Miércoles 21 de Abril de 2021

La Herencia Misionera

Ponía espanto ver por toda aquella playa ocupados indios en hacer balsas (…), y sobre ellas formar una casa bien cubierta (…); andaba la gente toda ocupada en bajar a la playa sus alajas (…), sus avecillas y crianza. El ruido de las herramientas, la prisa y la confusión daban demostraciones de acercarse ya el juicio”.

P. Ruiz de Montoya,  Conquista espiritual.

Ponía espanto ver por toda aquella playa ocupados indios en hacer balsas, que son justas dos canoas o dos maderos grandes, cavados a modo de barcos, y sobre ellos formar una casa bien cubierta que resiste el agua y sol; andaba la gente toda ocupada en bajar a la playa sus alhajas y su matolaje, sus avecillas y crianza. El ruido de las herramientas, la prisa y confusión, daban demostraciones de acercarse ya el juicio. ¿Y quién lo dudara, viendo, seis o siete sacerdotes que allí nos hallamos, recoger los ornamentos, desenterrar tres cuerpos de misioneros insignes que allí sepultados descansaban, desamparar tan lindas y suntuosas iglesias que dejamos bien cerradas para que no se volvieran escondrijos de bestias.?”

Antonio Ruiz de Montoya, Conquista Espiritual


Otros Datos

Bandeira: (del brasileño, “banderra”) grupos armados que realizaban incursiones con la finalidad de cazar esclavos para su posterior venta. Dirigidos y organizados por una minoría blanca, los grupos estaban integrados mayoritariamente por indios tupíes aliados.
¿Quiénes fueron los principales jefes bandeirantes? :Manuel Preto y Antonio Raposo Tavares (1628 - 1629); Antonio Pires y Antonio Raposo Tavares (1630 - 1631); Raposo Tavares (1636); Andrés Fernández (1637); Fernando Díaz Pais (1638 - 1639); Manuel Pires (1641).
Saltos del Guayrá: importantes cascadas, que en número de siete caidas interrumpían el curso navegable del río Paraná. Hoy han desaparecido bajo las aguas del lago de la represa de Itaipú.
Virgen de Loreto: venerada en la reducción de Loreto del Guayrá. El padre Montoya la había adquirido en Buenos Aires. Luego del éxodo la imagen fue ubicada en una capilla construida en el nuevo asentamiento de Loreto en el Yabebiry.


El “maná” del Yabebiry

Llegados los emigrados del Guayrá al río Yabebiry, en cuyas orillas establecieron el campamento, se desató la hambruna entre los cuatro mil sobrevivientes guayreños. Relata el padre Montoya que los indígenas comenzaron a alimentarse de una planta que crecía a orillas del río, el Ygaú. Al atardecer cada familia recogía hojas de esta planta para alimentarse al día siguiente, de modo que no quedaba nada. Al día siguiente, al amanecer, las plantas renovaban sus hojas.
Dice el padre Ruiz de Montoya: “Renovase este prodigio cada día hasta muy entrado el verano y se acabó al estar sazonada la cosecha porque no se precisaba”.


... y para hacer la guerra por dos partes el enemigo (los encomenderos) en este mismo tiempo, y aún años antes, incitó a unos portugueses que están en las minas de San Pablo,... , para que saliesen a caza de estos indios, como si fuesen bestias, para llevarlos por fuerza y por engaños para labrar unas minas que tienen en aquel pueblo, y aunque algunos se defienden con sus arcos y flechas, pero con todo eso es tan grande el número de gente que llevan, que si no se ataja presto será el daño muy grave e irremediable. Los indios sienten tanto apartarse de su natural y temen de suerte a los españoles, que se meten entre los montones espesos, teniendo por menos daño el peligro de ser despedazados de tigres y otras fieras que venir a manos de los que con tanta inhumanidad los apartan de sus mujeres, hijos y padres, para servirse de ellos; ...”

P. Diego de Torres, Carta Anua de 1612

La Batalla de Apóstoles de Caazapaguazú

Luego del éxodo del Tapé realizado en el año 1638, la amenaza bandeirante continuó. A comienzos del mes de enero de 1639 una partida bandeirante dirigida por Pascual Leites Pais ingresa en el Tape, con la finalidad de cautivar indios rezagados del éxodo. El 17 de enero de 1639 la bandeira en enfrentada y vencida en una batalla librada en los campos de Apóstoles de Caazapaguazú. Las fuerzas guaraníes fueron dirigidas hábilmente por los ex militares Hermanos Coadjutores, Antonio Bernal y Juan Cárdenas, y el cacique y capitán del pueblo de Concepción, Nicolás Ñeenguirú.


Luego que cesó algún tanto la mortandad, el P. Antonio Ruiz congregó los sobrevivientes, y los animó a fundar poblaciones en que establecerse. Entre Itapúa y Corpus Christi, a igual distancia de ambas poblaciones, corre el río Yabebiry; a orillas de este, no lejos del Paraná, en el cual desemboca, se crearon dos pueblos llamados, en recuerdo de los destruidos, Loreto y San Ignacio. Creados los dos pueblos con los emigrados, fue encargados de regirlos el
P. Ruiz, bajo lar órdenes del P. Romero.”

P. Nicolás del Techo: Historia de la provincia del Paraguay y de la Compañía de Jesús

Hacia las fronteras

San Pablo había sido fundado en 1543, al margen mismo de la línea demarcatoria de Tordesillas. Ello constituía todo un presagio, en el marco de las relaciones fronterizas hispano-portuguesas. Inicialmente, San Pablo fue un punto de partida de la Compañía de Jesús, durante su primer proyecto de entrada evangelizadora hacia el corazón de Sudamérica. El devenir histórico transformó a este poblado en algo muy distinto. San Pablo fue, ante todo, un fenómeno social muy peculiar, una confluencia de razas, aspiraciones personales de poder, culturas y, sobre todo, esclavistas. No se puede negar el valor estratégico de este asentamiento en la expansión territorial de los portugueses. Era un punto de contacto con el resto del mundo ultramarino, y a la vez una punta de lanza orientada agresivamente hacia los dominios hispánicos. Un componente de esa mixtura social que constituía San Pablo en el siglo XVII era el bandeirante o mameluco. En la práctica, un avezado cazador de esclavos en tierras americanas y a la vez un factor de indudable acción en la expansión territorial portuguesa hacia el occidente de la línea de Tordesillas. Los indígenas, agrupados en pueblos, eran una presa fácil para los bandeirantes. En 1628 los bandeiras paulistas cruzaron el río Tibajiba e ingresaron de esa manera en el ámbito territorial de las reducciones guayreñas. En un primer momento existió un compromiso de cautivar únicamente indígenas no reducidos. Pero en 1629 fue atacada la reducción de San Antonio, iniciándose de esa manera la confrontación directa de los bandeirantes con las reducciones. A San Antonio le siguieron los otros pueblos. La población indígena, espantada por las atrocidades cometidas por los bandeirantes, se replegó hacia el occidente en búsqueda de zonas más seguras y menos expuestas a los ataques.

Al culminar el año 1631 solamente San Ignacio y Nuestra Señora de Loreto permanecían en el Guayrá. Las demás reducciones habían sido destruidas o directamente abandonadas por sus habitantes. El padre Antonio Ruiz de Montoya, Superior de las misiones guariñas, se encontraba frente a una decisión crucial: permanecer en el Guayrá y resistir a los ataques, o abandonar la región y asumir el fracaso del proyecto misional guayreño. El pánico en la población, la ausencia de una organización militar, sumado a la indiferencia de Asunción, Villa Rica y Ciudad Real frente al problema, terminaron por condicionar la toma de una decisión, probablemente no deseada por el padre Montoya: el abandono del proyecto guayreño y el éxodo de la población en busca de un ámbito territorial más seguro. El pánico cundió entre los indígenas ante la proximidad de las bandeiras. Durante varias semanas, 12.000 indígenas se prepararon para el éxodo. Se acondicionaron 700 balsas y las provisiones necesarias para el viaje. Se embarcaron las alhajas de las iglesias, muebles y enseres. Las familias juntaron sus pertenencias y desenterraron los huesos de sus muertos. Los 12.000 indígenas, junto con el padre Antonio Ruiz de Montoya, se despidieron de su ancestral patria guayreña y se lanzaron en las balsas al río Paranapanema, navegándolo hasta llegar al Paraná. Tres días después los bandeirantes caían sobre los abandonados pueblos de Loreto y San Ignacio. Pero otras calamidades le sobrevendrían a los guayreños en el largo trayecto. Las balsas surcaban apacibles las aguas tranquilas del río Paraná cuando, en un sitio en donde el río se estrecha, visualizaron una improvisada fortificación. Eran algunos pobladores encomenderos de Ciudad Real fuertemente armados que intentaban impedir el paso y al mismo tiempo capturar indios para sus encomiendas. La caravana se detuvo en la costa y el padre Montoya se dirigió a la fortificación a conferenciar con los encomenderos. La postura de éstos era contundente: los indios no pasarían, e incluso amenazaron de muerte al padre Montoya, quien logró escabullirse. Para el padre Montoya y los miles de guaraníes no había posibilidad de retroceder. Ordenaron las balsas en formación militar, tomaron en mano sus arcos y flechas, y continuaron desplazándose río abajo dispuestos a luchar por la libertad. Los encomenderos, al ver el estremecedor espectáculo de 12.000 personas navegando en el río entonando cánticos y plegarias a viva voz, con la imagen de la venerada Virgen de Loreto como guía, quedaron atónitos y simplemente dejaron la vía libre a los guayreños. A los pocos kilómetros se hallaron ante las cascadas del Guayrá (hoy cubiertas por el lago de Itaipú). Durante cinco días, los indígenas recorrieron casi veinte leguas cargando por tierra todo su equipaje. Para aminorar la carga se lanzaron a las cascadas trescientas balsas con la intención de recogerlas más abajo, pero todas quedaron destruidas; un hecho que decepcionó y desalentó a los emigrados. Durante el trayecto por la selva los misioneros fueron víctimas de indios salvajes, fieras y alimañas. Salvado el tramo de las cascadas, se encontraron con que faltaban balsas. A esto se sumó la incorporación de 2000 guaraníes más que llegaron con el padre Pedro Espinosa, huyendo del ataque bandeirante a la reducción de Los Ángeles del Tayaoba. Al tiempo los alimentos comenzaron a escasear y faltaban también en el lugar árboles adecuados para construir nuevas balsas. Aun así, se comenzaron a elaborar canoas y balsas muy precarias. Mientras transcurría el tiempo empezó a notarse la falta de alimentos. Muchos se internaban en la selva en búsqueda de comestibles y no volvían más, otros labraban el suelo y plantaron semillas. Unos cuantos, por sus propios medios, se lanzaron al río en frágiles embarcaciones, motivo por el cual un gran número de guaraníes pereció ahogado en las aguas del Paraná. Las cartas que se habían enviado a las reducciones del sur antes de la partida pidiendo socorro nunca habían llegado a destino, de manera que los demás pueblos misioneros ignoraban el drama que se vivía en el Guayrá. Parte navegando y parte a pie por la costa, los guayreños llegaron hasta la desembocadura del río Yabebirí en el Paraná. Llegaron 4000 indios, 7000 habían perecido en la desesperación del éxodo. Los sobrevivientes, luego de acampar y reponerse durante algunas semanas en las costas del Yabebirí, refundaron las reducción de San Ignacio Miní y la de Nuestra Señora de Loreto. Desaparecidas las reducciones del Guayrá, los bandeirantes se encaminaron, a fines del año 1637, hacia las prósperas reducciones del Tapé. En el mes de diciembre del año 1637 una bandeira comandada por Raposo Tavares cae violentamente sobre la fronteriza reducción de Jesús María, destruyéndola totalmente y capturando a sus habitantes. Los que logran huir junto con los habitantes de la cercana reducción de San Cristóbal, se repliegan hacia el pueblo de Santa Ana, y todos a la vez se repliegan más al occidente, hacia la reducción de Natividad. Esta determinación de abandonar los pueblos más orientales y establecer la línea de frontera en el río Igay había sido tomada en una reunión realizada en Santa Ana, de la que participaron el Superior, padre Antonio Ruiz de Montoya, los curas de los pueblos y los principales caciques. También se decidió que los pueblos más expuestos a los ataques debían ser abandonados y quemados.
Esto provocó el pánico en la población, que emigraba descontroladamente buscando la protección de la costa occidental del río Uruguay. El padre Provincial Diego de Boroa, que llegaba a la región en aquellos momentos, se encontró con grupos de indígenas que huían despavoridos de sus pueblos. Entonces ordenó el regreso inmediato de todos y dio a conocer al padre Montoya su decisión de permanecer en la región y enfrentar a los bandeirantes. Aún así, varios caciques de las reducciones de Candelaria y Mártires tomaron la decisión, por propia voluntad, de abandonar sus pueblos y trasladarse a las reducciones del Paraná. Otros grupos prefirieron abandonar los pueblos e internarse en las zonas selváticas. Las incursiones bandeirantes se volvían cada vez más agresivas, mientras que los habitantes de los pueblos se hallaban desarmados e indefensos. El padre Provincial Diego de Boroa comprendió el sentido realista del padre Montoya y decidió el abandono de todos los pueblos ubicados entre el río Uruguay y el Igay. El éxodo se realizó en forma planificada y ordenada, con la finalidad de prevenirse de los desastres que habían ocurrido durante el éxodo del Guayrá. Algunos grupos se trasladaron y se establecieron en reducciones que ya estaban asentadas entre los ríos Paraná y Uruguay. Otros pueblos organizaron su traslado del siguiente modo: primero partían los hombres hábiles para el trabajo, quienes cruzaban el Uruguay, buscaban el sitio para la nueva reducción, labraban la tierra, construían provisoriamente el pueblo, y luego retornaban a buscar a los demás habitantes. Otros grupos dispersos de diverso origen fundaron reducciones totalmente nuevas, como la de los Santos Mártires del Japón. Para finales del año 1638 todos los pueblos del Tapé habían sido trasladados y ubicados en el estrecho espacio comprendido entre los ríos Paraná y Uruguay, en lo que hoy es la provincia argentina de Misiones. Terminado el éxodo se organizó una expedición al Tapé, dirigida por los padres Francisco Jiménez, Felipe Viver, Antonio Bernal, Gaspar Serqueira, Pedro Mola, Antonio Palermo, Pablo Benavídez, Adriano Formoso y Pedro Romero, con la finalidad de buscar a aquellos indígenas que se habían ocultado en los montes durante los ataques bandeirantes.

La reubicación de los pueblos
El carácter defensivo-ofensivo de la ubicación espacial y temporal de los asentamientos queda evidenciado, por ejemplo, por las siguientes palabras del padre Nicolás del Techo: “..., y por estar cercadas de anchas corrientes fluviátiles, bosques y barrancos, parecía puesta al abrigo del furor de los bandidos; además, las reducciones podían defenderse mutuamente en caso de necesidad.”  En tanto que en la carta informe del Cabildo Eclesiástico de la ciudad de Asunción, fechada el 18 de Abril de 1639, y dirigida al Virrey de Lima, leemos: “... y es cosa cierta de la defensa y conservación de las reducciones del Uruguay, pertenecientes al Río de la Plata, depende la defensa y conservación de las del Paraná y las demás de este gobierno del Paraguay, que están entre el río Paraná y esta ciudad.” Y más adelante continúa: “... con sus armas son el muro y defensa de todas las demás hasta esta ciudad (refiriéndose a Asunción)”. La distribución geográfica de los asentamientos, inmediatamente luego de los éxodos del Guairá y del Tapé, estuvo condicionada por la necesidad de defensa ante las invasiones bandeirantes. Esto implicaba aglomerarse, limitarse a la ocupación de un espacio geográfico reducido que permitiese una mejor asistencia de las reducciones entre sí, todo esto en desmedro de la posibilidad de ocupar regiones económicamente muy importantes, como lo eran las ubicadas al suroeste, ocupación que desde luego implicaría una dispersión espacial de las reducciones.

Reordenamiento espacial definitivo
El año 1641 adquiere una singular relevancia en el aspecto territorial de las misiones. Luego de ser derrotados los bandeirantes en la batalla de Mbororé, en marzo de 1641, la región uruguayense comenzó a perder su carácter de frontera caliente. Se distiende la tensión fronteriza y el concepto de defensa que justificaba la aglomeración de las reducciones en esa estrecha franja, entre el Paraná y el Uruguay, comienza a perder sustento. Por demás el área era en su mayor parte selvática, no muy propicia para el desarrollo de los pueblos. A partir de 1650 varios pueblos comenzaron a emigrar para ocupar sus solares definitivos en las cuencas de los ríos Aguapey, Chimiray y Miriñay. San Carlos y San José abandonan el Alto Paraná, trasladándose a las nacientes del Aguapey. Asunción del Acaraguá, se trasladó dando origen a la reducción de La Cruz. San Nicolás y Apóstoles, desde el norte de San Javier, se trasladaron a las cercanías del arroyo Chimiray. A partir de ese momento la expansión hacia el oriente de la actual provincia de Corrientes fue el producto de las estancias de aquellos pueblos trasladados. Durante el período 1680-1690 las reducciones de San Miguel y San Nicolás se trasladan hacia el oriente del Uruguay, estableciéndose en sus sitios definitivos e iniciando la reocupación de los territorios abandonados en 1638. A los traslados de estos pueblos se sumó un proceso de creación de “colonias” a partir de la división de la población de determinados pueblos. De esa manera, con pobladores de Santo Tomé se fundó San Borja (1690), con pobladores de Santa María la Mayor se fundó San Juan Bautista (1697), dividiendo la población de Santa María de Fe se estableció Santa Rosa (1698), con indígenas de San Carlos se procedió a la fundación de Trinidad (1706), y con pobladores de Concepción se fundó Santo Angel Custodio (1707). De este modo, en las primeras décadas del siglo XVII, la Provincia Jesuítica del Paraguay definía su área territorial y se consolidaba como un sistema alternativo de incorporación del indígena al orden colonial, independientemente del proyecto encomendero y franciscano. Un vasto territorio geográfico que comprendía las cuencas de importantes ríos, como la del Tebicury, Paraná, Miriñay, Negro e Iguazú. Un espacio geográfico perfectamente definido por la Compañía de Jesús como misionero-guaraní, con una identidad cultural y étnica claramente evidenciada frente al resto del mundo colonial hispánico y portugués.

El hombre primitivo misionero
Los Avá y su modo de vida
América en la visión de los europeos
La ocupación de la región misionera
Hacia las fronteras
Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes
Sociedad, producción y consumo en las reducciones
El amabmaé y el tupambaé, dos modos de trabajar y producir
Gobierno y administración de los pueblos jesuíticos
Vivir en una reducción
La Guerra guaranítica
La rebelión guaraní
La expresión de la cultura en las reducciones
El urbanismo jesuítico-guaraní
La edificación de una reducción
Los caminos recorridos por el guaraní
El fin de la obra misional: la expulsión
La decadencia de los pueblos guaraníes posjesuíticos
El Yapeyú de Don Juan de San Martín
De los pueblos misioneros a centros productivos
Se quiebra la unidad
La revolución en las misiones
El reglamento de Belgrano
La revolución se internacionaliza –El avance e luso-brasileño sobre las misiones occidenales-
José Artigas –Teniente Gobernador-
Andrés Artigas, Comandante General de Misiones
Andrés Guaucurí, Artigas, y el intento de recuperación de los siete pueblos
Andrés Artigas, sus últimas campañas
Los sucesores de Andresito en Misiones
Misiones bajo el dominio paraguayo
Misiones, la ruta comercial del Paraguay
La dispersión final
Corrientes ocupa los territorios de las misiones meridionales
Los guaraníes misioneros, un destino de integración social
La herencia secular
Bibliografía
Fuentes documentales

Los Autores
Agradecimientos
Contactenos vía e-mail: webmaster@herenciamisionera.com.ar