Aunque de sus ocho relojes a los cuatro vientos sólo en la Torre del Oeste giren las agujas, basta que a su paso nos vayan diciendo: Caminante, estas horas no vuelven más...
Cada treinta minutos suena el reloj (redondo como una luna que va eclipsándose) para que el pueblo sepa que va pasando también su hora con sonidos celestiales que de tan acostumbrados ya no oímos. En las Torres las cruces se le atreven a las nubes y en los campanarios el vibrante y sonoro bronce lanza al mundo su bostezo. Entre los pasillos superiores de las Torres de la Catedral vaga un ángel a quien se le ha encomendado el preciso funcionamiento de mecanismos y engranajes, pesas y travesaños basculantes y al que se le ha privado a la vez desandar las callejas posadeñas.
El Ángel del Tiempo suele de noche apoyar sus brazos y balconear sobre la plaza 9 de julio sonriéndole a los pájaros que lo visitan o a las flores incontaminadas de tal belleza que mudas en las altas copas preservan el secreto. Pueden recogerse a veces las plumas de las alas del Ángel en noches lluviosas. Pueden oírse sus pasos entre el arrullo las palomas feudales en las mañanas dominicales o pueden olerse suspiros zahumados de sus labios cuando acarician los muros callados como monjes de ladrillos...