Mick Jagger

Domingo 7 de febrero de 2016
La noticia sorprendió a muchos pero no a todos, porque cuando los fanáticos montan vigilia en las puertas de los hoteles para cazarlos, uno de los Rollings aparece caminando lo más pancho por los bosques de Palermo. Experto en fugas, Mick Jagger suele jugar estas travesuras que dejan pagando a los fanáticos.
Hace 20 años (con Voodoo lounge), cuando la banda llegaba al país por primera vez, fuimos a con mi hija a escucharlos a River. Literalmente a escucharlos: no entramos al estadio sino que nos quedamos en una vereda lateral, junto a otra gente, pegados a un portón del Monumental, por donde fluía la música como si fuese el eco desde un cañadón, para festejo y baile de los que disfrutábamos nuestra polizonía. Sobre el final del show ya comenzaba la gente desde las tribunas a bramar su cántico de bises (un alargado “oooo”) y hubo un tema más. Y sobrevino otro coro, más largo. Pero ya era tarde, los Rollings no volverían al escenario. Se encaminaban prestamente por pasadizos en los subsuelos de las tribunas y montados en un auto negro emprendían la sigilosa retirada. Sin saber entonces qué estaba pasando, seguíamos los polizones en el portón, hasta que de repente se abrió, y apareció el rollingmóvil. Mi hija fue una de las primeras en avivarse y al acercarse a una de las ventanillas su histeria juvenil tuvo su premio, imborrable hasta hoy: su ídolo Mick Jagger abrió la palma de su mano y la estampó, sonriente, contra el vidrio, dejándole grabado para siempre su mítico saludo. Adentro la gente seguía coreando, rogando por un bis.
La adolescente creció y apenas se enteró ayer de la travesura de Jagger en Palermo, arrimó la historia del pícaro fugitivo a quien todos esperan por un lado mientras el tipo anda por otro, como los teros. Hoy cuando toquen otra vez en La Plata renovaremos a la distancia el secreto de aquella noche de febrero del 95.