Al revés

Sábado 25 de abril de 2015
"Aristóteles atrasó la ciencia en dos mil años", reniega Edgar Allan Poe en su ensayo Eureka, de 1848, pero, ¿a quién se le hubiese ocurrido en aquella Grecia de antes de Cristo que no era el sol el que giraba de este a oeste por el cielo? En el siglo XVI, Copérnico jubiló a la estrella y, desde entonces, entendemos lo que es su movimiento aparente, pues la tierra lo orbita en sentido contrario. Desde mucho antes, llamamos "cielo" al éter entre ambos cuerpos y aún al que vemos detrás del sol, y las religiones nos hablan del "ascenso" de los elegidos a los cielos y "descensos" a los infiernos, aludiendo a que "arriba" es luz y beatitud, y "abajo" es oscuridad y condena. Pero algo es cierto, casi herejía. Lo explica la óptica, rama de la física que aclara la visión de las cosas. El sabio iraquí Al-Haitham (965-1039) es considerado el padre de la óptica moderna, y entre otros descubrimientos, fue el primero en analizar correctamente los principios de la cámara oscura (un cuarto o cajón oscuro que tiene en una de sus paredes un pequeño orificio; en la pared opuesta se forma una imagen invertida de los objetos exteriores) en su tratado Opticae, que influyó en Leonardo Da Vinci. Se sabe que la retina recibe la imagen invertida en sus paredes, la luz estimula los conos y los bastones que transforman esa información en impulsos nerviosos y esta electricidad se traslada al cerebro, a través del nervio óptico. El cerebro es quien realmente ve las imágenes, las "endereza" e interpreta la información de color, tamaño y posición. Entonces, el norte es el sur y viceversa; al Paraíso, el Olimpo y el Valhalla se "desciende", y al Hades y al Infierno se "asciende".
Por suerte, hoy la sociedad occidental es comprensiva de estas fantasías; si estuviésemos en los tiempos del Santo Oficio, al implacable dominico Torquemada no le temblaría la antorcha en mi hoguera.

Aguará-í