El mayor homicida de la historia obereña goza de salidas transitorias

Domingo 29 de mayo de 2016
Vieyra en el juicio realizado en 1998. | Foto: Archivo El Territorio
Entró y saludó como un cliente más. Charló del clima, contó que no le gusta el frío, pidió algo de fiambre, pan y una gaseosa. Desde que cruzó el umbral del almacén, el dueño le encontró cara conocida, como que lo había visto en el barrio. Pero hasta ahí no lo sacaba.
“Parece que no se acuerda de mi”, le dijo el otro de reojo y, esbozando una sonrisa a medias, agregó: “Yo vivía acá a dos cuadras, atrás del Complejo. Soy Vieyra Duarte”, y agachó la cabeza, como arrastrando una vergüenza.
Se ve que la expresión del bolichero fue demoledora, aunque inconsciente y sin decir una palabra. Pero se sabe, un gesto puede ser más implacable que el más encendido de los discursos. El cliente pagó, saludó y se fue.
A esa altura, el almacenero recordaba todo y los detalles más aberrantes se impusieron en su memoria: el 28 de octubre de 1997, Pedro Luis Vieyra Duarte -entonces de 25 años- asesinó a María Cecilia Banchero (29) y a dos hijos de ésta, Julieta (8) y Sebastián Di Liscia (12).
Los menores fueron apuñalados y degollados y la madre fue asesinada martillazos y cuchilladas. Luego los tres cuerpos fueron lanzados al pozo de la casa que habitaban las víctimas. La autopsia determinó que al caer al agua la nenita aún estaba con vida.
Si bien el primer acusado fue Fernando Zarke (30), concubino de Banchero y padrastro de los tres hijos mayores de ésta, las pesquisas determinaron que el autor material del hecho fue Vieyra Duarte. Pero el asesino no actuó solo y contó con un cómplice impensado: un niño de apenas 11 años, hijo y hermano de las víctimas.
“En el juicio quedó establecido que los homicidas mantenían una relación homosexual y el menor cumplía el rol activo”, recordó una fuente judicial.
En septiembre de 1998, el mayor fue condenado a prisión perpetua y quedó confinado en la Unidad Penal II de esta localidad. Al ser inimputable, su cómplice menor de edad fue trasladado a Buenos Aires, donde tenía parientes y comenzó una nueva vida.
A poco de cumplirse 19 años del triple homicidio, Pedro Luis Vieyra Duarte, el mayor homicida múltiple de la historia obereña, comenzó a gozar de salidas transitorias y cada quince días abandona la cárcel para visitar a sus parientes en la zona del Hospital Samic.

Degollados
El hecho se registró el 28 de octubre de 1997, alrededor de las 21, en la vivienda de calles Tartagal y Goya, Villa Mosquere. Según se estableció, Banchero y Zarke dejaron a los menores en compañía de Vieyra Duarte, quien se había hecho muy amigo del nene de 11 años.
La mujer y su concubino eran oriundos de Buenos Aires y desde hacía cuatro años residían en Oberá. Banchero tenía tres hijos de una relación previa y con Zarke tuvo otras dos criaturas, las que el momento de la masacre tenían 1 y 3 años. Esa noche la pareja salió y llevó consigo a los dos más chicos, circunstancia que les salvó la vida.
Los detalles del caso son espeluznantes, de un sadismo y una maldad inusuales. Vieyra Duarte ahorcó primero a Sebastián y después a la pequeña Julieta, que dormía en la cama de abajo de la misma cucheta que su hermano mayor.
Después, sediento de sangre, instó al niño de 11 años para que apuñale a su hermanita, tras lo cual el sujeto hizo lo mismo con Sebastián, a quien le propinó varias puñaladas. Luego degollaron a las dos criaturas y las taparon con sábanas en sus propias camas. Banchero llegó tarde, sin imaginar el desastre. Lo primer que hizo fue ver a sus hijos, que supuestamente dormían, cuando Vieyra Duarte aprovechó para acercarse por detrás y asestarle un martillazo en la cabeza.
La remató a puñaladas y le cortó al cuello, como sus hijos, tras lo cual lanzó los cuerpos a un pozo ubicado en el mismo terreno. La pequeña Julieta aún estaba con vida y falleció ahogada, determinó la autopsia.
Zarke llegó alrededor de media noche y no encontró a su concubina ni a dos de sus hijastros. Comenzó a revisar la casa y se encontró con un baño de sangre.

La confesión
En medio de la conmoción, cuando llegó la Policía, el niño de 11 años dijo que su mamá y su padrastro discutieron y que el hombre la golpeó. Incluso, afirmó que le dijo que vaya a comprar cigarrillos y pan, y que si volvía sin el pedido lo iba a matar. Los primeros dichos del menor, más la sangre que Zarke tenía en las manos y en un pañuelo que llevaba encima, lo posicionaron como el principal sospechoso del crimen.
También era cierto que el sujeto golpeaba a la mujer y a sus hijastros, al punto que la docente Isabel Aquino, de la Escuela 788, contó que “a cierta hora, antes de la salida, los chicos se hacían pis encima”, y reconoció sentirse arrepentida por no haber hecho más por ellos.
Pero con el transcurrir de los días se fue afianzando la coartada del padrastro, quien desde un primer momento aseguró que no tuvo nada que ver y que al volver a la casa se topó con la tragedia.
La mentira diseñada por los autores del hecho no tardó en desmoronarse. Ambos cayeron en contradicciones y terminaron confesando. Fuentes del caso recordaron que Vieyra Duarte contó llorando los detalles del hecho.
El juicio oral y público se concretó en septiembre 1998. Por su edad, el hermano de las víctimas fue declarado inimputable y se mudó con familiares de Buenos Aires.
En el expediente se cita que ambos reconocieron que mantuvieron relaciones sexuales. Se presume que la dificultad para blanquear dicha relación habría sido el motivo del horrendo crimen.
Desde la cárcel de Oberá, comentaron que Vieyra Duarte posee una conducta ejemplar y realiza tareas de mantenimiento y parquizado. En consecuencia, los psicólogos autorizaron sus salidas transitorias y en dos años más podría gozar de la libertad condicional.

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