La profecía del espejo

Sábado 29 de agosto de 2015
Aguara-í
Hace 4000 años los patriarcas hebreos referían entre las tiendas una leyenda antigua que ya entonces llevaba otros 2000 años (los tiempos de Adán) y navegaba por turno en las aguas de la Certeza y en las de la Profecía. Relataban los patriarcas que, en el desierto, Caín juega al ajedrez con su hermano sobre un tablero de arena, con trebejos (no tan pulidos como los que conocemos) toscos pero cargados de un misterioso simbolismo: ni blancos ni negros, sino del color natural de la madera de un árbol extinguido; cuando Caín adelanta su peón del flanco derecho, Abel hace igual; si Caín mueve el peón de la izquierda, Abel imita la jugada; y enseguida van repitiéndose en el páramo, simétricamente, saltos de caballos mitológicos y cruces sesgados de espectros precursores de los alfiles, se duplican los enroques, reflejan los gambitos... Con la salida de la primera estrella, Caín recuerda haber matado a su hermano y se descubre a sí mismo jugando solo frente a un espejismo.
En la Antigüedad los mercaderes árabes (de turbante y camellos) les dieron en sus viajes los colores antagónicos a los viejos trebejos; blancos como el día y negros como la noche, tal como los vemos hoy, inspirados en Omar Kayam; en el Medioevo los clanes tribales y los caballeros (espada en mano) les dieron vida a la contienda, y los reyes y los señores feudales, (de catapultas y castillos) la multiplicaron. En el siglo XX dos guerras mundiales en la Vieja Europa les dieron al relato no sólo forma vívida, sino nombre y apellido, rostro y memoria.
Hoy en Medio Oriente, califas y sectas, en nombre de la religión y del petróleo, siguen llevando al hombre a matar al hombre, alienado trebejo.
La certeza de la leyenda es palpable y a la profecía sólo le falta un minuto tan mágico y abismal que transitamos sin saberlo: como Caín, el hombre descubrirá que se mata a sí mismo al matar a su hermano.
Cuando la profecía se haya cumplido el mundo volverá a ser un desierto.