Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera

Si a los indios, una vez reunidos en una población, le llegasen a faltar los alimentos, ya fuese por su culpa o por la ajena, sacudiendo toda disciplina se refugiarían de nuevo en sus selvas y escondrijos ya conocidos, acosados por el hambre; porque el vientre –como dice muy bien Homero- es un gran mal.”

P. José Manuel Peramás, La República de Platón y los Guaraníes, 1732-1793

Una vez separados en los almacenes públicos los bienes comunes antes mencionados, el sobrante se destinaba para pagar las contribuciones públicas. ... De esta manera, con este sistema de tierras públicas y privadas, los guaraníes podían compararse a las abejas, todas las cuales tienen su propia miel, su vivienda y su alimento, pero sólo después que elaboraron el panal común y concurrieron al trabajo colectivo en el campo y en la colmena.

P. José Manuel Peramás (1732-1793): “La República de Platón y los Guaraníes”

Tintero fundido en bronce hallado entre las ruinas de la casa del Cabildo de la reducción de Apóstoles.

Antonio Sepp Jesuita de origen alemán. Llegó a las misiones en el año 169l, desempeñándose como Cura en varias reducciones. Persona de un gran ingenio, escribió interesantes obras testimoniales sobre los pueblos misioneros. Estando en Yapeyú construyó en forma totalmente artesanal un órgano y fue un gran difusor de la cultura musical y coral entre los guaraníes. Fue el fundador de la reducción de San Juan Bautista y el primero en obtener hierro fundiendo la roca itacurú. El 13 de enero de 1733 falleció en la reducción de San José.

Indumentaria de los Cabildantes

En los actos públicos y festividades los cabildantes lucían su llamativa indumentaria. Entre ellos se destacaban el Alférez Real, con su casaca de terciopelo bordada de realce con hilos de plata y oro, chupa de glasé, calzones de terciopelo con galón de plata, medias carmesí y sombrero de braga con galón de oro. El Corregidor vestía su casaca de nobleza con calzones y botonadura y ojaladura de oro, chupa de brocatillo y sombrero ordinario con cinta de plata. El Teniente, una casaca de terciopelo con galón de plata, calzones de damasco y sombrero. Los Alcaldes lucían casacas de triple a flores, chupas de raso, calzones de paño pajizo y sombreros con cinta de plata. Los Regidores, casacas de paño pajizo, chupas de raso amarillo, calzones del mismo paño y sombreros ordinarios con galoncitos. Los Alguaciles llevaban su casaca de raso azul con botonadura y ojaladura de plata, chupas de raso colorado, calzones de paño azul y sombrero ordinario con galoncito.

Glosario

Tributo Real: impuesto de 1 peso de 8 reales que las reducciones pagaban anualmente al Rey por cada indio adulto. Por el pago del tributo los indígenas quedaban liberados del régimen de la encomienda.
Juli: misión jesuítica fundada en el siglo XVI, ubicada en las inmediaciones del lago Titicaca, en el Perú. La denominación de Juli se originó en el río homónimo que fluye hacia el Titicaca, a cuyas orillas se fundó la misión. En la actualidad Juli es una ciudad, capital de la provincia de Chucuito.
Servicio Personal: los indígenas empadronados bajo el régimen de encomienda debían trabajar durante dos meses al año para su señor encomendero. Dicho trabajo, que era obligatorio para los indios encomendados, recibía el nombre de servicio personal.
Real Patronato: privilegio concedido por el Papa a los Reyes de España, permitiéndoles designar autoridades eclesiásticas y crear obispados y arzobispados.
Memorial: informe elaborado para cada una de las reducciones por el P. Superior o el P. Provincial en sus visitas periódicas. El Memorial es un documento breve en el que constan instrucciones, observaciones y recomendaciones dadas a los Curas para el mejoramiento de la administración de la reducción. Son una fuente insustituible de conocimiento histórico.


Las Milicias Guaraníes

El espíritu guerrero del guaraní se canalizó institucionalmente en las reducciones mediante la organización de las milicias misioneras. No eran guerreros profesionales, sino los mismos que labraban la tierra y cuidaban el ganado, que ante la convocatoria del Rey, tomaban las armas y se convertían en soldados. Periódicamente se realizaban ejercicios militares con armas de fuego y armas blancas, contando cada pueblo con su armería, ropero de uniformes, depósito de pólvora, carros de campaña y caballos especialmente criados. Las milicias guaraníes tuvieron un destacado desempeño en la defensa de la frontera hispano-portuguesa y en la lucha contra los indios infieles que asolaban a los poblados españoles y a las reducciones.

Gobierno y administración
de los pueblos jesuíticos

Imaginemos un pueblo con 6.000 indios guaraníes. Frente a ellos uno o dos sacerdotes que los dirigen. No hay fuerza de policía ni un cuerpo de soldados para imponer las órdenes y las disposiciones. Pero éstas se cumplen fielmente y ninguno de los 6.000 osaría levantar una mano contra alguno de los sacerdotes. El pueblo es armonía pura, es música en la selva. Los mecanismos del gobierno y la administración funcionan casi a la perfección: todos tienen vivienda, el alimento no falta, ni tampoco la vestimenta. No hay rencillas ni odios raciales, ni enfrentamientos entre grupos o pueblos. Los días de arduos trabajos se alternan con aquellos festivos en donde la alegría del pueblo estalla en danzas, música, celebraciones litúrgicas y banquetes. ¿Cómo fue posible que aquella realidad surgiera y persistiera en el tiempo por más de un siglo y medio? Sin lugar a dudas el sistema de gobierno y administración implementado por la Compañía de Jesús y avalado por la Corte española, constituyeron la esencia del éxito de la experiencia reduccional jesuítica.

La etapa de las definiciones
La fórmula de gobierno y administración que permitió el afianzamiento del sistema reduccional a partir de la segunda mitad del siglo XVII, no fue producto del azar ni de alguna concepción ideológica transplantada a la realidad guaraní. En realidad desde que en el año 1604 se creara la Provincia Jesuítica del Paraguay, a la Compañía de Jesús se le planteó un gran número de dudas acerca de cómo debían organizarse y administrarse los pueblos. En el ámbito colonial español los jesuitas contaban con una experiencia muy valiosa. Se trataba de la misión de Juli, en el Perú. Un comienzo exitoso que se convirtió en modelo para futuras experiencias evangelizadoras, de tal modo que el padre Diego de Torres, primer Superior de las misiones del Paraguay, en sus instrucciones dirá que éstas se organicen “a modo del Perú”. Él mismo había estado en la residencia jesuítica de Juli en los años transcurridos entre 158l y 1586. Pero no debe entenderse esto como el trasplante de un modelo. La provincia Jesuítica del Paraguay presentaba peculiaridades que exigían respuestas originales. La experiencia de Juli sirvió fundamentalmente para marcar algunos lineamientos, como que los pueblos de indios debían estar aislados de los españoles y lejos de sus rutas, que debían generar su propio sustento, que las misiones debían formarse con indios no empadronados por los encomenderos. El otro antecedente que los padres jesuitas pioneros capitalizaron fue la experiencia misional que habían desarrollado los franciscanos en el Paraguay. Cuando en 1604 se crea la Provincia Jesuítica del Paraguay, las misiones franciscanas estaban en pleno auge desde hacía más de medio siglo.
¿Debían prestar servicio personal a los encomenderos los indios reducidos? ¿Debían ser vasallos del Rey y pagar tributo, en reemplazo de la prestación del servicio personal, ¿y si así fuera, cómo se obtendrían los recursos económicos para el pago del tributo? ¿Era correcto que los padres de la Compañía, al margen de sus funciones específicas, incursionaran en la administración política y económica de los pueblos? En la primera mitad del siglo XVII estos planteos eran tema de debate entre los sacerdotes de la Compañía y no había conclusiones ciertas. Tampoco las opiniones eran concordantes y la diversidad de pareceres predominaba entre los Padres jesuitas, el clero secular y las autoridades políticas coloniales. Las definiciones se fueron generando a medida que los jesuitas iban realizando las fundaciones e iban definiendo territorialmente su proyecto de evangelización. La experiencia inicial del Guayrá había demostrado que era posible formar pueblos con indios no empadronados en la encomienda y que éstos podían obtener su sustento y los recursos para el pago del tributo liberador a la Corona. Por otra parte, la fundación de San Ignacio Guazú y Corpus Christi en el Paraná, en donde había indios sujetos a la encomienda, demostró que al ausentarse los mismos para prestar el servicio a sus señores sus conductas eran perniciosamente influenciadas, constituyendo cuando volvían un riesgo para el resto de los indios reducidos. Una experiencia que no hacía más que respaldar la postura de algunos jesuitas acerca de la necesidad de aislar a los indígenas de los españoles. Las tragedias experimentadas con los ataques bandeirantes en el Guayrá, el Itatín y el Tapé, generaron más incertidumbres respecto a la real posibilidad de un desarrollo autónomo de los pueblos.


 Cabildo de San Ignacio Miní. Cada trazado urbano jesuítico
 reservaba un lugar preeminente en unos de los costados de la plaza
 para la casa del cabildo, en consonancia con la trascendencia que
 se le otorgaba al cabildo indígena en la dirección y organización de
 la vida del pueblo.

La gestión realizada por los Padres Antonio Ruíz de Montoya en España y Francisco Díaz Taño en Roma, dando a conocer el papel político y estratégico que jugaban las misiones jesuíticas, permitieron que éstas comenzaran a contar con un marco jurídico más preciso. La victoria lograda por los misioneros en la batalla de Mbororé tuvo una trascendencia crucial en la definición del sistema reduccional misionero. Los guaraníes son exceptuados por veinte años del pago del tributo y en el año 1649 son declarados “vasallos de Su Majestad y guarnición de frontera”. Luego, por Real Cédula del 15 de junio de 1654 las doctrinas misioneras son puestas bajo el Real Patronato. En el contexto colonial hispánico, las reducciones se organizaron en el marco jurídico de las Leyes de Indias y de las normativas propias de la Compañía de Jesús, además de una treintena de Cédulas Reales.

Las jurisdicciones territoriales de las reducciones
Las jurisdicciones territoriales de cada una de las reducciones estaban cuidadosamente establecidas y registradas en títulos legales que eran archivados en el Cabildo de cada pueblo. Las tierras de pastoreo, los campos de cultivos, los montes, se hallaban delimitados y amojonados. Los límites entre el territorio perteneciente a una y otra reducción quedaban determinados a partir de acuerdos y compromisos. Aún así no fueron escasos los pleitos que se generaban entre los pueblos por denuncias de invasión de jurisdicción. Los límites se establecían con mojones que marcaban la línea limítrofe, también cumplían dicha función los ríos, arroyos y pantanales que eran seleccionados de común acuerdo como límite. Los límites territoriales que se establecían entre las reducciones no cumplían un fin político o estrictamente jurídico. El objetivo era el de contar con un marco de referencia para resolver eventuales pleitos que pudieran suscitarse entre los indígenas de pueblos vecinos. Así, por ejemplo existen testimonios documentales de cómo los indígenas del pueblo de Nuestra Señora de Loreto, cuyas tierras eran limítrofes con las de San Ignacio Miní, denunciaron en varias oportunidades la destrucción de sus sementeras por el ganado perteneciente a San Ignacio Miní.


 Memorial. Documento elaborado por el padre provincial o superior
 con motivo de su visita a los pueblos, dejando precisas
 instrucciones respecto a la organización de los mismos.

En otros casos las denuncias son de San Ignacio Miní contra el pueblo de Nuestra Señora de Loreto, acusándolo de apropiarse del ganado que ingresaba en sus tierras, hecho que los indígenas de este último pueblo aducían como justo considerando el daño que el ganado le causaba en los sembradíos. Finalmente el pleito, que se había extendido por varios años, quedó resuelto cuando se determinó abrir una zanja a lo largo de un sector de la línea limítrofe, con lo cual cesaron las incursiones del ganado.
La existencia de jurisdicciones territoriales no perturbaba en absoluto la unidad territorial de los treinta pueblos jesuíticos. Los límites entre las tierras de los pueblos emergían como producto exclusivo al acuerdo entre las partes. Los accidentes geográficos podían servir de límites, pero no necesariamente los determinaban. De ese modo, el río Paraná no tenía ningún significado limítrofe para las reducciones que se hallaban en amabas márgenes. Por ejemplo, parte de las tierras de la reducción de Itapúa se hallaban sobre terrenos de la orilla opuesta. Lo mismo ocurría, en sentido inverso, con Candelaria, cuyas tierras de cultivo se hallaban del otro lado del río Paraná. Entre las reducciones uruguayenses ocurría algo semejante. Pueblos como Concepción, Santo Tomé, Yapeyú, y otros, veían extendida su jurisdicción territorial sobre la región oriental del río Uruguay. De hecho este sistema de jurisdicciones territoriales permitía que los grandes ríos Paraná y Uruguay se constituyeran en ejes integradores del desarrollo económico y productivo de los pueblos misioneros. La organización de los espacios o jurisdicciones territoriales de los pueblos fue un proceso muy lento que se inició transcurrida la primer mitad del siglo XVII y se fue consolidando recién en el transcurso de la primera mitad del siglo XVIII, cuando las reducciones se van consolidando en sus solares definitivos.

Los soldados de la Compañía se organizan
Que tan sólo 170 padres dirijan y administren a un promedio de 100.000 guaraníes reducidos en 30 pueblos, implica la existencia de una óptima organización.
En la ciudad de Roma se hallaba la máxima autoridad de la Compañía de Jesús, el General o Prepósito de la Orden, a quien, luego del Papa, los sacerdotes de la Compañía debían obediencia absoluta. El Prepósito se constituía en nexo directo entre la Compañía y el Papa, además de atender los asuntos de las diversas Provincias distribuidas por el mundo.
Al General de la Orden, en situación de subordinación le seguían los Provinciales, responsables directos de las diversas Provincias en que desarrollaban su tarea evangelizadora los jesuitas. En el caso de la Provincia Jesuítica del Paraguay, el Provincial residía en la ciudad de Córdoba. Periódicamente el Provincial realizaba visitas de inspección a los Pueblos. Sus propuestas para el mejoramiento de la administración, consejos, conclusiones, quedaban establecidas en documentos que recibían el nombre de Memoriales, que eran redactados en forma individual por reducción y remitidos a los curas respectivos para su consideración o implementación. Anualmente, con la información de los Memoriales particulares de los pueblos se redactaban las Cartas Anuas de la Provincia para ser remitidas a Roma, dando cuenta de los principales sucesos del año transcurrido. Del Padre Provincial dependían en forma directa el Procurador de Buenos Aires, el de Santa Fe y el de Asunción, también un Secretario y un grupo de Consultores.
Subordinado al Provincial se hallaba además el Padre Superior. En un principio, hasta comienzos del siglo XVIII, existían dos, uno para los pueblos de Paraná y otro para los del Uruguay, quedando luego uno solo para el conjunto de los 30 pueblos. El Padre Superior residía en la reducción de Nuestra Señora de la Candelaria, ubicada a orillas del río Paraná y en un punto equidistante de las demás reducciones. Era la Capital de las Misiones, el centro administrativo de todos los pueblos, cuyo dinamismo se expresaba en la monumental arquitectura del edificio de la residencia, con su planta alta y subsuelo, donde funcionaban archivos, biblioteca, salones de reunión y oficinas de administración. El Padre Superior debía visitar cada semestre todas las reducciones, debiendo residir un mínimo de cuatro días en cada una de ellas con la finalidad de interiorizarse de la situación administrativa de las mismas.
Al Padre Superior le seguían en jerarquía un Padre Vice-Superior para los pueblos del Paraná y otro para los del Uruguay. Cada uno de estos últimos poseía un grupo asesor compuesto por un Consultor Ordinario, un Admonitor y un Consultor Extraordinario. Para los cargos de vice-superiores y sus sacerdotes asesores se comisionaban a curas que se desempeñaban al frente de reducciones, sin que éstos dejaran de cumplir con esa misión específica. Constituían una forma de conexión directa con la realidad de la vida en los pueblos.
Finalmente, al frente de cada pueblo había dos sacerdotes y en algunos casos, cuando había exceso de población, tres. Uno era el Cura del pueblo, encargado de lo “Eterno”, es decir de la atención espiritual y religiosa de los habitantes; el otro, el Compañero, era el encargado de lo “Temporal”, dirigía aspectos de la vida cotidiana, como eran el trabajo en los talleres, en los lotes del abambaé, en las sementeras y estancias del tupambaé, la fabricación de tejas, el mantenimiento edilicio del pueblo, la instrucción de los niños y jóvenes, entre otras cosas.
Ambos, Cura y Compañero, habitaban en el sector denominado Residencia o Colegio, adyacente al templo y a los talleres. La Residencia era un espacio cerrado a los guaraníes, salvo aquellos que prestaban algún servicio específico, como los cocineros, tenían acceso a aquél ámbito. Allí los Padres tenían sus oficinas, biblioteca, comedor, dormitorios. Funcionaba también como depósito de algunos productos del tupambaé y de las armas de la reducción. Junto con el Cabildo era el centro administrativo del pueblo.
Con bastante regularidad se convocaba, cada seis años, la Congregación provincial. Era de fundamental importancia porque en ella se resolvían cuestiones que hacían a una mejor administración de los pueblos. Se ha remarcado asiduamente la estructura verticalista de la organización jesuítica. Sin embargo resulta notable cómo dentro de dicha verticalidad se producía una fluida comunicación que partía desde las bases y llegaba hasta los estamentos superiores de la organización. Simultáneamente se generaba un sistema de consultas desde los superiores hacia los subordinados. Ello permitía una apreciación cierta de la realidad y la consecuente elaboración de resoluciones de máxima efectividad en la práctica.

El cabildo indígena
Las guaraníes de las reducciones, como vasallos del Rey, debieron organizarse políticamente según las disposiciones de las Leyes de Indias. Ello dio origen a un Cabildo cuyos estrados eran ocupados exclusivamente por guaraníes, que de ese modo participaban directamente en el gobierno político y en la administración de la reducción.
La elección de los miembros del Cabildo era anual, realizándose la renovación en cada uno de los pueblos el día de Año Nuevo. Los nuevos miembros eran electos por los cesantes en una asamblea general. La nómina era puesta a consideración del Padre, el cual podía sugerir algún cambio que creyera conveniente. Decidida la cuestión, la lista con los nombres de los nuevos cabildantes era anunciada a los sones de las cajas en un acto público que se realizaba ante las puertas de la casa del Cabildo. En acto protocolar se procedía a realizar la entrega de las insignias de mando a las nuevas autoridades. En el mismo acto se confeccionaba el acta en la que constaban los nombres de los nuevos miembros del Cabildo, la que era remitida al Gobernador para su correspondiente aprobación. Luego, con sus insignias de mando y vestidos a la usanza española, los cabildantes se dirigían al templo para participar en una ceremonia religiosa, ubicándose todos en un sitio distinguido frente al altar.
El Cabildo estaba integrado por un Corregidor, un Teniente de Corregidor, un Alguacil, los Alcaldes, cuatro Regidores, el Alguacil Mayor, un Alférez Real, un Escribano y un Mayordomo. Subordinados a los Alcaldes estaban un Alcalde de Primer Voto y un Alcalde de Segundo Voto, mientras que del Mayordomo dependían los Contadores, los Fiscales y los Almaceneros. Generalmente los estrados del Cabildo eran ocupados por los Caciques, o parientes directos de éstos.
El padre Antonio Sepp, refiriéndose a la organización civil y política de los guaraníes, da una pintoresca descripción: “En cada pueblo actúa uno de los caciques más prestigiosos como juez o corregidor, junto con otros funcionarios públicos que son anualmente elegidos por el cabildo en una asamblea general y confirmados por los señores gobernadores españoles, como corresponde. Dos jueces o jurados que llevan una vara (alcaldes ordinarios) asisten al corregidor; además hay cuatro alcaldes (de barrios), seis u ocho comisarios para los diferentes cuarteles, una veedora que mantiene el orden entre las mujeres y las obliga a hilar celosamente y a velar por la limpieza de la plaza y de las calles, cuatro celadores para los chicos y el mismo número de inspectoras para las niñas, que las acompañan a las clases de catecismo y las llevan al trabajo, es decir, a una tarea adecuada a sus fuerzas, como por ejemplo, recoger algodón, garbanzos, habas y otras legumbres secas, cuando llega el tiempo de la cosecha. Otros funcionarios son el carcelero y alguacil, y el procurador y contador que debe hacer mensualmente un recuento de los caballos, bueyes, vacas, ovejas, mulas y animales reproductores. También tenemos un cierto número de guardas de campo, jardineros, domadores, etcétera, además cuatro y en algunos pueblos ocho enfermeros...”.
La institución del Cabildo constituía un genuino ejercicio del poder por parte de los indígenas. Conocer hasta dónde el Cabildo era independiente de la voluntad del Cura y del Compañero es un aspecto difícil de dilucidar. Se podría suponer que existía una relación muy estrecha en dicho sentido. Sin embargo algunos memoriales de los Provinciales de la primera mitad del siglo XVIII, dicen lo contrario y permiten sospechar cierta independencia de acción de los Cabildos en algunos aspectos de la administración, por ejemplo cuando concretamente imparten directivas a los Curas para que influyan en los Cabildos a fin de evitar excesos en la aplicación de penas por los delitos cometidos.

El orden y la justicia
En uno de los extremos de la plaza del pueblo se encontraba el “rollo”: una columna de madera dura erigida sobre una base de piedra, la que lo elevaba algunos centímetros por encima del nivel natural de la plaza, dándole una presencia prominente. Ese objeto inmóvil allí presente, soportando el paso del tiempo, los días y las noches, los soles y las lluvias, siempre ante la vista de todos, era el símbolo temido de la justicia y de la vergüenza pública.
Las cárceles eran muy raras en las reducciones. La pena de muerte no existía, tampoco el trabajo forzado era utilizado como castigo. Todo se resumía en detener a aquél que había violado alguna norma, atarlo abrazado al rollo y azotarlo en público. Luego el reo debía reconocer públicamente su falta y pedir perdón al Cura. Si así no lo hiciera, era vuelto a azotar hasta que mostrara arrepentimiento.
Cuenta el padre Antonio Sepp al respecto: “Si alguien pregunta: ¿De qué modo soléis castigar a estos indios?, contesto brevemente: Como un padre a sus queridos hijos, así castigamos a aquellos que lo merecen. Naturalmente, no es el Padre, sino el primer indio que venga, quien toma el látigo –aquí no tenemos azotes de abedul o semejantes– y no castiga al delincuente de otro modo que como un padre suele azotar a su hijo o un maestro a su aprendiz en Europa. De esta manera son azotados grandes y pequeños, y también las mujeres.”
Todos los delitos eran resueltos en el ámbito del pueblo, por el Cabildo y el Cura. Unicamente en caso de crímenes graves, las causas eran giradas al P. Superior y eventualmente al Gobernador.

El hombre primitivo misionero
Los Avá y su modo de vida
América en la visión de los europeos
La ocupación de la región misionera
Hacia las fronteras
Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes
Sociedad, producción y consumo en las reducciones
El amabmaé y el tupambaé, dos modos de trabajar y producir
Gobierno y administración de los pueblos jesuíticos
Vivir en una reducción
La Guerra guaranítica
La rebelión guaraní
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La edificación de una reducción
Los caminos recorridos por el guaraní
El fin de la obra misional: la expulsión
La decadencia de los pueblos guaraníes posjesuíticos
El Yapeyú de Don Juan de San Martín
De los pueblos misioneros a centros productivos
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La revolución en las misiones
El reglamento de Belgrano
La revolución se internacionaliza –El avance e luso-brasileño sobre las misiones occidenales-
José Artigas –Teniente Gobernador-
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Andrés Guaucurí, Artigas, y el intento de recuperación de los siete pueblos
Andrés Artigas, sus últimas campañas
Los sucesores de Andresito en Misiones
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Misiones, la ruta comercial del Paraguay
La dispersión final
Corrientes ocupa los territorios de las misiones meridionales
Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
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