Fútbol, cerveza y sexo, la diversión en colonia Monteagudo

Domingo 20 de julio de 2014
Explotación. | En el medio de la colonia también florecen los bares-pool donde se explotaría sexualmente a menores.

Lejos de casi todo y sin demasiadas alternativas para la distracción, los fines de semana los habitantes de la colonia se divierten con lo que tienen más a mano. En la zona apenas se engancha una compañía de telefonía celular y no hay señal de internet.
Plantan tabaco, citronella para la fabricación de esencias y maíz. Algunos trabajan en forestación y comenzaron a incursionar en el cultivo de soja, cuya producción se introduce en Brasil de contrabando, reconocieron. Si bien el río marca la frontera entre ambos país, en ambas orillas se habla el mismo idioma y las costumbres son idénticas.
La informalidad domina el territorio y es tan fácil cruzar para comprar en un mercado del otro lado como pasar cigarrillos de contrabando y menores sin autorización de sus padres, como corroboró este medio durante las horas que estuvo en el lugar.

En la cancha de Monteagudo, los fines de semana se concentra el universo de la colonia. Los sábados y domingos se llegan a juntar 24 equipos de fútbol para disputar el campeonato local, que integra a jugadores de ambas orillas.
Cerca de la cancha se ubica una especie de bar-pool en una precaria casilla de madera con un corredor lateral donde se venden bebidas alcohólicas sin ningún tipo de autorización para el expendio.
El dueño tiene varias hijas y nietas. Según el testimonio de los lugareños, al menos tres menores de 15, 13 y 11 años serían explotadas sexualmente por su progenitor en el lugar.
“Los fines de semana van a jugar pelota y toman cerveza. Y ahí están las guainas. El que quiere le pide al viejo y hacen sus cosas. Son chiquitas ellas, pero ya saben de todo”, graficó una vecina con naturalidad.

Niñez en riesgo
No es fácil llegar al lugar. Está lejos del camino principal, que se corta abruptamente por un pequeño arroyito que es afluente del río Uruguay. 
“Hay un bar que tiene chicas; hay que tener un poco de paciencia porque son jovencitas”, indicó un sujeto, que dijo llamarse Raúl, ante la requisitoria periodística.
Asombra la naturalidad con que la gente de la zona comenta la situación de vulnerabilidad en la que estarían sometidas las menores. Y eso que en 20 kilómetros se contabiliza una decena de iglesias.
Siguiendo las indicaciones de Raúl, se llega a un pequeño caserío.  Dentro de la pobreza general, se nota que el dueño del bar es el más próspero de todos, ya que al lado de su local tiene su casa de madera y está construyendo una habitación de material.

Desconfianza
Desconfiado ante los visitantes, dice que el pool está cerrado pero tiene cerveza fría, a 18 pesos la Quilmes de tres cuartos.
Del fondo de la propiedad aparece una jovencita, de unos 15 años, secándose el pelo. No saluda ni sonríe. Mira quién llegó y regresa adentro. Aparece una nenita de seis años como mucho, calzando unas ojotas varios números más grande.
El clima está pesado, húmedo. Llovió un rato antes y se larga otro chaparrón. “Pase, siéntese”, invita el dueño del lugar.
Al fondo hay unos 40 cajones de cerveza, paquetes de yerba, arroz y otras mercaderías. En el frente, una cama con un colchón con cobertura plástica, sin sábanas. Arriba, un tendal con ropitas de nenas. Unas medias, bombachitas y remeras. La cama es el único lugar donde sentarse, no hay sillas ni mesas.
El pool está al lado y los fines de semana se transforma en el centro de la diversión de la colonia. 

“Viven de planes”
A sólo 300 metros está el río y del otro lado Barra Bonita, un pequeño poblado que es la réplica de Monteagudo, pero en las costa brasileña. Mucha gente vive en un lado y trabaja en el otro.
Andrea atiende el comercio más importante del lugar, el típico almacén de ramos generales como congelado en el tiempo. En los estantes todavía descansan varios baldes de chapa que hace años dejaron de fabricarse.
“Si me piden uno ni sé a cuánto tengo que vender”, reconoció. Muy amable en el trato, ofreció pan casero (ninguna panadería de El Soberbio llega hasta la zona), picadillo y mortadela brasilera para el improvisado almuerzo de los cronistas, que preguntaron: “¿Y acá de qué vive la gente?”.
La chica sonrió, se acodó en el mostrador y contestó: “Acá la mayoría vive de planes. Hay gente que vive del otro lado pero tiene documento argentino y cobra una pensión acá. Hasta hay algunos que cobran planes de los dos lados. Pocos trabajan, la mayoría vive de arriba. Ni mandioca plantan”.
Reconoció la gran incidencia del contrabando en la zona, sobre todo de cigarrillos brasileros que se comercializan en esta orilla.
Como la mayoría de los habitantes de Monteagudo, Andrea también tiene parientes cruzando el río. Tiradente do Sul y Tres Pasos son las principales ciudades más cercanas, hacia donde muchos jóvenes parten en busca de alguna posibilidad laboral.
“Hay casos de chicas que se fueron y nunca más volvieron. No se supo más de ellas, ni sé si le buscaron mucho tampoco”, lamentó.
Hizo un gesto de horror cuando se le preguntó por algún nombre de la zona relacionado con la explotación sexual, tal vez temerosa por las preguntas que a esa altura ya se tornaron incómodas para ella. Esa es la sensación que deja la frontera: pocos quieren hablar de lo que todos saben que pasa.