Compartir las experiencias

Sábado 18 de abril de 2015
Mis queridos vecinos, mis queridos viejos, su familia, su entorno, ustedes deben saber:
¿Por qué ha de llover cuando salgo con un traje nuevo?
¿Por qué me acatarro cuando más necesito trabajar? ¿Por qué hay huracanes y terremotos? ¿Por qué nos visita la muerte en los que más queremos y cuando menos lo esperamos? ¿No podía la naturaleza ser un poco más comprensiva, pensar en los que sufrimos los efectos de sus vientos y de sus microbios, acomodarse un poco a nuestra situación y evitarnos crisis innecesarias? Aceptamos las leyes generales para que funcione el universo, pero ¿no podía tenerse en cuenta nuestra situación concreta en cada caso y ahorrarnos sufrimientos personales que a nada conducen? ¿No podría retratarse un poco la lluvia, moderarse los microbios, esperar la muerte? ¿No podría ser más madre la madre naturaleza?
Una experiencia y una reflexión de Rabindranath Tagore: “Un día en que yo navegaba bajo un puente, el mástil de mi embarcación tropezó con uno de los arcos.
Mejor hubiera sido para mí que el mástil se hubiera inclinado unos cuantos centímetros, o que el puente hubiera enarcado su lomo como un gato, o que el caudal del río hubiera decrecido un poco.
Pero ni uno ni otros hicieron nada para evitar el encontronazo. Y es precisamente por ello, por la firmeza que cada cosa mantenía, por lo que yo podía servirme del río y navegar sobre él con ayuda del palo de mi barco, y por lo que podía contar con el puente cuando la corriente no era favorable.”
“Ese rigor inquebrantable de la realidad suele obstaculizar nuestros deseos y conducirnos al desastre, lo mismo que la dureza del suelo resulta inevitablemente dolorosa para el niño que se cae cuando está aprendiendo a caminar.
Y, sin embargo, esa misma dureza que le lastima, es lo que hace que el niño pueda caminar sobre el suelo.”
Las leyes son las leyes, y el capricho crea el caos. La ley nos duele cuando es contraria a nuestros intereses inmediatos, pero nos ampara en el ámbito universal de nuestra existencia.
Mas vale el encontronazo que nos recuerda, por doloroso que sea, que la creación tiene sus normas, y en respetarlas y aceptarlas está nuestra salvación. Todos nos hemos lastimado las rodillas al tropezar y caer de pequeños, y gracias a esos rasguños podemos hoy caminar y correr por los caminos de la vida, que sabemos aguantarán nuestros pasos. Aceptar el todo, aunque a veces nos mortifiquen los detalles. Así funciona el universo.
Ustedes mis Queridos Viejos, que pueden transmitir sus experiencias, que tienen ojos para ver, oídos para oír y sensibilidad para sentir y, según las circunstancias, actuando prudentemente, deben señalar lo que se debe hacer, cómo hacer, y lo que no se debe hacer.
Dice el Papa Francisco que la prudencia no es no hacer nada y pasar a ser un cómplice.
La responsabilidad individual nos debe servir para trasmitirla a las instituciones y la comunidad y actuar tendiendo la mano a los que nos necesitan.
He utilizado lo que he leído del libro “Salió el sembrador” del sacerdote jesuita Carlos G. Vallés.
Adelante, siempre adelante, tiende la mano, ayuda a tu prójimo que nos necesita.

Por José Miérez
Médico gerontólogo