Un bárbaro que aterrizó en Misiones

Domingo 7 de diciembre de 2014

Dejando de lado las expresiones en guaraní, existe en Misiones -al menos sobre el lado del Paraná- una particular construcción de frases que llaman la atención de quien las oye por primera vez, en mi caso, en el 2001. Solía oírlas al paso en la calle, sin distinción de género, a cualquier hora y siempre en tono coloquial. Supe que no podían traducirse fácilmente y que no se enseñaba ese argot en ninguna enciclopedia; sólo la experiencia de la repetición me permitió encontrarles el significado, que de tan simpático, a mí, habiendo llegado de Buenos Aires, me cuesta aún hoy definir puntualmente. Aparejan un acento afectuoso. Me saludaban Raúl Novau o José Aguirre con un “¡Hola, Chamigo! Roberto Acuña (en calle Colón) me señaló la calle Ayacucho (saltando San Lorenzo) diciendo: “sin ser esta, la que viene”; yo andaba de estreno y Mandové dijo: “¡Chaque tu alpargata!”; el actor Pelu Barrios Hermosa me asegura que ya le ha encontrado 20 acepciones a la interjección é y Norma Wionczak, en la Biblioteca, me preguntó: ¿Qué vó estás haciendo é? Y en todos hubo para con el aprendiz jactancia de afectiva maestría de cada expresión.
Hay más. A mi juicio y por resultado, estas construcciones populares prestan al diálogo mejor servicio que cualquier adjetivo, pero además y como puede que alguien asimile este  instructivo, para que no caiga en el desprevenimiento de los recién llegados apenas asistidos por su mísero diccionario de bolsillo, le avisamos que entender al misioneraje no é fácil. Amén de la guturalidad del guaraní nasálico y del citado argot parlan los habitantes de Misiones con cierta flojedad mandibular que les impide morder las palabras, ablandándolas de tal manera que la música conversada se va corriendo levemente hacia las vocales. Se extinguen acá las yes, las equis. Agonizan las eses. En síntesis; sobreviven en la dicción de los hablantes misioneros pocas consonantes que por otro lado abundan entre sus apellidos. Pero, por suerte para el oído -y el corazón-  aún renacen aquí las elles. Hay pocos callados; de pulmones generosos, los misioneros se comunican a buen volumen; y cuando ya rozan el grito y sus frases no guardan relación directa entre sí o lanzan al aire inusuales tópicos que sólo los interlocutores abordan, parecerá que discuten, pero no. Al rato, como pájaros, se hablan en un susurro inaudible, o si audible, inentendible al oído forastero; sin embargo, ellos se entienden a las mil maravillas y se responden monosilábicamente. Y hasta pueden socarronear por lo bajo a poca distancia del absorto observador (víctima) con tal disimulo y  picardía, que quien se les arrime debe saber de antemano que si lo han descarnado sin embargo no escatimarán abrazos ni alabanzas de bienvenida. Suelen mantener diálogos antológicos: escuche este. Eran dos hombres, uno venía en bicicleta, el otro era un portero, se saludaron antes de hablar. (Alternaron. Es por turno): ¡Qué hacé! ¿Com´andá? ¿Y depué? Tirando. Vo dijiste. Y haciendo horas extras. Vo nomá sabé. ¿Quékeré, plata? ¡Uése mi patrón! Hoy cobré mismo ¡É!
¿Es todo? No. Hay más; lo gestual. Al gracioso y eficiente dialecto popular de cómplice picardía agréguese el híbrido ¡Este mozo! al que se echa mano -literalmente- con referencia a media docena de situaciones. Este mozo es relato y gesto: alguien viene a manguear una colaboración en pesos sospechada de orfandad de retribución y el encuestado roza sutilmente las yemas del pulgar y el índice, y pregunta: “¿Y este mozo?” Otro viene con el dato previsible de que Fulano enloqueció, y alzando el índice y  destornillándose con él la sien, dice por lo bajo que al pobre demente… “le falló este mozo”. Otro viene a chismosear cierto rumor de intimidad ajena como si hubiera sido testigo del lecho nupcial de los amantes, quiebra muñeca y balancea - con bastante mal gusto -la mano, a la vez que dice socarronamente: “Mengano le dio a Fulana este mozo toda la noche”. Otro, aludiendo falta de olla de un tercero, junta los dedos en ramillete, los balancea frente a la boca, y dice que al faquir… “le falta este mozo”. Y si el chupandín tiene mal trago, dirán, cerrando el puño y asomando sólo pulgar, como chupete, que “le da a este mozo”. Finalmente, si ladronzuelo, dirán del desgraciado, “que le da a este mozo” y tamborilearán dedos como una araña que no hace pie.

La calle es el cuenco donde el argot moldea su identidad, donde se ablandan las mandíbulas y se vuelven baqueanas de sonrisas, y donde se interpreta el imbatible este mozo.

Por Javier Arguindegui
javierarguindegui@hotmail.com