Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera

"Las esperanzas de los Indios son muy limitadas: no conocen el orgullo ni la ambición y por consiguiente sus costumbres son más inocentes que complicadas. Su carácter blando y pacífico hace que los abusos de los Administradores hacia ellos se multipliquen sin cesar.”

Informe sobre la situación de los pueblos misioneros al gobernador del Paraguay, Lázaro de Ribera, 18 de octubre de 1798

El Estado de los Pueblos Hacia Principios del Siglo XIX

Una de las formas más claras de demostrar la decadencia de los pueblos en la época posjesuítica es el estado de abandono en el que se encontraban sus principales edificios pocas décadas después del extrañamiento de la Compañía. 
Una síntesis del estado de algunos de los pueblos del Paraguay, de acuerdo a un estudio de Ramón Gutiérrez, revela lo siguiente:

Trinidad: “sirve de Iglesia una cuadra y el poblado es muy miserable...” (Azara, 1790). 
“ ...los naturales se reducen a 57 familias que viven en los 34 arruinados cuartos pajizos...” (Informe del Gobernador Alós en 1788).

Santos Cosme y Damián: Trasladado en 1760 a su actual emplazamiento, la Iglesia no terminó de ser construida al momento de la expulsión. El Cabildo quiso finalizarla en 1787, pero el Administrador del pueblo se opuso. En 1804, las casas estaban todas construídas de paja.

Jesús: Al igual que San Cosme y Damián, este pueblo estaba siendo transmigrado hacia 1759. El nuevo pueblo tenía en 1783 “tres cuadras de casas y el viejo unas 16, dos de ellas arruinadas y unos 46 ranchos de paja” (Alós, 1788).

Santa María de Fe: De las 30 manzanas de viviendas que tenía el pueblo en 1768, quedaban sólo 11 en la visita del gobernador Alós en 1788.


Glosario

Moconá: su nombre primitivo fue el de Yarecuitá Guazú. Posteriormente se lo designó Mocón, del topónimo guaraní olla terrestre. La comisión de límites asignó a este paraje como hito: Mojón A, que pudo haber derivado en “Moconá”.

Apipé: de apí, punta, extremo y pe, chato. La palabra originaria pudo haber sido Iviapipé, tierra de bordes bajos.

Iberá: y, agua; vera, brillante

El Exodo de los Guaraníes

En 1790, se libró una Orden general sobre reintegro obligatorio de los guaraníes a sus pueblos. El alcalde de Concepción del Uruguay, de 200 familias con población criolla, respondía a ese mandato que “...no podían conducir a los 309 indios (que allí residían) a sus respectivos pueblos... por los graves perjuicios que ocasionará a la Villa la expulsión de estos indios, pues para los trabajos de Estancias, labranzas, simenteras de trigo, y chacras... no hay otros peones que los indios...” Claro documento sobre la deserción guaranítica, la ineficacia de sus autoridades y las actividades que desarrollaban en los pueblos. Era la génesis del mestizaje criollo-guaraní del litoral.

La decadencia de los
pueblos guaraníes posjesuíticos

Cuando los jesuitas asumieron la tutela de los guaraníes para incorporarlos a la civilización cristiana, no pudieron alterar sus hábitos ancestrales, como la imprevisión o el desconocimiento del ahorro. Las fértiles tierras les proveían de todo lo necesario. Por ello, los seguidores de Loyola consolidaron las reducciones sobre la base de aquellos esquemas socio-económicos. Cada pueblo surgía de la reunificación de varias tribus, con sus respectivos caciques al frente y el distrito rural de su comprensión original equivalía a la suma de los terrenos de cada tribu. Esos terrenos pasaron a ser el bien de producción económica de cada uno de ellos. Se los dividía en áreas para cultivo, campos para ganadería, bosques para suministro de leña, yerbales naturales, etcétera. Todo se trabajaba en común a través de cuadrillas de operarios que se turnaban en tareas de producción primaria, transporte y almacenamiento. Estos bienes de producción y el producido de su explotación comunitaria constituían el tupambaé (propiedad en común). El reparto de los alimentos se realizaba de acuerdo con las necesidades de cada familia sin importar los merecimientos laborales de cada operario. Los jesuitas no encontraron objeciones a esta práctica, aunque lucharon denodadamente contra la ingenua imprevisión. El ordenamiento eficaz de la vida comunitaria fue posible merced a la convicción de sus principios y a la indiscutible autoridad espiritual y temporal que ejercían en sus reducciones. Un equipo codirigente, el Cabildo, seleccionado entre los más capaces de los caciques, completaba una organización férrea de las reducciones. En un lento proceso de concienciación, los padres impulsaron a los guaraníes al desarrollo de actividades y fomento de la producción privada de bienes. Se denominaba abambaé al conjunto de chacras, estanzuelas o talleres donde los naturales utilizaban el tiempo libre de sus obligaciones comunitarias para su exclusivo provecho personal. Estos poseedores de bienes propios formaron una especie de aristocracia en los pueblos y fueron el elemento progresista sobre el cual se apoyaron los Padres para sus proyectos. Cada uno de los pueblos jesuíticos procuraba obtener su autoabastecimiento. Para ello, los jesuitas dotaron a cada uno de ellos con campos de pastoreo y yerbales. La naturaleza brindó abundantemente a unos lo que faltaba a otros. A los más meridionales de la cuenca del Uruguay les faltaron suficientes cosechas de algodón, azúcar y yerba, mientras otros, como los ubicados en la actual provincia de Misiones, sobraban de esos artículos pero escaseaban de carne. Por este motivo existió un activo comercio de trueque interno y una notable solidaridad que impulsaba a la ayuda mutua en momentos de necesidad de algún pueblo

Las misiones paraguayas y portuguesas
Las medidas belgranianas de liberación del régimen de comunidad afectó sólo a los pueblos integrados en el territorio argentino, debido al fraccionamiento territorial con el Paraguay y, anteriormente, con Rio Grande do Sul. Los pueblos que permanecieron bajo dominio paraguayo y portugués continuaron con la vieja estructura comunitaria, tutelados por administradores y mayordomos blancos. Las comunidades guaraníes del Paraguay dejaron de perder población por la estricta restricción a la libertad de radicación, impuesta por Francia para todos los pueblos paraguayos. Dejaron de ser comunes, a partir de entonces, las deserciones propias del período previo a 1810. Los mayordomos que quedaron a cargo de los pueblos fueron muy controlados por el dictador, evitándose irregularidades en sus desempeños. Recién en 1848, bajo la dictadura de Carlos Antonio López se estatizaron todos los bienes comunitarios, muebles, inmuebles y semovientes. Un sistema de arrendamiento permitió trabajar tierras particulares a guaraníes y blancos. Los naturales fueron despojados de sus bienes comunitarios sin indemnización alguna. Se los autorizó en 1848 a adoptar nombres y apellidos españoles. La mayoría de ellos hicieron uso de esta autorización, desapareciendo a partir de allí la onomástica tribal. Con ello también se perdió el rastro de la población guaraní que se mestizara desde entonces con el elemento criollo. Previo al decreto de López de 1848, de liberación del régimen comunitario, el Dr. Francia intentó repetidas veces pactar con los numerosos grupos indígenas que habitaban el país. Intentaba convertirlos en ciudadanos útiles para la República y frenar sus permanentes rebeldías, sobre todo de los grupos del norte del país. Una serie de tratados con los principales caciques, se fueron sucediendo durante su gobierno. Pero estos convenios se realizaron con grupos como los mbayás o guayaquíes, los más rebeldes. La situación de los guaraníes de las misiones del Paraguay era diferente. Concentrados en la region sudeste del país, siguieron viviendo en forma paupérrima bajo la atenta mirada de mayordomos en los pueblos, pero casi descuidados desde el gobierno central. Hasta hubo ciertas medidas discriminatorias hacia ellos. Itapúa, por ejemplo, punto principal del comercio exterior paraguayo en la época en que Buenos Aires vedó a este país la utilización del Paraná, fue ocupada desde la década de 1820 por población blanca, compuesta principalmente por comerciantes. La población aborigen, arbitrariamente fue obligada a trasladarse a una nueva población que el gobierno fundó para albergarlos: Carmen del Paraná. Los pueblos de las misiones orientales, bajo dominio portugués, en tanto, corrieron la misma suerte que sus hermanos de sangre del lado argentino. Por las guerras entre Andresito y Chagas Santos se destruyeron los pueblos y se llegó casi al exterminio total de sus habitantes. Un informe del comandante de aquellos pueblos en 1822, Antonio José da Silva Paulet es elocuente al respecto. Indica allí que las localidades “se hallan compuestas de unos pocos viejos, algunas mujeres y bastantes niños (...) estos desgraciados entes no pueden bastarse por sí mismos para su sustento y vestuario (...) viven incomodando con robos a los particulares y a sus estancias, o mueren de necesidad... cuando están al servicio de algún particular (...) muy raras veces reciben competentes salarios”. En cuanto al estado edilicio, el mencionado informe relata que “...se hallan en el mas lastimoso estado de ruina...” El único pueblo que se conservaba era el de San Miguel, cuya Iglesia, de las más hermosas de todo el conjunto de los pueblos se hallaba casi intacta. Al proceso de disolución de las comunidades guaraníticas le sucedió un ciclo de ocupación espacial del área con elementos criollos y mestizos. En este sentido fueron paralelas las historias de las misiones orientales con sus pares del otro lado del Uruguay.


 Salto del Moconá: accidente fluvial existente en el oriente misionero
 sobre el río Uruguay. Interrumpe la navegación en un tramo de 3.000
 metros.

 


 Salto Grande principal fenómeno basáltico en la degradación que
 naturalmente tenía el río Uruguay entre las actuales ciudades de Monte
 Caseros y Concordia, donde se producía un desnivel de casi 40 ms en
 180 km. Su fuerza hídrica es aprovechada actualmente para generar
 energía eléctrica en la represa Salto Grande. Se constituyó en uno de los
 principales obstáculos para la navegación hacia el Alto Uruguay,
 favoreciendo el aislamiento misionero.

La geografía: aliada del aislamiento misionero
Las misiones jesuíticas se encontraban aisladas del resto de las sociedades españolas existentes en el Plata.
Los elementos materiales y cultuales que se producían en aquellas ciudades españolas, los obtenían a través de un esporádico intercambio con el exterior que se realizaba a través de Asunción, Corrientes, Santa Fe o Buenos Aires. Se trocaban los artículos de hierro, sobre todo, por lienzos, pabilos, cueros, yerba y maderas. Pero este comercio era muy esporádico, pues los Jesuitas intentaban por todos los medios evitar el contacto de los guaraníes con los españoles, para impedir el contagio de enfermedades para las cuales los guaraníes no estaban inmunizados, además del tráfico de aguardiente y las estafas a las que podían ser sujetos. Lo usual era realizar una permuta importante cada dos o tres años.
El comercio interno y externo era sostenido por los excedentes de producción de la comunidad. Estaba absolutamente prohibido el consumo y producción de bebidas alcohólicas. Éstas fueron reemplazadas por la amplia difusión de la yerba mate y el uso del tabaco. En las misiones no existía circulación de moneda. Los objetos sagrados de uso para el culto, de oro y plata, eran de procedencia exterior, adquiridos con los beneficios de la producción comunitaria. Los ríos Paraná, Uruguay y Paraguay constituyeron, junto con sus principales tributarios, una vasta red de comunicaciones que se sumaba a la excepcional traza de caminos interreduccionales. De este modo, la geografía se constituyó en el principal soporte del comercio interno. La selva misionera septentrional, el sistema lacustre del Iberá y los montes con vegetación higrófila en el norte de Entre Ríos, aislaron toda comunicación con el resto de las regiones del Plata. El Salto Grande –en el Uruguay medio– y los saltos de Apipé –en el Paraná– impedían el ingreso fluvial. Para el comercio de los pueblos cercanos al río Uruguay con Buenos Aires se utilizaba como puerto receptor de las mercaderías a Yapeyú. Relata el Padre Cattaneo en 1729 que desde allí partía una flotilla de balsas hacia Buenos Aires transportando yerba y algunos otros productos subtropicales. Eran verdaderas odiseas. En el Salto Grande cada una de las balsas era desarmada y vuelta a armar después de vadeado el obstáculo basáltico. Este aislamiento facilitaba el cumplimiento de Reales Cédulas que prohibían el contacto de los indios con españoles, negros, mestizos o mulatos por las razones antedichas. El nuevo régimen establecido por el gobernador Bucarelli a partir de sus Ordenanzas de 1768, rompió con este aislamiento y consideró necesaria la relación y el comercio entre los pueblos de guaraníes con el resto de las sociedades españolas existentes en el Plata. Ese contacto fue una de las principales razones de la gran postración en la que cayeron los pueblos muy poco tiempo después de la expulsión de los padres jesuitas.

" En esta desesperada situación, no viendo ya los indios más que la sombra de sus pueblos tomaron muchos de ellos el partido de abandonarlos (…) Han desaparecido aquellos artistas que dieron a los pueblos la majestad que todavía respiran en las obras que se ven de arquitectura (…) Todo ha decaído y se ha tratado con un abandono que excita la compasión”

 

 

Lázaro de Ribera (Intendente del Paraguay) a Francisco de Saavedra, 18 de octubre de 1798

La “temporalización” de las Misiones
Expulsados los jesuitas, las Misiones pasaron a depender del poder temporal del Rey y de ahí procede el nombre de “temporalidades” que se dio a los bienes jesuíticos incautados.
El encargado del reordenamiento de las Misiones fue el propio gobernador de Buenos Aires, Francisco de Bucarelli. Desde Candelaria, en agosto de 1768, suscribió las “Instrucciones” a los gobernadores interinos de Misiones. Alentaban la producción masiva de bienes excedentes que los pueblos debían mandar a una Administración General en Buenos Aires. A ella debían rendir cuentas administradores particulares designados para cada pueblo. Otros funcionarios que desconocían por completo la realidad de las misiones quedaron a cargo de la autoridad política. El papel de los sacerdotes que reemplazaron a los jesuitas quedó circunscripto al de simples párrocos o ayudantes de una iglesia común.
La antigua administración jesuítica se reemplazaba por funcionarios civiles que deberían promover y fiscalizar las relaciones comerciales de los indios entre sí, entre los pueblos del interior misionero y el comercio exterior.
Las normas que se establecieron para el reordenamiento de las misiones fundaron un gran optimismo en el enorme desarrollo que se podría gestar en el área jesuítica. Sin embargo, muy pronto se percibió una situación contraria a la prevista. Los pueblos, antes ricos, manifestaron enseguida, signos de disminución demográfica y productiva.


Plano publicado por el P. José Manuel Peramás en su exilio. Sobre estas líneas: la capital de las misiones según la visión de Azara, a fines del siglo XVIII. Probablemente el dibujante haya sido Gonzalo de Doblas.

La decadencia misionera
Cuando el gobierno virreinal comenzó a percibir la decadencia de las Misiones se acentuaron las acusaciones contra los sacerdotes jesuitas a quienes se los acusaba del desastre por haber acostumbrado a los guaraníes al régimen de comunidad, contrario a la libertad individual. Para remediar estos males, desde 1801, con el virrey Avilés, se intentó una progresiva liberación de los indios del régimen de comunidad. Pero esto empeoró la situación, pues, al separarse los mejores elementos de las reducciones, éstas acentuaron su decadencia.
Una afirmación muy común, pero absolutamente infundada, es aquella que indica que los guaraníes volvieron al refugio primitivo de sus selvas inmediatamente después de la expulsión de los jesuitas. La extensísima documentación obrante para el período posjesuítico imputa al factor humano como factor principal de la decadencia misionera. Los sacerdotes que reemplazaron a los jesuitas fueron pocos y generalmente ineficaces en su ministerio. Muchos desconocían el idioma guaraní. Los administradores de los pueblos generalmente eran corruptos y movidos más por la codicia que por el fomento económico de sus dirigidos. Sobre ellos cayeron juicios criticando su falta de idoneidad y el no cumplimiento de sus funciones. Bucarelli los había impuesto para dividir los roles políticos y religiosos en los pueblos, los que, en época de los jesuitas, eran ejercidos por los mismos curas. 
Existen numerosos documentos que revelan las irregularidades de estos administradores. En octubre de 1798, por ejemplo, un informe elevado por un funcionario al gobernador del Paraguay, Lázaro de Ribera, encargado de trece de los treinta pueblos (los diecisiete restantes se subordinaban al gobierno de Buenos Aires) indicaba que:
“...los indios no conocen ni conocieron nunca la propiedad. Las tierras, los Ganados, las Fabricas... son governados despoticamente por los administradores... cada pueblo puede considerarse como una grande Hacienda con mil o mas esclavos... a discreción de un hombre solo. A este Administrador entregan los Indios todos los productos de su industria... y el dispone de ellos y de las rentas arvitrariamente... como deven proveer a los Indios de todo lo necesario... compran grandes partidas de efectos y abren tienda formal en cada Pueblo...” Este tipo de acusaciones se reitera a lo largo del período 1768-1810. Maeder indica que la mayoría de estos funcionarios eran gente sin preparación, algunos de ellos muy jóvenes, recién llegados de España y sin ningún conocimiento sobre la vida en los pueblos. Pero que no se les debe imputar sólo a ellos la decadencia en la que cayeron los pueblos, sino a la mala organización y fiscalización de las autoridades virreinales, que con su afán de modernizar la vida misionera, sin respeto de su cultura ancestral, no hicieron más que provocar el caos y la postración. Sin embargo, a pesar de la mala actuación de la mayoría de estos funcionarios civiles y eclesiásticos, hubo otros, como el padre del Libertador, don Juan de San Martín, teniente de gobernador de Yapeyú, de quien nos ocuparemos más adelante, que cumplieron excelentemente su misión de administradores.

El desorden y el hambre en los pueblos
Alertado sobre el caos reinante en las Misiones y las deserciones masivas de los guaraníes de sus pueblos, el virrey José de Vértiz encomendó al Teniente de Gobernador de Candelaria, don Juan Valiente, una investigación acerca de la situación general de los pueblos bajo su mando. En 1778, apenas una década después de la expulsión de los jesuitas, Juan Valiente produjo un cuadro estadístico donde le interesó contabilizar la fuerza laboral disponible. El cuadro arroja los siguientes datos:

Pueblos Fuerza laboral Desertores

Candelaria

490 98

San José

419 200

San Carlos

321 156

Apóstoles

433 193

Concepción

 685 205

Mártires

541 134

Sta. María

301 117

San Javier

487 43

TOTALES

 3.677 1.146

 


 Los esteros del Iberá constituyen una depresión alargada que se ubican
 con orientación NE-SO dentro de la provincia de Corrientes. Esta zona
 deprimida se prolonga hacia el norte en los esteros de Ñeembucú
 (Paraguay) y hacia el sur en los bajos del río Corriente que constituye
 además el drenaje natural del Iberá. Este microsistema comprende
 lagunas, riachos y esteros que suman una superficie de 13.000 km2
 (IGM) y actualmente es una Reserva Natural creada con la Ley Provincial
 3771 de abril de 1983. El área ibereña constituye un sistema biológico
 con una gran diversidad fito y zoogeográfica con especies adaptadas a
 estos humedales. En los mismos se destacan las lagunas Galarza,
 Luna, Itatí, Trim, Paraná e Iberá que da el nombre a todo el sistema.

¿Cuál era el motivo principal de la deserción o el éxodo de los guaraníes de sus pueblos? En primer lugar, la falta de dirección para evitar uno de sus vicios más notorios, la holgazanería. La improductividad traía hambre a las comunidades. Pero también se evidencia en la documentación de la época una constante indisciplina social y el relajamiento del principio de solidaridad. Un informe del teniente de gobernador de Santiago, don José Barboza, indica que “... se les permite robar las estancias y otras maldades... en tiempo de los Expulsos se les obligaba a que tuviesen buenas chacras, ahora no quieren tenerlas, ni tampoco sembrar lo preciso... se comen las semillas para sembrar fingiendo que los pájaros las sacan debajo de la tierra... dicen muchos de ellos que se van porque otros se van... por lo regular se llevan mujeres ajenas y viven sin oir Misa, confesar o rezar... por la libertad de conciencia...” 
En tanto, Juan Valiente, describía la situación del pueblo de Mártires del siguiente modo, en 1776:
“Llegué a este Pueblo y lo he encontrado en el más deplorable estado que se pueda imaginar de necesidad, con un hambre que los hombres que han quedado están pálidos y flacos, las mujeres por lo consiguiente... Yo he procurado darles ahora todos los días de comer porque no les daban más que tres veces por semana, y los cuatro restantes estaban sin comer...”
Existe mucha documentación dispersa sobre este tema. Pero fundamentalmente los registros parroquiales demuestran que fue muy importante el aporte de pobladores guaraníes a la formación de las incipientes localidades de la Banda Oriental y Entre Ríos. También se los encuentra en Santa Fe, Buenos Aires y hasta militando en los fortines de la frontera pampeana. Muchas veces desde las autoridades virreinales e incluso desde los propios pueblos se intimaba a los desertores a regresar a sus pueblos.
Pero además del hambre y del desorden existente en los pueblos el éxodo misionero se agravó debido a una alta oferta de trabajo en las zonas aledañas a las Misiones, especialmente en Corrientes y Paraguay. Correntinos y paraguayos siempre valoraron la mano de obra de los misioneros por su docilidad y sus aptitudes laborales para las tareas domésticas, así como para la labranza y la ganadería. Los guaraníes eran carnívoros insaciables y fueron atraídos por los estancieros de las praderas vecinas para el trabajo como peones ganaderos.
Esto explica que la deserción no haya sido tan grande en los pueblos meridionales de Misiones, como en Yapeyú. Existe además otra razón: después de la expulsión de los jesuitas se inició desde Yapeyú una reapertura del comercio yerbatero con Buenos Aires que impulsó por unos años el desarrollo de estos pueblos. Fueron los tiempos de un gran administrador, el Teniente de Gobernador de Yapeyú, don Juan de San Martín, padre del Libertador.

El hombre primitivo misionero
Los Avá y su modo de vida
América en la visión de los europeos
La ocupación de la región misionera
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Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes
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El amabmaé y el tupambaé, dos modos de trabajar y producir
Gobierno y administración de los pueblos jesuíticos
Vivir en una reducción
La Guerra guaranítica
La rebelión guaraní
La expresión de la cultura en las reducciones
El urbanismo jesuítico-guaraní
La edificación de una reducción
Los caminos recorridos por el guaraní
El fin de la obra misional: la expulsión
La decadencia de los pueblos guaraníes posjesuíticos
El Yapeyú de Don Juan de San Martín
De los pueblos misioneros a centros productivos
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La revolución se internacionaliza –El avance e luso-brasileño sobre las misiones occidenales-
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Andrés Guaucurí, Artigas, y el intento de recuperación de los siete pueblos
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Misiones, la ruta comercial del Paraguay
La dispersión final
Corrientes ocupa los territorios de las misiones meridionales
Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
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