Buenos políticos son los que entienden a la sociedad

Domingo 1 de marzo de 2015

Hoy la presidenta Cristina Fernández de Kirchner inaugurará las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación. No es la primera ni la cuarta vez que lo hace: es la octava (la decimosegunda si sumamos las cuatro de su marido). Pero también es la última. Ocho años no son nada en comparación con los 200 que está por cumplir en 2016 la República desde su independencia y un poco menos desde su organización definitiva como una democracia republicana de estilo occidental y americano. Por eso, por ser una democracia republicana de estilo americano, los poderes tienen límites en el espacio y en el tiempo. Y el del tiempo es de una gran sabiduría porque impide la perpetuación en el poder precisamente a los poderosos, que son los que en las elecciones disponen de más recursos y los que, al estar en el poder cuando se eligen autoridades, corren con el caballo del comisario o podrían hacer alguna travesura.
La alternancia en el poder, propia del sistema republicano, no permite que perduren en el poder los autoritarios y sí permite que perduren las políticas y los ideales de los que comparten el poder, porque saben delegarlo, encuentran sucesores mejores que ellos, capaces de seguir sus principios, y establecen políticas de estado que se mantienen en el tiempo a pesar de cambiar las personas. Los personalismos, en cambio, se terminan con las personas, como la misma palabra lo indica. Pero permítanme hacer una futurología barata para imaginar lo que puede ser la Argentina dentro de cuatro años. Y le anticipo que creo que por suerte y por más imaginación que tengamos, no tenemos ni idea de quién va a ser presidente en 2019 y tampoco la tienen los interesados.
Decía el domingo pasado que por el camino que vamos no vamos a ninguna parte y lo confirmo ahora. Pero abrigo la segura esperanza de que las cosas van a cambiar de un modo impensado. La Argentina de 2019 va a ser tan distinta que a todos nos parecerá un sueño lo que vivimos en estos primeros quince años del siglo y del milenio. Y esto no tiene nada que ver con la política con minúscula y sí con lo que don Joaquín Piña llamaba Alta Política: no se trata de kirchnerismo ni de antikirchnerismo.

Decía también el domingo pasado que el mundo cambió y hoy disfrutamos de una de las más deliciosas realidades de la vida en sociedad, que es convivir millones de personas distintas con gustos diferentes, edades diferentes, pensamiento diferente y hasta soluciones diferentes a los mismos problemas. Vivimos en un mundo y una época de consenso, de inteligencia colectiva, de objetivos comunes, de realizaciones en equipo, de sinergia y cooperación…
Para que se entienda con una metáfora cotidiana, en la Argentina estamos viviendo la resaca de una época que gran parte del mundo ya superó en Occidente y en América –en las democracias americanas y occidentales decía en el primer párrafo– que es a donde pertenecemos, mientras que en otras partes del mundo recién están empezando a emborracharse. Es la resaca del conflicto y de la grieta, de la bronca y la crispación, de conseguir objetivos a fuerza de pelear en lugar de intentarlo con la seducción, el diálogo y la cooperación.
A Europa le costó siglos dejar de ser el campo de batalla del mundo y ya lleva 70 de paz, nunca vistos en su historia desde la época de Augusto y la Pax Romana. Recién después de la Segunda Guerra Mundial consiguieron pasar de la confrontación a la cooperación. Esa cooperación convirtió a Europa en una gran potencia, capaz de competir con la hegemonía norteamericana, pero también la volvió uno de los lugares más gratos para realizar los sueños, pocos años después de ser el lugar de donde todos escapaban para cumplirlos. Lo consiguieron con la sinergia de países culturalmente parecidos y también muy distintos, pero con una historia común, aunque en ella dominaran las guerras, y en una geografía abigarrada que parece más una península de Asia que un continente distinto. Nadie dice en Europa, que una nación vecina es una hermana como decimos nosotros, y sin embargo hoy conviven como si fueran siameses en la federación más notable de diferencias.
Cuando termina la resaca pasa lo mismo que cuando se levanta la niebla: aparece el paisaje con sus contornos precisos, iluminado por el sol que antes tapaba la nube. Algún día va a ocurrir en la Argentina y espero que sea en los próximos cinco años. A ese cambio lo produce la sociedad que evoluciona en cada país y en el mundo entero aunque vaya por sectores. Los buenos políticos saben acompañar esas transformaciones y los malos las resisten, refugiados en su búnker.

Por Gonzalo Peltzer
Director El Territorio