Doña Chuca cura enfermedades y reza ante tallas aborígenes

Domingo 9 de marzo de 2014
Tallas jesuíticas. | San Francisco Javier y San José, madera centenaria.
En la historia y la cultura de un pueblo, las costumbres son parte fundamental, son esas raíces sin las cuales las nuevas generaciones no pueden desarrollarse en el sentido correcto y corren el riesgo de irse volando con cualquier viento.
Y aunque la ciencia ponga en tela de juicio muchos de los conocimientos y conceptos de una cultura, si éstos están bien arraigados, sabrán convivir con las nuevas ideas sin necesidad de combatir.
Doña Chuca es parte de la historia de Loreto por antepasados, por posesiones y por sus actividades.
Hay que ir hasta el paraje Ita Paso para encontrarla en el terreno familiar donde construyó su hogar con su compañero de hace 55 años (nunca nos peleamos) y donde también hicieron su casa sus numerosos hijos. Todos cultivan la tierra y comercializan los productos en conjunto.
Pero Chuca también se destaca porque es curandera, por su profunda fe y por tener en su capilla privada tallas de madera guaraníticas. Ella misma es descendiente de aborígenes y hasta antes de casarse llevaba sólo el apellido materno, Guayaré, heredado del comandante José Guayaré, quien tenía 80 mil milicianos y acompañó a los indígenas en el éxodo.
Luego antepuso el apellido de su padre, Maidana. Es necesario preguntarle para saber que legalmente su nombre es Neomesia.
Muestra con orgullo dos tallas probadamente históricas: “San Francisco Javier me lo regaló la hermana de mi abuelita. San José me lo regaló doña Silvia Chapay, que dice que era de su abuelo, porque ella vivía acá en Ita Paso y después le llevaron al pueblo y me dejó esto”.
Sobre su labor como curandera, cuenta que le enseñó “una abuelita que tenía 105 años, me dice ‘mirá, mi hija, que yo ya estoy mayor, en la aldea se cura así’.
Afirma que las llagas de la boca son su especialidad y las cura con aceite y rezos. “El doctor mismo dice que las llagas se curan más rápido con la curandera, ‘pero no le digas que yo les dije’”, señala risueña.
“Yo sé preparar remedios con yuyos. Muchas veces el yuyo es mejor que las pastillas”, afirma con seguridad, aunque recuerda con pena el caso de una chica que trajo a su bebé para que lo cure y ella se negó porque dijo que debía llevarlo al médico; la mujer no le hizo caso y el niño días después falleció. “Hay cosas que son para la curandería y otras que son para el doctor”.
También asegura que cura a los animales domésticos y del campo con oraciones y que sabe detectar si alguien pide sus servicios con malas intenciones.