(des) Encuentros

Martes 3 de marzo de 2015

El tano Lucio fue mi amigo de la juventud porteña; con él íbamos ritualmente cada sábado al centro, al obelisco, de caza de alguna “nena bian”, para meternos en algún teatrucho de coristas, en un cine barato de la calle Lavalle, o en el peor de los casos -casos de sequía- íbamos por alguna fugazetta de la calle Corrientes. Nos conocíamos cada agachada y cada virtud, como hermanos. Viajábamos en subte, y una noche de vagón lleno tuvimos que sentarnos en asientos separados. Entonces observé a mi amigo, ajenamente, a la distancia, y me preguntaba si -así como lo conocí de casualidad- me hubiese desencontrado de aquel entrañable flaco desgreñado ¿lo reconocería?
¿De quién, de qué gran afecto -me pregunté desde entonces- me habré desencontrado en la vida, sin saberlo? ¿Con quiénes -a los que jamás conoceremos- habremos rozado nuestro destino, y los dejamos pasar, desaprovechando quizá la gran oportunidad de nuestras vidas?
“El don de los asignados encuentros está, decía Lucio, como todo, sujeto al capricho del azar. Uno se dice: Si no hubiese hecho tal cosa no hubiera pasado esto otro, y que es justamente tan importante que no sospechamos cómo hubiera sido nuestra existencia sin eso otro."

Ahora que leo los titulares de los diarios de todo el mundo me acuerdo del tano Lucio, y me respondo con su voz: Con cualquiera. Porque todos pudimos ser amigos de todos si se nos hubiera dado esa imprescindible cuota de azar.
En Medio Oriente, en este preciso momento, un soldado iraquí dispara al enemigo circunstancial de Isis sin saber que ese muchacho que acaba de matar era potencialmente su gran amigo no hallado. Como si yo disparase contra Lucio, pero el fratricida no puede saberlo. Lucio, si viviera, hubiera aprobado la resolución de los enigmas de las personas desencontradas que se plantea en esta columna. 

Aguará-í