Los ídolos de Misiones podrían haber sido Pelé, Neymar o Ronaldinho. Quizás no tendríamos problemas de asimetrías o idiomas con Brasil, pero tampoco tendríamos la actual autonomía. Hasta parte de Brasil tal vez podría estar bajo dominio español o portugués, como podría haber sucedido con la por entonces inexistente provincia de Misiones.
Todo eso se definió, según algunos historiadores, en cinco días de increíble resistencia ante los ambiciosos avances comerciales y económicos basados en la explotación humana.
Sobre el tiempo de duración de la batalla hay disidencias y faltan certezas sobre los puntos exactos donde se libró durante ese lapso la contienda, que incluyó desde San Javier, Santa María a Panambí, entre otras localidades ribereñas.
El rol del padre Ruiz de Montoya
El padre Antonio Ruiz de Montoya realizó un total de doce peticiones al rey Felipe IV de España, referido a la necesidad de proteger a los aborígenes y tomar las medidas que hicieran falta para penalizar a aquellos que los esclavizaban. En aquel momento, las coronas de Portugal y España estaban unificadas en la figura del rey español. Las recomendaciones de Ruiz de Montoya fueron aceptadas por el Rey y el Consejo de Indias, expidiéndose varias Cédulas Reales, despachándoselas a América para su cumplimiento.
Sin embargo, no hubo una resolución respecto a la petición de suministrar a los guaraníes armas de fuego para su defensa.
Ruiz de Montoya prosiguió las gestiones sin desalentarse, hasta que el 21 de mayo de l640 se emitió la Real Cédula por la que se permitiera que los guaraníes tomaran armas de fuego para su defensa, pero siempre que así lo dispusiera previamente el Virrey del Perú.
Por este motivo este sacerdote partió de España hacia Lima, con la finalidad de continuar allí las gestiones referidas a la provisión de armas.
Quizá nadie como Ruiz de Montoya haya percibido con tanta claridad las implicancias trágicas que tendría una entrada de bandeirantes hacia el occidente del río Uruguay. La pérdida de las misiones paranaenses y uruguayenses dejarían expuestas a los portugueses las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Asunción, y con ello, los territorios coloniales hasta el Perú.
Los bandeirantes y la ambiciosa búsqueda de esclavos dóciles
Mbororé, gloria de los misioneros y escarmiento de los bandeirantes. Así se tituló el trabajo histórico desarrollado por el diario El Territorio denominado La herencia misionera. Allí, entre otras cuestiones, se explica cómo era la situación de aquella época. En el año 1530, llegaba a las costas del Brasil, enviado por el monarca portugués, la expedición de Martín Alfonso de Sousa, con la manifiesta intención de conquistar y colonizar los territorios que por efecto del Tratado de Tordesillas le correspondían a Portugal.
En 1534, fue fundada San Vicente e inmediatamente después, el rey Juan III dividió administrativamente el territorio ubicado al oriente de la línea de Tordesillas en quince capitanías de carácter hereditario. En el año 1549, se creó un gobierno general que se estableció en San Salvador.
Los portugueses introdujeron a los jesuitas en sus territorios con la finalidad de que catequizaran a los indígenas. El 22 de enero de 1554 el padre José Anchieta, enviado desde San Vicente (Brasil) por el padre Manuel Nóbrega, fundó el Colegio San Pablo de Piratininga, originándose de ese modo la ciudad de San Pablo.
El sitio, en el que se descubrieron algunas escasas muestras de plata, despertó la imaginación y la codicia de un gran número de aventureros que se instalaron en la zona. A estos se sumaron desertores y náufragos de los más diversos orígenes étnicos. En ese ambiente, en el que la mujer blanca era escasa, comenzó a darse el mestizaje étnico.
La producción azucarera y ganadera predominaba sobre el litoral atlántico brasileño, que a fines del siglo XVI ya estaba totalmente poblado. La mano de obra negra esclava, que llegaba a las costas del Brasil desde el África, era la que sustentaba todo ese sistema productivo.
A comienzos del siglo XVII, los holandeses se hacen presentes en tierras del Brasil con la firme decisión de tomar posesión de ellas. Comenzaron por controlar con acciones de piratería la navegación sobre la costa del Atlántico, perturbando seriamente el tráfico de esclavos.
Ante la imposibilidad de importar negros desde el África, el aborigen, como potencial esclavo, cae en la mira de los hacendados o fazendeiros portugueses. Los habitantes de San Pablo, viendo esfumados sus sueños de hallar fabulosas cantidades de plata, comenzaron a avanzar hacia el interior desconocido del Brasil en busca de la plata, el oro y las piedras preciosas que no habían hallado en la región de Piratininga.
En sus entradas cautivaron a los primeros aborígenes, que fueron vendidos como esclavos a los hacendados de San Vicente por un muy buen precio.
Comenzaron entonces a organizarse las bandeiras, expediciones para cazar esclavos. Estaban organizadas y dirigidas como una empresa comercial por los sectores dirigentes de San Pablo, y sus filas se integraban con mamelucos (hijos de blanco e india), indios tupíes y aventureros extranjeros que llegaban a las costas del Brasil a probar fortuna.
En su avance hacia el occidente, las bandeiras cruzaron el nunca precisado límite de Tordesillas, penetrando violentamente con sus incursiones en territorios de la corona española. Indirectamente, los bandeirantes paulistas se convirtieron en la vanguardia de la expansión territorial portuguesa hacia los territorios hispánicos.
Las capturas
En su constante búsqueda de indígenas, los bandeirantes llegaron a la zona oriental del Guayrá, en momentos en que los padres de la Compañía de Jesús se hallaban en plena tarea de catequización de los guaraníes. En un primer momento, respetaron a los aborígenes reducidos en pueblos por los jesuitas y no los cautivaban.
Pero los miles de guaraníes, concentrados en pueblos, mansos y diestros en diversos oficios, eran una tentación en la perspectiva de los bandeirantes, más aún cuando se hallaban indefensos, desarmados y desprotegidos militarmente.
Entre los años 1628 y 1631, los bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y Antonio Pires, con sus huestes, azotaron periódicamente las reducciones del Guayrá, cautivando miles de guaraníes que luego eran subastados en San Pablo.
En la entrada de los años 1628 y 1629, los paulistas habían cautivado 5.000 aborígenes de las reducciones, pero únicamente 1.500 llegaron a San Pablo, el resto había perecido en el trayecto víctima de la brutalidad de los esclavistas, los que simplemente ejecutaban a quienes no estaban en condiciones físicas de continuar la marcha.
Por Antonio Villalba
avillalba@elterritorio.com.ar
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