después de la huida de Sití a
San Miguel, comienzan a ser liderados por caudillos no guaraníes
que, aprovechando el caos reinante, se otorgan facultades políticas
sobre el territorio misionero, sin fundamentos legales. El más
importante de ellos fue Félix de Aguirre, mestizo correntino
quien, por medio de una Circular del 9 de julio de 1821 del
gobernador ramirista de Corrientes, Evaristo Carriego fuera
nombrado Comandante de la Plaza de San Miguel. Desde allí, sin
fundamento alguno, ejercerá autoridad sobre los pueblos
existentes entonces, San Roquito, Loreto, Asunción del Cambay,
La Cruz y Santo Tomé, además de San Miguel.
La anarquía reinaba en lo que quedaba de Misiones. Al igual que
Corrientes, había perdido su condición de provincia al
integrar la República Entrerriana como un departamento de la
misma. Dentro del departamento de Misiones, en tanto existían
dos comandantes con facultades imprecisas. Uno, Nicolás Aripí,
natural guaraní a cargo de los pueblos del norte habitados
exclusivamente por gente con sangre aborigen. Su población, según
se desprende de una comunicación del Dictador Francia al
comandante de Itapúa, era de quinientas personas, de las cuales
doscientos eran soldados. El otro, Félix de Aguirre, ciudadano
correntino gobernando un territorio desvastado, donde
seguramente un gran porcentaje de su población no sería guaraní.
La actitud de Aguirre y Aripí frente a Corrientes, terminada la
República Entrerriana puso en evidencia las diferencias políticas
entre ambos. Reconquistada la autonomía política de
Corrientes, el 12 de octubre de 1821, después de la muerte de
Ramírez, Nicolás Ramón de Atienza pidió que se enviasen
delegados de Misiones a la capital provincial correntina para
elegir el nuevo gobierno. Aguirre contestó que “tendré el
placer de ejecutar al pie de la letra todas las partes indicadas
para el ministerio del electo diputado”. Aripí, en cambio
respondió que “aún sigo guardando el sello perpetuo al
Entre-Ríos en la cual estoy en que rendiré la bandera de mi
Provincia”.
Poco tiempo tuvo el gobierno de Corrientes para convencer a Aripí
de adherirlo a su causa. En diciembre de 1821 tropas paraguayas
al mando del comandante de Itapúa, Norberto Ortellado,
invadieron el departamento de Candelaria con 500 hombres. Aripí
los enfrentó en las cercanías de Santa Ana siendo derrotado,
pero actuando con gran heroísmo. Este fue el último combate de
un ejército misionero conformado en su totalidad por los bravos
naturales guaraníes. Las órdenes de Francia habían sido las
de “pasar a cuchillo a todo aquel indio que se resista (...)
que se apoderen de cuanto animal se pueda y de las familias
(...) destruyendo los ranchos, chacras y cuanto hayan hecho”.
La destrucción fue total. Los pueblos guaraníes fueron
incendiados y sus habitantes se dispersaron por la campaña.
Algunos regresaron después de un tiempo a las ruinas de sus
pueblos, edificando precarios ranchos. Allí vivieron por mucho
tiempo, sin autoridad a quién responder, más que a sus propios
caciques que surgían naturalmente entre las escasas familias
que habitaban los suburbios de los arruinados pueblos. Su
principal actividad fue la explotación de los yerbales
hortenses, es decir los que quedaban de la fecunda época jesuítica.
Los menos pasaron al Paraguay a convivir con sus hermanos de
sangre, bajo la tutela del estado, hasta la década de 1840,
cuando se los liberó del régimen comunitario.
A partir de entonces, 1821, se terminaron los líderes naturales
que ejercieran autoridad sobre toda la región misionera. Surgirán
algunos caciques de pequeños pueblos con mandato natural que
intentarán recrear la organización social y económica de esos
nuevos pueblos. Pero todos fueron intentos efímeros.
El gobierno paraguayo, por su parte, después de la invasión de
Ortellado ocupó toda la región septentrional hasta las
postrimerías de la Guerra de la Triple Alianza. Un destacamento
militar, la Trinchera de San José, que oficiará poco tiempo
después de punto comercial para la salida de los productos
paraguayos al Brasil, fue construído por el gobierno de Francia
para afianzar la conquista del territorio.
El sur del Aguapey, mientras tanto, siguió bajo la jefatura de
Félix de Aguirre, quien, con astucia logrará sobrevivir como
comandante de ese casi baldío territorio, a partir de un
convenio que celebrará con el caudillo santafesino, Estanislao
López, quien tutelará por un tiempo esa anarquizada región.
El
naturalista Aimé Bompland en Santa Ana
La presencia del sabio francés Aimé (Amado)
Bompland en las Misiones, durante la efímera República
Entrerriana de Ramírez, ha sido motivo de muchas conjeturas
entre quienes estudiaron ese episodio. Las hipótesis giran
desde la inocente presencia del botánico con fines
exclusivamente científicos en una región que atravesaba un
caos generalizado, hasta aquellos como Julio César Cháves
quien considera la presencia de Bompland como parte de un plan
del gobierno francés que intentaba desplazar a Inglaterra en
los intereses comerciales del Plata. Cartas de la época, de
personajes influyentes como Ricardo de Grandsir, de la
diplomacia francesa, validan esta segunda hipótesis. En
septiembre de 1818, Pedro Saguier, un comerciante venido al
Plata desde Francia, era informado por Grandsir de la visita de
Bompland al territorio rioplatense y lo instruía acerca de la
misión que tenían los franceses residentes en la región. En
esa nota, obrante en la Colección Rio Branco del Archivo
General de Asunción, se le indicaba a Saguier que “no es
positivamente una simple operación de comercio que debe V.
hacer, mi amado M. Saguier, sino una operación en grande (...)
debe particularmente mirar al futuro. ¡Qué riquezas de
productos debe ofrecer el Paraguay!” Y agregaba, “No se
olvide V. que habiendo puesto nosotros pie en el Paraguay, el
comercio inglés recibirá un golpe terrible...”.
Lo cierto es que, hayan habido o no intenciones de espionaje o
diplomáticas, el naturalista Bompland regresó a América en
1817, invitado por Simón Bolívar. No era su primer contacto
con el continente. Ya había estado recorriéndolo con el célebre
geógrafo Von Humboldt. Los infortunios de Bolívar desviaron el
curso de Bompland al Plata, adonde llegó en febrero de 1817. En
1819 entró en relaciones con Francisco Ramírez, quien lo
entusiasmó para establecer una colonia en Misiones para
investigar las especies botánicas de la rica flora misionera.
En marzo de 1821, salió Bompland de Corrientes, llegando a
Candelaria dos meses después. En Santa Ana se contactó con
Nicolás Aripí, a quien definió como un “indio muy
racional”, según carta enviada a Ramírez el 21 de junio de
1821. El lugar lo entusiasmó inmediatamente. Lo describió como
un “paraíso con gran abundancia de frutales (...) y de buenos
yerbales”. Pero la pobreza y desorden que encontró entre los
grupos guaraníes acampados en las ruinas de Santa Ana lo
impresionaron. Por eso llegó a pensar en una refundación del
poblado. En julio de 1821 le escribía a Ramírez que: “...a
mi parecer, el modo más seguro de conservar la buena armonía
con Aripí, con los indios que tiene ya reunidos y con las
muchas familias que se hallan esperando escondidas en los
montes, sería de mandar a Santa Ana un religioso bueno,
pobladores (...) y meter a su lado un hombre racional que le
sirviese de secretario y de mentor”.
Pero poco tiempo dispuso Bompland para su proyecto colonizador.
El 8 de diciembre de 1821, el pueblo fue atacado por las tropas
paraguayas con 500 hombres. Bompland, herido en la cabeza, fue
hecho prisionero y conducido a Itapúa. El dictador Francia,
enterado del prestigio del botánico le otorgó una chacra, como
prisión, en Santa María (Paraguay), donde vivió poco más de
una década, hasta que fue liberado.
Misiones
bajo dependencia santafesina
El Tratado del Cuadrilátero, a principios de 1822
entre Corrientes, Entre Ríos, Buenos Aires y Santa Fe significó
un convenio de ayuda recíproca de las provincias firmantes
frente a la incorporación de la Banda Oriental al Reino Unido
de Portugal y Brasil el 18 de julio de 1821 con el nombre de
Provincia Cisplatina. Ese hecho desnudó totalmente la política
expansionista del Brasil hacia los territorios platinos.
Para Misiones este acuerdo tuvo gran importancia porque en sus
enunciados se reconocían los tradicionales límites del Miriñay
y la Tranquera de Loreto con la provincia de Corrientes. Por
otra parte, se reconoció el derecho de Misiones a darse
gobierno y solicitar protección de cualquiera de las provincias
litorales, lo que afianzaba la ancestral costumbre de necesidad
de paternalismo de sus habitantes. Como consecuencia, el endeble
gobierno de Aguirre consiguió del caudillo santafesino,
Estanislao López, el 1° de febrero de 1822 un compromiso ante
los otros estados litorales de proteger a Misiones “mientras
conforme su propio gobierno”.
La tutela de López respondía a la coyuntura del Litoral en los
inicios de la década de 1820. La muerte de Ramírez y el
alejamiento de Artigas, exiliado en el Paraguay habían dejado
como único líder nato de los federales litoraleños al
gobernador santafesino.
La firma del Tratado del Cuadrilátero prolongó por un tiempo
la agonía de Misiones en su afán de conservar su autonomía
institucional, en una región casi baldía. Mediante este
acuerdo, se prolongó la concreción de la incorporación de San
Miguel, Loreto y San Roquito a Corrientes, pueblos que ya habían
decidido en febrero de 1822 su anexión a aquélla, “en virtud
de hallarnos sin protección alguna por no haber Autoridad ni
jefe reconocido en Misiones”.
Loreto
(Corrientes). Pueblo habitado por mayoría de población
guaraní. Junto con San Miguel, en 1822, pidieron
ser incorporados a
la provincia de Corrientes. |
En el convenio de
protección de Santa Fe a Misiones, firmado entre Estanislao López
y Félix de Aguirre, se reconocía a Misiones como comandancia
general y no como provincia. Pero, a pesar de ello, la autoridad
de Aguirre era reconocida para todo el territorio, aunque fuese
la de comandante y no gobernador, como se autotitulaba. Existían
entonces en el territorio misionero sólo seis pueblos: San
Roquito, Asunción del Cambay, San Miguel y Yatebú (o Loreto) y
los casi arruinados poblados de La Cruz y Yapeyú. La mayoría
de los caciques de estos pueblos desconocían la autoridad del
nuevo Comandante, elegido por Estanislao López.
Durante todo el año 1822 se reiteran las súplicas de los
habitantes de San Roquito al gobierno de Corrientes para ser
incorporados a aquella provincia. Aguirre, en tanto apelaba al
rigor para ser aceptado como comandante, lo que provocaba
mayores resentimientos entre sus subordinados.
Los pedidos de los pobladores de San Roquito de integrarse a
Corrientes eran equivocadamente interpretados por Estanislao López
como intentos de aquella provincia de adherir el territorio de
Misiones a su jurisdicción. Por esa razón, en nota fechada el
25 de junio de 1822 dirigida al gobernador correntino, José
Fernández Blanco, López le aconsejaba que “debe dejarlos que
permanezcan tranquilos a fin de solemnizar la paz. V.S. no se
oponga a esta política, y yo salgo garante de la tranquilidad
de aquel territorio”. Evidentemente, López desconocía la
realidad de Misiones. O los recelos y suspicacias entre los
gobernantes de aquella difícil época hacían sospechar
realmente a López de las verdaderas intenciones del gobierno
correntino para con el territorio misionero.
Al trasladar la sede de su gobierno a San Roquito, Aguirre nombró
a un coprovinciano suyo, Miguel Giménez, como comandante de San
Miguel. Meses después, en un intento de reorganizar los pueblos
de Yapeyú y La Cruz envió Aguirre como comandante de Yapeyú a
Vicente Ignacio Martínez, otro correntino que, en la Asamblea
Constituyente de 1826 oficiará de diputado por Misiones.
Ya entonces Misiones no existía como jurisdicción autónoma.
Se limitaba a un espacio casi vacío, tutelado por un gobernador
de otra provincia, con sus pueblos anarquizados en rebeldía
contra sus gobernantes, que no pertenecían a su raza. Sus
habitantes, sin recursos, se entregaron al bandolerismo y al
abigeato en las estancias al oeste del Miriñay, lo que agravaba
las tensiones con Corrientes.
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