El desafío de luchar contra el analfabetismo

Domingo 31 de agosto de 2014
Impulsora. | Lorena tiene familia y desde hace ocho años reside en el barrio | Foto: Daniel Villamea
“Mi sueño es que todos los niños tengan algo para comer. A veces pienso más en los chicos del barrio que en mis propios hijos, porque somos humildes pero a ellos nunca les falta un plato de comida, gracias a Dios”, comentó Lorena Gómez (30), fundadora de un merendero en un espacio verde en Villa Kindgreen.
Sin aportes del Estado, todos los sábados le sirve la leche a 75 chicos de la villita, uno de los sectores más carenciados y olvidados de esta localidad. Festejan los cumpleaños, el Día del Niño y Navidad, pero también reciben la contención que muchas veces les falta en la casa.
Por estos días, Lorena está muy entusiasma ante un nuevo desafío: enseñar a leer y escribir a una veintena de mayores y ancianos analfabetos que residen en el barrio, para lo que cuenta con la gran colaboración de estudiantes avanzadas de magisterio.
“Ya tenemos 21 personas anotadas, gente que es analfabeta y que por lo menos quiere aprender a firmar, como un abuelito que me dijo que antes de morir quisiera tener su firma. Él no pudo ir a la escuela porque trabajó desde chiquito, y me emociona que con casi 80 años tenga ganas de superarse”, comentó a El Territorio.
Lorena está casada, tiene tres hijos y desde hace ocho años reside en el barrio. El merendero funciona en su misma casa y de a poco lo fue dotando de una mínima infraestructura, como bancos y mesas.
Orgullosa, adelantó que un profesor de música se ofreció para dar clases gratuitas de guitarra y destacó la colaboración de “gente que por ahí se entera de lo que hacemos y nos dona algo. Todo es bienvenido, desde un kilo de leche hasta un calzado usado”.

Historia de fe
Hace cuatro años, Lorena sufrió un grave accidente de moto y los médicos no garantizaban que pueda volver a caminar. Pero ella nunca perdió la fe y prometió que si se curaba, haría un merendero para los chicos más humildes del barrio.
“Ni siquiera tuvieron que colocarme las prótesis que pidieron por las fracturas en la pierna izquierda. Estuve postrada un año y medio, pero cuando empecé a caminar cumplí la promesa del merendero. Lo bautizamos Zoar, que significa ciudad pequeña”, señaló.
Sin ocultar su emoción, contó que “en el peor momento hice un propósito: que si Dios me devolvía mis piernas iba a trabajar con los chicos. A Él le debo todo”.
Su fe le dio las fuerzas para concretar la promesa y contó con el apoyo de la iglesia evangélica, que le donó madera para construir la sede del merendero y los bancos para los chicos.
Lorena reconoció que en el barrio abundan las carencias y problemas, los vicios avanzan y muchos jóvenes no tienen rumbo.
“La idea es nutrir el cuerpo y el alma de la criaturas. Tratamos de enseñarles cosas positivas, valores y respeto, cuestiones que por ahí se van perdiendo”, destacó. En un contexto de pobreza, mencionó que la leche y algo para comer ofician de imán para atraer a los pequeños, al punto que “hasta los días de tormenta hay chicos que vienen por la merienda”.
Y todo lo hace a pulmón, con un par de colaboradoras y cero de asistencia oficial. “Mi mayor anhelo sería darles la merienda todos los días, porque hay chicos que realmente necesitan esa comida”, dijo con un brillo emocionado en la mirada.

Por Daniel Villamea
interior@elterritorio.com.ar


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