Tupang, de Verón

Sábado 30 de mayo de 2015

Mejor si nos sentamos aquí, en este banco de la plaza, a la sombra de este ybyrapytá. Así hablaré mejor y usté me entenderá también mejor. Por mi parte, andar tanto de pie me hace sentir como si rodara con mis güesos barranca abajo. Sí, usté se ríe porque no tiene mis años y no sabe ni un alguito “así” de los maltratos que sufrí cuando tenía sus años y nada me parecía demasiado duro en la vida…” Así comienza este estremecedor fragmento de cuento (suministrado por la esposa de Víctor Verón), en el que el escritor narra con su estilo genial los avatares que la vejez ofrece al veterano trabajador.
Y sigue: …me dijeron que fuera a los sindicatos madereros, que allí tal vez pudieran ayudarme a encontrar lo que busco. La cosa volvió a repetirse. Me cansé de andar y andar y de darme cuenta de que me atendían como oyendo caer la lluvia. Los sindicalistas tienen otros problemas, muchos otros problemas tan grandes y pesados como el mundo. Andan con un temblor sin cesar de azogados, con el alma quebrantada a causa de una sed que no puede apagarse. Y con una sed de esa clase ¿cómo podrán atender los reclamos de un pobre viejo como yo? "Hace muchos años, allá cerca del año sesenta, me atrapó el invierno más crudo que guarda mi memoria. Junto a unas doscientas personas cargadas de chicos nos encontramos abandonados de pronto en medio de las sierras de San Pedro. Usté que es periodista habrá oído mentar el caso. ¿No? Es posible, usté sería apenas un muchacho entonces. A nosotros los viejos se nos hace difícil encajar en el tiempo de los jóvenes... Fue un frío doloroso, un frío distinto, un frío que hincaba los güesos a pesar de que uno no salía de encima del fuego de su rancho. Después vino la nieve. La selva entera se vistió de blanco y todos creímos que había llegado la hora del fin del mundo… Entonces conocimos la desesperanza. Eso se siente como la falta de ganas que se viene después de padecer los temblores de la malaria. No se desea ya nada ni se espera nada. Sólo se siente el amargor de la propia boca..."

Aguara-í