“La rehabilitación en prisión es una mentira, te enseñan a delinquir”

Domingo 23 de noviembre de 2014
En la calle. | Díaz reside junto a su familia en Bernardo de Irigoyen, donde trabaja como electricista para alimentar a sus tres hijos.

“La vida me dio una segunda oportunidad. Tengo mi familia formada, una chiquita de seis meses y dos nenas más. Gracias a la ayuda de ellos, estamos saliendo adelante. Porque ayuda del Estado o alguna institución no existe”; así de concreto y directo fue Daniel Alberto Díaz (46), al referirse sobre su reinserción social al salir de la prisión.
El Rengo Díaz estuvo 18 años retenido de su libertad en distintas unidades carcelarias de la provincia. Primero fue condenado a cinco años por un robo calificado en Eldorado, pero luego su pena fue ampliada por trece años  cuando lo sindicaron como el cabecilla de uno de los motines más resonantes de la historia misionera ocurrido el 22 de febrero del 2000. En ese momento fue incluido en la lista de los  internos “más rebeldes y peligrosos” y su nombre llegó a ocupar la primera plana de los medios nacionales.
Inicialmente estuvo alojado en la Unidad Penitenciaria III de Eldorado, donde se desarrolló la violenta revuelta que duró más 20 horas. En ese entonces, un total de trece internos pudieron fugarse a bordo de un vehículo entregado por las autoridades luego de una intensa negociación en la que Díaz intervino con importante protagonismo.

Sin embargo, con el correr de los días, doce de ellos volvieron a ser recapturados por la Policía. Díaz fue el último en ser encontrado en medio de la selva, donde estuvo oculto durante diez días y llegó a recorrer más de 50 kilómetros entre trillos y arroyos de la zona.
La cinematográfica revuelta sacudió por completo a todo el Sistema Penitenciario de la Provincia y dejó en evidencia la escasa preparación de los efectivos de ese entonces.
Según lo manifestado por los protagonistas del motín, estuvo motivado a raíz de la grave situación que sufrían los internos del Penal. Se estima que en un lugar acondicionado para albergar a unos 50 reos había un total de 136. Las condiciones de hacinamiento eran manifiestas, su alimentación pésima; esos, sumado a los malos tratos recibidos constantemente por parte de los guardiacárceles, fueron los detonantes de la furia. 
“La situación fue tremenda. Comenzó a las 22 -del 21 de febrero-, las luces ya se habían apagado a la mitad. En el pabellón había dos guardiacárceles en el piso y maniatados. Se había arrancado una reja y con eso querían romper el vidrio de la enfermería para poder escapar, pero no se pudo porque desde afuera comenzaron a disparar", recordó Díaz. 
Los días posteriores a su recaptura fueron los peores. Díaz estuvo 53 días detenido en la Seccional Segunda de Eldorado, luego lo derivaron a Ezeiza, también conoció las celdas de Devoto y finalmente lo volvieron traer a Misiones, esta vez para quedar retenido en la Unidad Penal IV de Loreto.

Dos mundos, dos condenas
“Cuando me ampliaron la condena sentí que me habían sepultado vivo”, expresó Díaz, ahora respirando el aire de la libertad que tanto anheló desde la oscuridad. El hombre oriundo de San Antonio fue liberado el 1 de abril de 2010, seis meses antes de cumplir con la totalidad de la condena impuesta por el Tribunal. Ocho meses antes ya gozaba de la libertad transitoria y visitaba su casa cada quince días, por 24 horas.
Actualmente reside en Bernardo de Irigoyen, desde donde vino, casi exclusivamente, para contar cómo fue vivir en los “dos mundos” que él mismo planteó. En esa ciudad se desempeña como electricista para mantener a su familia conformada por su esposa, sus tres hijas de entre seis meses y 16 años y su suegra.
“Sobre esta tierra hay dos mundos y yo viví en los dos. Uno es en el que estoy hoy y el otro es la cárcel. Hoy Díaz es uno más, no me puedo quejar. Dios me dio una segunda posibilidad y la estoy cuidando”, manifestó, al tiempo que señalaba a su esposa y su hija más chiquita, quienes lo acompañan a todos lados.
Díaz explicó que los primeros seis meses post prisión fueron muy difíciles para él, aunque con la ayuda de su familia pudo superar el trauma que le dejó su paso de 18 años, siete meses y diez días en la oscuridad de la prisión.
“En la cárcel, cuando uno se acuesta no sabe si al otro día va a estar vivo o no. Hay que estar a la defensiva las 24 horas y ese trauma queda, no lo niego. Mi mujer me dijo que cuando salíamos de casa mi actitud cambiaba por completo, siempre ponía una barrera”, relató.
A la hora de la liberación, sostiene que lo primordial es contar con una familia que sirva de contención para el liberado. Desde su punto de vista, este factor es clave para no reincidir en el futuro, ya que de parte del Estado no existe un programa serio destinado a la contención de los liberados.
“Cuando llega el día de tu liberación, te abren la puerta y te dicen 'váyase', pero nadie te pregunta si afuera tenés un trabajo o un techo donde dormir esa misma noche. Hay un abandono total del liberado”, criticó.
Esta es la mayor problemática por la que atraviesan los liberados, cuyos lazos afectivos en el exterior se rompen o se oxidan luego de purgar tan largas condenas.
La mayoría de las personas vuelven a delinquir cuando se ven “acorraladas” por la apremiante situación que se les presenta afuera de la prisión, sin trabajo, sin lugar donde vivir e incluso, en algunos casos, sin familia. Es en este marco donde los internos reinciden en el delito para poder satisfacer sus necesidades y la triste secuencia vuelve a repetirse.
Además, aunque cueste creer, cuando los internos son liberados se encuentran ante una gran contradicción que los confunde aún más. Un ejemplo de ello sucede con las drogas. Estando en prisión los reos tienen los estupefacientes al alcance de la mano pero cuando recuperan la libertad se encuentran en un mundo donde la droga está prohibida.  Como consecuencia, su adicción los lleva a cometer cualquier clase de delito para poder contar con un gramo de la sustancia maligna. 
 “Todo lo que le muestra a la sociedad sobre las cárceles es mentira. La rehabilitación tras las rejas es una gran mentira. Al contrario, ahí dentro te motivan a reincidir, porque la cárcel es la universidad de la delincuencia. La tan anhelada rehabilitación depende de cada uno. No existe allá adentro alguien que los prepare psicológicamente para cuando salgan”, evidenció Díaz con énfasis.
Por otro lado, a pesar de la grave situación que sufren los internos dentro de los distintos penales de Misiones, Díaz tampoco tuvo reparos a la hora de referirse sobre la actitud de la sociedad que espera por los liberados.
De su testimonio se desprende que el “ex convicto sufre dos condenas: aquella que paga estando preso y otra estando afuera, porque no le dan trabajo en ningún lado”.
En su caso particular, comenzó con las labores de electricidad en Eldorado, gracias a una persona conocida que le permitió dar inicio a su proceso de reinserción social. Posteriormente, decidió mudarse hacia Bernardo de Irigoyen, donde reside y trabaja actualmente.
Por último consideró que una de las claves para no caer otra vez en el delito sería la preparación de puestos de trabajo destinados de manera exclusiva para los liberados y que el Sistema Penitenciario debería comenzar de nuevo.
“Que la cárcel no sea sólo un método de encierro. Que el que se equivocó, vaya y pague, pero que sea un lugar un reflexión. Que de ahí uno salga siendo útil para él mismo y para la sociedad”, consideró Díaz.

Entre libros y almanaques
Durante la charla, Díaz también relató con crudeza la rutina de los internos dentro de la prisión. Además, se encargó de echar por tierra la cuestión de los supuestos talleres destinados a la preparación de los reos en algún oficio específico y a la asistencia psicológica que reciben allí dentro.
Dentro de la cárcel la droga es una moneda corriente. Y el propio Díaz relató cómo algunos policías llegaban al pabellón con una mochila cargada con ladrillos de marihuana para venderle a los internos. “Ahí dentro me di cuenta que la vida de uno no vale nada. Yo a los gurises les decía que no hagan eso, porque eso sólo lleva a dos caminos: uno, con suerte la cárcel y el otro es bajo tierra”, dijo al referirse sobre esta situación.
El mismo Díaz recordó cuando un oficial del Penal le reconoció que para ellos era “mejor mantener a los presos drogados y bobos, antes de que estén pensando en cómo cortar las rejas”. Sin embargo, él afirma que nunca se drogó y que esa fue la principal virtud que tuvo en relación a sus compañeros de celda.
“El gran problema que tuvieron conmigo es que yo nunca me drogué. Yo siempre estuve lúcido, pensando siempre. Ellos no quieren que uno sepa más que ellos. Yo siempre buscaba cómo escaparme, hasta que un día me dije que todos los intentos iban a ser frustrados y me planté ¿por qué no salir por la puerta?”, recordó haber reflexionado en ese entonces.
Sin embargo, esa reflexión no todos los internos son capaces de hacerla. Díaz contó que se pasaba las 24 horas del día pensando cómo escapar, pero cuando no lo hacía se dedicaba a leer libros de la biblioteca y eso le permitió cambiar su visión.
Tal fue así que en 2008 decidió comenzar a escribir un libro que luego se denominó “Detrás de la Muralla”, en donde asentó sus pensamientos de autoayuda y en una de sus páginas se animó a soñar “con una sociedad que transforme el mundo”.
“Cuando veía un diario me volvía loco. Quería leerlo sí o sí. Quería estar actualizado para cuando salga, porque sabía que en algún momento lo iba a lograr. Sabía que un día iba a poder estar con mi familia y caminar con mis hijos por la calle", enfatizó.
“La cárcel funciona de esta manera: amanece, viene el relevo de personal, el recuento y comienza todo hasta el otro día. El que está ahí sólo piensa en que llegue mañana y el preso sólo espera el día de visita. Ahí dentro no hay nadie que diga 'afuera hay una luz de esperanza', hay que cambiar”, relató.
Antes de finalizar, dejó en claro que una de sus cuentas pendientes desde su liberación es volver a la Unidad Penal de Loreto, pero esta vez como visita.
Muchos de sus compañeros murieron en enfrentamientos o volvieron a delinquir al poco tiempo de salir y su intención es ingresar para “mostrar que hay una luz de esperanza, que se puede. Que no es imposible, pero que cada uno es dueño de su porvenir”.
“Lo único cierto que se cuenta de la cárcel es que en la oscuridad, hay un almanaque pegado en la pared y los días que pasan se van tachando. Y el día más corto en la cárcel es el día de la visita. El único día del preso es el día de la visita. Todo lo demás, es mentira”, sentenció antes de tomarse el colectivo que lo llevaría de nuevo a su hogar, junto a su esposa y sus tres hijas.


Motín, fuga, selva y recaptura
"El motín no estuvo planeado. Estábamos en mi celda cuando otros dos internos me llamaron a mí y a mi compañero -el doctor Hugo Fernando Salazar del Risco, condenado por un atentado con una bomba casera que le costó la vida a un niño de 11 años en octubre de 1998- y me dijeron nos vamos a ir", recordó Díaz sobre la secuencia de hechos que derivaron en la recordada revuelta en el Penal III de Eldorado.
Luego de negociar con las autoridades, a las 18.30 del 22 de febrero se firmó la salida y Díaz reconstruyó la fuga: "el padre Luis manejaba la camioneta, salimos 13 de nosotros con dos oficiales de rehenes. Fuimos por el camino de Santa Teresa, en Eldorado".
"Me bajé sobre la ruta 15 y como había demasiados policías en el monte, doblé a la derecha y llegué a la ruta 16 donde están los arroyos Isla y Anta. Avancé aguas abajo y al décimo día salía en un campamento de la Policía, entonces volví para arriba. Después aparecí en una aldea de aborígenes. Hablé con el cacique y me dijo que estábamos a 40 kilómetros de San Pedro y a 70 de Montecarlo. Yo quería llegar a la ruta 20, para luego fugarme hacia el Brasil", describió.
Sin embargo, su travesía de diez días por la selva misionera finalizó de una manera más que inesperada. Mientras caminaba junto a un integrante de la aldea hacia una vertiente de agua, éste encendió una linterna y los policías que hacían rastrillaje en la zona actuaron. Díaz fue recapturado y pasó treces años más en prisión.

Jorge Posdeley
fojacero@elterritorio.com.ar