Por amor a sus alumnos, va a caballo a la escuela de la colonia

Jueves 27 de octubre de 2016

La foto no reza ninguna leyenda pero lo dice todo. El camino hecho barro luego de las incesantes lluvias no detienen el paso del caballo de Edy. La maestra debe llegar a tiempo para cocinar. La gurisada así lo espera. Los chicos la necesitan, ella lo sabe, y esa necesidad le da fuerza para imponerse a todo. A las distancias, al clima y hasta a las indicaciones médicas.
Edy González Lemos (47) es docente de la la Escuela 898 en el paraje Alegría, en la localidad de San Antonio. Se desempeña en esa institución desde el 2004; primero iba a pie los 20 kilómetros que separan al pueblo de la colonia. Pero luego optó por un medio de transporte más adecuado para la picada. Cuando el sol se asoma sin timidez, el camino rojizo se mezcla con la vegetación convirtiéndose en una postal perfecta. Clásica de Misiones.
La mae llega a la escuela a caballo. Tuvo que valerse de este animal para ser puntual. “Voy a caballo para llegar a tiempo; y hay otros chicos que caminan ocho o diez kilómetros. Es una escuela común pero hay chicos especiales, con muchas necesidades, con hambre, y a muchos les resulta imposible ir hasta el pueblo”, describe en diálogo con El Territorio.

Edy es una maestra rural aguerrida, asegura que no necesita de placas ni diplomas para sentir que hace lo correcto. De hecho, su único reconocimiento fue hace algunos años: un artículo de este matutino en el que justamente se hablaba de sus horas de caminata para llegar a la escuelita. Atesora ese recorte entre sus cajones y la sonrisa de sus alumnos en su corazón.
Cuando se refiere a sí misma, se dice nacida y criada en San Antonio - municipio alejado a 310 kilómetros de la capital provincial- y que hace 18 años se dedica a la docencia. Y desliza un detalle que no es menor: “Hace ocho años que le peleo al cáncer de pulmón”.
Si bien el Consejo General de Educación (CGE) le asignó cambio de tareas por su enfermedad - para realizar trabajo administrativo en la oficina de supervisión que funciona en el pueblo - ella prefiere cabalgar hasta el paraje Alegría. “Mi reconocimiento ya esta ante Dios, tener vida ya es una recompensa. El amor de los niños es incondicional. Con ellos me siento últil", señala Edy y vuelve a insistir en un concepto: "Soy un instrumento de Dios para que les llegue comida y conocimiento".
La escuela 898 era antes un aula satélite. En la actualidad tiene una matrícula de 60 alumnos, cada uno llega al lugar con una mochila pesada pero escasa de útiles.
Para atender a los alumnos se encuentra Edy, quien además de cocinar dicta clases en primero, segundo y tercer grado mientras que el director se ocupa de los cursos más altos: cuarto, quinto, sexto y séptimo.
Dos personas para contribuir en la formación de chicos que, además de demandar herramientas para lidiar con las divisiones y las reglas de ortografía, necesitan cariño. “Acá nadie escapa al trabajo de la chacra”, cuenta la maestra y agrega: "Cuando cumplen años los padres ni se acuerdan porque son muchos en la casa".
Busca contenerse pero la imagen de sus alumnos cala hondo. Su emoción se hace evidente en sus pausas del otro lado del teléfono. Piensa que con sus actos deja un legado para sus hijos, de 16 y 25 años. “Los crié así, la gente que trabaja sale adelante. Ellos saben el amor que le tengo a los niños y a la escuela es bastante grande. Por ahí hasta se ponen un poquito celosos”.
“Soy la cocinera, la portera, la mamá de esos chicos. Incluso hay una abuelita ciega, de 83 años, que primero acompañaba a su nieta y ahora va como alumna. Está aprendiendo a escribir su nombre”, dice con orgullo la maestra.
La descripción no es de otro país, región, ni continente. Es la realidad de su aula. Un lugar cerquita, apenas nueve kilómetros de la ruta y otros tantos del wifi; y a la vez, parece tan lejos.