La medida universal

Martes 5 de mayo de 2015
Cargaba una inquieta depresión exponencial de sábado y llovizna otoñal; caminar bajo el agua esquivando cunetas y calles desiertas no parece ser en la ciudad una victoria, más bien una urbana forma de derrota. Contaba los pasos, entre la flor roja y el rottweiler, entre la rama caída y la primer ventana abierta, entre un rastro de vida y uno de muerte, y siempre contaba menos de cien. Un pájaro ha muerto seguramente en la tormenta y es una tristeza en la vereda, dice más que mil poemas, y sin embargo el poeta lo esquiva, en la esquina una pareja se besa y a menos de cien pasos la vida se compensa de tal accidente con pájaros invisibles. Una bolsa de basura recién comprada espera su turno de ausencia doble, un perro se acerca y la huele, pero una mano famélica lo espanta y con habilidades quirúrgicas la destripa y hurga a ciegas, suturan los dedos sucios con nudos de plástico. El estudiante no resiste la tentación y antes de llegar a buen puerto desarma la historia y lee fotocopias sentado en el banco de la plaza, frágil muelle solitario. Aquí también la distancia es menor a cien pasos. Alguien pega una promesa prisionera del afiche en la esquina cómplice del engrudo, un mensaje sin dialéctica, un borracho, arquetipo del desertor del mundo que describe un viejo poema de Joaquín Castellanos, desangra una botella. Y entre ambos, cartel y fugas, menos de cien pasos. Un gurí pide una moneda que podría ocuparle toda la palma a cambio de esa mirada dulzona e inocente y le dicen no a la limosna. Alguien esgrime una abultada billetera y paga ciento a uno el valor de una superficialidad. El dinero exhibe frustraciones que deben ocultarse bajo una armadura porque muchos aún temen que descubramos su miedo a la libertad. Entre la manito y la gorda billetera, caben casi cien pasos. La vida se compensa por lo visto en una cuadra, medida universal. Pero lentamente, entre alfileres e hilvanes, un sastre confecciona nuestra tristeza a medida.

Aguará-í