Una víctima de trata que fue rescatada vive en la calle

Domingo 20 de julio de 2014

Saben que está. Conocen su historia. Todos la ven. Existe, pero nadie la registra y a esta altura de su joven vida, lamentablemente, forma parte de la cotidianeidad más oscura de esta relegada localidad costera.
La vida de Andrea M. (23) se basa en el dolor, en el sufrimiento, y es ejemplo vivo del destino obligado de tantas chicas que a corta edad son captadas por proxenetas y arrancadas de sus casas, llevadas lejos de sus familias para ser explotadas sexualmente en burdeles de Brasil. La frontera permite eso y mucho más. Andrea ahora tiene 23 años, pero cuando apenas cumplió 16, un moreno de mediana estatura que todos los fines de semana llegaba de Brasil sólo para jugar al fútbol en la canchita de Monteagudo, la sedujo con bonitas palabras hasta que logró llevarla al vecino país. Juntos cruzaron en una canoa, pero apenas pisaron suelo brasileño ella fue vendida a una red de trata que opera en la frontera y confinada en un burdel de Criciúma, en el estado de Santa Catarina.
La retuvieron durante muchos años y su vida, a tan corta edad, se convirtió en un obligado cóctel de droga, alcohol y sexo. Fue sometida y golpeada por desconocidos tantas veces como intentó escapar del infierno, pero siempre estuvo alguien para impedirlo.

Casi dos años después, a fines de 2008, con una orden judicial, la Policía Civil brasileña allanó el burdel y encontró a la jovencita en condiciones infrahumanas, junto a otra decena de muchachas que eran obligadas a dar sexo por dinero.
El Ministerio de Derechos Humanos de Misiones tomó intervención y en pocos días la muchacha fue devuelta a su tierra. Su estado de salud requirió la internación inmediata en el hospital posadeño y todas las autoridades que actuaron eran conscientes de que su recuperación no sería fácil.
Fueron tras la madre y pudieron ubicarla en el mismo paraje donde la chica fue captada, distante unos 20 kilómetros del casco urbano de esta localidad. Lourdes Moraiz (50) fue llevada junto a su hija y permaneció varios días acompañando su internación.
Las primeras semanas, el papel de las autoridades especializadas en trata de personas y de los profesionales médicos fue impecable. Pero todo fue distinto cuando la chica recuperó medianamente su salud y había que firmar su alta médica para que lleve adelante un tratamiento ambulatorio.
Entonces decidieron que Andrea regrese nuevamente a la colonia, al cuidado de su mamá y hermanos, que debían suministrarle su medicación diaria y contenerla hasta lograr su recuperación de las adicciones, algo que nunca ocurrió.

Soledad y abandono
En la más absoluta de las soledades y por más voluntad que puso, la angustiada madre no pudo alejarla del pasado tan cruel que todavía era muy reciente para su hija. Sin embargo, las autoridades la dejaron allí, en el mismo sitio donde fue captada.
Como era de esperarse, tantos fantasmas acechando la vida de Andrea generaron un ambiente tan hostil en su casa, que fue prácticamente imposible la convivencia con su familia. Las crisis de nervios se tornaron frecuentes, se puso violenta y apenas pudo, la joven se fue de la chacra para nunca más volver.
Una vez en el pueblo, fue a parar a manos de las autoridades del hospital local, pero la falta de un equipo interdisciplinario impidió que la joven tuviera un seguimiento médico, y por eso, nuevamente acudieron al Ministerio de Derechos Humanos.
Sin mucho tacto, las autoridades entregaron a la sufrida muchacha al amparo su tía paterna, que a la postre era propietaria del prostíbulo más popular en el corazón de El Soberbio, conocido por todos como  "el bar de Yulia". Sí, su propia tía la volvió a someter hasta que un día, al borde de la locura, se escapó del burdel y eligió las calles de El Soberbio como hogar.
Desde entonces, abandonada a su suerte y sin un tratamiento profesional adecuado, deambula por las calles a merced de inescrupulosos sujetos que sólo ven en ella un objeto sexual fácil de vulnerar.

“La ven pero no existe”
La historia de Andrea duele. Es una eterna víctima del Estado que genera acciones para rescatar a víctimas de trata pero poco hace por el futuro de estas chicas. Esta joven es una de las tantas que son sometidas en El Soberbio, donde proliferan los “bares con doble fondo” -como los llaman los lugareños- hasta en las zonas más inhóspitas.
El paraje Monteagudo es uno de esos lugares donde en los bares se comercia mucho más que bebidas alcohólicas y mortadela brasileña. Todos saben que las chicas de muy corta edad son sometidas, dan sexo a cambio de plata, y en ese ambiente se crió Andrea.
Buscando conocer más de la vida de Andrea, El Territorio viajó varios kilómetros en busca de Lourdes, la mamá de la muchacha rescatada y luego abandonada. La ubicó en una pequeña casa de madera en la que vive con su nueva pareja.
Lourdes estaba dando de comer maíz a las pocas gallinas que correteaban en el patio y se sorprendió con la visita. Casi nunca recibe gente nueva en los pagos y sus vecinos son los únicos a los que ve diariamente. 
Es una mujer que tiene en su rostro las marcas de una vida sufrida. Recién va a cumplir medio siglo de vida pero aparenta tener 70 años. Sus ojos negros no tienen brillo, denotan tristeza y ella habla solamente lo necesario. “Andrea estuvo hasta ayer acá con nosotros (por el miércoles), vino el lunes pero se fue otra vez porque este lugar le hace mal a la cabeza”, dijo.
En un portuñol bastante entendible, contó que su hija estuvo con ella “hasta los 16 años, después supe que se la llevaron a Brasil, hasta que la Policía la rescató y la mandó para acá. Vino mal de la cabeza, yo quise hacerme cargo de ella pero no pude, se ponía violenta y mis otros hijos corrían peligro”.
“Se fue para el pueblo y allá se quedó, no sé si se está prostituyendo pero anda por la calle pidiendo plata a la gente. Me duele mucho lo que tuvo que vivir, porque cuando ella era chica era buenita, después no sé lo que pasó, pero no está bien. Nunca se recuperó”, lamentó.
La humilde vivienda de Lourdes se deja ver en un claro del monte. Es tan pequeña que cuesta pensar que allí vive con su marido y cinco hijos. En la casa, por ahora, está acompañada por su hija más grande, puesto que las tres menores cruzaron al país vecino, en bote. Fueron a la casa de una hermana y supuestamente están allá, porque no hay registro de su salida ni garantías de que regresen. Todo puede pasar, son nenas.
El diálogo vuelve a centrarse en Andrea. “La gente sabe su historia, la conocen todos pero pasó a ser un objeto en el pueblo, la ven todos los días pero es como si no existe”, reconoció Lourdes.
Para todos, no pasa desapercibida. En la localidad donde afloran las pensiones por discapacidad y a los beneficios sociales se los considera como un modo de vida, a ella también le tramitaron uno hace un par de años. Nunca cobró un peso. La sospecha es que alguien cobra por Andrea, aprovechando que la joven no tiene capacidad para entender sus derechos y menos para reclamar un poco de atención; si en definitiva es “la loquita que fue rescatada de la trata”.

Por Cristian Valdez
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