A veces, quizás en medio de décadas de determinada rutina laboral, algo trae, inesperadamente, el recuerdo nítido de la primera experiencia de trabajo. Cada vida es única. Sin embargo, ese momento iniciático suele conjugar varias incertidumbres, entre ellas, si se conseguirá lo que se está buscando, si se estará a la altura de las circunstancias en cuanto a habilidades y conocimientos requeridos, y si finalmente esa experiencia será de agrado. Es que integrarse al mundo laboral, sea cual fuere en su inmensa variedad (en relación de dependencia, por cuenta propia, como emprendedor), es también integrarse a la sociedad.
Más allá de la cantidad de años que se estudie y de los niveles educativos que se alcance, desplegar una actividad que permita lograr al menos cierta autonomía económica y, si es posible (o en primer lugar, según el caso), también realizarse como persona, suele ser la meta de ese camino.
Alcanzar esa primera experiencia laboral encierra una paradoja. Es que en las búsquedas laborales, uno de los requisitos que suele estar presente es contar con experiencia previa ¿Y cómo obtenerla, si para acceder a un trabajo, justamente, lo que te piden es experiencia?