Luna roja

Viernes 18 de abril de 2014
Alejada ya del centro del escenario y fuera del influjo del reflector, la pálida luna - que habiéndonos parecido siempre un bollo de masa para pizza levando en la noche se había puesto el martes colorada por tímida o por hipertensa - podemos abordar cierto comentario hereje de su función estelar sin sentirnos delatados por el gran ojo inquisidor.
Vaya a saberse, primero, quién fue el censista que sumó la luna roja a la lista maléfica de los gatos negros, los espejos rotos y las escaleras (y ciertos personajes que con sólo pronunciar sus nombres o se corta la luz y se apaga la computadora, o se vuelca el mate derramándose sobre los papeles…) y menos mal, entonces, que el eclipse no cayó un martes 13 porque si no cartón lleno: “usted arrima una lechuza, yo traigo a mi suegra” y hubiésemos tenido la postal de una pesadilla de Drácula, si al teñirse de rojo el paisaje, acá abajo, se puso todo bien tenebroso.
En base a este dato sacerdotes y rabinos del mundo han dotado al espejismo escarlata de una significación apocalíptica, sobre todo por haber ocurrido en vísperas de la Pascua porque ya hubo otras pascuas en la historia bajo las mismas lunas asignándosele de ese modo a nuestro satélite ciertos coloridos dones de augurio como si la luna conociese nuestro almanaque y nos anticipara tribulaciones a futuro.
Más bien creo que las antiguas pascuas se celebraron inspiradas por el mismo eclipse, y lo que nos pasó después, ni estaba escrito ni fue culpa de la luna, y que mi mayor expectativa no será interpretar anuncios funestos en las tres lunas rojas que se  verán en este año sino imaginar cómo se vería un eclipse de la encarajinada Tierra, observado desde la absorta luna inimputable de nuestros desarreglos.

Aguará-í