“Debíamos sacar fotografías de las personas que matábamos”

Domingo 15 de marzo de 2015
Vivir en paz. | Luego de la guerra, Yem Svay llegó a Misiones exiliado por la Cruz Roja Internacional.

Argentina siempre fue un país que albergó y sigue albergando a refugiados y exiliados de guerra. Sin ir más lejos, en 1980 llegaron al Aeropuerto Internacional de Ezeiza varias familias de camboyanos y laosianos, quienes venían escapando de la guerra de Vietnam y Camboya. Años oscuros de los que pudieron huir buscando una vida mejor para sus familias.
Yem Svay tiene 66 años, es empleado municipal y en 1982 llegó a la Argentina con su familia, exiliado de la guerra de Camboya. Svay nació el 10 de octubre de 1948. Se dedicaba con sus padres y hermanos al trabajo del campo, hasta que a los 20 años ingresó al Ejército de su país, donde se formó por tres meses para luego ir a la guerra.
“Por nueve años formé parte del Ejército de Camboya, mi pueblo se llamaba Anlong Veng, frontera con Tailandia, nací allá. Tuve que irme, exiliarme en Tailandia, que es frontera seca, nos escapamos entre ocho familias, un coronel, su esposa que era médica, tres o cuatro soldados; huimos  de noche, tuvimos que pasar la montaña de 1.500 (metros) de altura aproximadamente”, relató.

La misión de los jóvenes de Camboya era formarse en el Ejército y sumarse a las cuadrillas de guerra. Este hombre antes de integrarse a la fuerza nacional se dedicaba al trabajo en el campo -en las plantaciones de arroz- y también fue carbonero; y apenas llegó a hacer el cuarto grado de la primaria.
Por ley, a los 20 años, en 1970,  se sumó al Ejército y al ingresar, uno de los jefes le propuso tomar el nombre de un cabo que había huido de la guerra y murió en el escape, por lo que le sugirieron que use esa identidad para poder cobrar el sueldo que le otorgaban, dejando atrás su nombre y apellido original, Giu Matt. Así se integró y le tocó ir al campo de batalla.
“Nos llevaban los camiones y gracias a Dios me salvé. Salían tres camiones cada viernes con unos 30 soldados y de esos, por ahí uno volvía. Del 75 al 77 sufrí mucho más, pero agradezco a Dios que tuve suerte que nunca me pasó nada más que raspones en la espalda", relató.
Svay en todos los años que estuvo en la guerra tuvo que luchar por su vida y recibir órdenes de sus superiores: “Me quedan recuerdos muy feos, las muertes, ver morir a mis compañeros, heridos y no se podía hacer nada. Me tocó matar para salvar mi vida, ejecutar personas por órdenes de los superiores, era muy duro”.
“Los enemigos cuando capturaban a alguno de nosotros directamente los quemaban porque decían que ejecutarlos con balas era muy caro. Nuestro ejército sí ejecutaba con balas, debíamos sacar fotografías de las personas antes y después de ser asesinadas y entregar eso a los superiores, y si no estaba la foto nos mataban a nosotros. En la guerra no hay perdón, es tu vida o la del otro”.

Escapar del horror
Cuando ya estaba todo perdido en la guerra de Camboya, Svay tuvo la suerte de que estuvo asignado al cuidado de la frontera de Tailandia, y allí decidieron huir con otras familias: fueron al campo de refugiados que tenía la Cruz Roja en Tailandia. Allí vivió de 1977 a 1980, con su familia. Para ese entonces se había casado y tenía un hijo.
“La Cruz Roja compró terrenos, todos los que se exiliaban de Camboya se juntaban e iban allí un tiempo, eran carpas. Hasta que un día nos dijeron que habían problemas, que el gobierno tailandés quería que saquen a todos los refugiados del país. La Cruz Roja preguntó uno por uno adónde querían ir y si alguien quería volver a Camboya. Nos daban diez países como opción de exilio, yo elegí Estados Unidos; con el pasar de los días veía cómo se iban las otras familias que habían elegido otros países y mi familia y yo seguíamos ahí”, relató.
Poco después llegó al campamento un representante de la embajada argentina y conversó con algunos, entre ellos Svay. Le consultó si había elegido un país para exiliarse y éste le respondió que sí, pero que ya hacía mucho que esperaba. Entonces le ofreció ir a la Argentina. “Me quería ir, no quería estar más ahí, quería trabajar, que mis hijos fueran a la escuela, no importaba dónde, sólo salir de ahí. Los trámites tardaron mucho hasta que días después llegó un telegrama donde decía que debía tomar un ómnibus que decía ‘Argentina’”, recordó.

Por Graciela González
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