El ajedrez al diván

Martes 4 de marzo de 2014

El ajedrez es milenario: entre el Chaturanga de los hindúes y este tablerito magnético ha corrido mucha agua bajo el puente. Dicen que un par largo de miles de años. Aquel, creado mucho antes que Cristo hollara esta tierra; este otro, descendiente evolucionado de los primeros tableros (tal cual los conocemos hoy, “de 8x8”) de hace más de mil años mejorado por los árabes. Desde esos lejanos entonces, todo ajedrecista conoce el movimiento de cada pieza pero pocos han llevado al poema sus caracteres psicológicos con la maestría de Borges (con las blancas), maestría entonces digna de Sigmund Freud (con las negras).

Borges escribió dos poemas sobre el ajedrez en los que se sirve para calificar a las piezas no de los adjetivos usuales sino de otros, adjetivos cargados de otra animosidad, y que además remiten al particular desplazamiento de cada una.

En el primero dice: Adentro irradian mágicos rigores las formas: torre homérica, ligero caballo, armada reina, rey postrero, oblicuo alfil y peones agresores.

En el segundo (no copiaré acá los poemas completos) Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina, torre directa y peón ladino sobre lo negro y blanco del camino buscan y libran su batalla armada.

Así, las torres son para Borges homéricas y directas (sus caminos son rectos, por columnas y líneas); los caballos ligeros (livianos, alados), las reinas, armadas y encarnizadas (no sobreviven predadores cercanos); los peones, agresores y ladinos (puntas de lanza, transfigurables); y los alfiles, sesgos y oblicuos (corren por las diagonales en sus universos paralelos). Los reyes son para él, postreros y tenues, no de luces sino de movimientos espectrales, sobre todo en las instancias finales. De esta manera lograba Borges compendiar en dos palabras (sustantivo y adjetivo) tres imágenes simultáneamente; la pieza, su andar y su carácter. ¿Cómo calificaría, lector, siguiendo este razonamiento, a las rutinarias y zumbonas fichas redonditas del juego de las Damas?

Aguará-í