La Herencia Misionera
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"Las
esperanzas de los Indios son muy limitadas: no conocen el
orgullo ni la ambición y por consiguiente sus costumbres son más
inocentes que complicadas. Su carácter blando y pacífico hace
que los abusos de los Administradores hacia ellos se
multipliquen sin cesar.”
Informe
sobre la situación de los pueblos misioneros al gobernador del
Paraguay, Lázaro de Ribera, 18 de octubre de 1798
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El
Estado de los Pueblos Hacia Principios del Siglo XIX
Una de las formas más
claras de demostrar la decadencia de los pueblos en la época
posjesuítica es el estado de abandono en el que se encontraban
sus principales edificios pocas décadas después del extrañamiento
de la Compañía.
Una síntesis del estado de algunos de los pueblos del Paraguay,
de acuerdo a un estudio de Ramón Gutiérrez, revela lo
siguiente:
Trinidad:
“sirve de Iglesia una cuadra y el poblado es muy
miserable...” (Azara, 1790).
“ ...los naturales se reducen a 57 familias que viven en los
34 arruinados cuartos pajizos...” (Informe del Gobernador Alós
en 1788).
Santos Cosme y
Damián: Trasladado en 1760 a su actual emplazamiento, la
Iglesia no terminó de ser construida al momento de la expulsión.
El Cabildo quiso finalizarla en 1787, pero el Administrador del
pueblo se opuso. En 1804, las casas estaban todas construídas
de paja.
Jesús: Al
igual que San Cosme y Damián, este pueblo estaba siendo
transmigrado hacia 1759. El nuevo pueblo tenía en 1783 “tres
cuadras de casas y el viejo unas 16, dos de ellas arruinadas y
unos 46 ranchos de paja” (Alós, 1788).
Santa María de
Fe: De las 30 manzanas de viviendas que tenía el pueblo en
1768, quedaban sólo 11 en la visita del gobernador Alós en
1788. |
Glosario
Moconá: su
nombre primitivo fue el de Yarecuitá Guazú. Posteriormente se
lo designó Mocón, del topónimo guaraní olla terrestre. La
comisión de límites asignó a este paraje como hito: Mojón A,
que pudo haber derivado en “Moconá”.
Apipé: de
apí, punta, extremo y pe, chato. La palabra originaria pudo
haber sido Iviapipé, tierra de bordes bajos.
Iberá: y,
agua; vera, brillante
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El
Exodo de los Guaraníes
En 1790, se libró
una Orden general sobre reintegro obligatorio de los guaraníes
a sus pueblos. El alcalde de Concepción del Uruguay, de 200
familias con población criolla, respondía a ese mandato que
“...no podían conducir a los 309 indios (que allí residían)
a sus respectivos pueblos... por los graves perjuicios que
ocasionará a la Villa la expulsión de estos indios, pues para
los trabajos de Estancias, labranzas, simenteras de trigo, y
chacras... no hay otros peones que los indios...” Claro
documento sobre la deserción guaranítica, la ineficacia de sus
autoridades y las actividades que desarrollaban en los pueblos.
Era la génesis del mestizaje criollo-guaraní del litoral. |
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La
decadencia de los
pueblos guaraníes posjesuíticos
Cuando
los jesuitas asumieron la tutela de los guaraníes para
incorporarlos a la civilización cristiana, no pudieron alterar
sus hábitos ancestrales, como la imprevisión o el
desconocimiento del ahorro. Las fértiles tierras les proveían
de todo lo necesario. Por ello, los seguidores de Loyola
consolidaron las reducciones sobre la base de aquellos esquemas
socio-económicos. Cada pueblo surgía de la reunificación de
varias tribus, con sus respectivos caciques al frente y el
distrito rural de su comprensión original equivalía a la suma
de los terrenos de cada tribu. Esos terrenos pasaron a ser el
bien de producción económica de cada uno de ellos. Se los
dividía en áreas para cultivo, campos para ganadería, bosques
para suministro de leña, yerbales naturales, etcétera. Todo se
trabajaba en común a través de cuadrillas de operarios que se
turnaban en tareas de producción primaria, transporte y
almacenamiento. Estos bienes de producción y el producido de su
explotación comunitaria constituían el tupambaé (propiedad en
común). El reparto de los alimentos se realizaba de acuerdo con
las necesidades de cada familia sin importar los merecimientos
laborales de cada operario. Los jesuitas no encontraron
objeciones a esta práctica, aunque lucharon denodadamente
contra la ingenua imprevisión. El ordenamiento eficaz de la
vida comunitaria fue posible merced a la convicción de sus
principios y a la indiscutible autoridad espiritual y temporal
que ejercían en sus reducciones. Un equipo codirigente, el
Cabildo, seleccionado entre los más capaces de los caciques,
completaba una organización férrea de las reducciones. En un
lento proceso de concienciación, los padres impulsaron a los
guaraníes al desarrollo de actividades y fomento de la producción
privada de bienes. Se denominaba abambaé al conjunto de
chacras, estanzuelas o talleres donde los naturales utilizaban
el tiempo libre de sus obligaciones comunitarias para su
exclusivo provecho personal. Estos poseedores de bienes propios
formaron una especie de aristocracia en los pueblos y fueron el
elemento progresista sobre el cual se apoyaron los Padres para
sus proyectos. Cada uno de los pueblos jesuíticos procuraba
obtener su autoabastecimiento. Para ello, los jesuitas dotaron a
cada uno de ellos con campos de pastoreo y yerbales. La
naturaleza brindó abundantemente a unos lo que faltaba a otros.
A los más meridionales de la cuenca del Uruguay les faltaron
suficientes cosechas de algodón, azúcar y yerba, mientras
otros, como los ubicados en la actual provincia de Misiones,
sobraban de esos artículos pero escaseaban de carne. Por este
motivo existió un activo comercio de trueque interno y una
notable solidaridad que impulsaba a la ayuda mutua en momentos
de necesidad de algún pueblo
Las
misiones paraguayas y portuguesas
Las medidas belgranianas de liberación del régimen de
comunidad afectó sólo a los pueblos integrados en el
territorio argentino, debido al fraccionamiento territorial con
el Paraguay y, anteriormente, con Rio Grande do Sul. Los pueblos
que permanecieron bajo dominio paraguayo y portugués
continuaron con la vieja estructura comunitaria, tutelados por
administradores y mayordomos blancos. Las comunidades guaraníes
del Paraguay dejaron de perder población por la estricta
restricción a la libertad de radicación, impuesta por Francia
para todos los pueblos paraguayos. Dejaron de ser comunes, a
partir de entonces, las deserciones propias del período previo
a 1810. Los mayordomos que quedaron a cargo de los pueblos
fueron muy controlados por el dictador, evitándose
irregularidades en sus desempeños. Recién en 1848, bajo la
dictadura de Carlos Antonio López se estatizaron todos los
bienes comunitarios, muebles, inmuebles y semovientes. Un
sistema de arrendamiento permitió trabajar tierras particulares
a guaraníes y blancos. Los naturales fueron despojados de sus
bienes comunitarios sin indemnización alguna. Se los autorizó
en 1848 a adoptar nombres y apellidos españoles. La mayoría de
ellos hicieron uso de esta autorización, desapareciendo a
partir de allí la onomástica tribal. Con ello también se
perdió el rastro de la población guaraní que se mestizara
desde entonces con el elemento criollo. Previo al decreto de López
de 1848, de liberación del régimen comunitario, el Dr. Francia
intentó repetidas veces pactar con los numerosos grupos indígenas
que habitaban el país. Intentaba convertirlos en ciudadanos útiles
para la República y frenar sus permanentes rebeldías, sobre
todo de los grupos del norte del país. Una serie de tratados
con los principales caciques, se fueron sucediendo durante su
gobierno. Pero estos convenios se realizaron con grupos como los
mbayás o guayaquíes, los más rebeldes. La situación de los
guaraníes de las misiones del Paraguay era diferente.
Concentrados en la region sudeste del país, siguieron viviendo
en forma paupérrima bajo la atenta mirada de mayordomos en los
pueblos, pero casi descuidados desde el gobierno central. Hasta
hubo ciertas medidas discriminatorias hacia ellos. Itapúa, por
ejemplo, punto principal del comercio exterior paraguayo en la
época en que Buenos Aires vedó a este país la utilización
del Paraná, fue ocupada desde la década de 1820 por población
blanca, compuesta principalmente por comerciantes. La población
aborigen, arbitrariamente fue obligada a trasladarse a una nueva
población que el gobierno fundó para albergarlos: Carmen del
Paraná. Los pueblos de las misiones orientales, bajo dominio
portugués, en tanto, corrieron la misma suerte que sus hermanos
de sangre del lado argentino. Por las guerras entre Andresito y
Chagas Santos se destruyeron los pueblos y se llegó casi al
exterminio total de sus habitantes. Un informe del comandante de
aquellos pueblos en 1822, Antonio José da Silva Paulet es
elocuente al respecto. Indica allí que las localidades “se
hallan compuestas de unos pocos viejos, algunas mujeres y
bastantes niños (...) estos desgraciados entes no pueden
bastarse por sí mismos para su sustento y vestuario (...) viven
incomodando con robos a los particulares y a sus estancias, o
mueren de necesidad... cuando están al servicio de algún
particular (...) muy raras veces reciben competentes
salarios”. En cuanto al estado edilicio, el mencionado informe
relata que “...se hallan en el mas lastimoso estado de
ruina...” El único pueblo que se conservaba era el de San
Miguel, cuya Iglesia, de las más hermosas de todo el conjunto
de los pueblos se hallaba casi intacta. Al proceso de disolución
de las comunidades guaraníticas le sucedió un ciclo de ocupación
espacial del área con elementos criollos y mestizos. En este
sentido fueron paralelas las historias de las misiones
orientales con sus pares del otro lado del Uruguay.
Salto
del Moconá: accidente fluvial existente en el
oriente misionero
sobre el río Uruguay. Interrumpe la navegación
en un tramo de 3.000
metros. |
Salto
Grande principal fenómeno basáltico en la degradación
que
naturalmente tenía el río Uruguay entre las
actuales ciudades de Monte
Caseros y Concordia, donde se producía un
desnivel de casi 40 ms en
180 km. Su fuerza hídrica es aprovechada
actualmente para generar
energía eléctrica en la represa Salto Grande. Se
constituyó en uno de los
principales obstáculos para la navegación hacia
el Alto Uruguay,
favoreciendo el aislamiento misionero. |
La
geografía: aliada del aislamiento misionero
Las misiones jesuíticas se encontraban aisladas del
resto de las sociedades españolas existentes en el Plata.
Los elementos materiales y cultuales que se producían en
aquellas ciudades españolas, los obtenían a través de un
esporádico intercambio con el exterior que se realizaba a través
de Asunción, Corrientes, Santa Fe o Buenos Aires. Se trocaban
los artículos de hierro, sobre todo, por lienzos, pabilos,
cueros, yerba y maderas. Pero este comercio era muy esporádico,
pues los Jesuitas intentaban por todos los medios evitar el
contacto de los guaraníes con los españoles, para impedir el
contagio de enfermedades para las cuales los guaraníes no
estaban inmunizados, además del tráfico de aguardiente y las
estafas a las que podían ser sujetos. Lo usual era realizar una
permuta importante cada dos o tres años.
El comercio interno y externo era sostenido por los excedentes
de producción de la comunidad. Estaba absolutamente prohibido
el consumo y producción de bebidas alcohólicas. Éstas fueron
reemplazadas por la amplia difusión de la yerba mate y el uso
del tabaco. En las misiones no existía circulación de moneda.
Los objetos sagrados de uso para el culto, de oro y plata, eran
de procedencia exterior, adquiridos con los beneficios de la
producción comunitaria. Los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay
constituyeron, junto con sus principales tributarios, una vasta
red de comunicaciones que se sumaba a la excepcional traza de
caminos interreduccionales. De este modo, la geografía se
constituyó en el principal soporte del comercio interno. La
selva misionera septentrional, el sistema lacustre del Iberá y
los montes con vegetación higrófila en el norte de Entre Ríos,
aislaron toda comunicación con el resto de las regiones del
Plata. El Salto Grande –en el Uruguay medio– y los saltos de
Apipé –en el Paraná– impedían el ingreso fluvial. Para el
comercio de los pueblos cercanos al río Uruguay con Buenos
Aires se utilizaba como puerto receptor de las mercaderías a
Yapeyú. Relata el Padre Cattaneo en 1729 que desde allí partía
una flotilla de balsas hacia Buenos Aires transportando yerba y
algunos otros productos subtropicales. Eran verdaderas odiseas.
En el Salto Grande cada una de las balsas era desarmada y vuelta
a armar después de vadeado el obstáculo basáltico. Este
aislamiento facilitaba el cumplimiento de Reales Cédulas que
prohibían el contacto de los indios con españoles, negros,
mestizos o mulatos por las razones antedichas. El nuevo régimen
establecido por el gobernador Bucarelli a partir de sus
Ordenanzas de 1768, rompió con este aislamiento y consideró
necesaria la relación y el comercio entre los pueblos de guaraníes
con el resto de las sociedades españolas existentes en el
Plata. Ese contacto fue una de las principales razones de la
gran postración en la que cayeron los pueblos muy poco tiempo
después de la expulsión de los padres jesuitas.
"
En esta desesperada situación, no viendo ya los indios
más que la sombra de sus pueblos tomaron muchos de
ellos el partido de abandonarlos (…) Han desaparecido
aquellos artistas que dieron a los pueblos la majestad
que todavía respiran en las obras que se ven de
arquitectura (…) Todo ha decaído y se ha tratado con
un abandono que excita la compasión”
Lázaro
de Ribera (Intendente del Paraguay) a Francisco de
Saavedra, 18 de octubre de 1798 |
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La
“temporalización” de las Misiones
Expulsados los jesuitas, las Misiones pasaron a
depender del poder temporal del Rey y de ahí procede el nombre
de “temporalidades” que se dio a los bienes jesuíticos
incautados.
El encargado del reordenamiento de las Misiones fue el propio
gobernador de Buenos Aires, Francisco de Bucarelli. Desde
Candelaria, en agosto de 1768, suscribió las
“Instrucciones” a los gobernadores interinos de Misiones.
Alentaban la producción masiva de bienes excedentes que los
pueblos debían mandar a una Administración General en Buenos
Aires. A ella debían rendir cuentas administradores
particulares designados para cada pueblo. Otros funcionarios que
desconocían por completo la realidad de las misiones quedaron a
cargo de la autoridad política. El papel de los sacerdotes que
reemplazaron a los jesuitas quedó circunscripto al de simples párrocos
o ayudantes de una iglesia común.
La antigua administración jesuítica se reemplazaba por
funcionarios civiles que deberían promover y fiscalizar las
relaciones comerciales de los indios entre sí, entre los
pueblos del interior misionero y el comercio exterior.
Las normas que se establecieron para el reordenamiento de las
misiones fundaron un gran optimismo en el enorme desarrollo que
se podría gestar en el área jesuítica. Sin embargo, muy
pronto se percibió una situación contraria a la prevista. Los
pueblos, antes ricos, manifestaron enseguida, signos de
disminución demográfica y productiva.
Plano publicado por el P. José Manuel Peramás en su
exilio. Sobre estas líneas: la capital de las misiones
según la visión de Azara, a fines del siglo XVIII.
Probablemente el dibujante haya sido Gonzalo de Doblas. |
La
decadencia misionera
Cuando el gobierno virreinal comenzó a percibir la
decadencia de las Misiones se acentuaron las acusaciones contra
los sacerdotes jesuitas a quienes se los acusaba del desastre
por haber acostumbrado a los guaraníes al régimen de
comunidad, contrario a la libertad individual. Para remediar
estos males, desde 1801, con el virrey Avilés, se intentó una
progresiva liberación de los indios del régimen de comunidad.
Pero esto empeoró la situación, pues, al separarse los mejores
elementos de las reducciones, éstas acentuaron su decadencia.
Una afirmación muy común, pero absolutamente infundada, es
aquella que indica que los guaraníes volvieron al refugio
primitivo de sus selvas inmediatamente después de la expulsión
de los jesuitas. La extensísima documentación obrante para el
período posjesuítico imputa al factor humano como factor
principal de la decadencia misionera. Los sacerdotes que
reemplazaron a los jesuitas fueron pocos y generalmente
ineficaces en su ministerio. Muchos desconocían el idioma
guaraní. Los administradores de los pueblos generalmente eran
corruptos y movidos más por la codicia que por el fomento económico
de sus dirigidos. Sobre ellos cayeron juicios criticando su
falta de idoneidad y el no cumplimiento de sus funciones.
Bucarelli los había impuesto para dividir los roles políticos
y religiosos en los pueblos, los que, en época de los jesuitas,
eran ejercidos por los mismos curas.
Existen numerosos documentos que revelan las irregularidades de
estos administradores. En octubre de 1798, por ejemplo, un
informe elevado por un funcionario al gobernador del Paraguay, Lázaro
de Ribera, encargado de trece de los treinta pueblos (los
diecisiete restantes se subordinaban al gobierno de Buenos
Aires) indicaba que:
“...los indios no conocen ni conocieron nunca la propiedad.
Las tierras, los Ganados, las Fabricas... son governados
despoticamente por los administradores... cada pueblo puede
considerarse como una grande Hacienda con mil o mas esclavos...
a discreción de un hombre solo. A este Administrador entregan
los Indios todos los productos de su industria... y el dispone
de ellos y de las rentas arvitrariamente... como deven proveer a
los Indios de todo lo necesario... compran grandes partidas de
efectos y abren tienda formal en cada Pueblo...” Este tipo de
acusaciones se reitera a lo largo del período 1768-1810. Maeder
indica que la mayoría de estos funcionarios eran gente sin
preparación, algunos de ellos muy jóvenes, recién llegados de
España y sin ningún conocimiento sobre la vida en los pueblos.
Pero que no se les debe imputar sólo a ellos la decadencia en
la que cayeron los pueblos, sino a la mala organización y
fiscalización de las autoridades virreinales, que con su afán
de modernizar la vida misionera, sin respeto de su cultura
ancestral, no hicieron más que provocar el caos y la postración.
Sin embargo, a pesar de la mala actuación de la mayoría de
estos funcionarios civiles y eclesiásticos, hubo otros, como el
padre del Libertador, don Juan de San Martín, teniente de
gobernador de Yapeyú, de quien nos ocuparemos más adelante,
que cumplieron excelentemente su misión de administradores.
El
desorden y el hambre en los pueblos
Alertado sobre el caos reinante en las Misiones y las
deserciones masivas de los guaraníes de sus pueblos, el virrey
José de Vértiz encomendó al Teniente de Gobernador de
Candelaria, don Juan Valiente, una investigación acerca de la
situación general de los pueblos bajo su mando. En 1778, apenas
una década después de la expulsión de los jesuitas, Juan
Valiente produjo un cuadro estadístico donde le interesó
contabilizar la fuerza laboral disponible. El cuadro arroja los
siguientes datos:
Pueblos Fuerza
laboral Desertores
Candelaria
|
490
98
|
San
José
|
419 200
|
San
Carlos
|
321 156
|
Apóstoles
|
433 193
|
Concepción
|
685
205
|
Mártires
|
541 134
|
Sta.
María
|
301 117
|
San
Javier
|
487 43
|
TOTALES
|
3.677
1.146
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Los esteros
del Iberá constituyen una depresión alargada que se ubican
con orientación NE-SO dentro de la provincia de
Corrientes. Esta zona
deprimida se prolonga hacia el norte en los esteros de
Ñeembucú
(Paraguay) y hacia el sur en los bajos del río
Corriente que constituye
además el drenaje natural del Iberá. Este microsistema
comprende
lagunas, riachos y esteros que suman una superficie de
13.000 km2
(IGM) y actualmente es una Reserva Natural creada con la
Ley Provincial
3771 de abril de 1983. El área ibereña constituye un
sistema biológico
con una gran diversidad fito y zoogeográfica con
especies adaptadas a
estos humedales. En los mismos se destacan las lagunas
Galarza,
Luna, Itatí, Trim, Paraná e Iberá que da el nombre a
todo el sistema. |
¿Cuál era el
motivo principal de la deserción o el éxodo de los guaraníes
de sus pueblos? En primer lugar, la falta de dirección para
evitar uno de sus vicios más notorios, la holgazanería. La
improductividad traía hambre a las comunidades. Pero también
se evidencia en la documentación de la época una constante
indisciplina social y el relajamiento del principio de
solidaridad. Un informe del teniente de gobernador de Santiago,
don José Barboza, indica que “... se les permite robar las
estancias y otras maldades... en tiempo de los Expulsos se les
obligaba a que tuviesen buenas chacras, ahora no quieren
tenerlas, ni tampoco sembrar lo preciso... se comen las semillas
para sembrar fingiendo que los pájaros las sacan debajo de la
tierra... dicen muchos de ellos que se van porque otros se
van... por lo regular se llevan mujeres ajenas y viven sin oir
Misa, confesar o rezar... por la libertad de conciencia...”
En tanto, Juan Valiente, describía la situación del pueblo de
Mártires del siguiente modo, en 1776:
“Llegué a este Pueblo y lo he encontrado en el más
deplorable estado que se pueda imaginar de necesidad, con un
hambre que los hombres que han quedado están pálidos y flacos,
las mujeres por lo consiguiente... Yo he procurado darles ahora
todos los días de comer porque no les daban más que tres veces
por semana, y los cuatro restantes estaban sin comer...”
Existe mucha documentación dispersa sobre este tema. Pero
fundamentalmente los registros parroquiales demuestran que fue
muy importante el aporte de pobladores guaraníes a la formación
de las incipientes localidades de la Banda Oriental y Entre Ríos.
También se los encuentra en Santa Fe, Buenos Aires y hasta
militando en los fortines de la frontera pampeana. Muchas veces
desde las autoridades virreinales e incluso desde los propios
pueblos se intimaba a los desertores a regresar a sus pueblos.
Pero además del hambre y del desorden existente en los pueblos
el éxodo misionero se agravó debido a una alta oferta de
trabajo en las zonas aledañas a las Misiones, especialmente en
Corrientes y Paraguay. Correntinos y paraguayos siempre
valoraron la mano de obra de los misioneros por su docilidad y
sus aptitudes laborales para las tareas domésticas, así como
para la labranza y la ganadería. Los guaraníes eran carnívoros
insaciables y fueron atraídos por los estancieros de las
praderas vecinas para el trabajo como peones ganaderos.
Esto explica que la deserción no haya sido tan grande en los
pueblos meridionales de Misiones, como en Yapeyú. Existe además
otra razón: después de la expulsión de los jesuitas se inició
desde Yapeyú una reapertura del comercio yerbatero con Buenos
Aires que impulsó por unos años el desarrollo de estos
pueblos. Fueron los tiempos de un gran administrador, el
Teniente de Gobernador de Yapeyú, don Juan de San Martín,
padre del Libertador.
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