Cómo son las nuevas guerras en el siglo XXI

miércoles 24 de abril de 2024 | 6:00hs.

De los numerosos libros que se están publicando, ha aparecido uno sobre modernas cuestiones militares, escrito por una autora no militar.

Ana Esther Ceceña, de 73 años, es una economista de nacionalidad mexicana experta en geopolítica. Doctora en Relaciones Económicas Internacionales por la Universidad París I-Sorbona, es coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, que se ocupa de estudiar, teorizar y cartografiar los procesos contemporáneos de dominación y resistencia, y se ocupa ahora en estudiar las modernas guerras.

Destaca en su libro ‘Las guerras del siglo XXI’ ya en su tapa, en vez de aparecer algún artefacto militar, presenta un campamento civil de Medio Oriente

Señala que “…como rasgo notable de estos tiempos, las guerras no sólo transcurren en todas las dimensiones de organización de la vida y, por lo tanto, utilizan armas no bélicas en combinación con las que comúnmente se identifican como armas de guerra, sino que también adoptan modalidades muy distintas para adecuarse a los terrenos geográficos, históricos y sociales de los objetivos a alcanzar”.

Sucede que la confrontación de potencias, que después del estallido de la Unión Soviética parecía alejarse del horizonte, es hoy la mayor amenaza a la hegemonía de Estados Unidos, el mayor actual “hacedor de guerras”, pero también inquieta al planeta mismo, por la posibilidad de un holocausto nuclear.

Además, una poderosa industria de guerra mueve gran parte de los hilos, atendiendo al lado corporativo que sostiene y alimenta la guerra; de la guerra corporativa misma por lograr condiciones de superioridad, señalando la Dra. Ana Ceceña varios casos que permiten observar los diferentes lugares del espectro que abarcan las actuales guerras:

Las distintas maneras de intervenir y hasta de diseñar los escenarios de confrontación en guerras en las que los estilos culturales resultan ser los mejores espacios de defensa –como la actual de Palestina e Israel― y, por lo tanto, son penetrados hasta la más preciada intimidad: atravesando muros, cortando paredes y enderezando rutas, drones, satélites, sistemas de armas inteligentes y ciberataques

Es difícil precisar cuándo comenzará la presumible guerra en Siria, ya que será una guerra a comenzar sin previo aviso y que no parece anunciar su posible término, pero que ocurrirá en un territorio de peso geoestratégico: las viejas rutas comerciales y militares que confrontaron y enlazaron Europa y Asia se reproducen con nuevas complicaciones cuando el Medio Oriente es uno de los territorios de más capacidad definitoria en la alta política mundial y el afán expansionista de Israel, que no parece tener límites.

Una guerra antigua pero siempre actualizada es la de Colombia, en el otro lado del mundo. La virtud de ser el tapón entre el Norte y el Sur del continente y de ser entonces la vía de entrada a la cuenca amazónica –además de sus riquezas en oro, esmeraldas y varios otros minerales preciosos– ha sido su perdición. Colombia fue el lugar del continente elegido para convertirse en un vórtice bajo el control de Washington.

Venezuela es otro caso emblemático de la puesta en marcha de la guerra en las otras dimensiones del espectro. Si bien se tiene el antecedente del bloqueo norteamericano a Cuba, con la sofisticación que permiten sus 50 años de duración –y que determinan la secular pobreza del pueblo cubano– en este caso se están combinando, con la guerra financiera, la humanitaria, comercial, mediática, jurídica, sanitaria, monetaria, de invasión de fronteras, de operaciones de fuerzas especiales y cada una con su propia lógica y su ritmo particular.

Hoy se puede observar que, a lo largo del siglo XX se pasó de los clásicos campos de batalla con soldados reales desplegados en grandes escenarios que se observan en las películas sobre la Primera Guerra Mundial, a los aviones y blindados bombarderos, protagonistas centrales de la Segunda guerra mundial, y al inicio de las guerras impersonales robotizadas en las que los drones inundan actualmente los paisajes de la presunta Tercera Guerra mundial...

“El nuevo milenio inició su despliegue con modalidades de entender y hacer las guerras muy distintas a las heredadas de las experiencias pasadas y que modifican sustancialmente su concepción y sus prácticas”, afirma la doctora Ana Ceceña, ya que la disgregación de vastos territorios soviéticos encendió luces de celebración, festejando por fin la derrota del bloque opositor más fuerte y peligroso del poder estadounidense. Pero inmediatamente se encendió la carrera por ocupar estos territorios liberados, ofreciendo la ocasión de ampliar posicionamientos, de incorporar –a través de la Nato (Otan)– sus inmensas riquezas naturales al mercado mundial y de extender la influencia ideológico-cultural de los protocolos de dominación y de los soportes materiales y simbólicos de la organización global hegemónica estadounidense.

En 1992, la Cumbre de la Tierra señalaba que “…la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo. La capacidad destructiva del sistema, potenciada por los avances tecnológicos, pone en riesgo al ambiente, y con ello al desarrollo humano, lo que es un signo evidente de la contradicción entre el modo capitalista de reproducción de la materialidad social –calificada como “desarrollo”– y la vida.

Otra seria variación, de carácter organizativa militar, fue la aparición de los llamados “mercenarios”. Esta práctica comenzó cuando los tanques estadounidenses entraron en Bagdad –en marzo de 2003– que trajeron consigo el mayor ejército de contratistas privados jamás desplegado en una guerra. Al final del mandato de Rumsfeld (ex secretario de Defensa de los EE. UU.), había aproximadamente 100.000 contratistas privados sobre el terreno en Irak, una proporción de casi uno a uno con los soldados estadounidenses en servicio activo.

Hoy, también Rusia como Ucrania, hacen uso de numerosos mercenarios, no locales, en las acciones de: invasión, ataque, francotiradores, sabotajes, manejo de drones, etcétera en su actual guerra.

Hoy –se señala en el citado libro– la empresa estadounidense Blackwater tiene más de 2.300 soldados privados desplegados en nueve países (incluso dentro de los Estados Unidos). Mantiene una base de datos de 21.000 ex integrantes de las Fuerzas Especiales: soldados y ex agentes de la ley retirados, a quienes se podría llamar en cualquier momento. Blackwater cuenta con una flota privada de más de veinte aviones, incluidos helicópteros artillados y una división de dirigibles de vigilancia. Su sede de 28.000 kilómetros cuadrados en Moyock, Carolina del Norte, es la instalación militar privada más grande del mundo. Entrena anualmente a decenas de miles de agentes de la ley, federales, locales y de naciones extranjeras “amigas”.

Hoy se da la siguiente paradoja: el refinamiento y la eficacia en las técnicas de guerra, la disuasión e intervenciones demostradas por Blackwater ha superado a las de los cuerpos de defensa institucionales. Las fuerzas armadas de mayor entrenamiento y sofisticación del mundo –las del Pentágono– delegaron en Blackwater la formación de sus cuerpos de élite, asegura el libro “Las guerras del siglo XXI” que comento.

Encima, con el aumento de la urbanización en todo el mundo, muchas guerras modernas se libran en entornos urbanos. Esto está planteando nuevos desafíos únicos, debido a la proximidad de civiles (niños, mayores adultos, discapacitados, trabajadores sanitarios, etcétera) y la necesidad de evitar bajas civiles mientras se combate a los combatientes enemigos.

Menos mal que –en la punta extrema de Sudamérica– Argentina está lejos de todos estos teatros de guerras, con las consecuencias humanitarias significativas debido a la participación de actores no estatales y la naturaleza de los entornos en los que se libran. Esperemos que a nadie se le ocurra involucrarnos en alguna.

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