La villa puede ser un lugar mejor

Domingo 16 de agosto de 2015
El barrio es un mundo pequeño y pobre, desprovisto de casi todo, no sobra ni el sol. Así fue desde que eran niñas, después mujeres, madres, abuelas, bisabuelas. Pero no se resignan, y cada día corren las fronteras de las carencias para transformar la villa en un lugar mejor. Ya no para ellas, para sus nietos, para los jóvenes, para saltar el destino de miseria que no eligieron.
Son mujeres de edad que han superado una a una las pruebas de la vida, sus casas modestas no quedan lejos una de la otra y aunque no se conocen podrían ser buenas amigas. Comparten el corazón solidario, que es motor de esperanza en los asentamientos donde hay hambre, enfermedad y soledades.

Julia, sus 80 nietos y su comedor
Julia Gauna (70) tiene diez hijos y 80 nietos, no recuerda bien cuántos bisnietos, serán catorce o quizás más. Algunos viven en Buenos Aires o en el interior de Misiones y los ve muy poco. Hace más de 20 años, cuando se inundaron los terrenos de la olería de su padre -en la que trabajó desde que dio sus primeros pasos- se mudó a la chacra 145 en el oeste, cuando todavía esos terrenos correspondían al basural.
De sus años de joven en la fábrica de ladrillos, le quedó la piel dorada y le resaltan los ojos claros. También son heredad de la pesada tarea los dolores en la espalda y una temblequera en la rodilla, que se acentúa con la humedad. De esos achaques prefiere no hablar, “no les hago caso a los dolores, pienso en todo lo que tengo que hacer en el día y se me olvida”, dijo.
Su familia es tan grande que no le basta, y prepara el almuerzo y la leche para cientos de criaturas de Itá Verá, que llegan corriendo apenas salen de la escuela, con la panza haciendo ruidos.
El comedor de la abuela Julia tiene arroz con leche y pan con dulce a la tarde y de mediodía sirve guisos de lenteja, arvejas y puchero. “Son los mejores alimentos para los chicos en crecimiento”, aseguró con su autoridad de madraza.
Después de toda una vida de trabajo, Julia ocupa su tiempo en cocinar para sus vecinos, que no llegan a fin de mes y cobran de changas.
“Yo deseo que me ayuden más con el comedor, porque funciona sólo tres veces a la semana, que la gente que pueda ayudar con alimentos sería muy bueno, porque por ahí vienen a preguntar y no hay nada, y con el hambre de los chicos no se juega”, expresa y se emociona hasta llorar, porque Julia supo lo que es no tener para comer.
“Hoy para mí no quiero nada, tengo amistad y amor de sobra”, contó orgullosa por las atenciones que tienen con ella tanta gente.
Para el barrio que termina sobre el arroyo Mártires, sí todavía sueña con el desarrollo, “para los jóvenes ojalá que las autoridades vengan más seguido, que haya oportunidad de estudio y de trabajo y que no haya delito”.
Julia contó que su infancia y su adultez las afrontó con carencias, había que trabajar y trabajar para sufrir igual. Recién hoy con su pensión y la ayuda de sus hijos, no debe preocuparse de las cuentas.
Cocina, lee, cuida sus plantas y cultiva una huerta, “es chiquita pero no falta la cebollita para condimento”.
En cambio, su pena es por las muchas familias que están en la pobreza extrema a su alrededor, resaltó que el barrio está progresando con la urbanización y la mejora de las calles de acceso, que permiten el ingreso de las ambulancias y de la Policía. Sin embargo, le duelen los chicos sin rumbo, perdidos en los vicios sin ganas de un futuro.
“La pobreza no se elige, pero hay que salir adelante, juntar fuerzas de donde sea, a las mamás les hablo de lo importante de la educación, ir a la escuela es una bendición, antes era difícil pero ahora hay muchas posibilidades”, aconsejó.
Y le recordó a uno de sus hijos una vieja promesa: “Cuando uno de mis chicos era adolescente y veía que yo sola llevaba adelante la casa, dejó de estudiar para ayudarme, yo no quería, entonces me prometió que iba a volver a la escuela; ahora ya es un padre de familia y trabaja y va siendo hora de que cumpla su palabra, sólo eso tengo pendiente”.
El merendero funciona sobre una parrilla que Julia dispuso y que funciona a leña. Para colaborar con alimentos, se la puede encontrar sobre Eva Perón a pocos metros de la Fundación Santa Cecilia.

“Se puede salir de la violencia”
Varias cuadras más arriba, por la avenida Eva Perón y adentrándose en un pasaje irregular de la chacra 146, en una vivienda con inmensos helechos viven Catalina Adorno (65), dos de sus siete hijos y un nieto.
Catalina nació en Alvear, Corrientes, y trabajó como doméstica desde los ocho años, lavando pisos y ropas con sus flacos brazos.
Hasta muy adulta no comprendió por qué un día que no esperaba, su madre la dejó marcharse con extraños hacia la capital de Misiones. Trajo en el viaje triste a Posadas una bolsa con ropas curtidas, una muñeca y mucho miedo a lo desconocido.
“Por suerte era una familia buena la que me crió en Posadas y yo tenía que hacer los quehaceres de la casa, no me faltaba nada, pero extrañaba a mi familia y nunca pude ir a la escuela, no sabía leer”.
Se estaba haciendo una adolescente cuando una amiga de la casa le enseñó a leer y escribir, después tuvo su primer embarazo muy joven.
“Me faltó educación, no sabía nada de la vida y así nació y crié a mi hija sola y trabajando en limpieza”.
Años más tarde, cuando conoció al que sería el padre de sus siete hijos, pensó que su suerte iba a cambiar, ya nunca más iba a estar sola y tendría un compañero en quien confiar y descansar un poco.
“Al principio fue lindo, mi vida fue dura pero con momentos de mucha alegría y la fe es mi fortaleza, pero al poco tiempo mi casa se volvió un infierno”.
Empezaron los celos, los gritos y los golpes, y así continuó hasta que sus hijos le pidieron que termine con el maltrato, que no se merecía eso.
Salió adelante con ayuda de los vecinos de la 146, el comedor de la Medalla Milagrosa le facilitó algunas chapas para su casa, y cada peso de su salario fue para ladrillos y comida. Tenía 45 años cuando se decidió a empezar de cero y salir del círculo de violencia, “les digo a las mujeres que se puede, cuando a mí me pasó no se hablaba de estos temas, mis hijos sufrían y yo no sabía qué hacer, hoy les digo que busquen ayuda, que vale la pena vivir y nadie tiene derecho a maltratarlas y a volverlas infelices”.
La vecina Catalina forma parte de la pastoral de la salud de Cáritas y visita a los enfermos de Villa Cabello. El año pasado, la vida le puso otra prueba, acompañó a su hija enferma de cáncer hasta el final.
“Murió a los 49 años, era mi compañera. Cuando me estoy por poner triste, salgo a la calle, hago pastafrola y voy a la feria de Santa Rita a vender o ayudo en la Iglesia a cocinar, así se alejan los pensamientos tristes y se agradece la vida”.


Opinión
Julia Norma Catalano
* Licenciada en Trabajo Social, especialista en gerontología

Abuelas puntales de las familias Ser abuelo es un importante y placentero rol, donde lo que cuenta es cómo puede ser vivida una nueva etapa de empoderamiento a partir de la jubilación o de la pensión y la llegada de los nietos.
Hombres y mujeres que ejercen el abuelazgo nos demuestran que siempre es posible volver a empezar, que la edad no es un impedimento para quedarse relegados de la familia y en muchos casos ser el puntal económico fundamental del hogar.
Muchos mayores abuelos/as nos enseñan cómo aprovechar el tiempo libre, cómo combatir la depresión, el aislamiento, cómo vivir con optimismo, confianza, alegría y paz, teniendo esperanza y fe. Cómo cuidar de los nietos, ayudando a los hijos y en algún caso cediendo su propia casa y sus comodidades para el logro de un buen vivir de sus hijos y nietos, muchas veces dejando la cabeza desabrigada porque les entregan todo, hasta el poco o mucho dinero que reciben.
Situación que predispone a la depresión, riesgo y deterioro físico.
El síndrome de “abuela esclava” la concibe como una enfermedad que puede ser grave y que afecta a mujeres abuelas con responsabilidades de ama de casa, que durante muchos años se sintieron satisfechas con el desempeño de su rol de abuelas y que en cierto momento, a causa de la interacción de diversos factores ,ese mismo rol deviene en patológico.
La abuelidad debe ser una función elegida, pudiendo ir mas allá de ciertos valores sociales que ubican la culpa y la vergüenza como respuesta ante lo que algunas veces no se quiere o no se puede hacer.
Cada uno sabrá cuánto puede dar, sin que esto implique ser buenos o malos abuelos, pero sabiendo que al poner los límites que cada uno considere necesarios puede ser una opción mas que interesante.
El proyecto de proyección de sí durante el envejecimiento es una apuesta de sentido cuando ya nadie demanda nada de manera obligatoria, como trabajar o atender a los hijos. Es allí donde cada uno de los especialistas en gerontología y geriatría debemos acompañar la apuesta por el más puro deseo, entendiendo la importancia de que en algún momento de la vida,uno haga lo que se le dé la gana, para lo que sólo hacen falta el sostén de la actitud, el compromiso y la continuidad.
La vida es un viaje donde todos debemos disfrutar a cada paso. Y el tiempo es un regalo del supremo Hacedor, que nos trae la vida hoy.
Todos tenemos tiempo para las cosas que queremos. Es un afirmación de la libertad interna, de la capacidad de elección y de la potencialidad para aprender y vivir plenamente su tiempo y sentirlo.

* Es autora de varios libros sobre temáticas referidas a los adultos mayores.


Por Silvia Godoy
interior@elterritorio.com.ar


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