Moby Dick

Miércoles 1 de octubre de 2014

Para mejor ilustración del propósito de esta columna es necesario explicar que:
a) se descubrió ayer que el plancton puede sobrevivir en el espacio exterior donde no abundan ni el agua ni el oxígeno ni la luz, por lo que el descubrimiento llama poderosamente la atención de científicos y darwinistas,
b) se denomina plancton al conjunto de organismos principalmente microscópicos, que flotan en aguas saladas o dulces (sopa de la vida) y que constituye el principal alimento de las ballenas. Resulta que desde la estación espacial ISS que flota en las altas salas oscuras y que es una especie de puerto cósmico en el que amarran una tras otra -liberando y ocupando sus muelles silenciosos- las distintas misiones astronáuticas, dieron cuenta del hallazgo que sugiere esta singular proposición que seguramente encontrará resistencia en la cátedra:

Dado que se cree a rajatabla que primero aparece el alimento y después el predador, no es impropio imaginar que con el tiempo (materia que junto a la paciencia no falta en las desbordantes provisiones del cielo) la noche se poblará de ballenas voladoras que vengan a alimentarse de su pertinaz manjar microscópico. Y entonces (acá vamos) la legendaria Moby Dick tendrá allá arriba su correlato. La fabulosa novela de Henry Melville (1851) narra la travesía del barco ballenero Pequod comandado por el capitán Ahab, y esencialmente, la obsesiva y autodestructiva persecución de una gran ballena blanca, cachalote albino, que lleva ese nombre mítico.
Y, justamente, si tras la aparición del alimento sobreviene en la evolución la del predador, esas ballenas del futuro serán a su vez presas de las implacables naves balleneras de hombres pescadores/ cazadores, raros Pequods que pululen en su nomadismo congénito el espacio como si se tratara de los exhaustos mares terrícolas, hasta que vuelva a hallarse, esperanzadamente, buen menú de plancton en los imponderables arrabales einstenianos.

Aguará-í