Prejuicios de novela

Sábado 30 de abril de 2016
La carpintería de Wilmar da empleo a jóvenes posadeños. | Foto: Natalia Guerrero

Dejar la tierra familiar es casi nunca una decisión feliz, los expulsa la falta de oportunidades laborales y de estudio. Escapan también de la violencia y la inseguridad de la calle y del peligro de los vicios para sus hijos.
En el cambio de mundo traen la nostalgia del país de la realidad mágica; también transportan como una mochila, la sombra de una fama que les antecede y que les significa una lucha despareja en la pelea por ganarse la vida y un techo en lugar extraño.
“La gente asocia Colombia con Pablo Escobar, con droga y delincuencia, pero nosotros venimos sin nada, sólo con la intención de trabajar y tener un ahorrito para ayudar a nuestra familia”, confiesa David Ortiz Orozco (34), que llegó a Posadas hace seis meses y se empleó en una mueblería donde le toca recorrer los barrios ofreciendo los muebles en un carrito.

Conoció la tierra colorada por unos parientes que llegaron antes, él pasó por Córdoba y Buenos Aires pero optó por Misiones porque encontró “más tranquilidad y más calor”. Es devoto de Santa Rita y colabora en la iglesia para la asistencia a las familias pobres.
Lamenta que es cosa de todos los días que le pregunten si vende ‘merca’ o presta dinero. “No soy prestamista ni narco ni dealer, soy vendedor de muebles, y no ando armado con un revólver, este es mi trabajo”, dice una vez más, señalando las cajoneras y aparadores y sabe que no será la última oportunidad en que deberá excusarse. 
“Los colombianos venimos a Argentina porque acá nos rinde el trabajo, porque hay oportunidades para los que tienen ganas de trabajar y los alimentos son más accesibles, la salud, la educación, los servicios están disponibles para todos los ciudadanos”, comparó Fabio Martínez (61) que hace dos años reside en el oeste capitalino.
En suelo extranjero, estos hombres sienten el rigor de los prejuicios: “La novela sobre Pablo Escobar (célebre narcotraficante) afecta mucho la imagen que se hacen las personas sobre los colombianos. Es una fama que nos ganamos y es culpa de nuestro pueblo, pero en nuestro país es más la gente honesta y trabajadora y pobre, que la gente poderosa, corrupta y que hace negocios con las drogas o sale a la calle a disparar tiros a mansalva”, sintetizó Oscar Pariyán.
“La portación de cara”, expresan, les da dificultad para emplearse en el sector comercial o industrial posadeño y hasta para alquilar una casa.
Sería entonces beneficioso que las autoridades los incluyan en un plan de arraigo que promueva espacios de inclusión efectiva en el sector laboral y social.
Esta integración es espontánea y solidaria entre vecinos y en las escuelas a donde concurren los niños extranjeros, pero no tiene su correspondencia en acciones políticas concretas para promover el empleo formal y el acceso a la vivienda propia para la población de colombianos en Misiones.       
Los colombianos consultados por El Territorio explican que en la república del noroeste de América del Sur se paga bien poco a la fuerza de trabajo abundante en relación a la oferta. Colombia tiene la mitad de superficie que Argentina pero una cantidad parecida de habitantes.
El empleo en las ciudades es irregular y mucho más precario resulta en el ámbito rural, donde las jornadas son extenuantes en los campos de café, algodón, caña de azúcar y plátano entre otros cultivos a gran escala.
“En la cosecha un trabajador tiene pocos años de rendimiento, las condiciones son tan precarias y pesadas que muchos terminan enfermos y deben dejar el empleo y en toda su vida de trabajo no pueden juntar el ahorro para tener una casa propia”, relatan los colombianos residentes en Misiones, que son un grupo creciente. 
Reconocen que la migración en su país se aceleró hace al menos diez años. Uno de los destinos más elegidos es Argentina, que recibe el flujo constante de inmigrantes desde los países sudamericanos.
“En Argentina si tenés todos los papeles en orden se puede vivir bien, es un país seguro y la gente es muy amable y educada, en general hay algunos prejuicios, pero con el tiempo la gente se acostumbra a que somos todos iguales, ya hay algunos niños hijos de parejas colombianas que nacieron en Misiones”, reflexiona Érica Fernádez Salvador. 
Con una nueva incipiente generación de argentinos nacidos de padres colombianos, en la tierra colorada esta población evidencia la necesidad de organizarse.
“Acá en Misiones no tenemos asociación ni oficina de consulado, nada que nos apoye o que ayude a un compatriota si está pasando un mal momento económico, somos un gran grupo de colombianos pero estamos desconectados, venimos en familia pero no sabemos nada de otros hermanos que pueden estar viviendo cerca nuestro”, aportó  Wilmar Río (44) propietario de una carpintería en Fátima.

Trabajo y costumbres
Parte del paisaje de día en los barrios, son los carritos con muebles tirados a mano por trabajadores colombianos. En los talleres también se emplea a jóvenes posadeños que aprenden el oficio y perciben paga semanal.
Alrededor de las carpinterías, los vecinos entretejen dramas novelados. “La gente cree que las carpinterías son una pantalla para vender droga o lavar plata, pero eso no es verdad, son fantasías”, reparó Wilmar.
Y apuntó otro preconcepto: “Me preguntan sobre los métodos de cobro, como si fuéramos matones. No es verdad que hay amenazas, trabajamos con mucho riesgo porque dejamos un mueble sin garantía y si una persona no quiere pagar y no quiere entregar, el mueble se pierde, no hay otra”.                    
De manera semejante expresa su trabajo de cobrador Martín Salvador, “a la gente le sirve nuestro sistema de venta, porque es precio accesible y en cuotas y sin requisitos, llevamos los muebles a los barrios más alejados y la gente pobre se puede comprar un mueble y pagar como le queda cómodo”.
A la hora de charlar sobre costumbres, los colombianos coinciden:  lo que más se extraña es la comida. Allá abundan almuerzos a base de legumbres, verduras y frutos de mar. Acá comen carne y mucha pasta, el pescado es costoso, tampoco consiguen sumos de frutas naturales.
“La comida es diferente, el asado es sabroso pero tanta carne no hace bien”, dicen y preparan mate y le prestan oído a la cumbia. Van incorporando chipa, tereré  y reviro y convidan arepas a todo el que llegue de visita a sus casas.

Por Silvia Godoy
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