Caín y Abel

Lunes 30 de marzo de 2015
Bastan para este ejercicio apenas dos cosas, que el campo de batalla cubra 64 casilleros y que los ejércitos reales sean los ya vulgares 32 trebejos de colores eternamente antagónicos, para entender que en el ajedrez se oculta el Infinito.
Debe, sin saberlo el Primer Jugador, (llamado “Blancas” o Abel), iniciarse esta antigua contienda con alguno de los 20 movimientos de peones y caballos, que limitadamente se le imponen y no más. A su turno corresponderá al Segundo Jugador, (llamado “Negras” o Caín) realizar su maniobra, también limitada y perfectamente calculable: dispone, como su rival, de 20 movimientos. Así, en cuanto se haya completado la Primera Jugada, todas las configuraciones posibles serán (20 x 20). Cuatrocientas.
Al segundo movimiento de “Abel” apenas le será otorgada otra treintena de posibilidades por cada una de esas 400 configuraciones, por lo que resulta que el nuevo número supera las 10 mil. Al realizar su segundo movimiento “Caín” dispondrá de otra treintena de opciones de movimientos, por lo que al cabo de la Segunda Jugada, ya son casi 40 mil configuraciones posibles sobre el tablero.
Al cabo de las primeras diez jugadas las configuraciones resultan un número imponderable cercano al trillón, que progresará geométricamente en cada jugada sucesiva. De todas estas configuraciones posibles algunas no son sustentables en términos estratégicos pero, aún desechables, nadie puede negar su existencia.
Así, el juego iniciado en Oriente guarda, seguramente, configuraciones que aún nadie ha visto sobre el tablero. Lector, seamos pacientes, cualquier determinación sobre ese día futuro en que alguien nos asegure que “todas” las jugadas han sido ejecutadas en “todos” los tableros de “todos” los tiempos, nos aproximará al infinito número de los días, y la eterna contienda habrá finalizado.

Aguará-í