“Tuve una visión: vi el camión volcado y la gente tirada por el camino”

Domingo 21 de enero de 2018
A veces, entre sueños de madrugada, siente un pinchazo en el talón que avanza por la pantorrilla y le atraviesa la rodilla izquierda. En otras ocasiones, cuando la humedad del ambiente aprieta, la misma sensación lo aborda despierto. Es un reflejo fantasma, un escalofrío en la pierna que ya no está.  
Oscar Rodríguez (43) es uno de los sobrevivientes de la tragedia de Colonia Aurora, donde fallecieron cuatro tareferos. Aquel 2 de octubre del 2000 su vida cambió para siempre, ya que no sólo perdió una pierna, sino que su esposa lo abandonó y se llevó con ella a sus dos pequeños hijos. 
La tragedia también frustró su pase al Club Olimpia, donde tenía todo acordado para sumarse al plantel de primera división que esperaba su aporte goleador, acorde a su apodo de entonces: ‘Artillero’. 
Como tantos muchachos del interior, Rodríguez alternaba su pasión por el fútbol con la tarefa para ganarse la vida. Y eran tiempos complicados para los peones rurales, con precios bajísimos -cuándo no-, explotación y falta de controles. El desastre era inminente.
“Había una crisis terrible, pagaban miseria y nuestro patrón paró la cosecha. Un tendal de compañeros quedó sin trabajo y estaban desesperados. El 2 de octubre apareció un contratista ofreciendo el doble de lo que solíamos cobrar, por eso un montón quiso ir. A las 12 salimos de San Miguel en un camión nuevo, éramos 33 y tuve una visión: vi el camión volcado y la gente tirada por el camino”, relató con la mirada triste.
Hizo una pausa, cebó el mate y continuó: “Tal vez tuve la oportunidad de avisar a los compañeros, pero la gente es incrédula. Más con la crisis que había. Pero Dios existe y me mostró que no íbamos a llegar adonde íbamos. Le conté a un compañero, pero me dijo: ‘Vos sos loco, Artillero’. No me creyó”.

Camino a la muerte 
En diálogo con El Territorio, Rodríguez recordó los detalles de la tragedia que se cobró las vidas de Julio Benítez, Guillermo Rodríguez, José De Olivera y Ramón Ayala, inmortalizados como los Mártires de Aurora. 
Los detalles fueron cobrando vida, desde el entusiasmo por la promesa de un trabajo bien pago, pasando por la inquietud que generó el cambio de vehículo por el camino, hasta el grito del chofer, segundos antes del impacto. Después la desesperación, el dolor, la sangre. La muerte de los amigos. 
“De acá salimos en un camión nuevo, pero en 9 de Julio nos cambiaron a otro viejo que tenían sólo para acarrear basura dentro del secadero, porque no servía más. Ni siquiera tenía freno. El mismo chofer le dijo al contratista que no servía para llevar la gente, pero el contratista le dijo que tenía que cumplir la orden y listo. De eso nos enteramos después. Cerca del puente El Doradito, donde hay una pendiente con tres curvas feas, en la primera bajada el chofer gritó que nos agarremos porque quedó sin freno”, revivió. 
El cambio de vehículo se hizo a unos quince kilómetros del yerbal donde iban a cosechar. Pero apenas hicieron cuatro y sucedió lo peor. “Nos mandaron directamente al matadero”, graficó Rodríguez. 
“Yo estaba con la pierna molida y sangraba por todos lados. De un lado lo tenía al finado Benítez y del otro a Pedro Vera, que estaba sentado con la pierna abajo del brazo y pedía auxilio. Pobre don Vera, nunca se recuperó y se echó al abandono. Falleció el año pasado”, lamentó.  
La contracara fue el milagro de una compañera, la única mujer del grupo, que tenía un hijo chico y estaba embarazada. “El nene estuvo como dos meses internado, pero se recuperó bien. A la mamá no le pasó nada, el embarazo fue normal y hoy los dos chicos son grandotes”, dijo despuntando una sonrisa.   

Volver a empezar 
Mientras que varios heridos se debatían entre la vida y la muerte, en San Miguel se realizaron cuatro velorios en simultáneo. Rodríguez lamentó que ni los familiares de las víctimas ni los sobrevivientes contaron con asistencia psicológica. 
“Yo perdí una pierna, sufrí muchos golpes y me hicieron 16 puntos en la cabeza. Estuve 60 días internado. Cuando pasó el accidente tenía 75 kilos y salí del hospital con 48”, graficó. 
Una vez recuperado comenzó el peregrinar para conseguir una prótesis. Golpeó puertas de organismos y entidades, pero nada. 
Hasta que a finales del 2001, un amigo le comentó que una señora conocida tenía una pierna ortopédica que podría servirle, porque era izquierda. 
“Resulta que había sido del finado marido de la señora, que no llegó a usar. Ella me regaló y volví a caminar. Al poco tiempo estaba tarefeando de vuelta porque no me quedaba otra. Si no, no comía. Recién en 2011 conseguí la pensión nacional y dejé de ir al yerbal”, explicó.  
Luego del siniestro vial, el contratista enajenó todos sus bienes y puso otra empresa a nombre la mujer. Las víctimas nunca fueron indemnizadas. 
Cada vez que pudo, Rodríguez denunció las prácticas de explotación laboral y el traslado irregular de los peones rurales. Hasta que el 17 de junio de 2013 sus peores presagios se hicieron realidad y otro camión con tareferos volcó en Salto Encantado. Fallecieron ocho personas, entre ellos tres menores.
Por esa lucha y su pertenencia a la Asociación Civil de Tareferos, desde 2014 se desempeña como director suplente del Instituto Nacional de la Yerba Mate (Inym). 
“Yo sé lo que sufre un tarefero. No vengo con historias que me contaron ni soy un paracaidista. Yo pagué con mi propia sangre. Durante años denuncié lo que pasaba con el transporte y en 2013 hubo otra tragedia y más muertos que en 2000. Ahí se empezó a controlar un poco más”, reconoció. 
A pesar de los pesares, el Artillero rehízo su vida con otra compañera y tuvieron dos hijos, sigue luchando y tiene proyectos.  
“Después del accidente me cerraron muchas puertas porque la gente no te juzga por la persona que sos, sino por la apariencia -lamentó-. Y si te ven así piensan que no servís. Pero yo no pienso así. Nunca bajé los brazos y por suerte tengo buenos amigos”.

Por Daniel Villamea
fojacero@elterritorio.com.ar