Respeto y gratitud

Sábado 28 de noviembre de 2015

Mis queridos vecinos, mis queridos viejos, su familia, su entorno, comunidad, ustedes deben saber:
Que de mis libros y documentos que periódicamente leo y releo acariciándolos y pasando suavemente la mano como a una novia, rescato momentos del pasado y trato, aunque no puedo asumir el rol de un personaje de la época.
Rendir culto y homenaje a la “Tradición" no es tan solo un elemental deber de gratitud con el pasado histórico y sus hombres. La grandeza moral de una Nación fundamento indispensable para alcanzar la fortaleza material, está radicada en las virtudes de sus ciudadanos.

Gobierno y sus gobernantes han transitado con aciertos y virtudes y con incapacidad, incompetencia y corrupción, debemos tener libertad para opinar y criticar, pero debe ser acompañado de “en qué y cómo te puedo ayudar”.
Hay dos grandes etapas en dos siglos de existencia: primero, independencia y organización nacional. Después, integración territorial y desarrollo. Llevado a cabo con esfuerzo mancomunado de civiles, militares y religiosos y “pobladores originarios”, sin exagerar, hay que rendirles tributo y agradecimiento.
Ustedes mis queridos viejos deben saber:  la noticia se extendió por toda la provincia. Había muerto Calfucurá.
Nunca pudo reponerse de la derrota que sufriera en San Carlos, la batalla que terminó con su imperio.
Fernando Solanas se sintió muy confundido como militar, lo había combatido, pero también en muchas ocasiones lo había visitado en sus tolderías en Chiloé para rescatar  cautivos.
Calfucurá, por sus sangrientos malones que había lanzado era considerado como un bárbaro, sin admitir que él estaba defendiendo las tierras que pertenecieron a sus antepasados, no estando los blancos en condiciones de dar lecciones de moral, con jefes de frontera que robaran en connivencia con los proveedores y con comandantes que diezmaban de hambre a sus propios soldados, sin siquiera evitar que sus tropas asaltaran tolderías y violaran a las indias.
Fernando, que por sus venas corría sangre de las dos razas, se sentía en libertad para condenar a ambos, pensando que la solución no era pelear sino unirse para trabajar en paz.
Como hijo del cacique, pensó que era su deber asistir a su funeral. 
Amanecía cuando montó a caballo, próximo a la toldería logró distinguir las hogueras de la muerte y escuchar los cantos fúnebres y el ronco sonar de los tambores.
La columna se dirigió hacia el lugar donde iba a ser enterrado, adelante marchaba el renegrido caballo de pelea, llevando sobre su lomo el cuerpo de Calfucurá envuelto en un cuero curtido.
Al llegar a la amplia fosa cavada de antemano, bajaron el cuerpo y lo depositaron. Mientras acomodaban sus armas, espuelas, estribos, su lanza de guerra y otros objetos, también un carnero, varios perros, sacrificaban y enterraban su caballo para el viaje al país desconocido.
Cuando se alejó la gente, antes que se tapara la fosa, Fernando se adelantó y parándose en el borde arrojo su sable y pronunció un juramento: “Padre, arrojo mi arma pues juro no usarla más contra mis hermanos. Desde este momento y para siempre mi sable reposará junto a tu lanza”.
Visiblemente emocionado, permaneció unos momentos en respetuoso silencio hasta que volviéndose fue en busca de su caballo y regresó.
Qué dignos, en la derrota y en el triunfo en la vida y convivencia, en la guerra y en la paz, el amor todo lo puede.
Mis queridos viejos, familia, entorno, funcionarios ya elegidos, recuperando las experiencias del pasado, enfrentemos las angustias del presente sin mentir, manipular o caranchear para seguir creciendo, desarrollándonos y madurando para gozar la vida.
“Respeten a los ancianos, el burlarlos no es hazaña; si andan entre gente extraña deben ser muy precavidos, pues por igual es tenido quien con malos se acompaña”.
“La cigüeña, cuando es vieja pierde la vista, y procuran cuidarla en su edá madura, todas sus hijas pequeñas. Apriendan de las cigüeñas este ejemplo de ternura”.
Adelante, siempre adelante, tiende la mano, ayuda a tu prójimo que nos necesita.
                                               El viejo Miérez

José Leandro Miérez
Médico gerontólogo