Hogar Santa Teresa: una obra de amor al prójimo

Domingo 31 de agosto de 2014
Lucila Milagros padece hidranencefalia y al nacer fue abandonada en el Hospital Samic, tal vez porque su madre no supo cómo afrontar la patología que la aqueja. Sola y enferma, los médicos no le daban muchas posibilidades de sobrevida, hasta que apareció la alternativa del Hogar Santa Teresa, donde desde cuatro meses es la mimada de todos.
Kevin Luis tiene 2 años y el 10 de agosto fue encontrado abandonado junto con una hermanita. El pequeño es no vidente y no camina ni habla. Al arribar al hogar estaba lleno de piojos y con bajo peso, pero gracias a la atención de los profesionales, en pocos días se notó una importante evolución en su salud.
Lucila Milagros y Kevin son dos de las 80 personas, entre niños, adultos y ancianos, que componen la gran familia de la Fundación Santísima Trinidad, que tiene a su cargo el Hogar Santa Teresa, el Hogar de Espíritu Santo y el Hogar de Ancianos Virgen de Lujan de Guaraní.
“Es difícil para la gente común comprender el verdadero horror de ser abandonados. La peor enfermedad en el mundo no es la lepra, la tuberculosis o el cáncer, sino el sentimiento de no ser querido, aceptado, y ser abandonado por todos”, reflexionó el padre Guillermo Hayes, director de la Fundación Santísima Trinidad.
Por estos días, el sacerdote se encuentra en Buenos Aires bajo tratamiento de radioterapia y quimioterapia en su lucha contra el cáncer de esófago. “La situación no es fácil pero con la ayuda de Dios y amigos lo estoy llevando lentamente”, reconoció a través de una carta.
“Tengo la suerte de recibir ayuda y visitas de muchas personas en este momento que estoy padeciendo esta enfermedad. Esto me hace pensar más sobre nuestros hermanos y hermanas que no tienen la misma suerte o que no tienen a nadie para que los visite o ayude”, agregó.
Pendiente de los hogares a su cargo, comentó el caso de dos hermanos oriundos de Posadas, Daniel (17) y Walter (15), quienes residían en el Hogar El Refugio, que recientemente cerró sus puertas. “Llegaron con signos de desnutrición, padecen el síndrome de Bloom, retraso madurativo y discapacidad intelectual. Ahora, gracias a Dios y a la generosidad de muchas personas, están en un lugar seguro, donde se sienten protegidos, queridos, y queremos por sobre todo ayudarlos a dignificar sus vidas”, ponderó el padre Guillermo.

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