“Se necesita una política que equilibre ambas experiencias”

Domingo 25 de agosto de 2013
Omar Silva
“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”. Lo dijo Mario Benedetti y bien podría aplicarse a la forma en que la sociedad debe actuar ante una problemática que ha “sacudido las categorías teóricas”. Para Omar Silva, docente de la carrera de Comunicación Social, es necesario articular el mundo del que provienen los padres con los modos virtuales en que se manejan los niños y adolescentes para que puedan experimentar lo mejor de cada uno.

¿Cómo se ven desde la academia los cambios que han habido en la apropiación del espacio público y en los modos de jugar?
Si revisamos la bibliografía nos encontramos con dos cuestiones. Por un lado, está el trabajo de Pierre Guiraud ‘Los códigos sociales’, donde desde una mirada sociológica francesa y estructuralista se decía que el juego era un sistema de signos cuya finalidad era que uno practique roles para después integrarse socialmente.
Pero también revisando una autora argentina, Graciela Scheines, cuyo libro ‘Juegos inocentes, juegos terribles’ está disponible gratuitamente en internet, dice que se puede mirar desde un punto de vista pragmático, utilitarista desde el poder y el sistema, y decir que el juego funciona como integrador, ya no como antes, que estaba asociado con la vagancia; jugar vale la pena y se puede jugar para ganar socialmente.
Hay un debate sobre el espacio lúdico, y la propuesta de ella iba en sentido contrario a este asunto de apagar la netbook; en este caso, dice, sería un gesto controlador del poder y de los modos de jugar. Habría que revisar la política, todo esto que irrumpe en estas continuidades y transformaciones formidables de las comunicaciones, de las articulaciones entre lo local y lo global, incidió también aquí. El debate, diría Scheines, sería considerar un espacio lúdico ahora que tiene que ver con la creatividad.
Yo tengo una nena de 6 años y pienso en cómo jugábamos nosotros y cómo juegan estas nuevas generaciones, en contextos como el nuestro, en áreas rurales donde no existían los juguetes industrializados y donde la inventiva era lo más importante, el palo era el caballo, un pedazo de madera era un auto.
Hay que ver qué transformaciones ha experimentado con la irrupción de las nuevas tecnologías, los medios masivos y la industria del juguete. Por eso ahora me planteo qué políticas hago con mi hija; ella mira dibujos animados, eso tiene un correlato en el espacio virtual para jugar con los mismos personajes en la computadora o el celular.
No pasa por la prohibición, esos son nuestros modos actuales, pero sí tiene que haber una mediación de los padres, de los maestros y de los comunicadores para orientar a ese niño y seleccionar qué tipo de juegos poder jugar. No pasa por apagar la computadora, pero sí una política de equilibrio, que el niño experimente ese espacio virtual -porque es su mundo, es su era y lo va a ser de cualquier manera- pero también, desde nuestra experiencia de adultos, posibilitarles jugar en espacios como las plazas públicas, el barrio, en los ámbitos rurales, ejercitar la memoria del juego.
Para mí la política pasa por una experiencia equilibrada: si la netbook se apaga por un momento, lo deseable es que se vuelva a prender para que el joven y el niño tengan la posibilidad de jugar ahí, pero, simultáneamente, recreen y experimenten los viejos juegos. Pero es una problemática, no tenemos soluciones mágicas, habrá que ir aprendiendo, habrá que ir construyendo categorías, modos.

Si el juego prepara el terreno para la sociabilización y un niño no lo experimenta o lo hace de forma mediada por una pantalla, ¿qué características pueden darse, qué transformaciones?
En los términos y en los modos de interaccionar, en esos juegos de presencia y ausencia, en esa paradoja de jugar en red, jugar con los otros. Hay que investigar cómo se reconfiguran los roles en una sociedad mediatizada, como dice Eliseo Verón, que ya trasciende la comunidad local y se proyecta a lo global. Habría que preguntarse, diría Dominique Wolton, sobre los límites de la comunicación, qué pasa con los reconocimientos y los juegos de identidad de esos otros, que son amigos, ciberamigos. Giovanni Sartori dice algo muy interesante: a estos sujetos que se están socializando ahora los categoriza como Homo videns, porque experimentan los mundos virtuales antes de saber leer y escribir. Ahí también hay una transformación en la vuelta de la imagen como signo mediador que posibilita la comunicación. Pero leyendo una última producción de Verón, él dice que esto es la revolución del acceso y el cambio de modo de circulación de los materiales comunicativos. Son procesos que están en plena efervescencia, que han sacudido las categorías teóricas, hay que inventar otras; es un mundo vertiginosamente cambiante, hay que hamacarse para operar en esos mundos.

Al plantear esta cuestión alguien decía, generalizando, que los chicos son tontos.
No creo que sean tontos, existen dos mundos distintos que están reclamando la creación de vínculos, de puentes y de diálogo respetuoso desde lo que cada uno de nosotros es. Soy consciente de que el otro viene un mundo diferente y debería apostar por un diálogo respetando sus conocimientos, su construcción de identidad, pero esto también es político, tiene que ver con cómo participamos en los repartos de la cultura. Muy probablemente un chico de clase media o alta tenga más posibilidades que un chico de los sectores populares de experimentar algunas cosas, pero el otro también tiene otras vivencias. Una política de formar a los padres mediadores, a los docentes y comunicadores mediadores, que posibiliten como estrategias estas experiencias virtuales, pero también las otras.


• Omar Silva
Profesor y licenciado en Letras. Magister en Semiótica Discursiva. Profesor asociado exclusivo en Introducción a la Comunicación Social y a la Semiótica (carrera de Comunicación Social). Tesista del Doctorado en Humanidades y Ciencias Sociales de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Misiones.

Por Mariano Bachiller
Twitter@marianobach



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