Una familia que encontró pasión en la adrenalina

Domingo 28 de septiembre de 2014

Una de las tantas formas de conocer la pasión, sin dudas, es vivirla. Estar dentro, sentir la adrenalina, gustar de ella y buscarla constantemente forma parte del día a día de los hermanos Febre, conocidos en la capital misionera por lo que ellos no llaman locura, sino justamente eso, pasión.
La familia, fierrera como define Javier (el menor de los hermanos), tiene al padre como generador, a los hijos como la continuidad y a un nieto como futuro. Es que los tres hermanos, Santiago, Agustín y Javier, fueron desandando años de actividades que siempre buscaron el límite personal.
Javier fue quien tomó la posta a la hora de contar la historia, con recuerdos claros y dolorosos, por supuesto. Es que entre Agustín y Javier pueden contabilizarse una decena de huesos rotos, varios golpes duros y recuperaciones de varios meses.

¿Cómo? “Siempre buscando el límite”, expresa el hermano menor. “Es que yo siempre les digo a los que entrenan conmigo: 'hay que buscar, exigirse'”.
Javier narra, en la larga lista de deportes que practicó, con dolor su paso por el rugby. “Ahí rompí mi cuerpo”, aunque no denota arrepentimiento. “Las dos rodillas, un hombro pero dos veces, en el rugby me pasó factura el cuerpo. Pasa que nunca esquivé el bulto, si yo veía que el más grande venía de frente, y bueno, ya estaba. No me corrí nunca, pero así también terminé. Cuando empecé a jugar al rugby me puse como meta llegar a Primera. Me fijé objetivos, los fui cumpliendo hasta que jugué unos diez partidos y dejé”.
Pero no es en el rugby donde encontró su punto de disfrute. Sus inicios en las carreras de motos en pista a los 9 años, la continuidad por varias categorías nacionales de automovilismo y el presente en el exigente motocross de Corrientes lo ponen en eso de siempre buscar la velocidad y con ella la adrenalina.
“Me gusta la adrenalina. Con Agustín (su hermano), cuando fuimos a mirar el Mundial de Rugby en Nueva Zelanda, nos dimos cuenta de que estábamos en la capital del deporte extremo. Entonces, nos levantábamos y veíamos qué podíamos hacer. Salto en paracaídas, bajar con carritos por caminos peligrosos, de todo”, continúa.
La competencia, a diferencia de la media conocida, es consigo mismo. “A mí nunca me importó ser el mejor. Yo compito conmigo mismo. Encuentro un límite y después busco pasarlo. Sigo los pasos que hay que seguir para llegar a lo que quiero. Cuando te rompiste (un hueso), ya está. Entonces yo pensaba 'listo, ya me rompí. ¿Por qué se rompió? Porque hice mal tal cosa'. Entonces tenía que trabajar para no hacer de nuevo eso. En los entrenamientos pasa lo mismo, me vivo cayendo, pero es justamente para saber hasta dónde puedo ir. Esa búsqueda hace que las cosas a veces te salgan y otras no, pero ir por la huella no tiene mucho sentido”, continuó.
Los tres hermanos, que agarraron con gusto el legado de su papá ex corredor de rally, tienen en Nicolás, hijo de Santiago, la continuidad en la pasión familiar. “Es increíble cómo domina el cuatriciclo, le gana a su papá, a los chicos de su edad. Lo ves ahí, concentrado antes de largar, y da gusto verlo correr” detalla Javier respecto a su sobrino. Claro, en Nicolás está el futuro extremo de la familia. Agustín tiene una hija que también podría correr.


Un loco casamiento por entradas
Dos hombres heterosexuales de Nueva Zelanda llevaron al extremo el fanatismo por el deporte ovalado. Se casaron el viernes pasado para poder ser acreedores a dos entradas para la futura Copa del Mundo en Inglaterra 2015. Las entradas eran el premio para un concurso lanzado por una radio local llamada Edge y retaba a dos hombres a casarse bajo el lema "I love you, man".
Travis McIntosh, de 23 años, y Matt McCormick, de 24, que dieron el "sí" en Dunedin ante 60 familiares y amigos, se conocieron hace más de 20 años jugando en el Pirates Rugby Club. "Entramos a la competencia como una forma de llevar nuestra amistad a otro nivel", comentó Travis. "Matt me preguntó si me quería casar con él y le dije sí sin preguntarle por qué… Sabía que tendría alguna buena razón".

Por Emiliano Andreoli
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