Los refugiados en su propia tierra

Domingo 21 de julio de 2013

La vieja casona de techo de chapa descolorida, de madera y material, con demasiadas cosas sin uso y amontonadas como los sueños del siglo pasado, apenas es visible desde la calle de arcillosa de las colonias. Las pocas huellas en el pasto y la maleza ciertamente desplazada a sus anchas, no dan muchas señales certeras de que allí viviera alguien. Pero avanzando los primeros cien metros tras el portón de madera, la furia de dos perros y las plantaciones a ambos costados, dejaban en claro que allí la humanidad estaba de pie. La figura de un campesino flaco, como borroneado y perdido entre la sombra de un gran árbol, se mantuvo inmóvil durante segundos eternos mientras el bravo perro macho cumplía con la misión de recibir a quienes se animaron a interrumpir un silencio casi molesto.
El flaco campesino se acercó sin masticar palabras, escondido bajo una sucia boina y apenas dejando ver sus hundidos ojos azules, entre arrugas y una barba de varios días. Después de atar extrañamente a su perro con una gruesa cadena que la pasó por debajo del cuerpo del animal, finalmente, extendió la mano y se dispuso a escuchar a los visitantes.
En un perfecto guaraní, se presentó como Federico Schweikhart, de 65 años y nieto de uno de los alemanes que integró la avanzada germana en el año 1887. Su abuelo se llamaba igual que él, Federico, pero portador de uno de los apellidos que décadas después, sería el más prolífero de Nueva Germania: Fischer.

Las respuestas a las preguntas siempre fueron cortas, como monosílabos y sin moverse del lugar al que había llegado lentamente acompañado de los ladridos de su guardián celoso y cumplidor. El viejo nieto de alemán se mostraba descuidado, de aspecto laburante pero de rostro poco feliz. Como  esperando  que el tiempo dictara sentencia. Pero con pocas palabras y sin dejar ver una mueca diferente en todo momento, en cierta forma asintió que su presencia allí respondía a una historia que para nada pareciera alegrarlo.
En la vieja casona con una increíble extensión de tierra, supo también trabajarla para sembrarla y cosecharla, su madre, también de apellido Fischer. Sorpresivamente, tras convencerlo de que mostrara algo más de cerca su antigua casona, salió del interior, entre la oscuridad y una incipiente humareda blanca, otro campesino de iguales características que Federico. Se trataba del hermano, Máximo José, de 69 años.
También con una gorra, de camisa y pantalón cubiertos de tierra roja y arenosa, Máximo se mostró algo más simpático que su hermano menor. Pero igual de pocas respuestas, de todos modos.
Los hermanos Schweikhart parecen ermitaños. Parecen refugiados en su casa heredada de la época en donde se planificó otro futuro, demasiado soberbio por cómo se fueron encadenando los capítulos del fracaso colonizador.
Los Schweikhart son parte del museo del pueblo.
Entre las fotos increíbles de la propia Elizabeth Nietzche y Bernhard Förster, los hermanos aparecen inmortalizados en una imagen en blanco y negro con data del año 1991. En ese instante, los flacos campesinos aparecen sin camisa. Nada había cambiado desde ese entonces hasta julio de 2013. Nada cambió después de 1889, año en que el gran motivador para emprender el plan ideológico, el de ubicarse en un lugar apartado de la revolucionada Europa para hacer crecer la raza aria, se había suicidado.
Y eso también está documentado en el museo Multicultural de Nueva Germania, al poderse observar la imagen de la tumba en la que descansan los restos de Förster en el cementerio de San Bernardino.

“No salen, no socializan”
El secretario de Educación y Cultura de Nueva Germania, Virginio Benítez, dice sin miedo a equivocarse que todo estaba preparado para llevar adelante el plan colonizador, ya que se concretaron muchos asentamientos alemanes con grandes parcelas de tierra, pero que de la misma forma que demostraron una logística increíble, también demostraron no estar lo suficientemente preparados para vivir a donde los guiaron. A la selva prácticamente subtropical, nada semejante al clima y medio ambiente de donde habían partido apenas unos años antes y luego de un viaje de cuatro meses en barco por el océano, hasta desembocar en el Río de la Plata y luego por el Río Paraná hasta el Río Paraguay. Para finalmente surcar las aguas de los ríos Jejui, Aguaraymi y Aguaray Guazú, que los condujeron al nuevo hogar, en el departamento de San Pedro, en un desconocido país del nuevo mundo, en donde todo estaba (y está) por hacerse.
“No creo que hayan formado parte de una selección clasificada, creo que simplemente importaba el gen, sí al parecer se trataba de personas autodidactas, muy inteligentes. Se cree que eran expedicionistas y muchos de ellos, casi la mitad de las 14 familias, habrían muerto por enfermedades propias del nuevo medio ambiente”.
Según afirma la historia, la muerte les llegó por culpa de los piques, de los bichos de la tierra en sus pies y al no saber cómo curarse, se dejaron estar y terminaron agonizando con el mal en todo el cuerpo.
El plan había fracasado de la manera menos esperada.
“Ahora no salen, no socializan, lo hacen sólo para comprar lo que no tienen en sus colonias y se acercan al pueblo para intercambiar con lo poco que producen para obtener lo necesario para su subsistencia”, dijo  Virginio Benítez.
“Y no todos eran alemanes puros, muchos de los jóvenes que vinieron por entonces, serían mestizos alemanes con suizos”, se asegura entre los que más se empaparon de la historia de su particular lugar en el mundo, el que fuera fundado el 23 de agosto de 1887.
Y precisamente, en cada fiesta fundacional, es la única vez que se pueden ver a los descendientes de los alemanes y a los paraguayos, juntos como verdaderos habitantes de un pequeño y tranquilo pueblo guaraní anclado en medio de una región con pocas salidas laborales.


Los primeros apellidos
Se destaca entre los primeros colonos en aceptar el desafío pregonado por Bernhard Förster para fortalecer la raza en tierras paraguayas, el apellido Neumann. Es que había tres con apenas diferencias en la manera de escribirlos. Pero en ninguno de los casos, eran familiares.

Neumann          Baukloh
Kulling               Neumman
Shellber            Zchage
Fischer             Kuchenmeister
Kück                  Klaus
Pichter             Nümberg
Neuman


Hombres y mujeres en soledad

A pocos kilómetros de distancia de la casona de los hermanos Schweikhart viven tres mujeres prácticamente en soledad y aunque son familiares y vecinas, cada una pareciera respetar la propiedad que le corresponde.
En una de las sencillas casas, aunque siempre con amplio parquizado, Flora Haudemschild dijo tener 46 años y una buena familia. No quiso sin embargo referirse mucho a la historia de Nueva Germania, a pesar de tener puesta una remera que alentaba a felicitar a sus habitantes por la cercanía de un nuevo aniversario de la fundación. Pero sí dijo que su mamá, en la casa vecina, podría ser la indicada para contar cómo se sucedieron los hechos. Pero su madre estaba escoltada por otra de sus hija, que frenó la posibilidad de dialogar con la señora de pelo blanco y mate en mano, al decir muy segura que “ella ya no recuerda nada”.
Más cerca de la ruta que lleva al casco urbano de Nueva Germania, vive con su padre, Rauls Flaskamp, de 34 años. Dijo no haber encontrado aún a una gringa para conformar pareja y por lo tanto seguía trabajando en las ocupaciones de la tierra heredada tras la abrupta caída del plan maestro de hace más de 100 años.
Lo notorio, fue que para detallar a cuánto estaban ellos del centro de Nueva Germania, citó exactamente “dos leguas”, lo que en kilómetros corresponden a diez. Y esa es, un poco más, un poco menos, la distancia que separa de las colonias habitadas por el descendientes de los alemanes con el casco urbano en donde viven en mayoría, ciudadanos paraguayos, algunos con apellidos mestizos producto de las relaciones con anteriores generaciones germanas.


La emigración alemana al mundo y a la tierra guaraní

NUEVA GERMANIA, San Pedro, Paraguay (Enviados especiales). La emigración alemana a otros países tuvo un gran crecimiento a lo largo de todo el siglo 19. Países como los Estados Unidos, en particular, recibieron a una gran cantidad de alemanes que contribuyeron con su genio y laboriosidad a la prosperidad del país.
Pero la prosperidad alemana, que en los últimos años de ese siglo y hasta el estallido de la guerra supuso un crecimiento sostenido y material, hizo que la emigración alemana se acortara sustancialmente. El ejemplo de esa situación se confirma con los números estadísticos:
Entre los años 1881 y 1885, emigraron de Alemania un total de  857.000 personas; entre 1886 y 1890,   485.000; 1891/1895, 402.000; 1896/1900, 127.000; 1901/1905,  146.000; 1906/1910, 133.000 y         1911/1914, 78.000.
Para hacerlo legalmente, se convocó en Berlín entre el 15 de noviembre de 1884 y el 26 de febrero de 1885 a una conferencia internacional entre los países interesados en las situaciones africanas, pero que en el fondo, tenía un secreto oculto, y ése era el fijar las bases de lo que iba a ser el reparto colonial de ese continente entre las potencias europeas.
Eso finalmente se realizaría entre 1885 y 1904, casi en consonancia con lo que se pretendió hacer en tierras guaraníes.
La colonización alemana también se extendió por otros territorios.
Asia y Oceanía también fueron continentes en los que los alemanes procuraron, si bien no con posesiones enormes de terreno, sí puntos estratégicos a nivel marítimo que sirvieran indirecta o directamente a la flota alemana, tanto la mercante como la militar.